El suicidio de una venerable y rica ancianita en la América Profunda, le sirve al sobrevalorado e independiente Altman para hacer una radiografía suficientemente sólida de un mundo de apariencias, en el que un simple hecho hace que todo un círculo de mentiras, oquedades y demás salgan inmediatamente a flote.
Altman se apoya como casi siempre en la coralidad de un notable grupo de actores y capta con solvencia el costumbrismo de los personajes que participan, denotando sentido de la observación y desarrollando sus típicas historias paralelas y cruzadas a través de una puesta en escena envolvente.
No es de lo más valorado de su director; sin embargo, es de lo mejor que yo le he visto hasta la fecha.