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Shoah

8,4
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Documental "Shoah" ("aniquilación" en lengua hebrea) es una revisión de la memoria del Holocausto en primera persona. Las víctimas, los testigos, todos aquellos que vivieron el horror y pueden, obligándose a recordar, devolver al presente una realidad que no debe caer en el olvido. (FILMAFFINITY)
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Críticas 35
Críticas ordenadas por utilidad
5 de septiembre de 2015
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
"...mientras quemaban a 2000 personas al día, todo pernanecía igual de tranquilo." Esta es una de las principales ideas del documental: mientras la maquinaria del exterminio estaba en marcha, la vida seguía su curso. Todos conocemos la historia del Holocausto, sobre los trenes y las cámaras de gas, pero, ¿qué pasa con los maquinistas que llevaban 90 personas hacinadas en vagones donde sólo caben 20 animales? ¿Qué pasa con los pastores polacos que veían llegar trenes llenos de gente y regresar vacíos? ¿Qué ocurre con los barberos que cortaban el pelo a las víctimas minutos antes de ser introducidas en las cámaras de gas, sabiendo que no las volverían a ver con vida? Estos testimonios únicos, en primera persona, sin recurrir a imágenes históricas, ofrecen un relato del Holocausto profundamente minucioso e íntimo, y este intimismo es lo que hace de Shoah un documental tan especial. El hecho de situar los testimonios en parajes actuales, donde cuarenta años atrás tuviera lugar el genocidio, ofrece una posibilidad única de empatizar con las víctimas, de acercarnos a comprender qué ocurría ahí. La monotonía de los raíles, la cercanía con los lugares de los sucesos, el paisaje lluvioso de Polonia, que acompaña a las imágenes actuales de Treblinka, Chelmno, Sobibor, etc, adornadas únicamente por los sonidos del ambiente... todo ello crea una atmósfera absorbente y sobrecogedora.
El trabajo que encierra esta cinta es desbordante. Al propio Claude Lanzmann le llevó 11 años completarla. La variedad de paisajes y testimonios recogidos, la disparidad de personas entrevistadas, la minuciosidad de los relatos, recalando incluso en los detallos más nimios, configuran un documento imprescindible en la memoria del Holocausto.
Una obra maestra desde el punto de vista documental y cinematográfico.
El Jalucha
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13 de julio de 2018
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con la muerte del autor de "Shoah" quizás sea un buen momento para reivindicar una de las películas más importantes de la historia del cine. Claude Lanzmann dedicó once años de su vida para realizar uno de los mejores documentales que se recuerdan en la ya larga vida del cinematógrafo.

El director galo no recurre en ningún momento a imágenes de archivo que busquen impactar al espectador, nos llega y nos sobra con los testimonios y recuerdos de los supervivientes del Holocausto para que se nos hiele el corazón y las venas. A partir de esas conversaciones seremos testigos de las penurias y desgracias que tuvieron que vivir estas personas. El francés une esas voces con imágenes del presente de los lugares donde ocurrieron semejantes barbaries, tales como Auschwitz, Treblinka o Sobibor.

Un documento cinematográfico de un valor incalculable. De visionado obligatorio. Obra maestra. Mi más sentida admiración hacia este historiador francés por ser capaz de reconstruir la historia sin recurrir a efectismos de ningún tipo.
Carli
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13 de marzo de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia comienza, obviamente, por el principio, por Chelmno, por el primer campo destinado exclusivamente al exterminio. Y no lo hace apoyándose en los materiales de archivo, en las masas de cuerpos apilados o en los huesos perfilados sobre piel transparente. La voz de un antiguo prisionero, los bosques de Polonia y un río tranquilo, casi candidato a protagonista de postal o a paseo romántico bajo la luz de la luna, contrastan con los restos del esqueleto del antiguo campamento: marcas de cicatrices sobre la suavidad del césped, el auténtico rostro con viruelas del horror.

Esas ruinas que hunden sus cimientos en medio del verdor son, en cierto sentido, metáfora perfecta de los testimonios utilizados por Lanzmann en base a los recuerdos de sus entrevistados. Pese a que sus protagonistas puedan haber creado una selva que intenta devorarlos, exiliarlos del pensamiento consciente, éstos siguen ahí, sus raíces son demasiado profundas para ser obviadas, su grisura contrasta demasiado con el resto del paisaje. Esta persistencia de la memoria es la que el cineasta francés se esfuerza en mantener, desde su postura de fiscal inflexible, como norma de obligado cumplimiento. Lanzmann no permite el olvido, señala a los que miraron hacia otro lado, no hace amigos. En una entrevista con Pawel Pawlikowsky a propósito de Ida, el director polaco torció el rostro al mencionarle Shoah: “No todos los polacos fueron iguales”… “En efecto, las víctimas no fueron iguales”, imaginé que le hubiera contestado Lanzmann. Su afirmación de que la película debía ser vista sin pausas ni interrupciones es, al mismo tiempo, una fórmula de compromiso con la tragedia narrada y una condena por omisión. Tómenla o déjenla, en cualquier caso no serán la misma persona tras cumplirla.

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Talamasca
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30 de julio de 2013
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Shoah, el documental de Claude Lanzmann, tiene la poco usual duración de nueve horas y media, y no muestra ni una sola imagen de horror: ningún niño con las manos en alto, ni viejos suplicantes, ni cuerpos escuálidos, como tampoco fosas entreabiertas, montañas de cadáveres, esvásticas, uniformes, multitudes, música marcial, apariciones del Führer. Ningún espectáculo que nos haga gozar sin riesgo lo absoluto del poder y del peligro, o la fascinación de la muerte infinita.

Ni imágenes de archivo, ni reconstrucción. Sólo paisajes actuales, rostros actuales, palabras actuales. La sobriedad más digna para tratar lo más indigno. Un documental insólito que no recurre a las filmaciones o fotos de archivo, ni a los uniformes de época, que no nos introduce en el presente del Desastre y se empeña en tratar la abyección sin mostrarla directamente. Si es privilegio del cine poder mostrar imágenes de época, ¿por qué privarnos de ellas? Si el cine puede hacer ver lo que ya fue como siendo ahora, presentificar el pasado como si fuese presente y hacernos sumergir en dicho pasado, sea el de Espartaco o el de Auschwitz, ¿cómo justificar esta abstinencia iconográfica de Lanzmann?

Ahí donde comienza la película de Lanzmann, en esa ética que consiste en rechazar el movimiento de cámara estetizante y exhibicionista, por el cual todo aparece, todo se ve, todo se toca, todo se entiende. Por el cual entramos donde nunca estuvimos y por mandato cinematográfico vivimos lo que los otros vivieron, y en esa proximidad promiscua con la abyección y el pasado, en el fondo todo es equivalente y una imagen vale por cualquier otra puesto que al final todo es imagen. Mundo pleno del déja vu en que todo es visible y tangible y comprensible, por lo tanto posible.

“Me gustan los filmes que me hacen soñar, pero no me gusta que sueñen por mí”, decía el cineasta Georges Franju. Lanzmann parece aplicar esta ética y esta estética en su reverso, con todo el rigor y la ascesis que implican, como quien dice: esta historia necesita ser narrada en su inenarrabilidad, vista en su invisibilidad, para que el espectador pueda, dado el caso, no soñar, sino tener pesadillas, y tener pesadillas por cuenta propia. Existe un trabajo que le cabe hacer, por más que sea un trabajo condenado al fracaso. Esto se hace patente en una escena donde Lanzmann está interrogando al SS Untersturmfuhrer Franz Suchomel, subcomandante de Treblinka. La secuencia de las preguntas es más o menos esta: ¿Cómo era posible en Treblinka, en los días más agitados, “tratar” a dieciocho mil personas, liquidar a dieciocho mil personas? Llega un transporte: querría que me describiese, con la mayor exactitud, el proceso completo en uno de esos días. ¿Cuántos alemanes había en la rampa? ¿Y cuántos ucranianos? ¿Y cuántos judíos del comando azul? ¿Y cuánto tiempo entre la rampa y la operación de desnudarlos? ¿Cuántos minutos? ¿Puede describir con exactitud ese “desfiladero” por donde se era conducido desde la rampa hasta la cámara de gas? ¿Cómo era? ¿Cuántos metros tenía? El sendero era llamado “Camino del Cielo”, ¿no? Necesito imaginar. Ellos penetran en el sendero… ¿y qué sucede? ¿Completamente desnudos? ¿Por qué a las mujeres no les pegaban? ¿Por qué tanta humanidad, si de cualquier modo iban a la muerte?

En medio de esa batería de preguntas, al pedirle al SS que describa el sendero llamado “Camino del Cielo”, por el cual se llegaba a la cámara de gas, Lanzmann dice al pasar: necesito imaginar. Creo que reside en esta formulación simple todo el desafío del director de Shoah. No dice “sé”, no dice “vi”, no dice “imagino”, no dice “entendí”. Lo dice en la forma de un imperativo para sí mismo cuya imposibilidad atestiguamos seguidamente, necesito imaginar, esto es, no puedo escapar a esta compulsión, pero tampoco puedo realizarla. Imaginar lo inimaginable: es lo que esta película revela tan imposible como inevitable.

Frente a la compulsión de imaginar todo, Lanzmann se rehúsa a ofrecer imágenes sobre todo aquello, a no ser paisajes de hoy, rostros de hoy, charlas de hoy. Es necesario imaginar, pero sin disponer de imágenes, como si imaginar todo aquello sólo fuese posible a partir de un grado cero de la imagen. Imaginar lo inimaginable sustentándolo en tanto inimaginable. Éste es el desafío paradójico lanzado por Lanzmann. En caso de que se pusiesen imágenes para que imaginásemos lo inimaginable, se estaría transformando lo inimaginable en imágenes, en imaginable, o sea, en visible, articulable, mensurable, comprensible, hasta explicable. En suma, en tolerable.

Lo que Lanzmann nos da, entonces, son los elementos más pobres, más despojados: palabras, rostros, piedras, prados. Lanzmann dice que toda su película transcurre en el presente. Es el presente de los campos lo que él filma, con sus flores, bosques, piedras, descampados. Es el presente incesante de los trenes, es el presente de los hombres y mujeres entrelazando sus discursos en alemán, inglés, polaco, hebreo, francés. Todo aquí es presente. Todo es presente, y sin embargo, se supone que se trata de una catástrofe pasada, de una devastación pretérita.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Damian
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20 de octubre de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Shoah

El 27 de enero de este mismo año (2015) se conmemoró el 70 aniversario de la liberación de Auschwitz, el campo de concentración nazi más tristemente famoso de cuantos existieron, en el episodio probablemente más pavoroso de la historia del hombre.
Pero no era mi intención -los medios darán cumplida nota de este hecho- referirme a ello sino aprovechar la ocasión para recomendarles, en mi opinión, el mejor documental que se ha realizado jamás sobre el holocausto y considerado como una obra maestra en todos los sentidos. Se trata de Shoah (aniquilación en hebreo), con más de nueve horas de metraje, estrenado en 1985 por el francés Claude Lazmann que empleó once largos años en terminarla. No esperen ver aquí imágenes truculentas, cadáveres amontonados, esqueletos, objetos o indumentarias, como en otras realizaciones, destinadas a conmover el siempre dispuesto ánimo sentimental o la lágrima fácil de nuestra virtuosa conciencia. Verán la soledad aterradora de los campos de exterminio tal como son hoy, las vías abandonadas que penetrabann hasta el corazón del campo para depositar su lúgubre carga, no escucharán música alguna que edulcore el espanto, únicamente los sonidos naturales que los micrófonos de ambientación recogen, como el viento, el agua o la lluvia. Lanzmann entrevista con increíble habilidad y sabiduría a testigos de toda índole dando su personal testimonio. Víctimas, verdugos, cómplices y pobladores polacos de distinas aldeas, gente buena y sencilla del campo que veía cómo cada día desaparecían judíos de sus casas, cómo se los llevaban en camiones, a hombres, mujeres, niños, cómo percibían el ácido olor de la carne quemada y podían advertir gigantescas columnas de humo negro, y callaban. No sabíamos, no podíamos imaginarnos algo así, confiesan, pero coincidentemente, mientras tanto, ocupaban sus casas, sus tierras y se apoderaban de sus bienes. Sí, gente buena y sencilla del campo. La reserva más pura, la esencia misma del pueblo polaco.
Búsquenla, consíganla como sea, bien en youtube, en alguna web, en Amazon o cómprenla en un comercio especializado, pero no se la pierdan, vale la pena. De paso reflexionen como protagonistas, no como espectadores. Pudimos ser nosotros mismos. Esas personas no eran diferentes, eran seres humanos, como nosotros, con los mismos anhelos y preocupaciones. Nos ayudará también a entender mejor el pensamiento, tan ferozmente vilipendiado en su momento por unos y otros, de esa extraordinaria, lúcida y prodigiosa inteligencia que fue Hannah Arendt.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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