Promises

En cualquier caso, la situación de injusticia a la que se ve subyugado el pueblo palestino resulta abrumadora y escandalosa: aldeas destruidas o saqueadas por los colonos, tanques y soldados que prohíben el paso de los palestinos de un lugar a otro de la frontera, niños israelíes que desde pequeños son adoctrinados para odiar a los árabes y justificar las constantes violaciones a los derechos humanos más básicos, etc. La película muestra una constante lucha de David contra Goliat, de piedras contra rifles y tanques. Si ya de por sí el mero hecho de expulsar a las familias de sus casas y sus campos resulta execrable, todavía escandaliza más ver el trato que dispensan los soldados israelíes a ancianas y niños palestinos, especialmente en los puestos fronterizos. Historias como la del padre de Sanabel, encarcelado sin juicio alguno, dan mucho que pensar sobre un Estado que presume de moderno y defensor de las libertades y derechos, pero que en la práctica los viola día tras día y de forma completamente impune. Hablando de modernidad, resulta cuando menos curioso que los argumentos empleados por los niños israelíes, sobre todo los hijos de colonos, para justificar su presencia en tierra palestina no sean otros que la mitología y las leyendas escritas en un libro hace cientos de años.
Sin embargo, como bien se defiende en el documental, los juicios maniqueos no llevan a ninguna solución. Para acabar con el conflicto latente entre palestinos e israelíes no podemos caer en el ingenuo error de considerar a unos “buenos” y a otros “malos”, aunque dependiendo de nuestro punto de vista unos puedan tener más razón que otros. El verdadero obstáculo para la paz es el extremismo y el radicalismo. Estas dos tendencias han provocado a lo largo de la historia decenas de guerras, masacres y genocidios. Precisamente Israel surgió como resultado de una de las peores catástrofes humanas de la historia. Por ello, resulta llamativo que se estén aplicando en Israel las mismas leyes de discriminación y segregación racial de la Alemania nacionalsocialista y que tanto dolor y sufrimiento causaron al pueblo judío, entre otros.
El documental ofrece una solución al problema un tanto inocente, puede que utópica, pero sin duda muy interesante: dejar que los unos conozcan a los otros, derribar los muros y las fronteras e ignorar los demagógicos e hipócritas discursos de los políticos. Los niños pueden ser la clave del asunto, pues todavía no han tenido tiempo suficiente para llenar sus mentes de prejuicios y cerrarse en banda a otras ideas y culturas, como con frecuencia hacen los adultos. También es cierto que hablar desde lejos es fácil; no sé cómo reaccionaría si mi familia hubiera sido asesinada en un bombardeo israelí o en un ataque suicida palestino. A veces tendemos a sentar cátedra sobre temas de los que no sabemos tanto como creemos e ignoramos una realidad emocional propia de cada una de sus víctimas y que les hace ver las cosas de otra manera. Ahí precisamente reside la importancia de rechazar la violencia como medio para lograr la paz. Sólo cuando nos sintamos seguros, podremos sentarnos a dialogar y contrastar puntos de vista. Claro que para ello es preciso estar dispuesto a dar la mano al que hasta ahora considerabas tu enemigo, tal y como hicieron los niños de “Promesas”.