Mátalos suavemente

Película sublime, con unos diálogos inteligentes y con una ironía social de trasfondo dulcemente humorística. El argumento no es novedoso, pero el desarrollo y la puesta en escena son notables.
Brad Pitt enorme, pero amigo, cuando el señor James Gandolfini salta a escena te devora por los cuatro costados.
En resumen, película para disfrutar y echarse unas risas malévolas.

Todos los elementos coinciden armónicamente creando un ambiente negro, sórdido y miserable. Los personajes coinciden en cosas en común; Son intensamente creíbles, no albergan esperanza ni los mueve ni por un segundo el interés en alguien que no sea en sí mismos, el fuerte de la obra es la construcción bien cimentada de estos personajes. Además es una historia bien contada con escenas de violencia que te hacen saltar del sillón tanto por el sentido violento como por los recursos artísticos de cada escena. En contra una trama muy predecible y un final que no logra llenar las expectativas ni explicar del todo el porqué del juego político que introduce el director en toda la película.

Su fotografía e iluminación son impecables, pero mas allá de eso Andrew Dominik intenta vendernos una historia simple, superficial, y poco original como una historia intrincada, profunda y reflexiva.
Dominik cree que por meter critica social en cada personaje (tan obvia y redundante que pierde el sentido), y un par de metáforas visuales, ya ha cocinado un gran filme. De esta forma se pierde en los detalles y se olvida de la trama.
No por meter largos diálogos y escenas de ultraviolencia va a convencer al publico de que es el nuevo Tarantino.

Excelente película donde Brad Pitt recupera el terreno que había perdido en Moneyball, unos de los filmes más estúpidos de este principio de siglo. Los diálogos son imperdibles. La recomiendo totalmente!

Buenos planos, buenos personajes, muy buen sentido del ritmo, buenísima contextualización y maravillosa compañía.
Retrato de una América de hoy, y de una América de siempre. ¿Sólo retrato de América? Mmmm...
Muy buenos los momentos finales de Brad Pitt, donde queda explícita la dualidad que recorre toda la película: el discurso y la presencia permanente de la oratoria política contrasta con las frases finales del personaje. Realidad y ficción se confunden, y acaba sintiéndose como más cierta la película-ficción que la misma vida real. Muy, muy bueno, sí señor.