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La bóveda (The Vault)

Thriller. Terror Dos hermanas se ven obligadas a robar un banco para salvar a su hermano. Pero no se trata de un banco normal.
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Críticas 13
Críticas ordenadas por utilidad
4 de mayo de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es entretenida. Es una mezcla de atracos y terror, o atraco a un banco encantado. Se deja ver, y sobre todo porque es muy corta, apenas 1,25 h. Los actores cumplen y son creíbles. Muy bien la Esatwood. No tiene nada más que destacar. Para ver y olvidar al instante. No recomendable.
fernando mora lópez
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9 de mayo de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando leí el argumento de esta película enseguida me entraron muchas ganas de verla. Claro, tú lees y te imaginas por donde puede ir la cosa pero a veces te puedes equivocar... y vaya si me he equivocado!

Si puedo resumir en una palabra esta película sería bodrio, bazofia, birria... con b de basura. Aquí lo que hay también es una mezcla de batiburrillo (también con b de bodrio) de géneros y escenas de peli de sobremesa de tu cadena amiga. Es que como si hubieran metido un poco de aquí, un poco de allá, le ponemos esto y aquello y.. voilà! La película!

James Franco cada vez me gusta menos y encadena bodrio tras bodrio. Y las supuestas protagonistas... pues seguramente han sido recomendadas por alguien (la rubia por su papá Eastwood claro). No digo más.

No me ha gustado nada seguramente porque tenía puestas unas expectativas altas. Aunque no hay mucho que rascar tampoco.
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Marnur
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4 de enero de 2023
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La propuesta que Dan Bush nos pone sobre la mesa, diez años después del debut con su más conocida «The Signal» (2007), presentada en Sitges y con dos nominaciones, marca su vuelta a un cine de terror que ya en su primicia mezcló con otros subgéneros, y aquí claramente apuesta por una insólita hibridación del tópico de los gánsteres y asaltos a bancos, a mano armada, con el terror.

Por un lado, un tan arriesgado como innovador cruce que, en esencia, implica un plus de atractivo en las curiosas expectativas de un público no demasiado avezado a tal combinación (pero que ya hemos visto en «Don’t Breathe» (2016), o en la surafricana «From a House on Willow Street» (2016), y que podría sonar, de buenas a primeras, a lo que análogamente en cocina serían unos espaguetis con mermelada.

Sólo por lo atrevida (y, si me apuran, hasta insolente) que se antoja tal aleación ya merece la pena meter el hocico en el pase de la propuesta, aunque sea para catar el tan estrambótico como desconocido sabor de la receta. Especialmente, en unos tiempos en los que, a pesar de que todo ya está inventado en el cine, a pesar de que algunos sectores frikis hayan «inventado» (valga la redundancia) y adoctrinado al populacho sobre esta manida entelequia de la creatividad en un oficio en los que muchos repiten más que el ajo (como loros amaestrados muchos de ellos o ellas), que la industria del cine está falta de ideas; un mantra tan sobado por el que si no vemos a un equipo de dirección haciendo piruetas funámbulas en la cuerda floja en la que tenemos puesto al Séptimo Arte, ya no hallamos motivos para otorgar a su proyecto una buena reseña y/o calificación.

Dan Bush sigue la consigna de un trazado lineal del guion que coescribe con Conal Byrne; una estructura sobre la que intentará ejecutar sus equilibrios con majadera chapucería, siendo el producto final un ensamblaje carente de una estructura narrativa unida, coherente y de conjunto entre los dos tópicos básicos sobre los que se levanta. Obteniéndose una rara emulsión, de desigual y desequilibrada eficacia, que divide la película en dos hemisferios que andan al paso, cada uno a su bola, como dos subtramas independientes. Entre ellas, como tiritas de cinta adhesiva para juntarlas, se añade el drama de las relaciones socioafectivas entre los personajes protagonistas, cuyo entramado es como endeble puente de cuerdas que se tiende entre el «heist» y el «slasher».

El alegato de bajo presupuesto en muchos comentarios de los que he leído, así como la pretendida etiqueta de serie B que le acuñan no pocos, no son excusa para la falta de arte y pericia de Bush en intentar coser las dos claramente diferenciadas fracciones del metraje (temáticamente hablando), y dar consistencia a un «script» que pretende salvar los muebles como quien aparca un coche, abollando el de delante y el de atrás a base de golpes y empujones.

Por lo tanto, ni el mal removido brebaje en su coctelera, ni el pretendidamente sorpresivo giro final con el que se busca justificar el casi cameo de James Franco (cuyas efímeras apariciones en escena no van más allá de una etérea presencia sazonada de un monoexpresivo y fruncido rostro que recuerda a aquél, desencajado por el dolor de la úlcera estomacal, de Gary Cooper en sus últimas cintas), logran conducir el navío de Bush por encima del mero entretenimiento.

James Franco parece más una momia o una planta de la oficina bancaria, que no el subgerente de un banco. De él apenas recordaremos un mostacho bajo el cual se esconde su impasibilidad cual burladero en la plaza de toros, al estilo del expresidente José María Aznar.

Donde acierta más el cineasta, es en la introducción, y en la primera parte o acto, al que la primera desemboca directa al grano, con el grupo de atracadores tomando la sucursal bancaria después de una brevísima e intensa presentación del contexto; interpretados por Scott Haze, Francesca Eastwood (lo único bueno que vemos exhibir es el nombre del mítico padre de la actriz, caracterizada al estilo gamberro de Uma Thurman a lo «Kill Bill», y feorra de cojones) y Taring Manning (los hermanos Dillon, con los que poca diferencia guardan los hermanos Dalton de las animadas de «Lucky Luke»), y sus dos comparsas, encarnados por el ya fallecido Keith Loneker (Cyrus) y Michael Milford (Kramer).

Los motivos de este clan de delincuentes, que se tiran a dar el palo para echar una mano a Michael, el hermano que representa que tiene problemas financieros con prestamistas de los bajos fondos, aspiran a que una parte de la audiencia desarrolle sus procesos de identificación con los ladrones: a ello puede contribuir el que la consigna entre los malhechores sea la de que nadie de los posibles rehenes salga herido o muerto durante la perpetración del robo.

Aunque no se profundiza demasiado más sobre el qué y/o el cómo se ha juntado el hatajo de criminales, se hace patente que su desesperación por el dinero, también puede justificar la laguna narrativa del libreto, de que no se hayan tomado demasiadas molestias en investigar el historial de la oficina bancaria a la que deciden saltear; algo que confiere cierta inverosimilitud, pues se plantea, o por lo menos así se nos pinta, que el plan de los bandidos no carece de planificación, preparación y coordinación entre ellos. Lo cual resta coherencia y hace contradictorio el que unos asaltantes relativamente experimentados, o que como mínimo saben lo que tienen que hacer en esta situación para la que parece que se han ensayado un poco, no tengan ni idea de lo que les espera en el edificio.

El ritmo lento de la primera parte no ayuda a esclarecer la confusión que sigue el sustrato de la historia o los antecedentes de los atracadores (ni el de los empleados del banco), ni el desarrollo de los acontecimientos, una vez adentrados en la segunda sección, en la que éstos entrarán en contacto con lo sobrenatural. Hasta entonces, todo sigue el perfil de las antiguas películas de cine negro de los años 50,
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Jordirozsa
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