Y la vida continúa

El director iraní se adentra en el interior de los pueblos de su país, pero en este caso aprovechando la catástrofe natural de 1990. Pocas semanas después y con pueblos totalmente destrozados por perder su hogar y familia, Kiarostami deja Teherán y se va a rodar junto a un padre y su hijo para buscar a Babek Amappur. Este es el niño protagonista de su película de 1987, vivía en Koker, una de las zonas más afectadas por el terremoto.
Como siempre Kiarostami va sin un guión preestablecido, ya que Babek no sabe que van a verle, simplemente con la cámara en mano se dispone a rodar todo lo que ocurre a su alrededor.

Cuenta con un problema, muchas carreteras iranies están cortadas por el terremoto. Las principales zonas afectadas son las casas de Adobe y eso ocurre en las zonas más pobres, como la región de Koker.
Durante el recorrido en coche hasta la región vemos el contraste de paisajes, siempre enfocados desde el interior del coche, salvo dos momentos en que salen a orinar. Una vez en la región y aparcar el vehículo la fotografía cambia, pasando a enseñarnos unas imágenes con gran profundidad de campo.
La música en las películas de Kiarostami casi no existe, pero las tres veces e las que aparece son suficientes para evocarnos momentos de la vida de esa población devastada

Lo más importante que quiere enseñarnos Kiarostami son la forma de comportarse esas regiones frente a una catástrofe natural, como se ayudan y el ingenio tiene que salir a flote para solucionar todo el problema que les ha venido de repente. La película es como un documental post-terremoto de esas pequeñas regiones asiáticas.

Lee uno las críticas y le da hasta vergüenza opinar y quedar como el garrulo que no se entera de la misa la mitad.
Pero qué queréis que os diga, más que delicadezas anti dramáticas, sensibilidades humanas y el coche como metáfora de los espacios modernos en una sociedad alienada, yo veo una peli lenta, aburrida, plana, sin casi argumento y más pesada que cargar con Falete a cuestas.

El cine en el 92 no era el de ahora, eso lo entiende cualquiera. Si además lo transportas a Irán, con pocos medios técnicos y unas condiciones ínfimas para la creación artística, está claro que las limitaciones son muchas. Pero también se puede contar buenas historias con dos duros, si tienes una buena historia o sabes narrar, por supuesto. Aquí se pasan tres cuartos de hora de peli viendo a un señor con su hijo pasar controles y preguntar a la gente si está cortado o no el camino, que si cómo se va, que si saben el atajo. ¿Dónde está lo interesante de la narración? ¿Cuál es la metáfora escondida? ¿Dónde se halla el maná de la dimensión humana a la que nos eleva el director?

Lo mejor de la peli es que me dormí a medias y me ahorré parte del insufrible metraje. No puedo con este tío. Ni con los críticos que veis esta cosa como la quintaesencia del arte alternativo.

Me aburro, me duermo, me cabreo, me replanteo mi existencia, me siento culpable por el desperdicio de tiempo de ocio para al final aburrirme, dormirme, cabrearme y remover la metafísica de mi tedio. Esas son las fases por las que paso ante el cine de Kiarostami. Me he tragado dos, ya no pico más: A otro perro con ese hueso.