Amor y letras

Definitivamente parece que Josh Radnor (célebre protagonista de la exitosa serie “Cómo conocí a vuestra madre) tiene un serio problema con el tema de la edad. Si ya en su opera prima, la aclamada “HappyThankYouMorePlease”, se le veía el plumero de estar pasando por una profunda crisis de los 30, aquí se lanza totalmente al barro y sólo le falta echarse a llorar por irse acercando inexorablemente a los 40, que ya a estas alturas debe de haber cumplido con todo el dolor de su corazón.

En esta nueva entrega de su prolongada crisis de madurez el muchacho se nos enamora de una adolescente recién llegada a la Universidad con la que entabla una espesa relación epistolar de corte amoroso-intelectualoide de lo más repulsivo que imaginarse pueda.

El tema amoroso se sobreentiende por el éxtasis que ambos personajes reflejan en sus caras mientras leen con auténtica devoción cuasi religiosa las palabras del otro, pero en realidad hablar hablar sólo hablan de cosas de elevada altura intelectual. Para que os hagáis una vaga idea, sería algo así:

- Te gusta la música clásica? A mí me encanta, soy una auténtica apasionada. Te pasaré unos cuantos de mis discos favoritos.

- Oh, cielossss, escuchando a Mozart la gente parece mucho más guapa, todo se embellece alrededor. Voy caminando y las personas con las que me cruzo se asemejan a ángeles.

- Y qué opinas de Dostoyevski? No te parece el más grande escritor de todos los tiempos, el que más lejos ha llegado en el estudio de la complejidad intrínseca del alma humana?

- Pues sí, me lo parece. Su profundo análisis de la psique atormentada del hombre no tiene parangón con ningún otro en la historia de la literatura universal.

- Para mí refleja perfectamente lo que más tarde sería el concepto freudiano de la pulsión sexual que se relaciona íntimamente con la violencia estructural e innata del ser pensante, no lo crees así?

Y así cartas y cartas y más cartas. Y entre tanto vaivén epistolar el pene de él adquiriendo proporciones peligrosamente priapísticas y la chirla de ella chapoteando alegremente bajo sus braguitas blancas de algodón.

El momento culminante de este apasionado intercambio llega cuando ella lo invita a él al campus y él descubre en la habitación de ella que se ha leído la trilogía completa de la saga “Crepúsculo”, y claro, entra inmediatamente en estado de shock. Qué pasa aquí? Ha sido vilmente engañado por la aparentemente ingenua moza?

Total, que él le pide explicaciones, y ella se justifica diciendo que hay que leer de todo. Y le reta a él a leer la trilogía para poder opinar con conocimiento de causa, a lo que él, herido en su orgullo de hombre de letras justo y ecuánime, acepta y termina encerrándose con los tres tomos. Y ahí es donde di por terminada la tortura dostoyevskiana esta y decidí pasarme una vez más al debate del Gran Hermano VIP, al que ya me he enganchado totalmente por obra y gracia de los bodriazos que me meto a ver últimamente. Y en los intermedios me puse a leer el "Pronto". Hala, toma Mozart y Dostoyevski!

De todos los nuevos valores de la comedia norteamericana Radnor es el más alleniano de su generación. En Amor y letras se ha rodeado de grandes actores y defiende un guion tan original como tradicional (porque el amor es el eterno tema de todas las expresiones artísticas de todos los tiempos). El film funciona casi en su totalidad como una bocanada de aire fresco a un género amanerado por imposición comercial, algo que el propio film critica y parodia con su broma a la saga Crepúsculo. Tiene muchos temas interesantes, algún chiste bueno y una inmensa Elizabeth Olsen reafirmando el temple dramático y la luminosidad que ya demostró en Martha Marcy May Marlene. El problema es que Radnor todavía no es Allen y la película carece de cohesión: sus personajes secundarios son tan interesantes que el espectador añora que el director no los desarrolle como es debido. El cine romántico compite en otra liga, casi siempre superior, desde que los narradores son los empollones de la clase, los eternos rechazados o los pensadores más tímidos. Amor y letras pudo haber sido la comedia de temporada que llega a la terna del Oscar al mejor libreto original. Poco le ha faltado.

@Xavicinoscar, Cinoscar & Rarities
http://cachecine.blogspot.com

Presenta “Amor y letras” ese tono gafapasta, pseudointelectualoide y cargante que caracteriza buena parte de las actuales comedias del denominado cine indie norteamericano (siempre hay honrosísimas excepciones que confirman la regla, léase "500 días juntos"). El personaje al que da vida Josh Radnor en la cinta demuestra habérselo leído todo en esta vida, y el propio director parece haberse aprendido de memoria el manual de cómo fabricar la perfecta comedia indie. Esta es su segunda película tras la aséptica “HappyThankyoumoreplease” de 2010, y el director nos presenta un poco más de lo mismo: los mismos tics, los mismos estereotipos. De nuevo es Radnor abriendo el libro de los tópicos.

Aquí tenemos al típico treintañero enrollao, culto, leído con buena labia y mejor percha, con cierto aire por cierto al chico que presenta con Wyoming “El intermedio”, pero con infinita menos gracia. En una de sus visitas a su antigua universidad para asistir a la conferencia de un viejo profesor amigo suyo – pobre Richard Jenkins, qué desaprovechado su personaje- el muchacho conoce a una estudiante,a la que saca dieciséis años, pero que resulta ser mucho más madura de lo que representa su edad. Entre los dos surge eso que podríamos llamar amor platónico; hablan de Lord Byron, de Blake, de Beethoven, se dan abrazos y besitos en la frente, y hasta ahí puedo leer, que luego vienen los problemas de conciencia. Al final se descubre que no, que no es que la chica fuese muy madura para su edad, era que el otro tenía un complejo de Peter Pan que echaba para atrás; resulta que a ella en realidad lo que le molaban eran las novelas de vampiros, que lo de Blake y lord Byron era solo para tirarse el moco, y que lo único que quería con el chico era tirárselo - ¿hemos dicho ya que se parecía al chaval de “El intermedio”?

En “Amor y letras” los personajes hablan y hablan sin parar, sin que nada de lo que digan tenga el menor interés. Hubiese sido mejor haberse centrado en algunos de los personajes secundarios como el ya mencionado de Jenkins o el de la profesora de literatura romántica, sacarles más jugo o darles directamente la película a ellos. Se ve que el director está más interesado en las vacías y aburridas chácharas de los otros dos. Radnor sigue anclado en sus historias de treintañeros perdidos y rallados, ya se sabe, cosas de la edad. Mi pregunta es ¿qué hará este tipo cuando cumpla los cuarenta?

Josh Radnor nos presenta su segunda película, un proyecto que rezuma un aire a Woody Allen, como ya se ha comentado, excepto por un pequeño detalle: que no es Allen.

La idea de fondo, muchas veces vista, de un profesor universitario que se enamora de una joven estudiante de 19 años, resulta tan idealizadamente atractiva como poco estimulante si posteriormente no se desarrolla con una cierta elegancia. Radnor consigue destellos de esa elegancia por momentos, que no son más que ráfagas que se difuminan en una pedantería digna de un genio, con la particularidad de que estamos ante un director con una calidad limitada y que como actor es más digno de un culebrón que de las mejores tramas del cine de relevancia.

La repetida sensación de que Allen se nos va la confirma él mismo en cada película, donde lleva años buscando, inevitablemente, a su sucesor, algo que no consigue. Bien podría el genio neoyorquino probar con un Radnor que parece eclipsado por Allen, y que se vale de su influencia para hacer un cine al que le falta una buena ejecución y un guión más poderoso. Es posible que una confluencia de ambos talentos consiguiera algo más. De momento, Radnor se queda con un proyecto a medio gas con más voluntad que talento, y naufraga profundamente a la hora de conseguir darle más relevancia intelectual a escenas en las que no procede y que, sobre todo, no consigue. Por tanto, la película se queda en un intento de proporcionar al espectador una profundidad que no consigue más que a ratos muy contados, y no consigue algo básico: dar una sensación fuerte de credibilidad y eliminar al espectador la sensación de que todo lo que está viendo es falso.

En definitiva, necesita mejorar en septiembre.

Hay que decir que el film en sí posee cierta verdad. Refleja las dudas y preocupaciones de mucha gente de treinta, entre los que obviamente se encuentra él. Hay reflexión con sentido. Tal vez no mucha, pero la hay.

Sin embargo, le pierde la blandura; intentar ser suave, agradable, alleniano, romántico. En el fondo, todo el mundo es bueno, solo que está confundido. La gente logra lazos significativos y conecta de maneras significativas en lapsos de tiempo reducidos.

También hay aspectos ingenuamente pedantes como esa tendencia a lo largo del metraje a hablar de libros y música clásica sin cesar (ojo, servidor defiende la cultura). Pero queda en agua de borrajas, pues bajo ese aura de cómoda amabilidad subyace una falsedad arquetípica: los personajes no son personas reales. Son material de manual. Clichés a ratos. Lo cual, en mi humilde opinión, desvela una falta de hondura real en la historia.