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Candilejas

Drama. Romance Un viejo payaso (Charles Chaplin), después de evitar el suicidio de una joven bailarina (Claire Bloom), no sólo la cuida, sino que, además, se ocupa de enseñarle todo lo que sabe sobre el mundo del teatro para hacerla triunfar. Último y melancólico film americano de Chaplin. (FILMAFFINITY)
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Críticas 95
Críticas ordenadas por utilidad
24 de mayo de 2010
28 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos legendarios mimos, iconos de la comedia del cine de todos los tiempos se dan cita en esta inolvidable producción con un tema que se haría clásico como lo es “Candilejas”.
“Ríe payaso, ríe” parece decir el eslogan para un actor como Chaplin, que siempre fue a la búsqueda del amor, a la búsqueda de si mismo. Y sus pensamientos parecen que casi lo logaran. Pero para un genio, solo le queda dejarnos sus imágenes cobijadas por la música, y caer en una nostalgia, que el cine hace perdurable:

Cuando me amé de verdad comprendí que en cualquier
circunstancia, yo estaba en el lugar correcto, en la hora
correcta y en el momento exacto y entonces, pude relajarme.

Hoy sé que eso tiene un nombre…”Autoestima”

Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y
mi sufrimiento emocional, no es sino una señal de que voy
contra mis propias verdades.

Hoy sé que eso es…”Autenticidad”

Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera
diferente y comencé a ver todo lo que acontece y que contribuye a
mi crecimiento.

Hoy eso se llama…”Madurez”

Cuando me amé de verdad, comencé a percibir como es
ofensivo tratar de forzar alguna situación, o persona, solo
para realizar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el
momento o la persona no está preparada, inclusive yo mismo.

Hoy sé que el nombre de eso es…”RESPETO”

Cuando me amé de verdad, comencé a librarme de todo lo que
no fuese saludable…, personas, situaciones, todo y cualquier cosa
que me empujara hacia abajo. De inicio mi razón llamó esa actitud
egoísmo.

Hoy se llama…”Amor Propio”

Cuando me amé de verdad, dejé de temer al tiempo libre y desistí
de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro.
Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero
y a mi propio ritmo.

Hoy sé que eso es…”Simplicidad”

Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y
con eso, erré menos veces.

Hoy descubrí que eso es la…”Humildad”

Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y
preocuparme por el futuro. Ahora, me mantengo en el presente, que es
donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez.

Y eso se llama…”Plenitud”

Cuando me amé de verdad, percibí que mi mente puede atormentarme y
decepcionarme. Pero cuando yo la coloco al servicio de mi corazón, ella
tiene una gran y valiosa aliada.

Todo eso es…”Saber Vivir”

No debemos tener miedo de confrontarnos, hasta los planetas chocan
y del caos nacen muchas estrellas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
RAMON ROCEL
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2 de marzo de 2011
26 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando un cineasta tiene en su haber peliculones como “Luces de la ciudad”, “Tiempos modernos” o “El gran dictador” no debería extrañarnos ni un pelo que la crítica se empecine, irremisiblemente, en adjudicarle alguna que otra obra menor. Y más teniendo en cuenta que monstruos de la talla de Ford, Hitchcock o Wilder, por ejemplo, tienen —de ésas— más de una, de dos… y de tres, incluso.

La cuestión, sin embargo, es que a mi —personalmente— no me parece que “Candilejas” tenga nada de obra menor. En absoluto. Y no porque me considere un chapliniano experto, precisamente. “Candilejas” no es una obra menor porque de menor no tiene nada. Así de sencillo. Empezando por su propia estructura narrativa (dura más de dos horas y la ves en un plis), continuando por su propio trasfondo metafórico (la más triste y hermosa oda al fracaso que he visto en mi vida) y acabando por su propio contingente íntimo y personal. Como dicen por ahí: Chaplin visto por el propio Chaplin. Más puro, auténtico y genuino, imposible.

La separa del diez, eso sí, cierta obsesión por subrayar o remarcar mediante los diálogos (excelentes, por cierto) una serie de ideas sobre el mundo del espectáculo que el propio personaje interpretado por Chaplin, Calvero, nos transmite paralelamente a través de sus propios gestos y, sobre todo, de sus propias miradas. Algo que, sin lugar a dudas, me parece redundante y paradójico tratándose, precisamente, de Chaplin. Su tan cacareado sentimentalismo, en cambio, no me molesta para nada. Todo lo contrario. Quizás porque, en el fondo, soy un sentimental.
Taylor
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2 de diciembre de 2008
28 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El público, esa muchedumbre, ese monstruo sin cabeza.”

Una desmemoriada sociedad estadounidense recibió con frialdad la última obra chaplinesca por aquellas tierras. Una oda a la vida de uno de los mayores genios del cine. Cada pincelada de la obra del cineasta tiene cabida en esta nostálgica visión sobre el crepúsculo de un artista, que en tiempos fue venerado como el que más, pero que en la actualidad no es más que una sombra, un nombre.

Es cierto que no vemos a un personaje, vemos a Chaplin, y por momentos a Charlotte. ¿pero quién es capaz de discernir cuál es realidad y cual ficción…?

Charles Chaplin es único en crear una felicidad desde el inicio hasta el fin. Un sentimiento universal. Hasta en una drama tan mayúsculo como este no pude dejar de sonreír. Porque tiene ese don, el don de transmitir esa felicidad, incluso aunque no quieras ser partícipe de ella.


Te invita a vivir.
Dargor
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9 de junio de 2009
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un anciano, de nombre Calvero, llega borracho al humilde hostal en donde reside, el único que su economía puede permitirse. Sus andares desgarbados nos son familiares, nos recuerdan a un viejo amigo, flacucho y vivaracho, que pegado a su bastón y su bombín nos hacía partirnos de la risa y, a veces, cuando menos lo esperábamos, llorar sin saber qué era lo que provocaba nuestro amargo llanto.

El destino hace que en la vida del tal Calvero, el que nos recuerda a nuestro amigo, se cruce un alma perdida en forma de bailarina superada por las circunstancias. El anciano se vuelca en mimarla, en animarla para que vuelva a cogerle apego a la vida. Lo hace con el mismo amor y dedicación que lo haría ese amigo perdido en el recuerdo, con la salvedad de que Calvero utiliza las palabras y a nuestro conocido, el de los pantalones raídos y los zapatos grandes, le bastaba con una rosa y un gesto para sacar una sonrisa del alma más castigada.
El anciano, cómico de profesión y filósofo de afición, también sabe hacerla reír, pero no basta con una carcajada para levantarla del lecho. “Piense en el poder que encierra el universo, que está en las plantas, en el sol, en las estrellas. Y usted que tiene dentro ese poder ¿Va a despreciarlo?”
Las palabras de Calvero calan en el corazón de la joven, que vuelve al camino de la vida por su propio pie. Pero mientras una sube, el otro baja. El público ya no se ríe con los números cómicos del anciano, han perdido la frescura de antaño. Los únicos que aguantan su espectáculo hasta el final son los que se han quedado traspuestos en sus butacas.
- ¿Cuando dejé de hacer gracia? -se pregunta Calvero- “La gente es un monstruo sin cabeza. Nunca se sabe hacia donde irá. Pude ser aguijoneada en cualquier dirección”

La joven bailarina se empeña en ayudar a su salvador, del que cree estar perdidamente enamorada. Calvero sabe que se trata de un amor platónico, y huye para que ella pueda continuar con su vida. Vuelve a la calle, al rol de artista ambulante, de cómico por la voluntad. Allí encuentra la paz que buscaba:“esto de trabajar por las calles tiene su encanto. Tal vez sea por el vagabundo que todos llevamos dentro” ¡El vagabundo! ¡Charlot!. Nosotros recordamos a nuestro entrañable amigo a la vez que Calvero, justo a tiempo para un último espectáculo, el final de todo un icono del siglo XX.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Favio Rossini
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14 de septiembre de 2008
20 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Londres, 1914. Calvero, una vez gran cómico del teatro, se dirige borracho a su vieja casa. Cuando llega, un desagradable olor le hace reaccionar de repente. No proviene de sus zapatos, como piensa en un principio, si no que se trata de un olor a gas, que parece venir de detrás de una puerta cerrada con llave. Calvero consigue entrar y encuentra a Terry inconsciente. Lleva a la joven a su apartamento del ático y la reanima, le pregunta entonces por qué quiere suicidarse. La muchacha explica que siempre había soñado con convertirse en una gran bailarina, pero que sus piernas están paralizadas. Calvero jura conseguir suficiente dinero para ayudar a la joven. Vuelve a los escenarios, donde su anticuado número es recibido con oleadas de silencio. Ahora es el turno de Terry de animar a Calvero a seguir viviendo y, entretanto, ésta recobra la movilidad de sus piernas. Contratada por el cuerpo de baile del Empire Theatre, Terry logra que el director contrate a Calvero. El empresario no reconoce al famoso cómico por el disfraz de payaso y lo despide.
El gran dictador es la sátira más genial de la historia del cine. Tiempos modernos es desternillante y certera. Luces de la ciudad es una poesía bellísima. El chico, un prodigio de ternura. Casi toda la obra de Chaplin es maestra. Y Candilejas... Es la que yo elijo, quizá porque es melancólica como yo. Candilejas habla de la vejez, de la vida, del amor... del artista. Un testamento de toda una vida.
Pobre Calvero. Ha sido famoso, pero está en decadencia. Mejor dicho, está en las últimas. No tiene ocupación en esta vida. Y sin embargo, enamorado de Terry, encuentra una razón para dejar de ser un fracasado. Sabe que no es para él, pero no le importa. La protege y alienta hasta que Terry alcanza el éxito, mientras que a él no le queda otra que unirse a unos músicos callejeros y tocar con ellos a la puerta de los bares. Una despedida subconsciente del cine americano. Y vaya canto de vida, basta con oír el primer discurso de Calvero.
Charles Chaplin, rey de la comedia y del gag, se despide de la razón de su vida con una amargura y un melodramatismo que pocas veces han llegado a ser tan bellos. Tristeza, melancolía o risas y alegría. Nostalgia a los artistas que alegran la vida y la llenan de color. Chaplin habla más que nunca y nos deleita con la maravillosa partitura del propio Chaplin, Raymond Rasch y Larry Russell.

Al final Calvero triunfa, con Buster Keaton. La vida fue puro teatro.

"Entre candilejas te adoré
entre candilejas yo te amé
la felicidad que diste a mi vivir
se fue;
no volverá, nunca jamás
lo sé muy bien."
(José Augusto)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Naran
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