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El pecado de Cluny Brown

Comedia Unos días antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), a Cluny (Jones), una joven apasionada de la fontanería, la envía su tío a servir como criada en una rica mansión inglesa. La vida como sirvienta es dura, pero sus días los alegra un refugiado checo (Boyer), invitado de los dueños de la mansión, que ha huido del nazismo. Ambos se identifican como "almas desplazadas", pero ella no quiere nada romántico con su agradable nuevo amigo. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 25
Críticas ordenadas por utilidad
11 de noviembre de 2014
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ernst Lubitsch no pudo dejarnos mejor testamento que esta memorable película, última realizada enteramente. Aunque se encuentra en ella, intacto, todo el universo creado por el cineasta hasta entonces, se percibe también aquí, en mi opinión, bajo la superficie habitual de su maestría, una vena más crítica, oscura y pesimista. Hasta entonces, Lubitsch nunca había mostrado una clase dominante tan rígida, estúpida e ignorante, una pequeña burguesía tan mezquina y biempensante, criados y proletarios prestos a indignarse en las confrontaciones de quien amenaza el orden de un mundo subdividido en calases, donde cada uno debe limitarse al puesto asignado. En el fondo una reflexión sobre la condición humana y los propis mecanismos de la comedia.

El tema inspirado en la novela de Margery Sharp, recrea esa sociedad convencida de que cada uno debe tener un papel inmutable y la disonante presencia de dos amables “desplazados”, dos personajes fuera de lugar que con su conducta ponen en crisis el rancio convencionalismo. Uno es Adam Belinski (Charles Boyer), un intelectual bohemio que ha huido de la Europa de Hitler, y es acogido por los jóvenes comprometidos de la buena sociedad inglesa como un héroe antifascista, que se comporta con irónico desencanto y talento oportunista como refugiado político. La otra es la adorable Cluny Brown (Jennifer Jones), impetuosa proletaria, sobrina de un fontanero, dispuesta a subirse las mangas y bajarse “descaradamente” las medias hasta los tobillos para golpear con la llave inglesa las tuberías atascadas, como podría también aplicarse como metáfora, a un ámbito sexual.

Una huérfana, a la que su tío la envía como criada a una familia noble, para que encuentre lo antes posible su lugar en el mundo. Condicionada hasta el punto que será novia de un mediocre farmacéutico, presa de sus prejuicios en un mundo asfixiante que le augura una mediocre existencia. En cierto sentido, Lubitsch se podría identificar con Belinski, reflejando la mirada del cineasta alemán en un país extranjero, culto y desencantado como él, dispuesto a introducir su arte. También podría funcionar como demiurgo solventando rigideces sociales y de conducta: primero favorece el matrimonio de unos jóvenes enamorados que les cuesta decidirse y luego ayuda a Cluny Brown a declinar una vida sórdida y desgraciada. Porque ambos no rechazan los placeres de la vida, una habitación en el Ritz o una velada en un salón de té.

Sembrada de diálogos ingenios y mordaces, como siempre, con doble sentido, los continuos equívocos y su habitual elegancia, Lubisch una vez más, se postula como el maestro de la alta comedia. En su puesta en escena hay una participación activa del espectador, que no sólo debe pensar en lo que está diciendo el film sino cómo se lo está diciendo y por qué. Y una de las películas en que dicha filosofía es más evidente es “El pecado de Cluny Brown”, rodada en su época de madurez artística, y que su fallecimiento en 1947 truncó. En ella se articula claramente su concepto del cine, donde nunca faltó la ironía y el sarcasmo.
Antonio Morales
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6 de noviembre de 2011
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Amante del cine, pero ni mucho menos erudito ni de vastos conocimientos. Primera crítica que envío. Admirador de "To be or not to be" desde no sé cuantos años, pero desconocedor del resto de la obra de Lubitsch. He visto ahora "El pecado de Cluny Brown". No tengo ganas de hacer una crítica sesuda y con afán de dar en la diana y no dejarme nada atrás. Sólo me apetece sacar a relucir un pensamiento que quedó en mi cerebro y en mi corazón tras verla. He imaginado la persona de Lubitsch sin documentación alguna. No insistiré en su "toque", en su genialidad, en su fina ironía, en todo eso que se sabe. Lo que me imagino es a un hombre que, sin pretensiones de dejar huella, no pretende quebrarse la cabeza para componer todo el engranaje, la maquinaria y el ser vivo que constituirá la película que se propone hacer. Me da por imaginar que alguien le da una idea algo vaga, sin argumento muy definido, sin mensaje, sin pretensiones, algo así como una nube fugaz que pasó por su cerebro, que se pobló de personajes, diálogos y escenas sueltas, y quería alguien "profesional", alguien con oficio que lo transformara en película.
Con esas premisas humildes, imagino a un Lubitsch que no tenía otra ocupación que hacer películas, porque nació con ese designio. Y algo fundamental: nació también con una varita mágica. El pecado de Cluny Brown es difícil de definir en su esencia. Es una historia de muchas historias, de muchos personajes y de no se sabe qué leit motiv lleva para realizarse. Pero las varitas mágicas son eso, mágicas. Lubitsch reunió un montón de elementos que alguien (tal vez él mismo), le entregó, lo desarrolló, lo ordenó, inventó, añadió, reunió... todo eso que estaba volando en torno suyo, y sin esfuerzo, con su varita mágica, de un toque sin esfuerzo, realizó una película con sencillez, y con todo aquello que llevaba dentro por obra y gracia de esa suerte que recae en los genios sin que ellos se esfuercen. Y así nació la película. Fluye como un arroyo en una primavera llena de agua, brotan a cada segundo pequeños milagros de diálogos, apreciación de los seres humanos, de las clases sociales, de la historia (de la historia que en esos momentos se desarrollaba, no la digerida que da tiempo a interpretarla con distancia !), de la alegría de vivir, de la rigidez en la vida, de la torpeza, de la inteligencia, del absurdo y sin embargo con sentido, del sentido de la vida tantas veces casi absurdo...
El pecado de Cluny Brown es una película de la que cuesta decir de qué trata y qué cuenta. Porque apenas cuenta nada, porque toca historias detrás de las historias que cuenta, que no se ven pero se sienten, que hace reir sin saber exactamente por qué... y todo sin esfuerzo.
Dios mío, qué suerte para la humanidad que haya quienes nacen con la varita mágica. ¿Y para ellos? ¿es también una suerte?... probablemente no saben que la poseen. Creo que simplemente ejercen su oficio, para que los demás nos nutramos de su riqueza y de su genio.
gombrowicz
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3 de enero de 2010
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no fuera de las favoritas del director, en mi opinión, es de las que mejor han envejecido. Sus diálogos y, sobretodo sus secundarios son lo más destacable. Todos recordamos películas donde determinados secundarios destacan muy por encima de su importancia argumental (el borrachín de Río Bravo, Mammy en Lo que el viento se llevó...)
El pecado de Cluny Brown está lleno de ellos: El mayordomo, Sir Henry, el ama de llaves y sobretodo el boticario (Richard Haydn).
Quizás solo entusiasme a aquellos que prefieran "dar de comer ardillas a las nueces" en lugar de lo contrario.
cesart
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25 de junio de 2014
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la primera ocasión en que se conocen, el escritor checo refugiado, Adam Belinski, y la joven huérfana Cluny Brown, quien se alegra de la posibilidad de hacer las veces de fontanera, profesión que aprendió al lado de su tío Arn, se produce un magnífico (y aparentemente enrevesado) diálogo, que sienta la base sobre la que se ha estructurado la historia de esta encantadora película. Esto es parte de lo que se dice:

Belinski: ¿Por qué pensaste que estabas fuera de lugar?
Cluny: ¡Oh, yo no creía que lo estaba! Es el tío Arn quien siempre me lo dice: "Cluny Brown, tú no conoces tu lugar. Debes aprender cuál es tu lugar".
Belinski: ¿Dónde cree el tío Arn que está tu lugar?
Cluny: Él nunca lo ha dicho.
Belinski: Porque no lo sabe. Nadie puede decir dónde está tu lugar. Te diré dónde está: Donde quiera que te sientas feliz, ese es tu lugar, pues la felicidad no es más que una forma personal de ajustarse al ambiente. Cada uno es su único juez. Hay personas a quienes les agrada echarles nueces a las ardillas. Pero si hay personas a las que hace felices echar ardillas a las nueces ¿quién soy yo para decir que es una locura alimentar a las ardillas?

En nuestra sociedad, hay gente que todavía piensa que hay lugares exclusivos para ciertas personas y otros lugares para otras. Y para conseguir que esto se haga efectivo, segregan, establecen reglas y condiciones discriminatorias, rechazan, humillan… y hasta ultrajan. Ocurre aún en muchísimas sociedades, y lo más curioso es que la gente que se cree mejor y se apropia de los mayores privilegios, bien analizada, casi siempre resulta que es la peor y la mayor causa de vergüenza para la humanidad entera.

Con magníficos toques de comedia en el mejor estilo Lubitsch; con una sutileza colmada de agudos y provocadores detalles para definir a la llamada clase aristocrática; y con un cáustico pero preciso sentido del humor, el director alemán muy bien posicionado en Hollywood, logra el que sería su último gran éxito, concluido con gran dificultad ya que la angina de pecho que venía, desde hace rato, minando su salud, lo tuvo varios días por fuera del rodaje. Pero logró terminarlo… e incluso iniciaría otro filme, “That Lady in Ermine”, que terminaría en manos de Otto Preminger, porque su corazón se pararía definitivamente, el 30 de noviembre de 1947, a la edad de 55 años.

“EL PECADO DE CLUNY BROWN” tiene magníficas interpretaciones de su reparto en pleno, goza de un ambiente fresco, revelador y relajante, y parafraseando a Shakespeare, -citado también dentro de la historia-, ofrece una clemencia con las ligerezas humanas, que se compara a ese luminoso rocío que, en ocasiones, nos proporciona la primavera.

Para mi gusto, la mejor actuación que le he visto a Jennifer Jones, sin necesidad de acudir a las marcadas y provocativas curvas de su cuerpo. En cambio, puede no ser la mejor actuación de Helen Walker, pero es donde mejor han quedado plasmadas sus imponentes curvas. ¡Sentí una sed!

Esto es lo que podría llamarse una deliciosa comedia en sol mayor.
Luis Guillermo Cardona
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12 de enero de 2012
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
...cuando el guión era el elemento esencial en una pelicula, y directores como Lubitsh se esmeraban en conseguir a unos actores que llevasen a cabo ese guión tan, tan perfectamente que salía una obra de arte. Pues eso, no puedo decir otra cosa de esta maravilla, solo que mejor verla en versión original ya que los estilos interpretativos de cada actor son sencillamente geniales.
MER
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