Dos hombres en la ciudad

Vaya por delante que esta película difiere de cacamierdas anti pena de muerte tipo Dead Man Walking en que Giovanni habla desde la experiencia del que se ha visto condenado a la guillotina y salvado de pura casualidad en el último instante, mientras que la de Tim Robbins trata un poco de lo que se imagina el buen hombre desde la tranquilidad del hogar cómo debe ser la movida. Aquí no hay ese mierda de la fé en momentos complicados y apelaciones a la llorera, qué va, lo que vemos en todo momento es una injusticia tras otra y lo que el espectador siente es rabia y mala sangre. Esto no va de reconstruir los hechos pretéritos para evitar un futuro –la inyección letal, silla eléctrica o lo que fuere- que garantice el libre desarrollo de un presente con continuidad, para nada; aquí tenemos a Alain Delon saliendo en libertad tutelada por Jean Gabin mientras se dispone a iniciar un nuevo tipo de vida habiendo ya saldado su castigo y deuda con la justicia. Un punto de partida muy similar a Straight Time –de nuevo otro punto de convergencia entre Eddie Bunker y José, ya que novela y guión de dicha película fueron obra del primero- y que se mantiene en línea durante gran parte de los aconteceres hasta que interviene el elemento que ni cree en la reinserción ni permitirá que se dé bajo ningún concepto, aquí bajo la forma de inspector policial especialmente hijo de puta (y en la de Dustin Hoffman con la apariencia de oficial de la condicional igual de malaje). A Delon las desgracias se le acumulan y concatenan de tal manera que bien podría pensarse que se fuerza cierto maniqueísmo, si bien todo resulta plausible en la medida que conocida es la perseverancia del ser humano cuando de joder a otros se trata. Y aguanta el tipo, la muerte de su mujer –un accidente de coches espectacularmente filmado del que tomaría buena nota Winding Refn para su escena del atraco fallido en Drive- y otra serie de desgracias no le impiden seguir evitando el reincidir en lo delictivo ni rehacer, una vez más, su vida con otra chica. Pero hete aquí que el inspector dale que dale y venga que sigue, bien dispuesto a llevar la razón en su teoría de que un exreo jamás abandonará la conducta que le hizo quedar encerrado. Aunque sea condicionando de forma exógena el delito a base de acosar, amedrentar y putear, todo vale en pos de ese ”lo sabía” que cabe suponer se dirá a sí mismo cuando pille a Delon haciendo un lo que sea ilegal. Y tanto va el cántaro a la fuente que pagan churras por merinas: lo que era un estoico Alain que iba soportando los infortunios del azar y los del notas ese termina encolerizado emprendiéndola a golpes en un desguace por contenerse y, finalmente, teniendo que poner el cuello en un invento muy guay que hace que caiga un cuchillo mazo de raro y separe su cabeza de cuerpo mientras todo un sistema judicial, policial y social se congratula de una labor eficientísima. Todos salvo Gabin, claro, que queda horrorizado y todavía más descreído que al principio de la película de la humanidad y su incapacidad para distinguir el concepto de justicia individual de cada uno de lo que es un sistema judicial. Un film seco, cero demagógico, formalmente notable y que plantea varias preguntas sobre la estupidez humana.