La niña del gancho

¿El que resiste gana?
Tremenda, a sus casi cien años y ni gafas siquiera, qué afrenta, apoteósica, una de la naturaleza fuerza, su viveza, muy jacarandosa y dicharachera, originaria de Lorca.
Es mejor cuando se centran más en ella que cuando se dispersan o, ¡no!, fuerzan la propaganda que (tanto) toca.
Correcto documento sobre una heroína del baloncesto prehistórico femenino, sin pega, bien hecho por ser discreto y no dar (casi) la nota.
Destaco momentos cotidianos del tipo unas llaves que caen de todo lo alto, una paella seguro, a pesar de lo que su modestia diga, tan rica, ella corta que corta los periódicos con una mano que vuela, hablando con su hermana, cuando están en el corro de la patata los exgladiadores del deporte añejo y se pasan la bola y hablan/o citan nada menos que a Magic Johnson dándose pases por la espalda, sin mirar ni nada, alguna anécdota mínima, no tanto el resto, cuando la cosa se pone más oficial, échate a temblar, los buitres aparecerán, oficiosa, homenajeada o sermoneadora, pobre Pau (y su hermano), que no tenía vela en este entierro y allí a la fuerza ahorcan que le metieron sin comerlo ni beberlo.
Laia bien, esa voz, ese pelo, esos ojos, siempre ha sido la más lista de la clase, pilla y despierta, prudente, sabia, erre que erre, aquí dulce, mala hostia bien canalizada, grave y seria como ninguna, concentrada en la tarea, hasta los cuarenta y más allá en la brecha, una titana con medallas a punta pala.
Amaia es más gamberra, menos calculada, más espontánea o bocachanclas, maja o chapucera, lista de otra manera.
Vale.
Pásala o Chócala que decía el otro.