The Boy with the Sun in His Eyes

Hay un guión sencillo del que se podría haber sacado hasta una película de acción. El caso es que el director conoce perfectamente el lenguaje cinematográfico: el tiempo, el espacio, el sonido; pero opta por la realización más simple y sin riesgo. Puede ser que la cuestión económica sea el principal motivo de esta vulgaridad, limitándose a filmar en interiores de habitaciones, eso si, recargadas y barrocas, o en restaurantes y discotecas. La simpleza llega al límite cuando para explicarnos un viaje por Europa nos pone un par de postales y el resto está filmado en interiores o en parques sin personalidad. Otra prueba de esa precariedad monetaria es la contratación de actores, en este caso los dos protagonistas, si ella es mala, el es peor. La sonrisa tonta que saca continuamente nos está diciendo ¿y ahora que hago? Por no valer no sirve ni el cuerpo, aunque el director parece que se ha cuidado de no enseñar mucho los cuerpos de sus actores, ni siquiera en las escenas de cama donde las sábanas son más protagonistas que la piel. Y como hay que poner música, al menos como nexo de unión entre planos, un chunta chunta repetitivo vale y… es barato. ¡Qué le vamos a hacer! Otra con más pena que gloria.