La coleccionista

El debut de la lituana Kristina Buozyte es un fascinante modo de entender todo aquello que expusiera Atom Egoyan en sus cuatro primeras películas y, no contenta con demostrar haber asimilado todo lo del armenio, proceder a jugar con ello como quien hace un kebab: Kristina llega y hace que el uso de grabaciones en vídeo no lo usen unos personajes de cara a poder filtrar sus emociones para con otros o suplir según que carencias provocadas por terceros, sino que la protagonista, Gaile, se repliega sobre sí misma a través de sus propias grabaciones. Ella es una mujer que ejerce de logopeda, lo mismo enseña a niños con dificultades para expresarse a poder hacerlo de forma correcta que da conferencias a jóvenes actores españoles a ver si de una puta vez se les puede entender qué mierdas dicen. Tiene una hermana y un padre. Éste último muere y a partir de su óbito queda inmersa en una especie de suspenso emocional bastante semejante al cuadro psiquiátrico que suele presentar una depresión, con la salvedad que no se queda hecha un gumo en la cama, sigue asistiendo a sus quehaceres. En estas que da una ponencia sobre unos nuevos métodos que anda tanteando para ayudar a los chavales a expresarse y en vez de ayudarse de un power point se asiste de la grabación de una de sus clases. Y ahí, sobre la platea y al verse a sí misma le da el telele. Experimenta emociones de nuevo pero algo se quiebra muy fuerte en su cabeza.
Empieza a verse con el chico que hizo la edición del vídeo, un desastre de ser con una dejadez en su higiene que ni Slavoj Zizek y deudas varias de timbas con gente de los bajos fondos. Ella pretende que él haga más vídeos sobre ella y le pase las ulteriores ediciones que haga en DVDs; él, obviamente, considera que la muchacha tiene la cabeza hecha fuagrás, pero como anda acuciado por matones a sueldo que pretenden partirle la cara si no paga lo adeudado accede a lo que Gaile le pide. Todo empieza a enrarecerse, puesto que las grabaciones son de Gaile haciendo cosas que en su vida jamás haría, medio performances medio derivas situacionistas o troleos reales en vivo. Se planta en la boda de su hermana y le mete un morreo al cura para luego al verse descojonarse; pilla a un perrete que tenían en el trabajo para que los chavales autistas se suelten y le troncha el lomo adrede aplastándoselo de un portazo solo para al visionarlo llorar; le sisa el coche al jefe y no contenta con dejarle de copiloto (con una escena previa donde se recalca la analogía freudiana de clase dominante y orgullo de falo que suele existir entre quienes optan por un cacharro caro, ostentoso y veloz en lugar de un Lada Samara), lo que es una humillación para él, monta una elaborada escenografía en la que recogen al cámara haciéndose pasar por autoestopista anónimo y ella comienza a conducir rollo María De Villota con la regla camino al súper a por compresas justo antes de que cierren. Y así todo con la chavala, llegando al extremo de solventar la deuda del cámara con la mafia sólo para llegar ya a puntos extremos y garantizar que él grabará por estar en deuda con ella, por tenerle a su merced. Le obliga a asistir en calidad de voyeur no deseado a cuando se folla a un señor –miradas lascivas a cámara incluídas- e incluso amaga suicidio desde un puente sólo para concluir la puesta en escena con que el cámara se coma una paliza.