Tras los visillos (C)

Vale. El real estrangulador era el segundo, el hijo, no confundir con el primero, el solitario que era solo el soplón, nada más el pobre, no el que muere a manos del desollador, que sería el tercero, el mercenario que a su vez trabajaba para el médico felón, el cuarto en cuestión o discordia, como allá en Alejandría que la novela decía, y si le sumamos a la madre a todos ellos, para que nada nos falte, la que vigila y sale a tirar la basura en la noche más oscura, sería ya la quinta o susodicha, en este caso de Avignon o la de Mackendrick seguramente, para seguir con la joda, espero que ustedes nos perdonen tanto disparate y que algo se aclaren o rebobinen, cadena trófica o cadeneta, en suma, tú la llevas, como en The Ring, aquella santa obra, casi como esta, donde viven tantos asesinos reunidos, todos juntos, junto a la vieja del visillo, en el mismo metro cuadrado para pasar el tiempo, mientras tanto, y matar de paso, también, el rato.
Tiene retranca y cierta gracia, su mucha simpatía y alguna ternura nos despierta, pero descerrajar 800 balas a medio centímetro y no acertar ni una, eso sí que tiene delito, y no tanto muerto y desollamiento, yo lo siento.