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Toute une nuit

Drama Siguiendo a más de dos docenas de personas en la atmósfera sin palabras de una oscura noche en Bruselas, Akerman examina la aceptación y el rechazo amoroso. (FILMAFFINITY)
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
31 de diciembre de 2023
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vínculos de amor en una noche fría de verano bruselense.

Arrebatos sin contexto, encerrados en la geometría perfeccionista de Akerman. Reiterada a conciencia, enfriada para demostrar que la circunstancia va más allá del presente. El sentir más puro del ser no necesariamente ha de provenir de lo vivo, si vivir implica lo estrictamente biológico.

Y a la mañana, sin sombras que dramaticen, el inerte escenario vuelve a resonar; reclamando su camino, acompañando como lugar, desvelando a todo aquel que desee contextualizar.
La puerta de Tannhäuser
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20 de junio de 2018
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando el día se apaga en Bruselas, aparece la luz de aquello que ilumina la noche: el flirteo amoroso. Numerosos hombres y mujeres acuden prestos a sus sitios de confianza para coquetear con una probable media naranja, otros tantos van a la aventura sin conocer a nadie de antemano y hay incluso quienes, más afortunados, ya tienen pareja con la que pasar la velada. Pero no todo brilla bajo la noche belga. Entre ese maremágnum de romances inexplorados, la mayor parte se saldan con rechazo. En ese momento de decepción, puede optarse por tomar las de Villadiego e ir a rumiar las penas al hogar o buscar la asistencia en una copa que, lejos de mostrarse evasiva, siempre se queda a esperar unos labios que se acerquen a su figura.

No resulta fácil aproximarse a Toute une nuit, una obra con la que la realizadora belga Chantal Akerman busca rendir un pequeño tributo al romance nocturno en su Bruselas natal. Prácticamente cada escena se cuenta por una pareja nueva, tríos a veces, que aparecen en pantalla sin que nos haya dado tiempo todavía a asimilar lo que ha sucedido con la secuencia anterior. Porque a Akerman no le importa un amor en concreto; no en vano, el amor es libre y por tanto existe de todas clases y se manifiesta de formas bien distintas. Lo que la cineasta persigue es encontrar un manifiesto conjunto de lo que puede ser el romance, más en su proceso de generación que en su propia explicación, a día de hoy todavía no descifrada ni siquiera por las mentes más brillantes. Al mismo tiempo, la propia Akerman declara sus sentimientos hacia la capital de Bélgica. Bruselas se nos aparece en una perspectiva muy diferente a la que visionamos cuando hacemos turismo o a la que conocemos en fotos. De noche, es una ciudad con su particular magia y que se define, entre otras cosas, por lo que sucede en medio del crepúsculo.

Lo que Akerman lleva a cabo en Toute une nuit es, entonces, la entrega del protagonismo de la película a la ciudad en sí misma. Ese es otro de los motivos por los que los personajes que aparecen en pantalla nos resulten tan anónimos, tan diferentes entre sí pero, a la vez, tan similares cuando se relacionan unos con otros. Por encima de ellos siempre estará Bruselas y el oscuro cielo que domina a esta. El film transcurre exclusivamente durante una misma noche, a través de la que vemos desfilar (o, en ocasiones, simplemente intuimos ver) varias personas que disfrutan de estar cerca de aquel ser humano que les atrae o que sufren a su manera los oscuros designios que, en materia de relaciones, les ha traído la llegada del crepúsculo.

Lejos de poder considerar a la obra de Akerman como algo confuso o con poco gancho ante la falta de profundidad en sus personajes, Toute une nuit ve precisamente cómo esos puntos a priori negativos son los que le confieren un sentido propio. La película es confusa, sí, como confusos son los amores que tratan. Los personajes no tienen profundidad alguna, como casi nadie la posee en la vida real cuando resulta desconocido a ojos del resto. El retrato de Akerman no solo es veraz en su planteamiento, sino que además está ejecutado de un modo que encaja con la propuesta, mediante unos planos que revuelven todavía más el ambiente y bajo el prisma de la fotografía difuminada de Caroline Champetier. 36 años después de su estreno, en la entonces aún joven década de los 80, Toute une nuit también puede contar en su haber con la circunstancia de ser perfectamente atemporal.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para @CineMaldito
FILMADRID 2018
Kasanovic
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25 de diciembre de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Akerman recoge un cierto imaginario del cine romántico sobre la noche, los amantes furtivos, los encuentros y los desencuentros azarosos… en buena parte artificioso, petardo, pero lo hace desde su óptica de distanciamiento radical. El resultado, una sucesión de instantes como captados al vuelo, de parejas que en efecto se encuentran, se reencuentran, discuten, se aman, se aburren, a lo largo de una sola noche con su correspondiente mañana, en una ciudad que es Bruselas y sin apenas dejar tiempo, en sus fugaces apariciones, para intuir su trasfondo, lo ocurrido o por ocurrir.

No puede decirse que exista una historia en esta película porque ni siquiera puede decirse que haya personajes propiamente dichos; tan solo cuerpos, ropas, rostros (sin un solo primer plano). Seres anónimos, sin individualidad, que hasta se confunden entre sí en un repertorio de acciones idénticas y reiteradas (un hombre sujeta a una mujer del brazo, una o dos siluetas se distinguen en una cama junto a una ventana). Chantal rechaza contar, juzgar, sólo mira. Recrea la soledad a la manera cuasi-pictórica de un Hopper y ante nosotros desfilan parejas muertas por la rutina, jóvenes entusiasmados, tensiones no resueltas, incluso actos desesperados y un tanto violentos; el contacto con la otra parte es a menudo difícil, frustrante, y muchas veces lo que vemos son intentos de huida, de búsqueda de una liberación difícil de obtener, interiores más similares a una prisión que a un hogar.

Gente de toda índole, niños y viejos, otras orientaciones, de algunos no volvemos a saber nada. Pequeños fragmentos que tampoco dicen nada en sí, que sólo cobran cierto sentido y unidad si los observamos como observaríamos un mosaico de las relaciones contemporáneas, un cementerio de historias tenuemente esbozadas, de posibles películas que nunca llegaron a nacer (como la de un contable, un almacén de telas y una cerilla… sin comentarios). Interesante experimento, investigación o lo que sea, puro cine que nos pone ante ese gran misterio que es el ser humano, que somos nosotros mismos. Largos planos fijos, una fotografía característica de tonos grises, azulados y oscuros, la geografía de la capital belga como argamasa que da unidad; sus barrios periféricos, cafés, edificios de viviendas... pero me fascinan esas zonas de absoluta negrura que parecen engullir a quien osa atravesarlas. Ante la pasividad, ante la ausencia de cualquier énfasis, una tormenta nocturna es lo más parecido un clímax narrativo. Las canciones diegéticas generan incluso números musicales y de baile a modo de rupturas, añaden un carácter repetitivo, obsesivo quizá (esa baladita italiana pastelosa) mientras se escuchan ruidos de fondo, cosas que pasan fuera de campo. Film imposible, mezcla de un romanticismo incluso tórrido, muy físico y cercano (transcurre en verano) y la vez de gran frialdad por la carencia de dramaturgia a la que aferrarse.
Don Hantonio Manué
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13 de abril de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Jeanne Dielman, 23 Quai du Commerce, 1080, Bruxelles (1975). un cuerpo centraba, focalizaba, la narración, durante tres horas y veinte de duración (había algún otro cuerpo, pero periférico; extensiones, como su hijo, funcionales, como los clientes). La ausencia de un cuerpo pese que era visible, y la exasperación del tiempo, la dilatación de la duración de los planos, como una condena. Tres días que parecían el mismo. La rutina de una acciones cotidianas, piedra y erosión. Cuando el cuerpo se agitaba, acaecía en fuera de campo, cuando atendía en su dormitorio a los clientes. Un fuera de campo, porque también lo era para ella misma, como un vacío que la enajenara. Asistíamos a la implosión de un cuerpo, de una mente, de una mujer invisible. En Toute une nuit (1982), docenas de cuerpos multiplican la atención, en una narración acordemente fragmentada, aunque no falten planos dilatados. Toda una noche, aunque pudieran ser todas las noches. La narración es una coreografía de emociones, estados, variaciones, fugas, colisiones, tanteos. Los cuerpos pareciera que fueran parte de un ballet, no sólo cuando alguna pareja baila. Los cuerpos, las emociones, buscan esa coreografía en la que fluir. A veces son acordes discordantes, fuera de tono, un silencio, expectativa, suspensión, el ruido de un disco que llegó a su fin. El deseo parece vertebrar las relaciones, aunque también hay una niña que sale de su casa en plena noche, con un gato, desvaneciéndose en la oscuridad, o un sastre en su tienda realizando unas cuentas. Cuerpos que se salen del papel pautado, que se mueven alrededor de sí mismos. Emociones que se extravían, emociones que ansían tejerse con otras emociones como si fueran un solo cuerpo.

Pareciera que asistiéramos a fragmentos de diversas historias, en los que quizá algo se gesta, o parece que termina, pero no es así, o simplemente es un instante, uno más. Un chico observa a través de la ventana, desde la cama, y se vuelve a su pareja, al que dice que es la hora, y el otro chico se incorpora. Alguien no puede dormir y se levanta, va a la cocina, coge algo del frigorífico. Más tarde retornará a la cama. Hay quienes, con la mirada prendida en el techo, se preguntan si no se quieren. Una pareja, después otra, pero separados; beben cada uno sentado en una mesa de un bar, y quizás una historia se inicie, y los tanteos tímidos con la mirada se tornen abrazo, como si hincaran sus uñas en la vida que pasara corriendo delante suyo. También una chica con dos chicos, juntos en una mesa, pero su historia parece que no continuará ni con uno ni con otro. Cada uno opta por diferente dirección. Muchos personajes se abrazan, hay quiénes echan a correr, quienes parece que vagabundean en la noche, quienes se marchan, quienes llegan a un piso y golpean a una puerta, aunque nadie contesta, o quizá sí y no es quien esperaban y salen corriendo. Hace calor. Hay quien puede dormir, y quien no. Hay un personaje, encarnado por Aurore Clement, quien, al principio, tras realizar una llamada, dice que le quiere. Al final dice que no le quiere, mientras baila con otro chico. Variaciones, volubilidades, cambios.

A veces parece que asistiéramos a una película de Jacques Tati, pero sin la presencia de Monsieur Hulot. Múltiples cuerpos, múltiples historias, múltiples posibilidades. Quizás las que ha soñado el mismo personaje que no sabe si le quiere o no le quiere (Aurore Clement interpretó en la previa Los encuentros de Anna, 1979, a una cineasta que realizaba un tránsito, trayecto o desplazamiento, en el que se encontraba, cruzaba, con múltiples personajes). Los sonidos de la noche, los cantos de los pájaros con la primeras luces de la mañana mecen la narración. A veces una palabra rasga el silencio, pero es la agitación de los cuerpos la que domina la pantalla. Semillas, o esquirlas, de historias con las que especular. Los cuerpos vibran, se tensan o yacen como pesos muertos, miran por las ventanas como miradas perdidas que quisieran fugarse. Cuerpos que se buscan, aunque a veces se nieguen, y declaren que quizá su historia ha llegado a su fin, pero, en otras, se agarran mutuamente, como si fueran una boya entre las encrespadas olas de un océano de emociones que van y vienen. Los cuerpos se abrazan y rehuyen, o meramente vagan en soledad, como fantasmas, quién sabe por qué, quizá en busca de otra historia, de una certeza, saber si le quiere o no, o simplemente para poder querer y ser abrazado.

Alexander Zárate
elcinedesolaris.blogspot.com
cinedesolaris
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