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Las altas presiones

Drama Miguel viaja a Pontevedra, su ciudad natal, con el encargo de registrar las localizaciones para una película. Su viaje lo lleva de regreso al lugar en el que creció, al reencuentro con viejos amigos, pero también, a la posibilidad de una nueva relación: Alicia, una joven enfermera que conseguirá apaciguarlo. Miguel tratará de llevar a término su trabajo aunque casi siempre prefiera grabar a los lugareños con los que se encuentra, los ... [+]
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Críticas 13
Críticas ordenadas por utilidad
1 de abril de 2020
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Playas, viajes en coche, magos, localizaciones, paseos, llamadas de teléfono. Un retrato mágico de la nada, una experiencia susurrante de la ausencia argumental. Delicado resplandor alejado del exhibicionismo.

Podré aportar montones de adjetivos, todos ellos vacíos de contenido, aunque parezca que digan mucho. Si deseas escribir una crítica, aunque la película no cuente, debes rellenar espacio... y como aquí no existe nada, pues ¿De que podría escribir? ¿De las interpretaciones planas, así como diálogos carentes del más mínimo interés?

Eso es todo lo que ofrece "Las Altas Presiones" no pierdas tu tiempo cegado por críticas que suelen alabar narrativas cinematográficas deshabitadas de la más simple estructura. No lo pierdas, de verdad, no lo pierdas.
LEUGIM
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21 de noviembre de 2014
8 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película que puede englobarse dentro del denominado ‘Novo Cinema Galego’, una corriente de películas producidas en Galicia por nuevos talentos que proponen una estética libre, universalizan conceptos y tiran líneas argumentales alternativas al panorama cinematográfico comercial. Cine de vanguardia heredero del 'free cinema' y el cine experimental. Una corriente que suma creatividad y nuevas formas de entender el cine. La trama de "Las altas presiones" abarca un montón de temas y ninguno al mismo tiempo. Hay un hilo conductor de un joven que vuelve a su pueblo natal (Pontevedra) tras emigrar a Madrid para trabajar en el cine. Ahonda en esa sensación mezcla de pertenencia y desapego de las personas que vuelven a su tierra tras mucho tiempo fuera. Entremedias mete temas como la amistad, el amor, el desamor, la crisis, la esperanza... pero todo ello sin querer llegar a ningún punto concreto. Sólo charlar tal y como si estuviéramos en medio de una quedada de amigos para tomar unas birras. Ese es precisamente el espíritu de la película. Cine dentro del cine del que Ángel Santos toma como referente a François Truffaut, salvando las distancias, porque aún se le notan ciertos dejes de recién salido de la Facultad. De todas formas apunta maneras y se aprecia mucho talento. Para buscadores de rarezas e inconformistas.

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Andrés Castro
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28 de agosto de 2016
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es la última frase de la película y bien sirve para el intento del director, no sé ni lo que he hecho, es así, unos cuantos personajes, que dicen cosas, sin apenas vida, con grandes silencios, secuencias cortas y casi siempre intrascendentes...., no sé.
Espero que esto no represente el nuevo cine gallego, aunque tampoco entiendo por qué hay que ir siempre con lo identitario por delante. El arte es arte aquí y en Tombuctú. Y lo que no cuaja no cuaja ni aquí ni en Samarcanda.
Por otro lado, la película es de una lentitud exasperante, porque está buscada. Y en definitiva aburre.
Con buena intención se podría adscribir todo a un ejercicio de morriña, pero aun así....
yoparam
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11 de mayo de 2015
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si esta película se hubiera rodado en la segunda mitad de la década de los 90 probablemente la crítica -y su propio director- la habrían adscrito al movimiento DOGMA impulsado por Lars Von Trier en aquellos años. Si exceptuamos lo del nombre del director y lo del formato de la imagen (analógica en 16 mm en vez de los canónicos 35 mm del decálogo), la película cumple con todos los requisitos. Es ésta una elección estética -y, por tanto, ética- la cual dota de singularidad y coherencia a una obra que transita entre la reflexión existencial acerca de la soledad y el amor, la minicrónica generacional de una ciudad de provincias y la puesta en escena de una idea: cada final sólo es el punto de partida para un nuevo comienzo. Eterno retorno, pues, de lo mismo, que en cada vuelta es actualizado por las circunstancias del momento temporal.

El protagonista es un cineasta treintañero que vuelve a su Pontevedra natal para localizar exteriores para un film que van a rodar otros. La película deja en el aire el porqué de esta venida y propone de manera impresionista que asistimos a algún tipo de fuga del protagonista, aparentemente necesitado de tomar perspectiva con una probable ruptura sentimental en el Madrid del que -suponemos- parece huir. Dos partes diferentes parecen componer un díptico dentro del film: una primera centrada en el retrato de ciertas ruinas industriales contemporáneas en la ciudad de Vigo y sus alrededores y una segunda de escenarios interiores -aunque no solo- compartidos con otros personajes. La "espiralidad" del relato, la idea de vuelta al punto de partida en condiciones diferentes, y la segmentación entre estas dos perspectivas configuran una estructura compleja y sugestiva en la que los mismos motivos aparecen en distintos momentos resonando entre ellos.

La elección de la luz natural y de la textura de la película sirven para darle a ésta una apariencia naturalista: los exteriores deslumbran por su belleza, por la riqueza cromática de los paisajes naturales y por las variaciones de los grises, los ocres o los tonos metálicos de las escenas "industriales". Los interiores, iluminados únicamente por la luz artificial presente en ellos, son oscuros, lindando con una estética que podríamos calificar de intimismo tenebrista. El aspecto documental del film, evidenciado en largas panorámicas y planos secuencia en la primera parte del metraje, sirve para despersonalizar inicialmente al protagonista: éste parece convertirse en parte de lo que está filmando. Una figura inerte, en ruinas a su manera, intuimos, que se identifica visual y simbólicamente con los lugares por los que transita. Encarnación que se rompe con dos estallidos de furia íntima en dos momentos clave previos a la toma de decisiones importantes. A medida que avanza la narración hay un afán por dejar de ser parte del escenario, por tomar un papel protagonista en lo que le pasa, por dotar de sentido y consistencia a lo que está viviendo por la vía de relacionarse con los otros personajes entre los que se mueve. Hay, con ello, una dialéctica interior-exterior que está presente todo el tiempo, la cual genera una tensión importante en segundo plano: el afuera, en su inmensidad, resulta claustrofóbico a su manera y es reflejo de una devastación personal indisimulable. El adentro, en su angostura, no es cálido ni confortable, remite a un tipo de encarcelamiento vital del que parece complicado escapar. El tránsito entre ambos define las ansias del protagonista: liberarse de la sensación de ruina que lo devora y crear un espacio íntimo propio que dé cobijo, que sirva para soportar las inclemencias de la vida.

La película carece de giros dramáticos: apenas hay leves evoluciones en los actos de un protagonista que rebusca en las figuras de su pasado para dar con alguna clave que le permita reiniciar su vida. "Una pareja se termina y otra empieza": así resume el director el arco argumental. Y, si bien es cierto que este es el núcleo de la narración, todo lo que está alrededor de él tiene una vida propia que está cargada de intensidad y saturada de angustia y emociones contenidas. Para ello, el rictus controlado hasta la extenuación de su magnífico intérprete principal -Andrés Gertrudix-, funciona como sismógrafo exacto de los microterremotos que lo sacuden interiormente sin ser capaces de alterar su superficie exterior. Asistimos a cómo Miguel, el protagonista, mira y mira sin atreverse a actuar decididamente en ningún momento. Por el camino, pinceladas de cierta "juventud" perteneciente al ambiente más o menos bohemio de una ciudad de provincias. Retratos de trazo suave de ciertos elementos de una generación que parece malvivir entre la imposibilidad de conciliar ambición y supervivencia. También, de forma superficial, una mirada extrañada a los restos de algunos de los complejos industriales que hasta hace poco salpicaban la geografía viguesa y sus alrededores.

(sigue en "spoiler")
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Doctor Zaius
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12 de mayo de 2015
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si siempre se asocia al personal del cine con la ostentación es, entre otras razones, porque las actrices más famosas visten trajes de firma en las galas promocionales. Y siguiendo una lógica algo pedestre, se llega a conclusiones absolutamente equivocadas acerca de la calidad de vida de todos los que intervienen en la realización de una película.

Así que es buen momento este para que «Las altas presiones» ceda el protagonismo a un trabajador tras la tramoya. En concreto, un localizador que se entretiene en rebuscar con meses de antelación en los rincones geográficos hasta encontrar el decorado natural adecuado para acompañar al argumento. Alguien contratado por una semana en condiciones bien alejadas del lujo y el glamour. Un personaje encarnado por el magnífico actor Andrés Gertrúdix, siempre capaz de crear personajes únicos y diferentes, al tiempo que reales. Acompañado por las bellísimas Itsaso Arana y Diana Gómez.

La cuestión es que a sus primeras canas y desencuentro afectivo, se suma su inseguro trabajo. El cual le conduce a ambientar la despoblación industrial en Galicia. Y así como es difícil no asociar la España de los 70’ con tantas edificaciones no culminadas, cuyos cimientos adornaron el paisaje hasta su diferida demolición. Así vemos reflejada la destrucción industrial de principios del XXI, contemplando esqueletos de naves que fabricaron loza y hoteles que hospedaron tiempos boyantes.

Frente a este ambiente interior algo opresivo y decadente, la visión de la energía juvenil que desprenden quienes aún no peinan canas, es una mella más en el ánimo de un protagonista sumido en plena crisis de madurez.

Este artículo podría titularse “La primera cana de un localizador”, o la introescapada, por sus referencias al cine francés y el contraste entre lo juvenil y un mundo viejo, en este caso interior. O los desenamoramientos, por la importancia de estos en el argumento.

Pero, finalmente, se trata de reflejar preocupaciones personales en el mundo actual. De transmitirlas sin obviedad. Dejar que trasluzcan los sentimientos que no se verbalizan. Será como viajar no para ver monumentos sino para empaparse de tipos de vida. Experimentar en la sala de cine sentimientos ajenos, absorberlos y descubrir lo que tienen de propios. Si se da este paso, «Las altas presiones» cala. Y muy hondo.
Inaki Lancelot
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