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Sueño y silencio

Drama Oriol y Yolanda viven en París con sus dos hijas. Él es arquitecto, ella es profesora. Durante unas vacaciones en el Delta del Ebro, un accidente transforma sus vidas. (FILMAFFINITY)
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
5 de julio de 2012
49 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
Proyectada en un solo cine madrileño. Dos o tres semanas en cartel. Ni un centenar de votos FA.

“Que se la expliquen a ustedes aquellos que saben valorarla” –concluye con desidia Carlos Boyero en El País.

Así recibimos la obra del que es, en mi opinión, el mayor cineasta español en activo –con permiso de Erice, que sigue en la reserva.

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‘Sueño y silencio’ conjuga la improvisación (en los diálogos y movimientos) de los actores (no profesionales y tan vivos), el riesgo y la frescura de la toma única, la luz natural y la fotografía en blanco y negro… con una estructura global medida y bien proporcionada y un trabajo de montaje excepcional, que nos lleva de la poesía de lo cotidiano hasta las puertas de lo inexpresable.

Los sonidos de la vida (depurados a la manera de Robert Bresson) ofrecen consistencia y realidad. Amplían los espacios.

El tempo narrativo es uniformemente lento, pero el tono dramático de la cinta es triple (allegro–adagio–allegro ma non troppo).

• El allegro inicial nos ofrece estampas de familia.

[Una fascinante toma silenciosa desde un coche anuncia el golpe del azar. Un “defecto” en la imagen –como si acabara el primer rollo de película– marca el fin del movimiento.]

• En el adagio, Rosales echa el resto. Dolor sin sentimentalismo. Memoria y desmemoria. La asimetría triste de los cónyuges, la ausencia.

[Irrumpe un plano de color; de nuevo un coche y un lugar –maldito, irrelevante y anodino– que pone fin al segundo movimiento.]

• El allegro ma non troppo completa la estructura tripartita. Es más sereno y menos denso que el adagio. Desemboca en una coda en forma de paseo por el parque.

Una coda que parece estar fuera del tiempo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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22 de enero de 2013
17 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque tarde, por fin me he iniciado en el universo de Jaime Rosales, a través de "La soledad" y "Sueño y silencio". Yo diría, haciendo honor a su apellido, que acercarse a su cine es como acercarse a un rosal con los ojos vendados: avanzas a tientas, sin que se te permita contemplar el bello color de los pétalos; te has de guiar por su aroma y dejarte impregnar de él, mas al tratar de atraparlo es cuando descubres que has sangrado.

Cuando terminó "Sueño y silencio" me sentía como en lo primero y necesité un cuarto de hora de lo segundo para regresar al mundo de los vivos. No resulta fácil sin embargo analizar las razones. En el caso "La soledad", sus mecanismos internos se antojan, por así decirlo, más diáfanos: así, el uso consecuente de la pantalla partida —encuentro algo pedante lo de polivisión— como forma creadora de fondo (vg. cuando dos personajes hablan frente a frente y simultáneamente vemos a uno de cara y al otro de perfil).

Para "Sueño y silencio" Rosales contó con no-actores (de hecho, su profesión real es la misma que encarnan) que improvisaban sus diálogos a partir de la idea básica que el director les pedía que transmitieran, siempre en una sola y única toma (que también por norma son planos fijos con los personajes habitualmente descentrados o incluso fuera de campo). Este procedimiento genera en el espectador sensaciones encontradas de cercanía y distanciamiento, y referirnos a él puede servir para desentrañar claves positivas de la película, aunque paradójicamente también señala sus limitaciones: está claro que en el caso de la madre supuso un acierto pleno, y también funciona muy bien con los abuelos, pero se produce algún cortocircuito con el padre, al que únicamente se le nota cómodo estando callado o hablando en inglés.

No me gustó en absoluto la aparición en forma de prólogo y epílogo del pintor Miquel Barceló: primero, porqué opino que el resto —la película— se basta solo para establecer la plenitud de su discurso; segundo, porqué en cualquier caso encontraría más coherente con la propuesta un pintor anónimo; la cotización internacional de Barceló es de tal magnitud que se genera la molesta impresión que el autor quiera con su participación dotar a su obra de un pedigrí de "alta cultura" (que por otro lado en absoluto precisa); y tercero, porqué su aparición final incordia al producirse tras la escena más secretamente lírica de la película (¿verdad que después del último plano de "Luces de la ciudad" o "El tercer hombre" no cabe decir nada más?) y sin duda una de las más hermosas de los últimos tiempos.

Uno puede aventurarse y recordar detalles sueltos que acuden a la mente: ese silencio mortal en el coche, el larguísimo plano fijo del cementerio que parte la película en dos, un par de travellings laterales simétricos, la única imagen en color y, sobre todo, los planos en el parque, esos sí, con la cámara al hombro (*); también los rostros, y la luz que los esculpe.

Pero la incógnita sigue sin resolverse del todo. ¿Nos basta esta enumeración para dar cuenta de cómo se forja la emoción en "Sueño y silencio"?

Me vienen ahora a la cabeza las disquisiciones del Juan de Mairena de Antonio Machado. Cabe concebir, pienso, a Rosales como cineasta —o poeta, o artista, que vendría a ser lo mismo— de las intuiciones. El proceso constructivo de "Sueño y silencio", donde tiene cabida lo azaroso, lo imprevisto, los instantes por defecto únicos e irrepetibles, y con ellos también sus errores, se asemeja ante todo a una búsqueda. Rosales parece buscar, explorar, tantear, sin importarle adentrarse por algún sendero equivocado (los "defectos" citados no parecen "perjudicar" la esencia de la obra, cuyo poso extrañamente se mantiene intacto), y, finalmente, logra capturar algo. En ese algo, al que no pongo nombre, y del que los espectadores pueden ser receptores si así se lo plantean, creo que radica también parte del misterio último de su belleza.



(El título de esta reseña hace referencia al "Llibre d'absències" de Miquel Martí i Pol)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Quim Casals
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28 de marzo de 2013
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una pareja que vive en París con sus hijas, él arquitecto, ella profesora. Vacaciones en España y un accidente que cambia sus vidas... Por lo visto, el hecho de haber considerado ya a Rosales un autor fundamental del cine español y europeo están haciendo, al menos siendo ésta su cuarta película, que el cineasta siga penetrando en lenguajes cinematográficos enormemente alejados del espectador, lo cual invalida casi desde la propia base toda la presunta y bendecida maravilla que éste nos muestra.
Ya que para contar lo que se cuenta en "Sueño y silencio" no hace falta que el lenguaje utilizado y la posición de Rosales estén en la Antártida mientras el espectador espera, harto y con sublimes ronquidos a su alrededor, en la acogedora sala de cine. Rosales se basa en un blanco y negro avejentado, en un naturalismo casi artesanal, en brutales elipsis y crípticas metáforas, en la ausencia total de música, en los fueras de campo que la hacen molesta y exasperante, en un minimalismo, en fin, atrozmente lento, inútil, que dicen verdadero pero que te aleja a la estratosfera de la historia que te quieren contar. Esos planos fijos, esos diálogos improvisados acaban por cabrear, sinceramente. Las alforjas tan consolidadas de autor son aquí de plomo y no le dejan volar ni a un palmo de terreno, despeñándose sin despegar los pies del suelo. Insoportable.
Repito: "Sueño y silencio" invalida su opción artística alejándose tanto del espectador y mostrando una lejanía sentimental que la hacen inerte, agotadoramente aburrida, lo cual tiene un mérito terrible pues logró ir a Cannes y todo. Estamos cerca, sinceramente, del chantaje cultural. Estamos ante la cuarta película de un cineasta que, o se baja de su altar de autor magistral en base a su presunto maravilloso lenguaje cinematográfico o va a dejar muchos muertos por el camino. Es más: el señor Rosales vino a presentar su película a Palencia al imprescindible Cine Club "Calle Mayor", lo cual debe ser reconocido y loado sin duda. Advirtió antes de la proyección que cuando un cineasta hace una película se enfrenta al tribunal del público. Pues bien: los fabulosos ronquidos a mi alrededor, las incómodas risas flojas, las cabezadas inevitables con posterior torticolis, los bufidos de agotamiento/desesperación dictaron sentencia. Pese al extremo funeral de película que nos presenta Rosales, me reí bastante. Por supuesto, al debate no osé quedarme pues imagino que para el resto habrá sido una formidable obra maestra y que estamos ante un genio absoluto. Y lo escribe alguien que jamás rehuye, de entrada, ver película alguna. Pero yo me bajo aquí y vuelvo a ver "Las horas del día" si hace falta hasta cuatro veces seguidas.
kafka
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12 de junio de 2013
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conociendo el cine de “Rosales”, e intuyendo lo que en él pretende decir, podría comenzar con el chiste fácil a partir de “Sueño y silencio”. Decir que en el sueño estuve a punto de caer, pero que no existió el silencio, porque algún bostezo lo impidió. “Jaime Rosales” va de inteligente con su cine y el problema llegará cuando se acabe pasando de listo, aunque parece que todavía no ha llegado ese momento, porque si bien el director se arriesga en apuestas que bordean lo pretencioso aun no ha caído en el ridículo.

Puede parecer que “Las horas del día”(2003), “La soledad”(2007), sobre todo “Tiro en la cabeza”(2008) y definitivamente “Sueño y silencio”(2012) apuestan por la presuntuosidad, la intelectualidad fría o la búsqueda del reconocimiento autoral, pero “Rosales” tiene un pulso narrativo, una audacia y una desvergüenza hacia el público, que consigue dotar a sus películas de momentos sublimes (ese ojo del ogro, en “Tiro en la cabeza”), insertados en esa quietud de imágenes y ese “estaticismo” narrativo con que filma.

Creo que “Sueño y silencio” no es una película para el público, es una película para “Rosales”. El va de autor y así nos lo demuestra, intentando emular a “Erice”, a “Dreyer” a “Bergman” y sobre todo al “Tarkovski” de "Andréi Rubliov"(1966), por el curioso tratamiento que hace del color y hasta a “Welles”, con ese largo y un tanto forzado travelling por el parque, que queda como un elemento hermoso pero paradójico dentro del relato.

Reconozco que el cine de “Rosales” llega a engancharme, aunque aun no a sublimarme. “Sueño y silencio” es una película tan hermosa como triste, tan intensa como hueca, tan preciosista como desatinada.

Es posible que si “Jaime Rosales” me leyera diría que él va a lo suyo, pero yo espero que su próxima propuesta no sea un ejercicio de autor, sino que llegue a ser una película de autor, como esas que hicieron “Welles, “Erice”, “Dreyer”, “Bergman”, “Tarkovski”… esos autores inmensos a los que un aspirante “Rosales” intenta emular.
Manu_el_Ruiz
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5 de junio de 2012
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película del último conceptualista básico del Cine es un torrente del super-heroísmo, es la muerte del travelling, el deseo roto y la forma dramática que no obtiene apoyo en lo real traumático. En su interior no hay diatribas. Los recuerdos y las imágenes grabadas por el cine y por la memoria ofrecen diálogo. La memoria en forma cinematográfica hace que varios personajes piensen en voz alta, y transmitan por tradición oral, esas vivencias de la infancia o de la juventud. Puedo imaginarme esos planos, la luz y el sonido... pero en “Sueño y silencio” hay demasiadas trabas como para sumergirme emocionalmente antes de que me saquen de la hipnosis fílmica. Precisamente no hay ensoñación en la película de Jaime Rosales, y el silencio (existente por diferenciación de su contrario) es demasiado pequeño y breve como para tener algo que decir. En cambio el color sí que me habla. Por el color el padre del arquitecto es el héroe. Él muestra el lugar del accidente y a cámara lenta se enorgullece tristemente de haber sido el guía sabio.
Si decía que en su interior no hay diatribas sí que las hay en su exterior. Barceló abre y cierra la película, bañándose en acuarelas y dejando brotar de su coronilla sin pelo toda la angustia de la construcción. Si por momentos tiene la impronta, toda la película, de ese cine catalán tipo “Aita” o “Elisa K.”, “Sueño y silencio” aporta sus propias contradicciones y narcisismos. Estos narcisos crecen en el parque parisino, desde la zona de juegos hasta la zona post-juvenil, en un sol alegre que da fuerzas a la película. Ese lugar de fantasmas y de footing ahora se me presenta como algo dionisiaco. Rosales me ha puesto los dientes afilados con ese paseo por un piso de un edificio en construcción en el que había un cable negro en el suelo y unos arquitectos y constructores discutiendo en una esquina luminosa. Me oculté rápidamente. También después vino el mar, y el campo, pero sobretodo me quedo impregnado del paseo por el parque.
Jaime Rosales, sí, es conceptualista básico porque ata muy bien sus películas a la razón discursiva. La gramática clásica del Cine es una constante herramienta para Rosales y la toma al pie de la letra. Seguramente la niña haya muerto con el rostro completamente sesgado, y lo sé por el plano que precede al viaje: un plano en el que se ve a la niña sentada en el asiento de atrás del coche mientras se la filma desde el asiento del conductor en diagonal y con la mitad de la cara tapada por el propio asiento de la parte delantera. Después Rosales explicará muy bien en museos y filmotecas las reglas tomadas para hacer la película en blanco y negro, con esos dejes de exhibir el negativo y su textura... Yo prefiero algo más de arenas movedizas y fango.
Fuerza Vital
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