Crimen sin criminal

Debut en la dirección del interesante director británico –al menos en su etapa inicial realizada en Inglaterra- J. Lee Thompson, de tortuosa y guadianesca filmografía, apreciable por su serie de dramas realistas, realizados en los años 50, y cuya valía se irá pervertiendo en su etapa americana en la que rodó varias producciones importantes y exitosas, para acabar por dirigir cochambres protagonizadas por Charles Bronson y musculados sosias.

Aunque este melodrama domestico devenido en crimen, al estilo de una previsible novelita de Agatha Christie – aunque sea adaptación de una obra teatral estrenada por el propio Thompson- no sea una de sus mejores producciones, destaca la descripción del sufrimiento del protagonista interpretado por Derek Farr, pese a su tono a ratos ampuloso y en el que la mayor losa es justamente su, por momentos, agotadora teatralidad y exceso de parla, con personajes maniqueamente esbozados, caso del casero –un muy cansino Dennis Price-.

Ensayo pues fallido para una filmografía que depararía mejores frutos –algunos realmente notables- en sus posteriores producciones antes de emigrar a EEUU.