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El río que era un hombre

Drama Narra la historia de un joven alemán perdido en lejanas tierras africanas que tiene que luchar por su supervivencia. (FILMAFFINITY)
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
12 de septiembre de 2012
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
De ritmo moroso y planos sostenidos, El río que era un hombre se muestra práctica en el empleo de sus recursos: un travelling aéreo recorriendo la estepa botsuanesa nos sitúa y un plano que enfrenta a nuestro protagonista a ese río, del que escudriña el horizonte son la mejor praxis de lo que vendrá justo a continuación, pues en ella se funden como un todo dos características fundamentales en la ópera prima de Jan Zabeil: la serena y traslucida mirada de un cineasta con vocación, y la contraposición de sensaciones antagónicas. Es en esa contraposición donde quizá sorprende en mayor grado el trabajo de Zabeil cuando, en mitad de ese drama humano de supervivencia (que no se ve reflejado realmente como tal en casi ningún momento), el bávaro opta por confrontar una búsqueda por esa mentada supervivencia con planos generales que parecen orientados a mostrar ese inhóspito paraje en el que se pierde el protagonista como un remanso de paz y tranquilidad cuando realmente estamos en una situación extrema y verdaderamente incómoda.

Una incomodidad que sí parece trasladarse a alguna de las tomas nocturnas en forma de horror tangible que, formalmente incluso puede remitir al cine de terror más habitual (esos movimientos de cámara, esos primeros planos del rostro del muchacho perdido…) sin hacer especial mella en esa característica, pero sí tensando una atmósfera que el resto del film se mantiene prácticamente en calma. Son, quizá, esos sonidos nocturnos que no se sabe de donde provienen y van más allá de la desesperación de haberse extraviado sin lo que parecen opciones mínimas para encontrar el camino adecuado, lo que parecen azuzar un ambiente que Zabeil había mantenido sosegado hasta ese momento.

Escrita por los propios director y actor, El río que era un hombre parece hablarnos sobre una relación, la del protagonista, con todo el entorno que le rodea; pero no sólo un entorno en el que permanece perdido durante los primeros compases del film, sino también aquel que nos remite al folklore y la leyenda cuando, por fin, consigue encontrar rastros de vida humana, de sociedad. No obstante, es esa sociedad la que parece arrastrarle a una desesperanza que Zabeil no había captado de ese modo hasta ese momento: todo sigue permaneciendo en calma a su alrededor (pese a esa reveladora intromisión del monótono ruido de una lancha motora y esa refriega entre él y uno de los habitantes del pueblo), pero el rostro de ese muchacho ya transmite algo más que el temor a lo desconocido; es la angustia de alguien que se cree salvado pero, sin embargo, no podría estar más lejos de esa hipotética salvación en manos de unas creencias que parecen superar cualquier otra cosa.

No trata de demonizar, pese a ello, Zabeil esa sociedad, más bien vuelve a la carga con esa paleta de tonos enfrentados que dispone los tintes más fieros de un viaje justo cuando esa odisea por la salvación parecía totalmente decantada. Es, en el intento de fraguar con lo incomprensible, aquello que no posee explicación racional alguna —reflejado tanto en los aledaños de ese río, como en la tradición que parecen empuñar los individuos de ese pueblo encontrado casualmente—, donde la cinta del cineasta alemán parece fundir la naturaleza de ese personaje con otra que desconoce por completo y, por ende, nunca llega a comprender más que como un pretexto de salida. Una salida que se podrá producir o no finalmente, pero sin duda marcará de por sí sola la corriente de dos elementos opuestos destinados a seguir sendas que quedan mucho mejor marcadas por el servilismo de una visita complaciente, que por la propia convivencia de dos mundos que nunca llegarán a puntos equidistantes.


Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
Grandine
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25 de julio de 2012
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
“The River Used to Be a Man”es un arriesgado film alemán dirigido por Jan Zabeil que fue presentada en la sección a concurso “Nuevos Directores” del 59 festival Internacional de Cine de San Sebastián. Contra todo pronóstico, fue esta película la que se alzó con el galardón (una vez más el jurado de este certamen dejó boquiabiertos al público y la prensa con su decisión) pese a tener competidoras (operas primas y segundas producciones) que la superaban enormemente en todos los aspectos, al menos bajo mi opinión.

La historia (un guión realizado por el director junto al actor protagonista, Alexander Fehling) nos narra la historia de un joven alemán que queda perdido en tierras de África. Sus aventuras y desventuras, su lucha por la supervivencia, sus encuentros con los habitantes de los lugares por donde pasa, pero, sobre todas las cosas, su relación con la omnipresente naturaleza salvaje que le rodea por doquier…

La película transcurre a trompicones, tan perdida como su protagonista, sin un hilo argumental que atrape, se conforma con constituirse como una sucesión de hermosas postales valiéndose de los espectaculares paisajes por los que vaga el personaje principal. Transmite la inmensidad de las localizaciones, pero no así la soledad del joven perdido, ni la angustia del mismo, tanto el guión como la interpretación de Alexander Fehling se quedan cortos y no despiertan emoción alguna en el espectador que sólo vive, indiferente, el fluir de las imágenes de este viaje, en absoluto vital, ante sus ojos…

Una idea de partida que podía haber sido trepidante y hermosa de ver a un tiempo, pero que se queda lejos, muy lejos de conseguir su objetivo. El jurado pareció ver en ella unas virtudes que yo no atisbo, en mi opinión resultó una película bellamente hecha en lo visual, pero vacía, sin alma ni una verdadera historia que contar y una proyección que, pese a su corta duración lo que consigue es aburrir. Prescindible y Olvidable.

-Enoch-
RavenHeart
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7 de septiembre de 2012
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante la década de los años sesenta, surgió un movimiento artístico que consiguió el milagro de revitalizar una cinematografía que había quedado completamente devastada por la Segunda Guerra Mundial. A la todopoderosa Alemania la habían divido, y su producción de celuloide obviamente estaba en un bache del que parecía casi imposible salir. Al menos a corto plazo. Para la soñada y casi utópica reactivación tuvo que esperarse a la eclosión de un grupo de cineastas a los que se puso bajo un mismo techo (más por cronología que no por compartir inquietudes) llamado ''Nuevo cine alemán''. En él sobresalieron nombres ahora tan míticos como Rainer Werner Fassbinder, Wim Wenders, y cómo no, el de Werner Herzog. Centrémonos en éste último.

Se han escrito cantidades innumerables de libros y ensayos que han tratado de reflejar y/o comprender la personalidad de uno de los directores más fascinantes de todos los tiempos, pero lo cierto es que su obra, para los no iniciados en la materia, puede resumirse poniéndonos en actitud cretina y reduciéndolo todo a que es un tío que está como una chota, que hace películas sobre tíos que están como una regadera... y a poder ser, les da vida juntándose con otros tíos que están aún más locos que él (véanse sus célebres colaboraciones con Klaus Kinski, su querido ''enemigo íntimo''). Ejemplos: si hay que subir un barco por una montaña, se hace. Literalmente. Nada de maquetas. Otro, si una isla está a punto de ser irremediablemente borrada del mapa por el estallido de un volcán, Werner va a la isla con una cámara, a ver si en ella encuentra a pirados que puedan hacerle sombra.

Hay centenares de ejemplos más (al fin y al cabo, hablamos de un creador ciertamente fecundo), pero lo importante es que prácticamente en cada obra que lleve su firma late con fuerza el mismo espíritu suicida de querer enfrentarse al destino; a las fuerzas de la naturaleza, en lo que casi siempre termina siendo un romántico, bellísimo y a la postre desgarrador intento de -tal y como él mismo lo bautizó- ''conquista de lo inútil''. Algo similar puede percibirse en el filme de enigmático título 'El río que era un hombre', sorprendente debut en el largometraje del director alemán de fotografía Jan Zabeil, que le valió el Premio a la Mejor Película en la Sección Nuevos Directores, en la última edición del Festival de Cine de San Sebastián.

Es ésta una de estas películas cuyo desembarco en las salas comerciales cabe tildarse de auténtico milagro -o locura-, al ser el ar thouse su único y verdadero hábitat natural. No obstante, o quizás precisamente por esto, es de agradecer que alguien haya tenido la insensatez -empresarial, que es lo que manda en este mundillo- de ponerla al alcance del público medio. Eso sí, el riesgo de que el autor y su séquito salgan a pedradas del escenario es más que alto (de hecho, en su presentación oficial en el Zinemaldia, los asistentes, en el mejor de los casos, reaccionaron con tibios y apagadísimos aplausos). Es lo que pasa cuando un experimento tan radical llega a ojos de un público que, en su amplia mayoría, tiene la vista desentrenada para apreciar o entender propuestas que van -mucho- más allá de un mainstream cada vez más fácil de digerir. Aquí estamos en las antípodas.

Por esto llegar a la comprensión total de obras como 'El río que era un hombre' es una meta que sólo podría alcanzarse teniendo suficiente poder telepático como para ser capaz de leer la mente del autor. Una vez descartado pues el vano intento de entender qué es lo que realmente pretenden decirnos los avatares de este viaje único y totalmente inmersito, en el que reinan los silencios, es hora de esperanzarse con el descubrimiento de un cineasta rabiosamente diferente y con una capacidad sobrehumana para filmar lo que teóricamente no puede filmarse. Lo que seguro que no se puede es explicarse con palabras, solo puede mirarse (que no ver). Es algo así como aquello conocido como ''la llamada de África''. Algo que va mucho más allá de toparse violentamente con un depredador en la inmensidad de la sabana, algo que va más allá de estar en el ojo del huracán. Es la búsqueda instintiva de lo plástica y espiritualmente sublime, mezclándose cines tan alejados como hermanos como lo son el del mencionado Herzog y el de Apichatpong Weerasethakul. Es querer estar en el sitio y momento exacto donde va a caer el relámpago; es querer mimetizarse por completo con la naturaleza... Definitivamente no hay forma humana de explicarlo. Por suerte, donde no llegan las letras, sí lo hace el fotograma. Amén.
reporter
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