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Decasia

Decasia
2002 Estados Unidos
Documental
6,9
331
Documental Bill Morrison, utiliza fotogramas de archivo manipulados, y en ocasiones quemados y semidestruidos, para crear evocadoras imágenes que se entretejen con la banda sonora de Michael Gordon. Considerada por algunos críticos americanos como la mejor película de 2002, se trata de una surrealista obra similar en formato y estilo a Begotten, si bien en Decasia se analiza la alienación y la desmitificitación del cine actual. (FILMAFFINITY)
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
26 de septiembre de 2009
26 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine se está pudriendo. Literalmente.

Debido a un almacenamiento inadecuado, a la negligencia, a … el nitrato…

“Decasia”… un título bello y evocador, es un film que tendremos que calificar de experimental. Pensado para exhibirse como obra en museos, se puede ver en algo más de una hora esta serie de fotogramas semidestruidos, quemados… Bill Morrison hizo un largo trabajo de recopilación con la ayuda de diversos museos, filmotecas, etc.

El resultado es aterrador. Acompañados por la terrible banda sonora de Michael Gordon, poco armónica, pero inseparable de este material, aparecen estas imágenes… en ocasiones la ausencia de éstas, poco más que agujeros en película.

El cine experimental ha de aportar una experiencia. Esto es lo que hace “Decasia”, confunde, perturba, ¿da qué pensar? ¿O sólo algo que sentir? Muchas veces no sabemos qué estamos viendo en pantalla o por qué la gente hace lo que hace. ¿Por qué baila ese hombre árabe al inicio, con esa desesperanza? ¿A dónde fue ese éxtasis a cámara lenta? ¿A qué golpea ese hombre, a parte de a la parte derecha de un fotograma calcinado? ¿Por qué grabar esas caras de niños en un autobús, esas caras llenas de agujeros… dónde están esos niños? Todo pierde significado con el paso del tiempo, se descontextualiza, se presenta como horrible, confuso, nada puede quedar registrado… el andar de las monjas en el patio de colegio se vuelve siniestro, lento; conmociona.



Un hombre sube por una escalera que parece dirigirse al cielo. A cada peladaño, su pierna asoma pareciendo kilométrica.

Qué experiencia

Nota: 10/10, por el momento, lo mejor de esta década que agoniza. No puedo añadir mucho más. Entiendo, sin embargo, que no queráis ver una película de fotogramas quemados. Estoy belicoso y son de esperar comentarios del tipo “tomadura de pelo”. Fuera esos puños.
Snuff
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27 de mayo de 2010
12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Combustión ácida de un fotograma… deterioro lento. Agoniza el acetato y la celulosa de una monja que camina despacio por un patio. Las úlceras del celuloide parecen tener forma de bacteria, como si la película fuera microscopio, organismo y araña.

Hablar de todo esto es un coñazo. Un engolado recurso Kuleshov que libera la percepción o quién sabe... Debería decir… “Abandónense al baile de banda sonora e imágenes. Observemos el centro dopamínico de un ojo de venado y el misterio tóxico de la caducidad y la oxidación…”. Espacio cinematográfico desnaturalizado, extraña vivisección de lo invisible… ¿Cómo derivarlo a un texto? Ya, compilación de material, importancia de la banda sonora, indagación en “otros” cines, singularidad de la propuesta, denuncia del tópico cinematográfico actual…

Pero quizás también sea una alarma de tiempo envejecido y detenido. Una sinfonía decadente de fibroblastos en retroceso que esconde reflexiones a desentrañar o inventar o refundar sobre: la involución, la biología inflamada del cine que crece, se estanca y envejece como un juguete. ¿Un juguete?, ¿sigue siendo un juguete o este deterioro visual nos incluye? Caminemos de la mano, imagen, por estos años.

Un toque de atención, un organismo etéreo de esqueleto desmineralizado… ¿La mano que guía el deterioro del fotograma? Qué mano lo guía, sí, a mí sólo me queda claro la que lo monta. No hay demiurgo ni realizador… Sólo existen plazos. Se termina el cine. Se quema. Se repite hasta la extenuación en danza reiterada. Nuestra percepción se entrega sociabilizada a convenciones de madurez cansada. Y se nos mueren los actores.

Mitómano, aficionado… explica el ácido del tiempo en una imagen mientras juntas votos y ficciones y teorías desventradas que simulen un escenario eterno que te proteja en tu cinefilia. Cómo naces, creces, te reproduces y envejeces, cine, siendo objeto inanimado.
Bloomsday
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9 de diciembre de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Decasia, de Bill Morrison, se combinan imágenes alteradas químicamente con sonidos que suponen una experiencia, confirmándonos un hecho: el increíble alcance del cine experimental. Al principio de la película vemos una cadena de proyectores, de hilos con negativos de película, sumergidos en el líquido que lo hará todo visible. De repente, una mano entra en escena y coge uno de los negativos. Es esta la mano de Dios, que puede modificar a su antojo cuantas imágenes quiera.

¿Y si nuestra vida estuviera regida por una mano que altera nuestra percepción, una mano con afán de mediocridad que nos ha mostrado hasta ahora la realidad de forma convencional? ¿Y si la verdadera realidad fuera el mundo distorsionado y turbador de Decasia? Esa mano que altera los negativos determina el fluir mágico de imágenes en Decasia. Y si esa mano puede dominar el cine, también puede hacer lo propio con la vida; pues ambas no son más que ilusión.

En una escuela católica, unas monjas esperan a que las niñas entren a clase. Pero la deformación de la imagen, la opresiva banda sonora, y la composición (las monjas están en las esquinas, como ángeles -o diablos- custodios) alteran por completo el significado, transformando lo cotidiano en tenebroso. Los niños, puros e inocentes, entran en las puertas del infierno. Lo que deberían ser los primeros y enriquecedores pasos de la educación, se transforman en una pesadilla de obligaciones que poco a poco les va devorando hasta arrancar de su ser lo particular, todo lo que les hace diferentes al resto. Los niños entran con pesar a clase, como militares que van a la guerra, con la única diferencia de que los militares se enfrentan a la muerte física y ellos a la interior.

Un boxeador pelea contra formas desiguales carentes de todo orden... La irracionalidad. La mente lógica y calculadora dándose siempre de bruces con el fenómeno inexplicable. La incapacidad de comprender, en algunos casos, no evoluciona en un deseo de comprensión, sino en furia idiótica del que ni sabe, ni mucho menos quiere comprender. Del que sólo quiere destruir aquello que escapa a su control. Un boxeador idiota. Un paria sin criterio. ¿Por qué hay tantos?

Un grupo de mineros sacan el cadáver de un hombre, un acosador que en la escena anterior molestaba a una mujer. Así es como se juzgaba antes, con sentencia a muerte sin remisión, con la fuerza cinética de la masa como implacable juez. El arma de destrucción masiva cuyo motor es uno puramente humano: el instinto de castigar el pecado y el riesgo a equivocarse de pecador. Al final les vemos caminando por unas montañas humeantes, un humo que probablemente provenga del cuerpo calcinado del supuesto pecador, víctima de su tiempo.

En un horizonte perfectamente lineal, vemos al sol cayendo cada vez más. No creemos que vaya a desaparecer, pensamos que estará ahí pase lo que pase, pero es sólo una ilusión. Tenemos los días contados, y los perdemos contemplando su transcurso en yerma pasividad, hasta que se apaga. Y con él nosotros. La acción nos dará la luz, hará que la energía del sol penetre en nosotros, de modo que cuando llegue nuestro día, las leyes físicas estarán con las manos atadas, sin poder aplicarnos su destino fatal. Nos hemos comunicado con el sol y ahora somos parte de él.

Durante el metraje, esporádicamente, vemos a un hombre árabe dando vueltas, en uno de los pocos planos de la película sin apenas alteraciones químicas. Pero al final de la película cambia. Vemos a ese hombre dando vueltas, mareándose, alterando su percepción, y ahora el plano también está alterado. En esta escena provista de una enorme carga simbólica, Bill Morrison parece decirnos: si dejamos que nuestra percepción gire y cambie, nuestro mundo cambiará también.
Cinematic
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9 de diciembre de 2016
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Película de películas.

Una obra que gira, como una máquina en continuo movimiento circular, en torno a todo esto: el paso del tiempo, la retrospectiva, la sedimentación, el ser, la descomposición, la memoria, la mortalidad.

Antes de nada, hemos de señalar que 'Decasia' fue concebida como acompañamiento visual para la sinfonía homónima de Michael Gordon. Es necesario este apunte para no caer en el error de pensar que el film fue antes que la música, en vista de que hay numerosos momentos del metraje en los que la sincronización de ambos medios es insuperable. De hecho, cuentan que la presentación del conjunto se hacía en una disposición especial, con el público completamente rodeado por la orquesta, que se situaba detrás de la proyección multipantalla. Lo que ha llegado a los menos afortunados como nosotros es una exhibición clásica que, en gran pantalla y con la potencia sonora debida, también es una auténtica experiencia, de las que hacen saltar el corazón y provocan no poder dejar de hablar de aquello. Recomendamos encarecidamente que sólo quienes ya hayan pasado por ese lance sigan leyendo a partir de aquí.

Si bien la banda sonora es el germen y pilar que sustenta 'Decasia', el hallazgo más asombroso se encuentra en la imagen. Morrison reúne una hora de fragmentos de celuloide de principios de siglo XX, muy deteriorados por el tiempo y por una mala conservación. Y es precisamente esa descomposición la que interactúa, como por arte de magia, con lo representado: personajes reales o de ficción son transformados, deformados, devorados por la putrefacción del nitrato. El paso del tiempo se materializa en forma de manchas y defectos en la imagen y amenaza a eso que era presente vivo y pretendía serlo para siempre.

La principal y más milagrosa metáfora de esta sinfonía fílmica de la decadencia es la que ejemplifica una breve escena en la que un boxeador golpea su saco, pero éste queda oculto por esa especie de ameba que ha dibujado la descomposición. En nuestra mente, percibimos que el luchador pelea contra el paso del tiempo, tratando de vencer a su propia muerte. Hay varios ejemplos de esta interacción entre los personajes y ese ente amebiano o flamígero que ha provocado la acción del tiempo sobre los fotogramas, pero 'Decasia' no es sólo un juego entre la materia y el espíritu. Esa pugna de las amebas por engullir las figuras humanas invita también, y mucho, al trance del espectador, que es hipnotizado con la efervescencia de las manchas abstractas. No es extraño incluso sentirnos más satisfechos cuanto más ácido hay nublando la visión.

En ocasiones se ha dicho que aquellos a los que vemos dentro de las películas no son personas sino fantasmas, es decir, espíritus sin corporeidad de difuntos que se aparecen a los vivos. Pues bien, en los fragmentos seleccionados por Bill Morrison esto es más cierto que nunca, ya que la descomposición del celuloide otorga a a los personajes una apariencia fantasmagórica que sobrecoge.

(continúa en "Spoiler" pero no es tal)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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