El diablo enamorado

Puede que no todas las aventuras que corre Gassman sean tan acertadas como para crear consenso sobre su humor, pero lo que sí es cierto es que quien andaba detrás de las cámaras era un maestro en esto de hacer reír. Si una comedia de Ettore Scola se pone delante, aunque no parezca buena idea leyendo de qué va la película, es imposible no acceder a verla y probar. Siempre hay momentos buenos, sea por la presencia imponente de su protagonista o por el inherente gamberrismo de su director, que tiene más malas ideas que las que pudiera tener yo en mil vidas. Porque eso de querer despelotar a la princesa ante el pueblo en una ventana del palacio jamás se le habría ocurrido a otro que a Scola.

Y prácticamente sin enseñar una nalga, ni un pezón, todos sabemos lo fácil que es recurrir al destape para captar adeptos. Su humor es gamberro, su humor es una gran broma, pero sin echar mano del recurso del erotismo gratuito. Es una comedia en la Edad Media, con una excusa más o menos vista en otras ocasiones pero con un caradura único ocupando la pantalla cada minuto. Inevitablemente te ríes cada vez que se sale con la suya, con su chulería y su bravuconería, sus gestos, su desparpajo y su actitud. Sí, es un diablo, le gusta el fútbol (qué fatalidad, qué maldita mala idea...), las mujeres y el calorcito de un buen fuego. Una comedia más de Scola, un italiano para recordar.