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Melaza

Drama Cuando el molino de azúcar cierra, el pueblo de Melaza es devastado, se queda sin vida. Mónica y Aldo, un matrimonio joven, lucha por la supervivencia en un intento de salvar su mundo sin perder su fe. (FILMAFFINITY)
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
17 de abril de 2014
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aún hoy existen, en casi todos los países del mundo, pequeñas zonas invisibles de la geografía conocidas como reductos, lugares que ni figuran en los mapas y ni tan siquiera se tiene constancia que allí habite ser vivo de cualquier clase. Estos enigmáticos parajes no llegan a considerarse aldeas ni apartaderos, tal es su estado de indefensión ambiental; tan solo zonas muertas de paso entre una civilización y otra, entre pedanías que siguen resistiendo ante la ventisca y el olvido a fuerza de voluntad de sus habitantes, escasos y envejecidos.

Las raíces son algo que nadie puede rechazar. El aire, la tierra, las costumbres, suponen un fuerte apego para aquellos a los que les fue inculcado en el brote de su juventud. Crecieron con ellas, se criaron con ellas. Sus padres y sus hermanos huelen a ellas. Ese sentimiento de pertenencia, transferido por vía intravenosa e impreso de por vida en el corazón y en los sentidos, influye en la negación de esas personas por abandonar el lugar del que forman parte. Ni jueces, ni leyes ni liquidadores en tasación de seguros son capaces de cambiar eso.

Los ciudadanos jóvenes y de mediana edad emigran conscientemente para encontrar mejores condiciones con las que mantener su vida, pero solo unos pocos valientes son capaces de rechazar esta idea. Uno de esos paradigmas es el que nos cuenta Melaza. A menudo, la mentalidad de colonizador occidental de la época moderna, consumista y electrónica, nos impide asumir que, para algunos habitantes, la carencia de luz artificial, de televisión o de internet dista mucho de ser una ausencia y un anhelo. Perdura, no obstante, en el frío proveniente de ninguna parte que cala los huesos, el sentimiento de pertenencia a esos escasos metros cuadrados de superficie terrenal que antaño florecía y ahora solo luce como barro angosto. Perviven las conversaciones, con vaso de agua aliviador, con el vecino de toda la vida sobre la salud, sobre los hijos que se fueron, sobre todos los que partieron para no volver y sobre los pocos que quedan, guardias de paso que los quieren echar de su hogar.

Este retrato de la vida rural dirigido por Carlos Lechuga posee una infinita capacidad de observación y tratamiento sutil en la descripción de ese inmovilismo geográfico y de los motivos que llevan a esos seres siniestros a cerrarse en banda frente al desconcertante avistamiento del exterior. Una Cuba próxima al corazón y sus costumbres, embellecida por el rastro de aquellos que la siguen engrandeciendo con su rutina. Su conservadora narrativa y su escrupulosa puesta en escena, predominante al minimalismo de orfebrería, otorgan un estatus de implicación con ese anacrónico relato sobre el paso del tiempo y su latente amenaza hacia aquellos que no parecen preocuparse por él, ante la soberbia y la austeridad latentes.

Ante un film de estas características, es mejor olvidarse de plazos, planes de objetivos y llamadas telefónicas. Una nueva forma de mirar, contemplativa y tenue, surge entre una imagen despojada de nervio, embellecimiento o insistencia. Este es un cine que se cuela por las rendijas de las ventanas y de la madera vieja de los tablones de suelo, dentro de casonas donde las cosas, por ausencia de ellas, suceden muy despacio y donde se te permite reflexionar sobre esa fugaz existencia que se desliza por manteles roídos y cuberterías rotas. Melaza no solo se revela como una propuesta al margen de filias, modas y estilos modernos sino también fuera del tiempo, trascendiendo parámetros y tendencias. Una obra que parece ir especialmente dedicada a todos aquellos que aún guardan resistencia y apego hacia lo que sienten suyo, por mucho que sea un pedazo de tierra sin fruto o una vieja casa de cimientos torcidos. Adheridas a las raíces más profundas emergen multitud de fuertes ramas que funden recuerdos, alegrías, amores y toda una vida como testimonio.

Crítica para www.cinemaldito.com
@WeisGuerrero @CineMaldito
Weis
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19 de abril de 2014
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Personalmente desconozco la situación real de Cuba. Muchos opinan sobre ello pero supongo que los que lo saben de verdad son los que viven allí y aún así habrá muchas versiones según las vivencias y opiniones de cada uno. Sin ser un tema del que esté informado al día, si me da la sensación de que hay aquí mismo (e incluso entre gente que lo más cerca que ha estado es bebiéndose un cuba libre en su barrio) dos discursos claramente encontrados, muchas veces llevados por la simpatía o antipatía con la política de allí que como digo por tener conocimiento de causa. Los hay que hablan de una dictadura y pobreza extrema y otros de aires frescos de libertad y en la cinta que nos ocupa se decanta claramente por la primera opción.

Carlos Lechuga sin necesidad de dar discursos políticos pero sin andarse con ambigüedades, nos presenta una Cuba (en este caso el pequeño pueblo de Melaza) desoladora y una historia de medidas desesperadas en situaciones ídem. Carteles y camiones con megáfonos que exaltan la patria y los logros de la misma en una ciudad sin trabajo, sistema educativo inexistente, racionamiento de alimentos y medicinas, casi ningún medio para ganarse la vida, leyes implacables y con poca solución para salir de todos esos problemas que el buscarse alguno mayor.

Concretamente se centra en la historia de una viuda que vive con su hija menor de edad, una madre incapacitada y su nueva pareja y las dificultades que se les presentan para tirar hacia adelante. Sin entrar a valorar si es más o menos apegada a la realidad por desconocimiento, la situación es extrema en todos sus aspectos y las intenciones del director son claramente hacer una obra de cine denuncia. Como drama cumple tanto en lo técnico como en su casting como en su ritmo narrativo entre otras cosas, aunque su sencillez la haga fácilmente olvidable y su predecibilidad la libre de resultar impactante o dejar marca.

Nota: 5'5
Turbolover1984
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31 de enero de 2015
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El cine cubano llega a España con cuentagotas, y yo creo que sí se puede hablar de un cine cubano con unas determinadas señas de identidad, y ahí está la Escuela de San Antonio de los Baños, que, por cierto, proporcionó una buena selección de cortometrajes para el Festival Internacional de Cine del Sahara en 2009. Pero sí, sí existe un determinado cine cubano, una de cuyas características básicas a mi modo de ver consiste en la intensidad humana dentro de una atmósfera densa y de un contexto sociopolítico sobradamente conocido. El magisterio de Tomás Gutiérrez Alea, después de más de cuarenta años de ejercicio fílmico, continuado mediante Juan Carlos Tabío no puede ni debe desaparecer fácilmente. Si bien las actuales generaciones de realizadores trazan ya su propio camino, pues al esperpento coral de Guantanamera (1995), de Tabío, co-dirigida por Alea, opone Lechuga los tintes dramáticos de Melaza, siendo así que ambos largometrajes muestran la misma sociedad.

Pues bien, dentro de esas escasas producciones del país caribeño que llegan a España, no pueden ser más difíciles las dos últimas a las que he tenido oportunidad de asistir: Boleto al paraíso (2010), de Gerardo Chijona, basada en hechos reales, y Melaza, de Carlos Lechuga, puesto que dentro de una coyuntura política muy conocido y tratando como trata una cuestión social tan acuciante como el SIDA, la película de Chijona carga las tintas en la intimidad de una pareja de adolescentes, mientras que la película de Lechuga es manifiestamente social, desde el mismísimo inicio, puesto que la segunda escena es el ruido de una avioneta y un fajo de periódicos del diario Trabajadores, que se supone que caen de ella. Pero es una película social sin ser demagógica, panfletaria ni plantear tampoco una situación de victimarios-victimas. Diríase que todos son víctimas de la Historia, con mayúsculas. Es como si Lechuga se hubiera limitado a abrir el objetivo de su cámara de grabación y por delante de ella hubiera pasado la realidad de un pueblo, la durísima realidad de una aldea, cuya principal industria, la melaza, desapareció hace tiempo, lo cual no es privativo de la sociedad caribeña mostrada, sino que en esta nuestra Europa los ejemplos de reconversión industrial, curioso eufemismo para referirse al cierre de industrias, fueron habituales en la Inglaterra de Margaret Thatcher y los efectos son aún visibles en toda la zona centro del país, mientras que en España, el cierre de astilleros o minas forman parte de nuestra realidad cotidiana.

Sí quiero destacar el lenguaje cinematográfico utilizado por Lechuga, puesto que su película es pródiga en escenas sin diálogos, que, por otro lado, son escenas de una gran plasticidad. En el cine fórum posterior a la película, Lechuga comentó que ello fue así porque de otro modo el largometraje no se hubiera podido grabar nunca: el régimen se considera mucho más agredido por los diálogos que por las palabras. Pero yo creo que eso demuestra la fuerza cinematográfica del director, dado que el cine consiste básicamente en contar historias con imágenes. Imágenes muy elocuentes en Melaza, como pueden ser una clase de natación en una piscina sin agua, una comprobación del estado de la maquinaria de un ingenio cerrado o un patético himno cantado por los cuatro “peladitos” que componen el alumnado de una escuela rural. Mucha plasticidad podemos observar en los colores externos de la casa donde viven los protagonistas, en los herrumbrosos y abandonados espacios internos del central e incluso en las vías del tren comidas por la maleza, por otro lado, detalle curioso este último, porque el primer tren que se construyó en España se hizo en la Cuba colonial en 1837 entre La Habana y Bejual.

La elocuencia, por otro lado, no es privativa de las imágenes, sino también de los sonidos o voces, que no son plásticas, evidentemente, pero sí muy expresivos. El primer ruido que oímos es el del ruido de la avioneta más arriba mencionada y es el sonido de una aeronave renqueante y arcaica, lo que ya nos da idea de la pobreza de medios. Otros ruidos no menos elocuentes son los programas de radio contando las glorias azucareras del lugar, o las llamadas por megafonía a concentrarse contra el imperialismo yanqui, cuando toda la aldea son unas pocas decenas de seres humanos. No creo yo que eso haga temblar especialmente al águila de cabeza blanca. La propia música de la película también contribuye a crear ese ambiente desvencijado, habida cuenta de que no se trata de los coloristas sones cubanos, sino de bandas de músicos mínimas que interpretan temas desganados.

Ése es el contexto que recrean las imágenes y los sonidos de Melaza, y en ese entorno, el protagonista, maestro de escuela, ha de transportar la pizarra a su casa para intentar clases particulares; este mismo profesor se arriesga a varias decenas de años de cárcel por vender carne de vaca; los protagonistas han de alquilar su casa para que se ejerza la prostitución en ella; ellos mismos han de transportar el colchón hasta la fábrica abandonada para conseguir un mínimo de intimidad; la protagonista roba un reloj, supuestamente de oro; la protagonista también ha de prostituirse, mientras su propia madre le aconseja cómo ofrecer una imagen más seductora; etc.

Como resumen y tal como dice la protagonista de la película, en Cuba o aprendes a bailar o te mueres en la pista. Lo cual me parece un planteamiento tan duro como realista.

Es sólo que en la sociedad que nos muestra Carlos Lechuga es preciso bailar sin música.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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