Ramona

Esta película rompe más barreras que otras que tienen una campaña de marketing más grande (y que siguen corrientes u modas, apostando sobre seguro aunque no siempre salga bien). ¿Y cuáles son esas barreras? Pues que Bagney otorga el protagonismo de la obra a una mujer que duda, sueña, se equivoca e intenta ser ella, sin estigmas ni clichés preconcebidos y sin intentar ajustarse a los cánones de lo que se lleva en la actualidad. El nombre (Ramona) ya nos da pistas de que encontraremos algo diferente (aunque podría llevarnos al error de que quieren llamar la atención, que también, ¿pero y qué?), y lo mejor es que encontramos esa chica original e intuitiva (aunque esa intuición no siempre la lleve donde quiere). Ramona es intuitiva en su libre albedrío, es divertida por ser imprevisible y encima se pone una peluca que nos evoca a la "Nouvelle Vague". Y luego están los dos protagonistas masculinos, cada uno con un gran trabajo psicológico detrás y que hacen que la gran Lourdes Hernández se luzca y avance "como una ola" hacia sus entrañas, mientras el espectador no se aburre nunca, aunque ella se ponga a fumar y a mirar al infinito. Y eso, es muy difícil de conseguir. Da la sensación de que hay sentimiento y una capa de verdad debajo de todo lo que vemos.

Pongamos que hablo de Madrid. Una ciudad en blanco y negro, un barrio castizo, tres personajes solamente. Con esos mimbres, cargada de ilusión, Andrea Bagney ha conseguido sacar adelante su primera película, y el resultado no puede ser mejor. Porque lo mejor de todo es su desparpajo, su clara pertenencia a los márgenes de la industria. Eso se nota, en ese rodaje en 16 mm., mostrando desde el mismo comienzo, cuando los créditos iniciales, ese Madrid que todos amamos, los que no somos de Madrid. Porque Madrid es una de las ciudades más hermosas que conozco, y sin embargo, no soy de Madrid. Durante un tiempo, me moví por sus calles como se mueve Ramona, que ha llegado del extranjero y quiere empezar de cero, quiere decir, de nuevo (como si esto fuera posible). A sus treintaytantos, quiere lo que mucha gente millennial: la posibilidad de una vivienda, un trabajo estable, un hijo antes de que sea demasiado tarde, fumar mucho, estar siempre delgada.... Pero Ramona está algo perdida, en ese lugar un poco caótico, en donde nadie conoce a nadie, en donde todas las historias son posibles.

Narrada como si fuese una novela anticuada, hay en ella ecos de comedia de altura, aunque en realidad sea sólo un ensayo, de la verdadera película que está por venir. Ramona, Nico, Bruno. Una mujer, dos hombres, la vieja historia. ¿Qué hay de nuevo, viejo? Pues que estamos en un bar, luego en un banco, más tarde quién lo sabe. Los diálogos son frescos, porque es la vida misma. Igual que ocurría en Antes del atardecer, la película que ella evoca en cierto momento, en donde no se sabe cuándo termina la película y cuándo empieza la vida. ¿Y si la vida no fuera otra cosa que una sucesión de películas, las películas de mi vida? Un día encuentro al hombre de mis sueños, y todo cambia. Porque ese hombre es el príncipe que estaba esperando. Un día mi príncipe vendrá. La princesa es ella, Russian Red. ¿O hay que llamarla Ramona?

Todo circula con suma ligereza, como se mueve un gato. O como se mueve ella, por una ciudad que le pertenece. Hay un encanto inigualable en su mirada. Cuando se mueve, es imposible no moverse con ella. Cuando habla, se te eriza la piel. La película habla de la espera, de cómo los actores, las actrices, están sometidos a ese poder del director, el que los lleva hasta el sueño profundo. Se produce, en ese intercambio de miradas (¿de papeles?) una atracción irrefrenable, que nadie sabe explicar. La aspirante a actriz se coloca frente a los examinadores, hace su papel. Cómo no pensar en Anna Karina. Una mujer es una mujer. Lourdes Hernández, Russian Red: la película es ella. Sin ella, no hay película posible.

Me siento profundamente abrumado cuando tropiezo con películas como esta. No es porque no la entienda, que... verdaderamente no hay nada que entender. Todo está lamentablemente diáfano.

He llegado a pensar que la renovación del cine pasa por su propia destrucción, la destrucción de sus principios, aquello que se recreó por vez primera a finales del siglo XIX, evolucionando hacia un entretenimiento que ha generado ilusión, esparcimiento, distracción... abocado en estos momentos hacia una carencia de objetivos y concreción alarmantes.

Creo que esta "historieta" no se merece mi reflexión, ni los minutos que le estoy dedicando, por su absurda nadería vestida de algo... ¿Qué?

Algunos intelectuales de esos que no encuentran objetivo, hablan de ella destacando su... ja, ja, ja. Deberíamos irnos a tomar por donde asientan las botellas. Yo el primero.

No he visto nada de lo que se indica en la sinopsis, y no han mentido en su redacción.

Obviamente, a “Ramona” he llegado a través de la curiosidad por el debut cinematográfico de la figura de su protagonista, Lourdes Hernández, que con la película de Andrea Bagney debuta en el mundo de la interpretación. Lo mismo el nombre como tal no te suena pero si te digo que ella era Russian Red seguramente entiendas mi interés. La autora de un puñado de canciones interesantes y una obra maestra eterna, “Loving strangers” para la película “Habitación en Roma” de Julio Medem, desapareció del mundo público en lo más alto de su carrera musical y, tras años de silencio, debuta como actriz en “Ramona”.

Es obvio que Andrea Bagney pretende centrar el film en la ópera prima interpretativa de Lourdes Hernández para presentarla al mundo con sus incuestionables cualidades como actriz, que quedan perfectamente corroboradas a lo largo de su liviano metraje, porque ella protagoniza todas las escenas y aparece en prácticamente todos los planos de la cinta. Una película que se convierte en un interesante artefacto para que Lourdes Hernández se explaye delante de la cámara y el resultado doy fe que resulta interesante.

Y todo ello para contar una historia que va de menos a más, que comienza de una forma tontorrona y demasiado simple que hace presagiar un chasco parido a medio camino entre el homenaje a la Nouvelle Vague y a la comedia romántica de Woody Allen pero que, si se tiene paciencia con ella y se la deja evolucionar, termina interesando conforme muta hacia un drama romántico de suficiente entidad como para enganchar al espectador.

También el aspecto estético de la cinta de esta película que pretende ser un ejercicio de metacine durante el rodaje de un film se zambulle en un blanco y negro deudor de la Nouvelle Vague con curiosas escenas concretas rodadas en color precisamente cuando de las grabaciones de la película dentro de la película se trata, de un color ciertamente almodovariano además y por contraste, un acierto de dirección de fotografía de Pol Orpinell.

Ramona y su novio Nico han vuelto de Londres sin haber alcanzado el éxito. Él, un arquitecto que se gana la vida de cocinero, trabaja durante muchas horas del día en un restaurante; ella, quiere reinventarse como actriz después de su fracaso como cantante (algunas notas autobiográficas de Lourdes Hernández se notan dejadas escurrir a propósito por nuestras mejillas cinéfilas) y, de la forma tan típicamente casual propia de Woody Allen, conoce a un director de cine que se queda prendado de ella. Un guión de la propia Andrea Bagney que comienza mal pero que va evolucionando hacia su notable interés final.

Y muy especial atención al momento musical de la película, en el que Lourdes Hernández canta “Como una ola”, un instante de cine muy especial y emocionante.

Puede parecer casi anecdótico pero que esta cinta, supuestamente libre y llena de ideas ambiguas sobre la capacidad de inadaptación para la edad adulta de la generación millenial, se muestre encorsetada bajo un innumerable número de referencias, siendo las más evidentes 'Frances Ha' del neoyorquino Noah Baumbach o la tan reciente 'La peor persona del mundo' del noruego Joachim Trier, pero donde también podemos entrever un monólogo que pareciera contarnos una historia de amor con claros paralelismos con la trilogía de Richard Linklater, "Antes del ...", no hace más que delinear la banalidad real intrínseca de la supuesta nueva joya que pretende vender la prestigiosa plataforma Filmin.

Sus intentos constantes de búsqueda hacia una iconografia que eleve, y en cierto modo justifique, el divagar sin ton ni son a través de decisiones erróneas de su protagonista, machacando canciones, bailes insustanciales, diálogos supuestamente originales o incoherentes juegos de formato y color, cuyo fin es el de engatusar al espectador por medio de ese batiburrillo sin sentido de ideas que pretende adornar la más absoluta de las nadas; ya qué, al igual que el personaje solventemente interpretado por la magnética Lourdes Hernández (Russian Red), quizás la única razón de ser del filme, 'Ramona' aúna la pretensión ser muchas cosas y a la vez ninguna.

Tan solo en sus minutos finales es capaz de avistar una interesante reflexión acerca de las relaciones cohibidas, lastimosamente para entonces mi interés ya se haya visto nublado por esa comedia de poca gracia o los dramas desinteresados de una niñata que arrambla con todo lo que tiene a su alrededor.

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