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Barco a la deriva

Drama Mientras que el sobrino del doctor John Pearly debe juntarse con su tío para navegar sobre el Mississipi en un viejo barco a vapor, es arrestado por el crimen de un hombre que le impedía marcharse con Fleety Belle, con la que tenía la intención de casarse. El joven hombre es condenado al ahorcamiento. El doctor intentará todo para salvar a su sobrino... (FILMAFFINITY)
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Críticas 7
Críticas ordenadas por utilidad
5 de noviembre de 2010
19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pequeño divertimento de Ford y última colaboración con el actor Will Rogers, que a pesar de ser el menos sólido de los tres sigue manteniendo muchas de las virtudes de las otras dos películas que hicieron juntos. El propio Ford era consciente de que la historia no daba mucho de sí, hasta el punto de que Ford hablo con Rogers y le pidió que viera si podía adaptar el personaje un poco para que se encontrara más cómodo con él. Al final quedaron razonablemente satisfechos con el final, pero hay que reconocer que la historia tenía menos interés que las anteriores y eso hace que el film se resienta un poco. No deja de tener algunos temas interesantes y que volverá a tratar con más acierto en su obra como la intolerancia social, la integridad personal o la privación de libertad (Hurricane, The Shark Island). Pero su manera de tratarlos es lo que la convierte en la más ligera de las tres, más interesado en su sencilla trama, en la comedia y en momentos puntuales que en un conjunto bien definido. Eso sí, Rogers vuelve a estar espléndido en su personaje, aunque a la larga tal vez el más recordado sea el carismático personaje del Nuevo Moisés, interpretado por Berton Churchill (que trabajo en varios films de Ford en aquella época). Ford realiza su trabajo con habilidad, consiguiendo escenas de calidad y algunos planos que contienen la fuerza y belleza que solo él sabía rodar, pero en conjunto sabe a poco. El maestro concluye esta divertida trilogía un escalón por debajo pero dignamente con esta comedia pequeña que junto a sus dos predecesoras, además de entretener son muy útiles para empezar a entender el estilo tan característico de este gran genio del cine.
cineoptero
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10 de diciembre de 2009
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Divertida y emotiva película del maestro nacido en Cape Elizabeth, donde su gran estilo de brillante contador de historias está ya perfectamente definido. El film cuenta la historia de un joven que ha matado en defensa propia a un muchacho y su tío el doctor John Pearly junto a su novia le intentarán defender para que no lo ahorquen. Con este sencillo argumento Ford lleva la película a su mundo, donde tendrán cabida sus típicos personajes como el doctor de medicina, el simpático compañero inmerso en el alcohol pero gran profesional, el predicador con la palabra de dios por delante, o sus característicos temas como el deber, la familia, el humanismo, o la religión, todo muy bien mezclado con su gran sentido del humor que tan bien desarrolló durante toda su carrera, y con una gran puesta en escena sencilla y eficaz, donde acompañada con su gran habilidad narrativa fueron sus rasgos más característicos, y el cual hacen que una historia aparentemente intrascendente como esta sea brillante. Hay que recordar que Ford llegó en 1914 a Hollywood gracias a su hermano Frank, y dirigió su primer film solo tres años después, esto demuestra el gran manejo del lenguaje cinematográfico que tenía en 1935, año en que realizó “Barco a la Deriva”, pues llevaba más de 20 años trabajando en una industria en la que además empezó desde abajo del todo siendo un simple empleado de atrezzo. Esto le hizo aprender toda la técnica paso por paso y por eso maneja tan bien la puesta en escena en sus films, ya sea la fotografía, los decorados, el vestuario, el manejo de la cámara, o posteriormente el sonido. Viendo una sencilla película como esta en cuestión, es fácil darse cuenta de lo que estoy contando, ya que si la hubiera realizado un director menor estaría completamente olvidada, pero al realizarla Ford se ha mantenido como un pequeño clásico de los años treinta, donde aunque esté muy lejos de sus obras maestras mantiene toda la frescura y la gracia que tuvo en su día, con grandes secuencias como la divertida carrera de barcos o la del joven tocando una bella y emotiva melodía con una sierra, y personajes inolvidables como el graciosísimo “Nuevo Moisés”.
john thorthon
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27 de abril de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primero de todo, es una película de 1935, el cine en plena efervescencia hacia lo que sería en breve, más cerca del teatro aún que del cine, un Ford en plena evolución pero con toda su esencia ya presente.
La historia aparentemente plana le sirve para plantear en el fondo, así como si nada, temas fundamentales como la fidelidad a uno mismo y a los otros, y deja por el camino joyas de la ironía como esos encuentros en el río a la busca del Nuevo Moisés, la cárcel en la que negros y blancos están separados (en plena segregación en EEUU), las diferencias entre rivereños y gentes del pantano, la ignorancia y la ingenuidad.
A mi me parece una película llena de buenas sensaciones, sin duda por detrás de muchas otras de Ford, pero si te gusta Ford y entiendes y disfrutas de su humor, no puedes dejar de verla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
el_desertor
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25 de junio de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conclusión de la trilogía compuesta por Doctor Bull (1933), El juez Priest (1934) siendo la última colaboración de John Ford con el querido por todos Will Rogers, el cual falleció de forma trágica poco tiempo después de la realización de esta película por un accidente de avión. Barco a la deriva aborda la vida rural de pequeños pueblos americanos con un tono costumbrista, siguiendo los mismos esquemas que sus predecesoras, y guiadas por la encarnación de la amabilidad y sabiduría campechana hecha a la perfección por el humorista. La película sigue la trayectoria de un charlatán doctor que vende su 'Remedio de Pocahontas' con el objetivo de comprarse su propio barco a vapor. A raíz de la compra y de la llegada de su sobrino junto una misteriosa chica de los pantanos, se verá involucrado en una pena de muerte hacia su pariente por el asesinato de un hombre, y tendrá que buscar a un nuevo profeta, único testigo de la pelea, para conseguir el indulto.

Una obra menor del director de Maine en la que, por sus cualidades, es donde más se puede vislumbrar una personalidad racional y tolerante frente al trato cotidiano en las pequeñas localidades americanas, que no son otra cosa que el reflejo de una sociedad. A pesar de que es donde menos se emplea la crítica, Ford adapta la obra de Ben Lucien Burman usando uno de sus guionistas habituales, Dudley Nichols, que, ayudado por Lamar Trotti, imprime el sello fordiano, ese estilo invisible y tosco pero cargado de belleza rústica que impregna las obras del realizador.

El personaje de Will Rogers, el doctor John Pearly, es un equivalente al sueño americano de la época aspirando a comprar un barco para ganar una carrera fluvial, siendo esas sus escasas preocupaciones hasta la incursión de un atractivo John McGuire como su sobrino Duke, el cual lo inicia en una epopeya cargando contra la culpabilidad de haberle recomendado entregarse, pecando de soberbia, asegurando que no le pasaría nada.

La intensa rivalidad entre habitantes del bayou y gente del río aflora con la llegada a la vida del doctor de Anne Shirley (Fleetey Bell), pequeña línea narrativa que sirve para la presentación del personaje femenino y que se descarta erróneamente, pudiendo haber resultado una historieta divertida si se une a la nostalgia de glorias pasadas que salpica el filme y que se acentúa con la adquisición del museo de muñecos de cera, otra pequeña línea que casi sirve exclusivamente a la presentación de otro personaje, Jonás (Stepin Fetchit) y que queda suspendida en el guión para usarse como deus ex machina.

El romance que sustenta los intereses principales de la película resulta el motivo más interesante para escenificar el deseo de justicia al paso de mostrar la bondad cercana, gentileza despreocupada y simpatía de los personajes que asoman durante toda la aventura de John y Fleetey Bell, que se nos traduce a nosotros como una avenencia entrañable hacia todos ellos. Estas características son animadas principalmente por el sheriff Rufe Jeffers (con una maravillosa interpretación estelar de Eugene Pallette), el chistoso Jonás y el Nuevo Moisés, repitiendo por tercera vez el veterano Berton Churchill, cambiando su registro habitual por un bondadoso e implicado predicador que se come al resto del elenco en el último arco narrativo.

De la trilogía, es sin duda la que posee una estética más cuidada con una fotografía naturista de George Schneiderman perfecta para la historia que se quiere narrar, ayudando a crear auténticas delicias de escenas como la carrera entre John y el capitán Eli (interpretado por el íntimo amigo de Ford y creador de El juez Priest, Irvin S. Cobb), acompañada de una música muy sugerente para el contexto como son los himnos de la Confederación empleados por el presente en toda la saga Samuel Kaylin. En este último arco John Ford usa la religión que tan presente ha estado en su tríptico como recurso cómico pero también como expiación, quemando los ídolos americanos de su museo por un Nuevo Moisés eufórico, anteponiendo la humanidad a símbolos y supersticiones, de los que se deshace sin titubeo como de la necesidad de permanecer en un pasado enterrado. Probablemente, la mejor secuencia de la película.

Un gran cierre que narra una historia simpática como gran despedida del legendario Will Rogers ofreciendo una aventura a caballo entre lo cotidiano y lo épico, con una estética preciosa y una narración menos cargada de mensaje, más fácil de ver por un ritmo más ligero y unas interpretaciones geniales embarcadas en barcos de vapor llenos de vida bondadosa y rural que tiran por la proa convencionalismos idílicos y religiosos.
Tiggy
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6 de enero de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un excepcional fotografía, que la cámara ágil y flexible de J. Ford sabe captar con sutileza y con cautivadora elegancia, enmarca la grandeza de un Misisipi en cuyo entorno sucede toda la acción.
El argumento es dramático e intenso, también emotivo y tierno, pero a veces parece carente de vigor narrativo y da la impresión de que puede deberse a que el doblaje al español no ha resultado acertado.
Otras veces sugiere cierta falta de motivación o precipitación en el acabado de la película.

Al sentido dramático añade situaciones cómicas y una trama romántica para configurar una peripecia entretenida, humana e interesante.
ABSENTA
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