Rize

Hace unos tres años que vi este pedazo documental. Recuerdo a la perfección la particular reacción que tuve ante él: fascinación. Me sentí hipnotizado por la magnífica y sensacionalista puesta en escena de los bailarines, la emoción de cada escorzo imposible, la potencia de cada músculo llevado hasta el extremo físico. La calidad HD de los micro clips se ve contrastada por la austeridad audiovisual que sigue a la trama y a los personajes. Aún así, en cada segmento se percibe un ritmo trepidante que, aunque no os interese este mundo marginal dentro del arte, os mantendrá atentos.

Mido uno noventa y cinco, cuando vi la película pesaría unos ciento cinco kilos, tengo los pies cavos (lo que viene a ser lo contrario de los pies planos), esta deformación me provoca un ligero y llamativo balanceo cuando camino. Soy lo que se dice un paticojo tenue, aunque perceptible.
Por mis condiciones físicas o por lo que sea, no me gusta especialmente el baile técnico para lucir, de hecho, casi nunca danzo en las discotecas. A lo largo de mi vida, sólo bailé de forma continuada en mi habitación universitaria de Tenerife. Los ritmos estrambóticos sin el mayor orden y concierto me relajaban en mi estresada soledad. Sin conocer la existencia de este fenómeno artístico, practicaba algo parecido al Krumping como medio de liberación tanto espiritual como vital. Después de descubrir este documental, os juro con toda mi alma que deseé, durante al menos un par de horas (lo que duró el influjo de Rize), convertirme en profesional y ponerme a bailotear como un soñador ingenuo por los escenarios de LA con “Tommy The Clown” o “La Niña”, dando puñetazos imaginarios al desosiego para reflejar con la pantomima, la transcendencia del cuerpo y la relevancia de la energía bien canalizada. Sí, señores, estamos hablando de pasión, en este documental se ha desbordado el vaso.