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Austria Austria · Ciudadano del mundo
Voto de I m feeling good:
8
Drama Un hombre camina por el desierto de Texas sin recordar quién es. Su hermano lo busca e intenta que recuerde cómo era su vida cuatro años antes, cuando abandonó a su mujer y a su hijo. A medida que va recuperando la memoria y se relaciona con personas de su pasado, se plantea la necesidad de rehacer su vida. (FILMAFFINITY)
31 de mayo de 2008
7 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El comienzo de “París, Texas” es demoledor, abrasivo, honesto a más no poder. El desierto vive en esta película de Wenders, porque ocupa la virtud de la confusión, donde ningún norte se presenta y saluda un buen camino. La soledad respira en el ambiente y acomete en la realidad una acción que por desfigurar, desfigura el alma de quién ve y escucha a Travis, en su letanía hacia ninguna parte. La infinita persistencia de la música (alma del silencio de Travis), sacude espirales emotivas en donde sólo hay tres gramos de polvo blanco, maravilla en la búsqueda de la verdad y del recuerdo, o de la mentira de una rememoración que construir, según cómo se observe este ojo cerrado de Wenders.

El papel de Harry Dean Stanton supone la gran interpretación de su vida. Este actor, perteneciente al exquisito, y necesario, grupo de los secundarios de oro hollywoodienses, supo adentrarse e inmiscuirse sin descaro en la tragedia personal de Travis, bordando un papel tan lleno de matices como de sentimientos, de complejidad irreprochable, casi rocambolesco, roza lo increíble, pero nunca se adentra en la ingenuidad del papel amorfo lacrimógeno, pese a que la historia podía pedirlo.
Que el objeto de nuestra emoción sea un desarraigado social no nos sorprende, hemos incorporado a nuestro imaginario colectivo al perdedor que lleva una cuneta debajo del brazo, castigado con añitos en el infierno por creer que la vida está hecha para complacernos, y no soportar, al enterarse de su error, de la ambivalente realidad existente. Su amnesia supone la última voluntad del soñador empedernido, del idealista, que prefiere perder la memoria, a recordar que el mundo no está construido por utopías encadenadas. Amén.

Cuatro años son demasiados para volver a reencontrarse con la vida pasada y esperar no volver siendo un juguete roto, mortecino. Desde este punto, como vaga podría definirse el ritmo de la trama, acompañada a la perfección por la languidez musical a ritmo de Ry Cooder.
Esta película retrata con justicia la frialdad urbana en su segunda parte, se deshincha parte de la magia del principio de la misma, aunque mantiene un nivel más que decente, sobre todo, por la intensidad de la relación creada, y transmitida, entre padre e hijo. Su noble objetivo de completar las raíces familiares adquiere características de meta bíblica que nos engancha a su búsqueda, a la vez que nos anima a empujarles el ánimo.
Cuando ya están todos unidos tras el Peep Show, la desazón y la esperanza se unen en un final algo frustrante, quizás demasiado gélido, en el que Travis ya está desnaturalizado respecto al que conocimos al principio de la trama. Puede que el error sea mío, quizás yo acuse como espectador un alma de poeta destronado y aprecie más al desnortado que al redimido padre de familia.
I m feeling good
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