Haz click aquí para copiar la URL
Reino Unido Reino Unido · Birmingham
Críticas de Peaky Boy
<< 1 4 5 6 10 19 >>
Críticas 92
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
10 de noviembre de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Western siempre ha sido una de las máximas representaciones del cine norteamericano. Alcanzó su máximo esplendor en la edad de oro de Hollywood y se caracterizó por mostrar la problemática social que la expansión de la civilización encontró en su camino hacia la costa del pacífico. Este género redefinió la figura del héroe, un personaje sacado de las novelas de caballerías quien, a lomos de su rocín, se dedicaba a salvar a damiselas en apuros o a pequeños comerciantes extorsionados por despiadados grupos de salvajes. Se adaptó la personalidad de estos caballeros por una mucho más ruda, cambiando la sagaz retórica y finos modales por el sarcasmo descarado y el tabaco de mascar, el inquebrantable honor por la picardía, y el espíritu desinteresado de aquellos que se contentaban con servir a su rey, por los caza recompensas que no conocían otra ley que la del oro.
Antes de su completa desaparición, allá por los 70, nació el Spaghetti Western, denominado de esa manera, no sólo como indicativo de la procedencia de sus películas (españolas e italianas), sino también por la forma en la que la crítica se refería a ellas para menospreciar la calidad del producto. Y es que este subgénero siempre fue la vergüenza de la familia, la oveja negra del rebaño, todo eran producciones infumables con una puesta en escena mediocre y pésimos guiones; esto era así… hasta que llegó su hora. Y su hora llegó el día que apareció Sergio Leone para revolucionar la industria cinematográfica, dando un golpe de autoridad y con un más que ajustado presupuesto supo encontrar la clave que le llevaría al éxito, y que otorgó al western un homólogo europeo a la altura. Dicha clave residió en un talento innato para la dirección, acompañado de una gran fotografía y de dos geniales colaboradores; el primero, uno de los mayores iconos el cine, poseedor de una mirada como no ha habido otra y el actor que reinventó la figura del fuera de la ley, Clint Eastwood, quien con su poncho, su sombrero lleno de polvo y su barba de 2 días, se convirtió en el referente de la trilogía que compusieron, Por un Puñado de Dólares, 1964, La Muerte tenía un Precio, 1965, y El bueno el Feo y el Malo, 1966; su otro colaborador fue el compositor Ennio Morricone, que consiguió dar a la música un protagonismo casi absoluto en las más de quinientas películas a las que puso la banda sonora, siendo el creador de las mejores canciones que se han escuchado jamás en la gran pantalla.
En esta ocasión, el director, no contó con Eastwood, de hecho el proyecto de Once Upon a Time in the West le fue impuesto de manera inesperada al director, siendo Charles Bronson el encargado del papel principal. Este dato no hizo que el realizador se abrumara, todo lo contrario, aceptó el reto de la mejor manera posible. Un director que sabe mejor que nadie donde ha de colocarse una cámara, el tiempo que ha de esperar hasta dar paso al siguiente plano, o la cantidad de palabras que una mirada o un gesto pueden ahorrar, supo sacar una de las mejores interpretaciones de Bronson en su prolífica carrera. Pero lo mejor estaba por llegar; habiéndose ganado el favor de productores e inversores, tuvo una petición muy especial para el rol de malo: Henry Fonda. En un papel que rompería con su faceta de héroe apuesto, que tan buenos resultados le había dado junto a directores como Sidney Lumet interpretando al único hombre compasivo de aquellos 12 hombres sin piedad, 1957, Fritz Lang, Pretson Sturges, Hitchcock, Vidor e incluso en sus muchas colaboraciones con el maestro John Ford, donde dejó clara su aportación al western, aunque siempre del lado de “los que visten de blanco”. Sin embargo, otros planes tenía para él Leone, vistiéndole de negro por primera vez y haciendo que aquella fría mirada se mostrara indolente, oculta tras un pañuelo, mientras cometía los actos más atroces de todo el oeste. Otra de las sorpresas de la cinta fue la actriz Claudia Cardinale, pese a que Leone no era muy partícipe a otorgar papeles importantes a mujeres, no pudo evitar rendirse a los encantos de la artista, que llegó a convertirse en todo un mito erótico de la época.
La trama es la recurrente en este tipo de películas pero, por la forma en la que está presentada, podría decirse que es el prototipo del cine del oeste. Es la lucha del bien contra el mal, blanco contra negro. Un niño al que se echó sobre sus hombros el peso de una responsabilidad que no podía soportar y que con el paso de los años convirtió el triste son de la armónica, que con violencia le fue introducida en la boca, en la música de una muerte anunciada, que perseguirá a Frank durante todo el metraje hasta que consiga recordarla.
Pero no es realmente la historia, brillantemente escrita por Leone, Dario Argento y Bernardo Bertolucci, lo que llama la atención en esta ocasión, sino la manera en la que está contada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Peaky Boy
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
9
10 de noviembre de 2013
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La niebla cubre a gran velocidad las calles de Tulsa, el sol se ha escondido de improviso, asustado por el ambiente enrarecido que se respira en la gran urbe privándonos de la belleza del crepúsculo. Decenas de jóvenes se preparan para hacer su aparición en el fantasmagórico escenario callejero que la noche ha preparado para ellos, un aura de confusión se apodera de la ciudad mientras surgen los primeros rumores, él ha vuelto. Pintadas en las paredes, leyendas urbanas que han ido extendiéndose de boca en boca creando la, ya legendaria, imagen del más temido pandillero que jamás ha existido, El chico de la moto. Un rugido estremecedor confirma lo que todo el mundo temía, una silueta motorizada se desplaza de un lado para otro sobrecogiendo a los miembros de la banda rival que en ese momento tenían todas las de ganar en una pelea contra Rusty James, el hermano menor del misterioso ídolo y quien, pese a estar herido, sabe que ahora es invencible. El agresor, desconcertado, instintivamente retrocede pero sin apenas darse cuenta se ve atacado de súbito por una enorme motocicleta que ha aparecido de la nada. Todo ha terminado por esta noche.
De esta manera, Francis Ford Coppola presentaba a uno de los más recónditos personajes de toda su carrera, un recurso que ya había utilizado en otra de sus obras para la genial aparición del Coronel Walter E. Kurtz, interpretado por el Marlon Brando más esotérico que jamás hemos visto en Apocalypse Now, 1979. Sin embargo, ese halo de desconcierto y tenebrosidad creado por el director no desaparecería en toda la película, consiguiendo así una sublime ambientación poética que no volvió a repetirse en ninguna de sus posteriores obras.
Una vez ha hecho su aparición, le sucede lo que a la mayoría de estas leyendas, que la idealización que se había creado sobre su persona, supera a la realidad, estableciendo una decepción notable y convirtiendo a la vieja gloria en una figura patética, obsoleta.
En 1983, Francis Ford Coppola adaptó para la gran pantalla dos novelas de la escritora Susan Hinton. La primera fue Rebeldes, una película interesante pero que no llama especialmente la atención dentro del género de los dramas juveniles. Cinco meses después le toco el turno a La Ley de la Calle, la obra que realmente interesaba a Coppola y a la que puso verdadera dedicación, ¡y vaya si se notó en el resultado!
Una gran carga onírica, llena de objetos metafóricos, inunda este ejercicio de arte y ensayo con el que el realizador homenajea de forma muy personal a su hermano mayor, como puede leerse en los créditos una vez finalizado el metraje, y con el que firma uno de sus trabajos más experimentales y alejados del mainstream. El cine del director, tanto en los más destacables éxitos como en sus grandes fracasos, se caracterizó por unos recursos muy representativos que hacen todas sus creaciones fácilmente distinguibles. Irregularidades en la trama, excesos tras la cámara que convierten sus delirios en secuencias altamente disfrutables. En general, toda su obra estaría marcada por esas deliciosas perfectas imperfecciones, todas a excepción de dos, dos obras que lo llevaron de inmediato a una especie de Olimpo para artistas donde se encontrarían aquellos que, como Cervantes, Beethoven o Da Vinci, han cambiado la historia de la humanidad con alguna de sus creaciones, nos referimos, claro está, a El Padrino y El Padrino II.
Historia de dos hermanos, dos rebeldes sin causa que miran atrás con añoranza recordando los tiempos en los que la competencia en cuanto al control de la calle era inexistente, y que ahora intentan huir de su pasado a toda costa. Dos peces luchadores (Rumble Fish, es el título original de la película) que han de vivir por separado en cautividad para evitar que se maten el uno al otro, su agresividad es tal que les lleva a atacar su propio reflejo en el cristal de esa pecera, y cuya única posibilidad de vivir juntos es la libertad. Y aquí es donde aparece uno de los elementos más destacables de la simbología empleada por Coppola, la personificación metafórica de ese pez luchador en la figura de Rusty James, contemplando su reflejo en el cristal de un coche y atacándolo por no poder soportar su cautiverio.
El paso del tiempo es uno de los elementos fundamentales de la cinta, como si ese tiempo avanzara con un único y devastador objetivo. Las imágenes de relojes no dejan de aparecer en pantalla como si cada segundo dirigiera a nuestros protagonistas a un desastroso e inevitable final. El constante sonido del segundero de un reloj y diálogos explícitos sobre la fugacidad de la vida, como el que se lleva a cabo en el cameo del icónico Tom Waits, intensifican esa asfixiante sensación de falta de tiempo sin ningún motivo aparente.
Muy buena la actuación de Matt Dillon como Rusty James, y deslumbrante el trabajo de Mickey Rourke dando vida al Chico de la Moto en una de las interpretaciones más poderosas de su carrera. Entre los secundarios destacamos a Diane Lane y Dennis Hopper, y como curiosidad, podemos resaltar que La Ley de la Calle supuso la primera de tres colaboraciones del sobrino de Coppola, Nicolas Cage, con su tío predilecto, actuando posteriormente en Cotton Club, 1984 y Peggy Sue se casó, 1986.
La fantasmagórica y poética ambientación de la que hablábamos al comienzo de la reseña no hubiera sido posible sin la magnífica fotografía de Stephen H.Burum, que consiguió retratar muy acertadamente aquella escena ochentera de pelos largos y chupas de cuero con un toque retro derivado de la utilización de un blanco y negro muy sugerente y transgresor, que supuso la incomprensión del público que ya estaba demasiado acostumbrado al color, y que originó un estrepitoso fracaso de taquilla que condenó al realizador al final de la libertad artística de la que había gozado en el rodaje de sus películas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Peaky Boy
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
8
10 de noviembre de 2013
31 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 2009, Giorgos Lanthimos nos enseñó, con su brutal cinta Canino, los devastadores efectos que la sobreprotección de los hijos podría originar. El exagerado comportamiento de los padres, ocultando todo lo que consideran nocivo para el desarrollo de los retoños, les lleva hasta límites desproporcionados con desastrosas consecuencias. El drama de los abusos a menores es un tema cuando menos delicado. En ocasiones, los abusos serán de tipo autoritario y psicológico, como los que se muestran en el experimento conductista llevado a cabo en la película griega antes mencionada, y en otras, serán de tipo físico, como ocurre en Oscura Inocencia, 2004, o Happiness, 1998, donde la terrorífica trama será camuflada bajo un, todavía más aterrador, humor sarcástico.
Todos los personajes (menores) de estas películas, hubieran corrido mejor suerte de haber podido entrar en algún momento de sus vidas en el centro de acogida, Short Term 12. En él trabaja Grace, una espectacular Brie Larson en su primer papel como actriz principal. La protagonista, al igual que el resto de sus compañeros de trabajo, ha aprendido a convivir junto a jóvenes con problemas, a respetar su situación sin hacerles sentir excluidos y a prepararles para la vida adulta más allá de esas cuatro paredes, fuera de las cuales no tendrán ninguna influencia sobre ellos. Ahí es donde el director muestra el saber hacer que la veteranía aporta a los monitores, frente a la torpeza de los novatos que suelen pecar de seguir las normas y el manual de “como tratar con personas desfavorecidas” olvidando a veces que, en efecto, son personas y por lo tanto no se rigen por ningún manual.
El inevitable tratamiento de temas trágicos hará que la cinta sea tachada de melodrama demagógico, sin embargo, la ausencia de frivolidad y el buen gusto de un director que mantiene su cámara enfocando en todo momento al interior de los protagonistas, dejando que los fantasmas de sus pasados sólo sean presumibles y nunca visibles, la dotan de un rigor objetivo mayor que muchas de las noticias que leemos a diario. Y es precisamente esa ausencia de superficialidad y su fino humor, lo que hace que este filme sea disfrutable y no el devastador relato que hubiese resultado de haber seguido con la tónica de los circos mediáticos del morbo-sensacionalismo que pueblan la diaria programación de las cadenas televisivas.
Destin Cretton dirige de forma transparente y con pulso firme esta genial obra independiente capaz de sacar los colores de muchos de los nuevos estrenos con presupuestos multimillonarios. Cretton también escribe el guion, o mejor dicho, reescribe, basándose en su cortometraje homónimo, donde cuenta vivencias personales de su paso por uno de estos centros como voluntario.
Larson brilla con luz propia y será la encargada de marcar el ritmo de la cinta, interpretando a una joven completamente entregada a su trabajo. Su fuerte y amable personalidad hará que sea el apoyo principal de todos los niños de los cuales se ha ganado el más absoluto de los respetos, sin embargo, ese alegre temperamento estará escondiendo una parte oscura de su pasado que se niega a dejar salir, hasta que la entrada de una nueva adolescente con la que se siente identificada comience a abrir viejas heridas que quedaron sin curar. Una llamada de teléfono que trae noticias de su pasado semienterrado abrirá definitivamente esas heridas a las que tendrá que hacer frente irremediablemente, obligándola a abrir, poco a poco, esa hermética coraza que la protege para que las personas que la quieren puedan ayudarla.
Una de las joyas que nos dejó la Semana Internacional de Cine de Valladolid que, pese a no resultar ganadora, ha servido de vehículo para llegar a millones de espectadores que, sin dejar de elogiar el impecable trabajo del director, han hecho que éste obtenga con creces el respaldo necesario para que su próximo estreno sea una fecha marcada en rojo en el calendario de eventos de interés especial.
Brett Pawlak ayudará a Cretton, como ya lo hizo en su anterior y primer largometraje, I Am not a Hipster, 2012, a conseguir una atmósfera cálida y familiar, acercándonos a los personajes de la obra mediante una fotografía que, con su amplia profundidad de campo y su sencillez, abraza suavemente a los protagonistas con el tacto necesario para que éstos no se sientan intimidados y terminen por abrirse a un espectador que creerá que es un miembro más de esa comunidad. Y es que nada en la cinta es agresivo, la delicada imagen, el carácter de los monitores, la sutil banda sonora, todo son componentes que el realizador ha colocado con mucho mimo para que el mensaje no se vea distorsionado por elementos externos, sino que sirvan únicamente de acompañamiento para un final que dejará una pequeña ventana abierta a la esperanza. Una ventana a la que asomarse y respirar cuando la despiadada realidad del mundo exterior nos desborde. Ahí contemplaremos la magia de un director que todavía tiene esperanza en el ser humano, consiguiendo que Los Olvidados de los que hablaba Buñuel en 1950, sean finalmente recordados con cariño, suavizando el impacto de la historia de una de las caras más amargas de la sociedad.
Peaky Boy
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
8
21 de octubre de 2013
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El anglicismo “Jam Session” es un término acuñado en los años treinta para definir esos conciertos desenfadados que, sin otro fin que pasarlo en grande interpretando temas propios o versionando sobre las grandes leyendas, reunían en clubes, casas o en medio de la calle a músicos de jazz que improvisaban con sus instrumentos, para deleite de los afortunados que estuvieran presentes o pasaran casualmente por allí.
Este era el objetivo de un joven actor y su grupo de amigos, cuando en 1959 se plantó en las calles de Nueva York con una cámara de 16 mm, unos pocos ahorros que había conseguido recaudar representando pequeños papeles para la televisión, un mensaje que transmitir y muchas ideas en la cabeza. Allí mismo se escribió el guión, sobre la marcha, línea por línea los actores comenzaron a interpretar, o a improvisar, lo que acordaban minutos antes de una escena que siempre quedaba abierta a la modificación “in situ” del diálogo en beneficio de los propios protagonistas. Con aquella obra nacía el cine independiente estadounidense.
Lo que en principio iba a formar parte de un ejercicio para el taller de interpretación de John Cassavetes, hecho que explica porqué los actores conservan sus nombres reales durante el filme, terminó siendo una de las obras más influyentes de la historia de la cultura underground americana. Premiada en el festival de Venecia, galardón que le sirvió para conseguir una distribuidora interesada en su comercialización, representa el movimiento iconoclasta vivido en la escena neoyorquina de los años cuarenta.
“Colored Only”, rezan los carteles que en parques, cines, bares y demás sitios públicos de la ciudad, señalan los lugares que permiten la entrada de afroamericanos. Con el racismo como telón de fondo, el filme avanza a ritmo de jazz por los lugares más característicos de la gran manzana mediante una banda sonora compuesta por Charles Mingus, contrabajista y compositor también conocido por su faceta de activista en contra del racismo, e interpretada por el saxofonista Shafi Hadi.
Ben, es un espíritu libre, un joven inquieto y fiel representante de la contracorriente Hipster, entre cuyas señas de identidad se encontraba, no sólo la pasión por el jazz, sino también, el uso de un argot propio, la diversidad racial y la exploración sexual. Junto a su pandilla, Ben se pasa las tardes deambulando sin ningún tipo de meta, a excepción de la de encontrar una nueva chica con la que pasar la noche. Leila, su hermana, es una joven de apariencia muy dulce pero de armas tomar que un día conoce a Tony, y los dos quedan totalmente enamorados. Cuando Tony conoce al hermano mayor de Leila, Hugh, un aspirante a cantante, no puede evitar que surjan en él prejuicios raciales que crearán una situación de conflicto, avivada por la tensa situación que se vivía en una época de tremenda discriminación étnica. Rupert es el carismático representante de Hugh, los dos se ganan la vida con pequeñas actuaciones, viajando de un lado para otro y volviendo siempre a casa con las manos y los bolsillos vacíos.
Ópera prima de Cassavetes que narra tres diferentes historias paralelas de gente muy real en el transcurso de un episodio cualquiera de sus vidas. Un director que cambió el concepto del cine, y lo que resulta aún más admirable, al que el cine no pudo cambiar sus principios.
Tras el inesperado éxito de su primera película, fue contratado por la productora Paramount para rodar Too Late Blues, 1962 y Ángeles sin paraíso, 1963. Nada particularmente bueno salió de aquel periplo por Hollywood, por lo que el realizador decidió volver a sus raíces para brillar con Faces, 1968, con la que retomaría su faceta más indie, y comenzaría una sucesión de obras maestras del género, entre las que destacan, El asesinato de un corredor de apuestas chino, 1976, y Una mujer bajo la influencia 1974, con la que consiguió dos nominaciones a los Oscar, entre ellas, mejor director, compitiendo con autores de la talla de François Truffaut, que presentaba entonces La noche americana, Roman Polanski, con Chinatown, y un tal Francis Ford Coppola que estrenó El Padrino II.
Un director que siempre se mantuvo muy fiel a su estilo, y aunque nunca repitió el experimento de improvisación de Sombras, sí que continuó con sus filmes de bajo presupuesto, rodados cámara en mano y financiados por él mismo gracias a los ingresos que obtenía actuando en películas como, Doce del patíbulo o La semilla del diablo. Sin un estudio muy detallado de los encuadres y recurriendo con asiduidad al uso del plano-contraplano, el director deja que sus actores se diviertan, no pone orden en la distribución, sino que sigue a los protagonistas con la cámara, y consigue una conexión que raya lo espiritual con los melancólicos lamentos del saxo, un instrumento que llega a cobrar vida, marcando el ritmo de la cinta y aportando una carga emocional que acentúa el cariz de las palabras del fantástico elenco. Poco más se puede decir del apartado técnico, ya que un breve rótulo al final de la cinta aclara el concepto que se quería dar a transmitir: “Lo que acaban de ver es el resultado de una libre improvisación”
Cerrando la reseña, y en palabras del introvertido, pero siempre elocuente Benny,
-No más Jazz para mí esta noche, chicos.
Peaky Boy
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
8
21 de octubre de 2013
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los rituales religiosos han sido una práctica llevada a cabo por la humanidad desde tiempos inmemoriales. Ya Homero nos narraba, supuestamente, con pelos y señales aquellas hecatombes perfectas que el ingenioso Odiseo y la prudente Penélope ofrecían a los dioses para mostrar su gratitud. Aquello sí que era fe ciega, teniendo en cuenta que el desventurado héroe poco tuvo que agradecer a unos dioses que jugaban con su suerte y le hacían padecer toda clase de tormentos.
La religión es uno de los temas más controvertidos de la sociedad, y esto es así desde que existen varias creencias y cada una de ellas afirma ser la única y verdadera. Pese a las diferencias que se puedan encontrar, todas comparten un patrón común, la interpretación de un texto sagrado. La rigurosidad con la que se afronte dicha lectura será el factor que marque el nivel de extremismo del grupo, de esta manera es como se forman la mayoría de los colectivos fundamentalistas o sectas destructivas, cuyos líderes pueden llegar a ser personas potencialmente peligrosas. Sus dotes para la manipulación combinadas con un insano fanatismo, son capaces de conseguir que miles de personas actúen bajo sus órdenes como meros autómatas.
Es precisamente este fanatismo el factor clave en el trabajo de Robin Hardy, una obra que ha ido cobrando gran importancia con el paso de los años hasta convertirse en lo que es hoy día: uno de los clásicos indispensables del cine de culto. La provocadora crítica de tintes oníricos se presenta como un filme denuncia que no duda en cargar contra la religión en general, aunque se centra en gran parte en la católica, personificada en un devoto policía con aires de colonizador que desacredita constantemente las creencias de los lugareños, sin dejar de preguntarse cómo pueden adorar algo que no son capaces de ver, mientras por las noches se arrodilla para rezar antes de irse a la cama.
Hardy pudo haber encabezado nuestra lista de “directores por un día” de no ser porque en 2010, treinta y siete años después de su genial ópera prima, firmó la secuela de ésta, titulada The Wicker Tree. Un filme tan evitable como también lo fuera el remake americano de El hombre de mimbre, del que se encargó Neil LaBute, The Wicker Man, 2006, con Nicholas Cage a la cabeza.
En la versión original de 1973, un policía escocés viaja a la isla de Summerisle siguiendo la pista de una carta que le ha sido entregada y en la que se denuncia la desaparición de una joven de doce años. El extraño comportamiento de los oriundos, que afirman no haber visto nunca a la niña, pone en guardia al agente que pronto se verá envuelto en una minuciosa búsqueda bajo la desconfiada mirada de los vecinos del pequeño pueblo. Las prácticas libertinas y el paganismo del que los habitantes hacen gala, escandalizan al sargento Howie cuya moralidad se verá puesta a prueba. La búsqueda se volverá más esotérica una vez que aparezca la figura de Lord Summerisle, el líder espiritual y político de la isla. Todo dará un giro argumental asombroso conforme nos vayamos acercando al inevitable y apoteósico final.
Christopher Lee, el mayor icono del cine de serie b, y para muchos el mejor Conde Drácula de la historia, Drácula, 1958, interpretó una de las más grandes actuaciones de su carrera, dato que no es de extrañar teniendo en cuenta que fue la motivación el único factor que le llevó a aceptar el papel, accediendo a participar en la película de forma gratuita.
El guionista Anthony Shaffer, que ya por entonces gozaba de una gran popularidad tras haber escrito el guion de La Huella, 1972 y la adaptación de Frenesí, 1972, se convirtió en la gran atracción publicitaria hasta el punto de que su nombre formó parte, en un principio, del título de la película. Un guion muy consistente cargado de conversaciones metafóricas que ponen en evidencia la sinrazón de ciertos cultos, mostrando dos caras de una misma moneda. Por un lado, la hipocresía con la que se representa a la iglesia católica, todopoderosa y con delirios de grandeza, sintiéndose capaz de condenar todo aquello que se escape de su razonamiento. Por el otro tenemos a los paganos, una hermandad que practica el amor libre y destaca por la desconfianza con la que miran todo lo que viene del exterior, una congregación muy territorial que reacciona como un animal asustado ante cualquier intento de invasión, primero se esconde y cuando se encuentra acorralado, responde con violencia.
La supuesta integridad de la que presume el protagonista se tambaleará en una de las escenas cumbre de la película, cuando la bella hija del posadero baile pecaminosamente desnuda en la habitación contigua, golpeando la pared a modo de reclamo, a la vez que intenta seducirle con su erótico ritual. La dulce voz de la joven llegará a los oídos del beato como el canto de las sirenas llegaba a los de Ulises mientras se encontraba atado a un mástil que le impedía sucumbir, en esta ocasión el mástil tendrá forma de cruz.
Ciertamente es lo enigmático y oscuro del tema lo que lo hace tan atractivo, las agrupaciones sectarias siempre han estado envueltas en un halo de incomprensión y ocultismo que el cine ha plasmado con mayor o menor acierto, como es el caso del filme de Jaques Tourneur, La noche del demonio, 1957, o la moderna y exagerada película de Kevin Smith, Red State, 2011, centrada en la figura real de Fred Phelps.
El resultado del experimento de Hardy fue una transgresora cinta que aportó frescura al género de terror, que por entonces ya se encontraba muy deteriorado, creando, de manera magistral, un ambiente agobiante y una sensación de incomodidad difícil de aguantar entre los aldeanos de un pequeño pueblo de Escocia y un sargento de policía de la capital.
El hombre de mimbre vuelve hoy a proyectarse, con todo merecimiento, en los cines de todo el mundo gracias a su nueva versión remasterizada.
Peaky Boy
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
<< 1 4 5 6 10 19 >>
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow