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Van Gogh en la puerta de la eternidad

Drama El pintor holandés post-impresionista, Van Gogh (Willem Dafoe), se mudó en 1886 a Francia, donde vivió un tiempo conociendo a miembros de la vanguardia incluyendo a Paul Gauguin (Oscar Isaac). Una época en la que pintó las obras maestras espectaculares que son reconocibles en todo el mundo hoy en día.
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Críticas 45
Críticas ordenadas por utilidad
28 de febrero de 2019
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Cuando una figura artística o creativa adquiere relevancia y estatus de referente o leyenda, se seguirán facturando diversos relatos sobre su vida y milagros hasta el fin de sus días. El paso del tiempo no mata el interés en su figura, y con periodicidad, gracias a efemérides, este reverbera. El caso más relevante en el planeta cinematográfico recientemente es el del genio impresionista Vincent Van Gogh. Desde el 2017 nos han bombardeado con producciones sobre el pintor, sobre todo documentales sobre las pinturas, y también la cinta de interesante animación Loving Vincent. La, por ahora, última producción atractiva de esta ola es la película que nos ocupa en la presente entrada. Es Van Gogh, a las puertas de la eternidad, nueva realización del siempre interesante y no muy prolífico Julian Schnabel y merecedora de una Copa Volpi al Mejor Actor en el último Festival de Venecia y una nominación al Mejor Actor en los Óscar por el trabajo de Willem Dafoe interpretando a Vincent. Película que fue recibida de manera tibia por la crítica, pero que guardaba suficiente potencial para ser una película interesante, gracias al talento técnico y artístico del equipo implicado. Willem Dafoe, por sí solo, es una garantía. Me acomodé en la soledad de la butaca del Cine del Círculo de Bellas Artes en el que tuvo lugar el pase de prensa con la inquietud de no saber bien al tipo de película al que me iba a enfrentar. El filme que se nos proyectó es una obra irregular y difícil de asimilar, pero harto interesante y gratamente sorprendente. Una película pesada, larga y llena de decisiones formales extrañas, pero sensible y personal, con grandes interpretaciones y una personalidad propia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Néstor Juez
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2 de marzo de 2019
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La película es sobre la última etapa de Van Goth un hombre torturado por la vida que nunca tuvo suerte en vida. Un artista complejo y lleno de fantasmas. Schnabel usa la camára sobre todo cámara en mano para dar vitalidad al personaje que tan bien recrea Dafoe.... Uno de los mejores papeles del actor... La cámara con muchos primeros planos para dar profundidad a los personajes y una forma sosegada a cada momento... Un buen trabajo....
Orson_Welles
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4 de marzo de 2019
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Un enfoque diferente a lo que esperaríamos en un biopic nos ofrece esta película, que lejos de centrarse en relatar unos hechos muchas veces contados, y que podemos consultar en enciclopedias, se dedica a plasmar escenas concretas de la vida del celebérrimo pintor holandés, con momentos donde la calma y los óleos cobran protagonismo en contraposición a otros en los que locura y confusión se dan de la mano.

Estas sensaciones quedan perfectamente exteriorizadas gracias a una gran labor de realización y fotografía que traspasa la pantalla, atrapándonos con sus imágenes y con la meticulosa interpretación de un espléndido Willem "Van Gogh" Dafoe quien caracteriza un complejo y mítico personaje a las mil maravillas.

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Cine de Patio
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13 de abril de 2019
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Julían Schnabel, el notable pintor y director norteamericano, vuelve al cine con una obra tan ambiciosa como lograda basada en la vida del pintor holandés Vincent Van Gogh (1853-1890).
Como en sus obras anteriores, Schnabel vuelve a mostrar un delicado equilibrio entre su forma de contar y el contenido de lo contado. Sus personajes principales siempre están basados en personas reales, en su mayoría artistas cuya experiencia vale la pena analizar y discutir. Su debut cinematográfico, “Basquiat” (1996), está basada en la tumultuosa vida del contemporáneo pintor americano de raza negra Jean-Michel Basquiat, gran cultor del grafismo gestual. “Antes que Anochezca” (2000), en el periplo neoyorquino del escritor cubano Reinaldo Arenas, quien brillara en el realismo mágico y el anticastrismo. La Escafandra y la Mariposa (2007), se concentra en la convalecencia de Jean Dominique Bauby, periodista y editor de la revista francesa Elle, que sufre un infarto cerebral que lo deja hemipléjico pero conservando la capacidad de expresión a través del movimiento de su ojo izquierdo, y Miral (2010), retrata a una niña que se vuelve mujer en un orfanato de refugiados que se enamora de un militante palestino que la pone en el dilema de participar de la lucha por la libertad de su pueblo o elegir la educación como camino para el logro de la paz.
Ahora su mirada se posa sobre un pintor impresionista del siglo XIX, Vincent Van Gogh, donde retrata a un hombre en su mediana edad, que acaba de ser dado de alta de un nosocomio de enfermos mentales. Lo pinta como un hombre común, un amante de la naturaleza, que quiere captarla con sus pinceles tal cual la percibe: llena de color y movimiento. Lejos del clasicismo de los pintores florentinos y holandeses, Van Gogh no es un retratista sino un paisajista. Por esa razón, no es valorado en vida. Su pintura, carece de interés pero marcará una nueva tendencia. Su fama llegará mucho después de su muerte.
Schnabel no está interesado en filmar una película más sobre el famoso pintor. Por el contrario, su búsqueda se concentra en el sentido de la trascendencia de alguien que parece no destacar y que sin embargo está creando una de las obras pictóricas más importantes que ha dado la humanidad. Hacia la mitad de la película, una línea de dialogo pone en boca de Van Gogh la siguiente frase: “Tal vez Dios eligió un tiempo equivocado para mí. Quizás, el don que me dio para pintar sea para que disfruten personas que aún no han nacido”.
Esa frase en boca de un pintor al borde del fracaso, es también la aceptación de un mandato divino en el cual existe la esperanza de un futuro en alguien consciente de sus valores y de su obra, pero que resulta un hombre fuera de la época que le toca vivir, y que inconscientemente acepta que si bien no recibirá en vida reconocimiento alguno, su pintura lo trascenderá y lo colocará en un lugar en la historia del arte, incluso como uno de los máximos exponentes del post impresionismo, aunque en vida solo haya generado fama de pintor maldito.
Pero este no es el único punto de vista que propone Schnabel. También rescata y recrea la relación de Van Gogh con el pintor francés Paul Gauguin. Un encuentro en Arlés, en el sur de Francia generado por su hermano Theo, quien manejaba como merchant la obra de ambos. Fueron 9 semanas en las que los pintores intercambiaron lienzos e ideas, trabajaron sin descanso, discutiendo y peleando. La obra, además, sugiere una relación de tipo homosexual entre ambos. Por otra parte, se dice también que Van Gogh, presintiendo la separación, desesperado se cortó una oreja.
Lo cierto es que ambos dejaron una huella profunda en la historia del arte. En el film, Van Gogh aparece como un poseso. Abordaba el arte como una religión. La pintura lo liberaba. Gauguin, en cambio, no se le parecía aunque admiraba la pintura de su amigo. Su viaje a Arlés solo tuvo un objetivo vacacional. Buscaba allí un paraíso soleado que lo acercara a su pasado en Tahití. La película no profundiza en la relación entre ambos, aunque deja presentir el momento bisagra que ambos están protagonizando, el cambio profundo que ambos generarán en la historia del arte.
Sus diferencias profundas hacían imposible su convivencia. El idilio creativo que generaron terminó penosamente con el corte famoso de la oreja de Van Gogh. Gauguin, por otro lado, no soportaba los delirios creativos de su amigo. Solo deseaba seguir su búsqueda, su viaje. No podía mantener el compromiso artístico y moral de su amigo.
En el film, este segundo aspecto de la relación entre ambos no alcanza la trascendencia que le adjudica la propia historia. Sin duda, los aspectos más destacables de la película se concentran en la figura de Van Gogh, y particularmente en el énfasis puesto en la descripción de su humildad creativa, su capacidad de trabajo, su preocupación sobre su futuro y sobretodo, por la incertidumbre de la aceptación de su obra.
Posiblemente el film no esté a la altura de sus mejores obras. No obstante ello, es un film que aporta una mirada diferente sobre el genio del pintor y su época, en la que tiene mucho que ver la actuación de Willem Dafoe, que llena de humanidad a la figura del pintor, tornando la figura de un genio en un simple ser de carne y hueso obsesionado por la pintura.
Charly Barny
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18 de abril de 2019
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Por: John Harold Giraldo Herrera
[email protected]
Docente Asociado Universidad Tecnológica de Pereira

A las puertas de la eternidad fue el nombre que le dieron en español. Una idea inquietante, con la posibilidad de tentar al tiempo para prolongarlo. Ingresar a ese pódium es posible, ser eterno cuesta cada vez más y apenas un puñado lo logra, la competencia es atroz y las alternativas escasas. Vicent Van Gogh, es un hombre, una obra, una vida, un recuerdo sostenido, su modo de vida pudiera haber incomodado y ser incomprendido, y eso habla de cómo superó barreras. Sus pinturas no sólo se han masificado, también su historia, sus colores, su apuesta y aquella manera de revolucionarnos desde el arte ¿para qué capturar la luz con tintas y hacer con ella formas o sensaciones o ideas?, quizás tengamos más respuestas y el cúmulo de conocimiento permita aventurar muchos caminos. Aún así, las certidumbres, muy pocas, del pasado, nos continúan cabalgando. Al ver la película, protagonizada por el versátil Williem Dafoe, obtenemos una serie de flancos, quizás uno, de cómo ese ser no sólo dejó apresada la maravilla de la luz sino que la atravesó. Se trata de cómo Vincent vivió sus días, atormentado, un poco delirante, y más dedicado a la pintura, esa obsesión le valió ser uno de esos genios, al reconocerse como el padre del arte moderno. Al deslizarse en una búsqueda en apariencia sin sentido, encontró la puerta a la posteridad.

Saber algunos hechos de la vida de los creadores, permite emocionarnos y re-crearnos con sus obsesiones, escudriñamos sus cuartos, nos adentramos en sus misterios. Algo debe ser el detonante para llegar a ser uno de los pintores más representativos de la humanidad, caracterizado con proximidad y encarado con la fuerza de un personaje vital, nos permitimos puentes y atamos cabos. Van Gogh ha sido expuesto en varias películas, su vida, sus manías, quedan en documentales como: “Van Gogh: Painted with Words (2010), centrado en las cartas con sus amigos y en especial con su hermano Theo, la reciente Vicent (2016) también nominada al Óscar en la categoría de animación, y con un énfasis en sus pinturas. Y se encuentra la de 1956 denominada El loco del pelo rojo. Todas ellas ofrecen rasgos, la de Dafoe nos sacude por su capacidad de interiorizar a ese “loco” que también decidió no tener una oreja. Julián Schnabel, el mismo de películas como: La escafandra y la mariposa (2007), la relacionada con el escritor cubano Reinaldo Arenas, Antes que anochezca (2000), es quien lidera la visión sobre Vincent.

Seguro la noche estrellada no es la misma luego de haberla pintado el célebre sin oreja, y muchos de esos campos amarillos de girasoles y cultivos, o las desteñidas y ajadas botas de su pertenencia o esos rostros de hombres algunos sufridos y otros tan estáticos que decidieron ser símbolo de un modo de luz. Van Gogh entendió las honduras del ser, las vivió y las dejó ahí en esos trazos gruesos, en esas espesas capas de pinturas, en el color sorprendente y vivo; es que si uno ve en Vincent algo, es un espejo multicolorido de sensaciones, de formas que se disuelven: se agrandan o se encojen, se aíslan o se extienden en la retina y nos van comunicando un oleaje de emociones.

Vincent, expresado en Dafoe, avanza poco, se inquieta mucho y lo vemos allá en su mundo, parece que no tuviera otro: el de un enfrentarse a la pobreza y a una manera de vivir y estar aferrado entre lienzos, paletas, pinceles y capturar esa materia de la que se encuentran hechas las cosas cuando las vemos: la luz. Por allá perdido, ensimismado, algunas veces enterrado, nos entregó una lección: si algo queremos hay que llevarlo hasta el límite y sacarlo de ahí para que prevalezca. Mirar no es suficiente sino no nos asombramos. Una de sus frases nos sacude: “Que sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo nuevo”. Y sí que produce e irradia vitalidad. Lo nuevo suyo consistió en nunca desistir y ver lo que otros no podían, absorberlo, casi volverlo suyo, a su modo, el que generó rupturas y dejar eso ahí para las puertas hacia lo eterno.

¿De qué estuvieron hechos sus ojos? ¿Cuánta fuerza tenía para persistir en medio del desastre y el caos? Por qué no se quedó ahí en el mismo lado que otros para solo respirar y ser uno más como los demás. Se cruzó con los grandes pintores de ese tiempo e iba muy poco a las exposiciones, y él se quedaba en la luz de la mañana o de la tarde o la poca artificial que tenía en los cuartos donde habitaba y no paraba de pintar; casi ejecutando esa acción de vida para los lienzos, iba apagándose su comprensión y desfallecía su mente, en un sentido de desplegarse hacia búsquedas más allá de lo terrenal. Van Gogh fue un ser alado, voló hacia el tiempo, se alzó en el aire de las sombras, de las clarividencias, de sortear blancos y negros, de apreciar esas estelas de energía con las que el mundo de repente aparece.
John Giraldo
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