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Críticas de John Giraldo
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Críticas 115
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
3 de agosto de 2020
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Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente Universidad Tecnológica de Pereira
[email protected]

El canto y la música son la banda sonora de la existencia. En Colombia el traqueteo de metralletas y el silenciamiento de vidas, se han convertido en el pan de cada día, no ha cesado ni la horrible noche -trasladada a cualquier hora-, como tampoco los ríos de sangre. Marta Rodríguez es la cineasta de las tragedias, y también de las resistencias y las esperanzas, su ojo se ha posado en la Colombia escondida, aquella silente en los grandes medios, que sólo, a veces pasan irrisorios fragmentos de ese país que la mayor parte desconocemos. Marta ha convivido con los protagonistas directos, y su trabajo, en conjunto, desde que empezó con Chircales (1972) contándonos el modo de explotación de unos albañiles, hasta su más reciente documental de La sinfonía de los andes, lo que nos ha desplegado es una fuerte conexión de memorias y de presencias, frente a tanto despojo.

La sinfónica de los andes, pasa por un título poético, que se diluye luego de verlo. Lo que más prima, allá con los Nasa, en el Cauca, y con las comunidades, es el vil asesinato de líderes y la manera cómo la población mantiene confinada, asediada, perseguida, marcada y cercada por los causantes de la infamia en la nación: quienes nos han gobernado y se han adueñado de las tierras de la población. Marta no escatima con su lenguaje, es directo, las imágenes explícitas y uno se pregunta, dónde está la sinfonía. No hay lugar para la ensoñación, es un modo descarnado, como lo es más la realidad, de ponernos frente a la butaca y desesperarnos. Uno a uno caen, la muerte ronda, la tortura y el miedo son habitantes permanentes; desde la historia del país, donde unos y otros se han disputado el poder y donde ha valido más la propiedad privada y los intereses económicos que la propia vida, o cualquier manifestación de ella, emplear la desaparición o el aniquilamiento del otro, ha sido la forma de conquistar los privilegios de los terratenientes.

Los asesinos nunca han tenido ni piedad ni consideración. Alguna vez Alfredo Molano, quiso darnos a la idea de cuántos kilómetros de muertos ha puesto el país, en el 2011, postuló la cifra de ciento setenta y tres . La cifra pudo haberse triplicado, porque apenas aludía a cuatro años de asesinatos y masacres, una bomba de tiempo, contra la fuerza de la sociedad, que de seguro no se dejará arrinconar y seguirá buscando, así sea por resquicios una forma de vida digna. Ver el documental produce asco, histeria y una serie de consideraciones con las cuales nos hemos postrado, como si el dolor no hubiera hecho ya metástasis y fuese necesario seguir aguantando. Lo que me parece curioso y en un alto grado de valor, es la capacidad de las comunidades por sobreponerse. El miedo no está sembrado, permanece en la superficie, lo respiran, pero no es el veneno. Con sus ganas de vivir, se salvan muchos, y con su intención de mantenerse unidos, es que ha sido imposible acabarlos.

Marta habla con las víctimas, como si ella fuera una más del contexto. La valentía de estar entre fuego cruzado y arriesgarse a narrar historias de familias indígenas, y permanecer en medio de la angustia, es un triunfo, y un modo de vida, que no sale con un ejercicio audiovisual, sino con la dedicación de sus fuerzas, toda una vida, a contar la barbarie. El objetivo, no es otro, que el de avivarnos, porque de ahí viene un título que nos confunde, el sonido no es de esperanza ni de un grupo de niños con su maestro que combaten la infamia con arte. No, La sinfónica de los andes, el ardor, la crueldad, el tejido maltratado y calcinado, el de los rugidos del silenciamiento, se trata de un odio que nos lacera. Pero, eso sí, como Marta ha construido relaciones duraderas con quienes se ponen en escenificación, sus trabajos perduran, poseen la intimidad que otros ni siquiera la pueden cultivar.

La sinfónica de los andes, es la banda sonora de Colombia. Acá no hay lugar para esconder la indignación y lo apabullante de los perpetradores de la violencia, de los incubadores de la miseria, de los desterradores, de aquellos oligarcas que han curtido con colores rojos y de nostalgia las banderas insignes de la vida. En cambio, quienes florecen así los corten, quienes mantienen incólumes así los tumben, quienes dan saltos hacia abrigarse del frío y la desesperación, quienes con su luz son la motivación y la fuerza, quienes tejen día a día el país con su colorido y fortaleza, esos a quienes han masacrado y se sobreponen, los niños, las familias manchadas con la violencia, los jóvenes con sus miradas altivas, las poblaciones en resistencia por la vida y la memoria, y los creadores, como Marta, merecen todos los elogios y acompañamientos, porque ellos, son el canto que se opone a la muerte.
John Giraldo
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9
28 de enero de 2020
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Planos secuencias para estar ras de la tierra
Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente Universidad Tecnológica de Pereira
[email protected]

Inaugurar un relato de la Primera Guerra mundial y hacerlo sin pretensiones políticas de fondo, ni posicionar un debate sobre bandos, sino proporcionar una movilidad de humanidades y de situaciones alrededor de dos sujetos que sólo deben cumplir una misión. Es el reto realizado por Sam Mendes (El mismo de Belleza Americana -1999- o El mejor lugar del mundo -2009-), al contarnos, con una técnica de lujo, la mayor parte con planos secuencias una historia de estremecimientos continuos al seguir a esos dos sujetos. Esa metodología nos ubica en un recorrido angustioso, frenético, repleto de mortandad y bondades, con el que no sólo vemos una película, sino asistimos a una experiencia: la de combinar una especie de video juego, con estar a ras de tierras siguiendo los pasos de esos dos jóvenes. Cuando nos levantamos, son las llamas o las balas o una situación angustiosa la que nos sacude, cuando no, nos mantenemos sumergidos en la llama de la esperanza de intentar salir con vida de las trincheras.

De las películas más nominadas a ganar varias estatuillas, se encuentra 1917. Su poderío nos recuerda que la capacidad del cine no es sólo la historia, sino contarla, utilizar estrategias narrativas, como el manejo de cámaras, el saber que todo pasa en un día, tras una exploración que casi nos deja parpadear. Una mención nos hace pensar: “Más que la belleza, la edad”, pronuncia alguien. Como espectadores vamos por esos recovecos como una balsa en medio del océano, remamos con dos simples combatientes de la guerra. Al estilo de Hollywood, se trata de salvar la vida de un pelotón que caerá en una trampa, y contra viento, contra un territorio hostil (al estilo de Zona de miedo Hurt locker -2010-, ya ganadora de Óscar), presenciar las calamidades, las vicisitudes, los obstáculos de un camino hacia la muerte segura. Como lo prevalente es la vida y el asistir con honor a la misión, lo que sentimos es una marejada imparable, impostergable, invivible, y todo el tiempo nos revuelca una contienda donde las ratas no son ingenuas, ser obstinado permite asaltar el camino, y la compañía causar lazos imborrables.

La trama ya fue contada. El modo y lo que nos causa no. Las novedades son muchas. No hay héroes, no hay ganadores, no hay pretensiones de polémicas, no hay una gran historia. Se explora un ejercicio riguroso al instalarnos no tanto como espectadores, sino en un road trip (una emotiva sensación de agilidades por trincheras y unas mínimas pausas por campo abierto), en unos laberínticos silencios de extenuantes sin salidas. Un medio avance es poder respirar y atender una perspectiva. El viaje es sin sentido, todos se devuelven y ellos dos adelantan. Odiamos la guerra, nos invade un dejo por las desventuras de los jóvenes en ese cementerio de la muerte y nos impulsa la capacidad de sobrevivencia y fortaleza para cumplir. Es tan punzante el relato, que uno de los dos jóvenes sabe que volver a casa no tiene sentido, luego deberá volver a ese estallido del horror.

La estrategia de Sam Mendes es la de descentrar. Cuando una historia depende de un solo elemento, lo sobre natural puede volver inverosímil el ejercicio narrativo. Acá lo que va sucediendo nos comunica que no hay exclusividades, que cualquier cosa pudo haber sucedido y que las grandes tramas o desenlaces no dan lugar en esta película. Nos envuelve, nos lleva, nos atrapa y deja al borde de la asfixia, menos mal sobrevivimos y en dos horas nos apresan; los cazadores tienden emboscadas, nos rodean y de ahí ya no hay como encontrar el escape, salvo porque huimos, saltamos, nos agachamos, hay lugar a un encuentro con una joven y una niña, un par de sentencias de vida: no mortificarse, es una, ser solidarios es otra.

Nos habían acostumbrado a las historias de la Segunda Guerra mundial donde lo extraordinario era poner bandos y pese a cualquier imperativo romperlo y posicionar la ideología del vencedor y dejar por debajo al vencido y sus causas fallidas de guerra. Acá no, no importa en qué lugar estamos, ni mucho quién combate con quién. La mayor alternativa es el recorrido, continuar. Quedarse anclado es el no retorno. Un plano secuencia-largo, una tortura más desarrollada, los cortes son menos, las angustias son más y versátiles. Sam trabajó con Roger Deakins (el mismo de Blade Runner) y con un arsenal y potencial con la cámara nos recuerda que el cine es técnica, una forma de conectarnos y aproximarnos a la imagen es sabiéndola posicionar. Muchas escenas son ya emblemáticas, las de serpentear por las trincheras es una, la de correr en medio del fuego, la de los túneles, la de la avioneta, cada una de ellas, son muestras de lo contundente y de lo vibrante al ver la película.

El cine ha premiado la combinación de experimentaciones. Los planos secuencias como el de Birmand (2014), ya ganaron Óscar, y cuando Hitchock exhibió La Soga (1948) se pensó que fue de un solo tramo. Esos artificios de creernos detrás con dos personajes, de acompañarlos en el límite de sus aventuras y dramas y reventarnos los sentidos, es lo que impacta en 1917. Por supuesto de más que sea una de las pocas sobre la primer barbarie del reparto del mundo una vez colonizado el capitalismo. Con dos valientes, y sobre todo humanistas personajes, 1917 nos situó en ese periodo de la historia, en esos eslabones del arte de relatarnos y de generar emociones, que podría ser esa, esta u otro periodo histórico.
John Giraldo
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9
18 de enero de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando el cine es para dejar de comer crispetas y olvidar la bebida, y se convierte en una dosis de pensamiento y de hostigamiento a aquello que somos, entonces nos sacude y se convierte en propuestas sociales y políticas. El cine es diversión, para ello fue creado, la imagen moviliza un arsenal de motivaciones y nos comunica con sensibilidades y seducciones, sin embargo, esa re-creación puede ir a un hecho esencial: el ser, el somos. Posibilita retratos o un reflejo (desde la perspectiva psicológica) de aquello que hemos engendrado. El modo de relacionarnos con la pantalla grande es de una intimidad avasalladora, hurga, sacude, se entromete y por eso cuando lo que vemos puede aparentar una de las circunstancias de la existencia, nos cuesta más trabajo asumir lo que vemos, porque nos delata. Parásitos en cambio, nos devuelve, nos atrasa y nos dice que nos encontramos en un estado de animalidad.

Y eso es lo que hace Parásitos, escarba desde el inframundo y nos golpea sin sutilezas, con un bocado de cinismos y desventuras, dejándonos ver lo que ocurre a una familia que no tiene de qué sobrevivir, como condenada al sótano y la otra, vive en la cima, con un aire de desenfreno por el capital. Del lado de la miseria hay innovación y deseos y de la orilla de la opulencia hay vacíos y un castillo de arena. Cuando una gente busca gratis wifi para encontrarse con alguna novedad y otros son quienes diseñan lo que nos mantiene sedentarios y anclados, entonces podría hablarse de brechas, que también dicen que la creatividad se desarrolla para gestar un plato de comida, mientras que los otros hacen arte cada día con el performance de comer. El capitalismo parece haber incubado pesadillas en la mayoría y son enmarañados en sueños de cristal. Cualquiera busca sus principios medulares: felicidad, bienestar, engalanados con el consumo; llenar esos abismos parece ser la búsqueda infructuosa e incesante, detenida por la crueldad de la inequidad. ¿Resistiremos así otras décadas más?

De modo que Parásitos es un banquete con el que uno no queda bien. Sino hastiado, esas dos familias que van fusionándose, rompen el himen de la inocencia de un mundo cuya compasión no tiene. Las casi veinte décadas de dominio de ese sanguinario sistema, nos han reventado, tanto que la propia casa donde habitamos tiene los corotos arrumados y en ruina, también a sus inquilinos expuestos a las macabras formas de aventajarnos. La narrativa de la película nos alerta, nos manda señales de eso que no vemos, pero sabemos que ocurre, y son bombas de tiempo, que en cualquier momento estallan.

Una de las frases o pronunciamientos que más me impactó y que cobra el valor de una filosofía de vida que no tenemos, dada la ramplón competencia en la que vivimos, es: “mejor la vida sin un plan”, la pronuncia un padre de familia que se esfuerza por no oler a pobre e intentar un camino. Con el cine coreano nos pasa: al ver la película no tenemos un plan para verla y por eso, nos asalta, nos sorprende y nos inquieta tanto. Los trucos para narrar no son tan exclusivos y el relato tampoco, solo que la audacia de la trampa y de la parsimonia de esta historia, nos hacen dudar una y otra vez y lo que aparece no es tan previsible. Así nos conectamos, sin generar mayores empatías. Eso sí nos revolcamos, con una sobredosis, una gula que nos reventará en algún momento.

Byung -Chul Han escribe “bello es el ser sin apetito”, en el libro de Filosofía zen, cuesta trabajo reconocer, dado el masivo consumo prominente, que alguien haga pausas y se dedique a su autocultivo. Es cierto, que el dejo es también otra consecuencia de un sistema de valores (en todos los sentidos) cuyas promesas o cuyo ideario no se concreta. El capitalismo es un oasis donde el desierto es la mayoría. El apetito voraz ha abierto compuertas para saciar nuestras ansias.

La película, lleva un nombre, que no da del todo con lo que instala, su propuesta es sin tapujos y habla con varios lenguajes. Su creador, Bong Yong Ho, ha hecho historia al ganar varios premios internacionales y estar nominada a varios Óscar, asunto inusual para una película de habla no inglesa. Y los espectadores nos hemos sacudido, porque lo enrevesado de la vida se pone de manifiesto en ese relato. Las hienas se quedan sin su prestigio cuando nos dejan aprovecharnos de otros. Así que la experiencia de presenciar ese drama, con un humor tan fuerte, una serie de vergüenzas que vamos descubriendo, un dolor emocional, un estar cautivos tanto en lo físico como en lo racional, ofreciendo paradojas, nos deja en una agonía de la burla.
John Giraldo
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7
18 de abril de 2019
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Por: John Harold Giraldo Herrera
[email protected]
Docente Asociado Universidad Tecnológica de Pereira

A las puertas de la eternidad fue el nombre que le dieron en español. Una idea inquietante, con la posibilidad de tentar al tiempo para prolongarlo. Ingresar a ese pódium es posible, ser eterno cuesta cada vez más y apenas un puñado lo logra, la competencia es atroz y las alternativas escasas. Vicent Van Gogh, es un hombre, una obra, una vida, un recuerdo sostenido, su modo de vida pudiera haber incomodado y ser incomprendido, y eso habla de cómo superó barreras. Sus pinturas no sólo se han masificado, también su historia, sus colores, su apuesta y aquella manera de revolucionarnos desde el arte ¿para qué capturar la luz con tintas y hacer con ella formas o sensaciones o ideas?, quizás tengamos más respuestas y el cúmulo de conocimiento permita aventurar muchos caminos. Aún así, las certidumbres, muy pocas, del pasado, nos continúan cabalgando. Al ver la película, protagonizada por el versátil Williem Dafoe, obtenemos una serie de flancos, quizás uno, de cómo ese ser no sólo dejó apresada la maravilla de la luz sino que la atravesó. Se trata de cómo Vincent vivió sus días, atormentado, un poco delirante, y más dedicado a la pintura, esa obsesión le valió ser uno de esos genios, al reconocerse como el padre del arte moderno. Al deslizarse en una búsqueda en apariencia sin sentido, encontró la puerta a la posteridad.

Saber algunos hechos de la vida de los creadores, permite emocionarnos y re-crearnos con sus obsesiones, escudriñamos sus cuartos, nos adentramos en sus misterios. Algo debe ser el detonante para llegar a ser uno de los pintores más representativos de la humanidad, caracterizado con proximidad y encarado con la fuerza de un personaje vital, nos permitimos puentes y atamos cabos. Van Gogh ha sido expuesto en varias películas, su vida, sus manías, quedan en documentales como: “Van Gogh: Painted with Words (2010), centrado en las cartas con sus amigos y en especial con su hermano Theo, la reciente Vicent (2016) también nominada al Óscar en la categoría de animación, y con un énfasis en sus pinturas. Y se encuentra la de 1956 denominada El loco del pelo rojo. Todas ellas ofrecen rasgos, la de Dafoe nos sacude por su capacidad de interiorizar a ese “loco” que también decidió no tener una oreja. Julián Schnabel, el mismo de películas como: La escafandra y la mariposa (2007), la relacionada con el escritor cubano Reinaldo Arenas, Antes que anochezca (2000), es quien lidera la visión sobre Vincent.

Seguro la noche estrellada no es la misma luego de haberla pintado el célebre sin oreja, y muchos de esos campos amarillos de girasoles y cultivos, o las desteñidas y ajadas botas de su pertenencia o esos rostros de hombres algunos sufridos y otros tan estáticos que decidieron ser símbolo de un modo de luz. Van Gogh entendió las honduras del ser, las vivió y las dejó ahí en esos trazos gruesos, en esas espesas capas de pinturas, en el color sorprendente y vivo; es que si uno ve en Vincent algo, es un espejo multicolorido de sensaciones, de formas que se disuelven: se agrandan o se encojen, se aíslan o se extienden en la retina y nos van comunicando un oleaje de emociones.

Vincent, expresado en Dafoe, avanza poco, se inquieta mucho y lo vemos allá en su mundo, parece que no tuviera otro: el de un enfrentarse a la pobreza y a una manera de vivir y estar aferrado entre lienzos, paletas, pinceles y capturar esa materia de la que se encuentran hechas las cosas cuando las vemos: la luz. Por allá perdido, ensimismado, algunas veces enterrado, nos entregó una lección: si algo queremos hay que llevarlo hasta el límite y sacarlo de ahí para que prevalezca. Mirar no es suficiente sino no nos asombramos. Una de sus frases nos sacude: “Que sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo nuevo”. Y sí que produce e irradia vitalidad. Lo nuevo suyo consistió en nunca desistir y ver lo que otros no podían, absorberlo, casi volverlo suyo, a su modo, el que generó rupturas y dejar eso ahí para las puertas hacia lo eterno.

¿De qué estuvieron hechos sus ojos? ¿Cuánta fuerza tenía para persistir en medio del desastre y el caos? Por qué no se quedó ahí en el mismo lado que otros para solo respirar y ser uno más como los demás. Se cruzó con los grandes pintores de ese tiempo e iba muy poco a las exposiciones, y él se quedaba en la luz de la mañana o de la tarde o la poca artificial que tenía en los cuartos donde habitaba y no paraba de pintar; casi ejecutando esa acción de vida para los lienzos, iba apagándose su comprensión y desfallecía su mente, en un sentido de desplegarse hacia búsquedas más allá de lo terrenal. Van Gogh fue un ser alado, voló hacia el tiempo, se alzó en el aire de las sombras, de las clarividencias, de sortear blancos y negros, de apreciar esas estelas de energía con las que el mundo de repente aparece.
John Giraldo
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8
18 de abril de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La vida es algo que te sucede mientras estás haciendo otros planes”
Allen Saunders

Por: John Harold Giraldo Herrera
Docente Universidad Tecnológica de Pereira
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Muchas son las películas sobre las sustancias psicoactivas: las hay emblemáticas, siempre recordadas, muy cruentas y extremas, unas de apología, otras con la idea de combatir ese enorme desafío, y está la de Beautiful Boy. Es silenciosa, sin pretensiones, abre perspectivas y ubica unos flancos sobre la relación entre un joven adicto, su historia con el consumo, el abordaje de la paternidad y un poco la maternidad. Su título nos ofrece una idea, suprema, desde luego: toda vida es bella, todo ser es excelso; con condiciones muy diversas, con caminos para elegir y con la decisión de recorrer la existencia entre las sombras, la luz, con libertades, de modo apremiante, condenado y sometido a una adicción, con la carga de culpas, y una serie de posibilidades variadas. Beautiful Boy, es el menos común de los lugares con el tema de las adicciones.

La responsabilidad del desafío, engendra mecanismos para su superación, compartimos con los otros sus penurias. El enfoque de tratamiento ha pasado en los bordes de la condición humana, para degradarlo y hacerle creer que es un monstruo condenado a una enfermedad, o con la presunción de un libre albedrío en el que no es problema el uso de las sustancias, sino su abuso. El tema ha alcanzado unos límites aberrantes, en las que el desespero, la arrogancia, el desconocimiento y la poca masificación de alternativas, nos pone en jaque como especie. Según la Organización mundial para la salud -Oms-, medio millón de personas mueren al año por esta causa, y un porcentaje muy significativo de la población se encuentra en laberintos, presa del abuso a psicoactivos. Las sustancias se multiplican (se estiman más de 500 drogas de uso frecuente, tanto legales como ilegales) y los usuarios también. No es un asunto de individuos, al adicto se le considera un problema de salud pública y en muchos casos de salud mental.

Tanto los gobiernos, como las instituciones, incluidas las familias, cuentan con el compromiso de contribuir con alternativas en las que se privilegie el otro, sus apatías y vacíos, sus contradicciones y riquezas. Cuando hemos visto películas, como las de Crank, veneno en la sangre (tres versiones), podemos asumir que una resolución al consumo es por presiones y manipulaciones. Filmes tan simbólicos como Réquiem por un sueño, otorgan una mirada de deterioro progresivo y la multiplicidad de adicciones: anfetaminas, la letal azúcar, al consumo, el sexo, y nos quedamos con unos sinsabores y horrores estruendosos. Las tan comentadas y queridas por el público, como Trainspotting (en sus dos versiones), adelanta una estrategia polémica sobre la hache; al verla algo en nosotros se altera, además de las emociones. De esa misma droga, en el 2018, Netflix estrenó 6 Balloons, una relación entre hermanos, con un alto grado de fuerza y pocas compensaciones.

En fin, existe una variada gama de películas sobre las adicciones, tan inexplicables como las que someten a otros a sus caprichos, Ninfomaníaca, por ejemplo. Tan extrovertidas como la de Extraños placeres (Crash), de gente que gusta de choques para tener sexo. Tan abiertas como las que ubican la relación del arte con los consumos.

Tan particulares como las de los adictos al poder, como Vice. El caso de Beautiful boy, es la de una muestra, que podría ser el acabose, la renuncia, el dejo, el no más. Inquiero, que puede ser lo contrario, un stop, una pausa, un desacelere y dejar que el enter oprimido o el obturador disparado sigan su curso. La batalla es campal, la fenomenología de los consumos rebasa nuestra comprensión. Cada sujeto establece un modo de encuentro con esas sustancias o libera de su cuerpo y mente unas energías que lo conllevan a construir o destruir modos de relación, consigo mismo y los demás.

El hecho es latente y padecer una adicción no es ningún festejo. Algo en la conciencia colectiva nos falla y en la manera como amamos y resolvemos los problemas cotidianos, porque se parte que el flagelo de las adicciones es superable. Ver a ese joven, con risas, con triunfos, con capacidades, con al menos una tentación de futuro, y saberlo entregado a un modo de vida de postración y negación, como cientos de miles, devuelve una imagen derruida, estrecha, parca del respirar. Luego, la otra batalla, es que el adicto comparte su circunstancia con sus semejantes, no es posible esquivar, ni las acciones y decisiones tomadas en el pasado, ni los forcejeos del presente, tampoco se escatiman las apuestas de futuro. Entonces, el otro guerrero es la familia, en esta historia, es más el padre quien no desperdicia oportunidades de encarar lo que sucede y aprovecha su talento de periodista para indagar hasta en las entrañas. Beautiful boy se adentra en los silencios, en cómo se intenta, se avanza, se retrocede, se sigue intentando y ahí permanece la belleza.

La crisis social, filosófica, de humanidad, parpadea unos ojos que estando con nosotros, se han trasladado a otras dimensiones. Estamos entonando una canción de mucha melancolía. Ver esta película, es estar ahí en el filo, cruzando una cuerda floja, un misterio cercano, una fealdad y belleza en conjunción, con crueldades, exotismos, y un sin fin de variables, de los que deberíamos entender que compartimos las dolencias y carencias de cada uno de los que nos rodea.
John Giraldo
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