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Las horas del verano

Drama Entre tres hermanos estalla un conflicto cuando su madre, albacea de la excepcional colección de arte del siglo XIX que perteneció a su tío, muere repentinamente. Sin embargo, no tendrán más remedio que limar asperezas y llegar a un acuerdo. Adrienne es una diseñadora de éxito en Nueva York, Frédéric es economista y profesor universitario en París, y Jérémie, un dinámico hombre de negocios asentado en China. Esta situación representa ... [+]
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Críticas 37
Críticas ordenadas por utilidad
8 de diciembre de 2008
55 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la novela ‘El último puritano’, George Santayana nos dice, por boca de su protagonista, que pretender dotar de entidad moral a las cosas materiales es caer en la superstición. Olivier Assayas quiere mostrar con esta cinta que es posible que una casa y sus objetos tengan alma.

Lo triste o lo feliz es que esa alma se sitúa en las personas que la habitan, que los usan.

Como en la saga juvenil de J. K. Rowling, los individuos pueden fragmentar su alma y repartirla en diferentes objetos, lugares o incluso en otros seres vivos.

A pesar del título, tan veraniego, Assayas acierta con la sombra más que con la luz: la escalinata, Hélène subiendo, el arco vegetal oscurecido; el cuarto, que acoge en la penumbra a Frédéric; la visita de los tasadores a la casa, deshabitada y umbría.

En la película ‘Toy story 2’ los juguetes se debaten entre la inmortalidad vacía del museo y la mortalidad con aventura de la infancia.

Los recuerdos se constituyen en vivencia presente del pasado. Los objetos y lugares funcionan como interruptor. Conjuran sólo aquello que ya está en nosotros mismos. Al fallecer, fallecen en nosotros. Quién sabe si perduran, intactos, en otras redes neuronales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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10 de enero de 2009
38 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bueno, ella está viva aún; a lo mejor por eso no funciona. El caso es que los recuerdos que afloran en mi mente (el olor a rosquillas, aquella cocina con una despensa tan enigmática) no necesitan del jarrón para ser evocados. El jarrón me da igual, no me importa si se rompe. No me importan las casas, si ya no están aquellos que las habitaron. Me cuesta permanecer en los lugares que se empeñan en recordarme quién se ha ido ya de este mundo. El alma no se queda pegada a las cosas como una mancha en una vajilla mal fregada.

¡Qué libertad dará una casa vacía, sin trastos!. ¡Qué libertad la de no esperar recompensas! Sé que hay quienes aspiran a tener cada día menos y desde luego tienen suerte, creo que están en el camino correcto. De mayor quiero ser como ellos.

Entiendo lo que me quiere contar Assayas en esta película pero me resulta muy ajeno. Sin embargo, he de decir que a pesar de la torpeza narrativa del director, la película nos lleva a una honda reflexión sobre el paso del tiempo, el deterioro, en todos los sentidos; cómo se van las personas mientras las cosas permanecen.

Los objetos de un muerto son un desafío para los vivos: son codiciados si tienen valor o rechazados por lo que evocan, como si de esa manera ahuyentáramos a nuestra propia muerte. No creo que vuelva a ver esta película nunca, aunque sé que pensaré en ella muchas veces.
Hermione Granger
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16 de noviembre de 2008
26 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Solo de pensar lo que otros hubieran hecho con un planteamiento como el de esta película, aún me parece mejor el resultado obtenido por Assayas en su propuesta.
Su tono contenido, su elegancia, la exquisitez, la suma de pequeños detalles que engradecen una historia de por sí escasa en incidencias, nos vuelven a demostrar que el cine francés continúa en buen momento, y raro es el año que no manda un puñado de interesantes películas.
Parece que no pasan muchas cosas, pero sí pasan. Pasa... la vida. No hay estridencias, no hay gritos, no hay desgarros, pero sí sutileza, sí cierta melancolía, sí una hermosa reflexión sobre el arte, entre otras muchas cosas.
Actores competentes, puesta en escena elegante, sin estridencias, simplemente poniendo la cámara donde tiene que estar.
Buen cine, en suma.
senior
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8 de diciembre de 2008
36 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ah, el verano, el territorio de la infancia. Assayas comienza con unas escenitas que atufan a falsedad y a tópico: jugueteos infantiles en una idílica casona de la Francia rural, ji, ji, ji, ja, ja, ja, los nietecicos que suben a los árboles, se ríen, juegan a buscar tesoros, mientras la servidumbre (vieja gruñona pero de buen corazón y fiel a la familia) hace sus potajes y sus asados y toca una campanilla para que la prole veraniega vaya a comer, qué original. Luego sale la abuela estilosa y sus hijos (grandes profesionales) y hablan de sus cosas: que si la exposición en Estados Unidos, que si hay que restaurar el Odilon Redon del salón y, en fin, de esas cosas de las que hablan los millonarios, con la Binoche haciendo muecas como si le apretara la goma de las bragas. La película deriva en una historia de herencias y de qué hacemos con la casa y si mamá se lió con no sé quién y si la niña fuma porros y yo me voy a Pekín a trabajar y yo veraneo en Denver y yo en Bali y qué pena vender los Corot, todo muy francés y muy falso, con personajes que se enfadan, se hacen reproches o se ríen porque lo pone en el guión, no porque sus reacciones sean naturales. Entre tanta falsedad y desgana hay algún atisbo de verdad y hasta de humor (la comisión del Museo de Orsay), pero en general todo se queda entre lo plano y lo plomo.
Macarrones
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22 de noviembre de 2008
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
'Las horas del verano' está tan cerca de ser una obra maestra como de que pasen inadvertidas sus bondades narrativas al confundirlas tras algún detalle menor que le hace ser convencional. Es una de esas películas francesas que de vez en cuando aparecen para reafirmar un tipo de cine olvidado, y sobretodo desde que Agnès Jaoui con 'Para todos los gustos' calibrara la buena forma en la que se encontraba la comedía costumbrista francesa (o cosmopolita en estos casos) con desarrollo dramático, en comparación al resto de cinematografías europeas. Sólo Miguel Albaladejo con 'El cielo abierto' se acerco en España a un tipo de cine naturalista, humanista, pequeño en pretensiones pero gigante en sugerencias, temas tratados y resoluciones formales y de fondo.

Olivier Assayas, cineasta un poco más transgresor, de culo inquieto y difícil de encasillar dentro de una visión particular sorprende con esta historia a la que lo fácil es hacerla dialogar con el cine de Jean Renoir o con la literatura de autores como James Joyce (¿quizás Parisenses y no Dublineses?) y no encasillarla dentro de su tics narrativos como director.

Las dudas que se les plantean a tres hermanos respecto a la herencia y testamento cultural de su madre trasciende la anécdota de la sinopsis (¿qué hacer con la casa de campo familiar y con todas las obras almacenadas en ella?) y habla de manera directa y transparente de la muerte, el paso del tiempo, el valor del recuerdo, el pasado visto en el presente y proyectado en el futuro así como del fetichismo por el coleccionismo y el poder de lo tangible, del objeto en sí mismo, para mover las emociones y los actos de todo un ser humano, una familia, una sociedad y varias generaciones interconectadas.

Además, de que todo ello tiene en la forma: un equilibrado trabajo de planificación, buena capacidad de síntesis y unas interpretaciones naturalmente emocionantes, una capacidad para sugerir más allá del discurso algo que el cine siempre debería buscar y encontrar: el fetichismo de las imágenes hacia el espectador siempre desde el espacio fílmico de la ficción que se está narrando, y sin salir de ella.
Migue Muñoz
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