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El audaz

Drama Eddie Felson (Newman) es un joven arrogante y amoral que frecuenta con éxito las salas de billar. Decidido a ser proclamado el mejor, busca al Gordo de Minnesota (Gleason), un legendario campeón de billar. Cuando, por fin, consigue enfrentarse con él, su falta de seguridad le hace fracasar. El amor de una solitaria mujer (Laurie) podría ayudarlo a abandonar esa clase de vida, pero Eddie no descansará hasta vencer al campeón sin ... [+]
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Críticas 128
Críticas ordenadas por utilidad
15 de mayo de 2009
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me estremece esta genial obra de arte.

La perturbadora sensación de que el tiempo gira en redondo, de la que hablaba Úrsula con la sabiduría que otorga una vida longeva y abnegada, es para mi ya una conclusión exacta que define un carácter, el del perdedor, atrapado en ese bucle temporal cuya fuerza centrífuga no consigue eludir.

Cada cierto tiempo, unos años, no muchos, tal vez cuatro, cinco, tres, me dejo engullir por la oscuridad mágica del salón de la casa de mi madre, donde me crié, y espero a que la certeza del fin de uno de esos viajes temporales en espiral se apodere de mi. Para recrear esa sensación, para que su afrodisíaco veneno tome forma y me recorra la consciencia, sigo un ritual. A veces comienzo la liturgia sin saber de ella y es el frenazo-y-choque-temporal el que me hace comprender.
Ha de haber caído ya la media noche, ha de ser una noche de luna llena, ha de ser una noche lluviosa, oscura y callada; un buen escocés, con hielo; El buscavidas, para tomar contacto al mismo tiempo que me abyecto, es el guasano, la puerta, el stargate; y tal vez Cayo Largo para hacer del viaje una aventura con fin redentor. Luego me siento a escribir, oigo algo de los primeros LPs de Nacha Pop, y espero que el eclipse me ciegue en un sueño olvidadizo, a menudo entre lágrimas, ahogándome con el mismo fruto que he repartido y ha vuelto casa, transformándose en la tristeza del perdedor.

Y ya no te veo igual amor, ya no sé si eres tú, si queda algo de ti después de mi, no sé si soy un reptil o un murciélago, me queda tu poso como un océano de arena, sin horizonte, sin palabras, sólo mis espinas. Y espero que amanezca de nuevo. Y despertar en otra piel. Y no tener tu recuerdo. Y entonces viene Silvio:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
SBarrettt
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12 de diciembre de 2008
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La secuencia de arranque, como un prologo antes de los títulos, nos introduce en ese submundo de las apuestas y las mafias del juego. Y en esa secuencia se engañará al espectador durante unos minutos porque consideraremos a Eddie como un personaje que por casualidad juega una partida de billar. Después de este engaño, el espectador entra en el personaje y quiere saber más de él. Descubrimos a continuación que su meta es desafiar al "Gordo de Minnesota", considerado el mejor jugador de billar y que no ha perdido una partida en los últimos diez años. El enfrentamiento de ambos constituye la primera parte de la película y la partida nos servirá para conocer a fondo a Eddie. La secuencia de la partida es una auténtica muestra magistral de hacer cine. Cada plano, el montaje, la iluminación, el sonido, especialmente el choque de las bolas, la vestimenta de los que allí se encuentran y en especial del "Gordo de Minnesota"; y la interpretación de ambos contrincantes, hace que ese enfrentamiento sobre la mesa se convierta en un enfrentamiento de formas de ser. Lo que allí ocurre nos marcará el mundo en el que se desarrolla la película, el juego, el alcohol y el dinero. A partir de aquí la película discurre como el seguimiento de Eddie y nos encontraremos en distintas situaciones que están resueltas, cada una de ellas, como modelos de hacer cine.
Cada uno de los elementos formales de esta película tiene el tiempo y la intensidad necesaria para que el espectador, como el lector de una gran obra literaria, penetre en la historia y en el sentir de los personajes. Es decir, la narración fílmica en esta película alcanza la cota de obra maestra. El encadenado de secuencias extraordinariamente planificadas para durar lo justo y la relación entre estas secuencias son un claro ejemplo de narración cinematográfica.
Eddie “Relámpago” Nelson, un granuja y un perdedor, se convierte en un personaje memorable del cine gracias a la interpretación de Paul Newman. Así mismo personajes que son secundarios, como el Gordo de Minnesota o Sarah, consiguen un máximo nivel de interpretación gracias a Jackie Gleason o Piper Laurie. Hay que hacer notar que habiendo grandes interpretaciones en esta película no se le dio ningún oscar por estos conceptos.
La banda sonora es de Kenyon Hopkins que utiliza un ritmo de jazz ideal para la película, por los espacios en los que se desarrolla y por los sentimientos de los personajes.
La fotografía en blanco y negro de Eugene Schufftan que maneja a la perfección las luces y las sombras define perfectamente a los personajes y al ambiente sombrío de los garitos donde redesarrolla la mayor parte de la acción. Se le concedió un merecidísimo Oscar. El otro Oscar lo consiguió la dirección artística.
Al final, con esta película, ocurre lo mismo que con el postre favorito, quieres repetir.
Pp Ferrer S
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13 de septiembre de 2016
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La obra de Robert Rossen se podría extrapolar al protagonista de “El buscavidas”, poseía talento pero sin suerte, filmó grandes películas como “Cuerpo y alma”, “El político” o “Lilith” pero su maestría no fue casi reconocida, perseguido por McArthy y su nefasto comité, por sus ideas políticas y desgraciadamente malogrado por una terrible diabetes que lo mató a los 57 años en 1966. Desarrolló su mejor trabajo en este “The Hustler” (El estafador) construyendo un personaje icónico e inolvidable que encumbró a Paul Newman. Basada de forma muy libre en la homónima primera novela de Walter S. Tevis, narrando cómo el chico más listo de los billares de California emigra a la Gran Manzana para sacarse el graduado en fullero profesional.

No es “El buscavidas” una película fácil, no tiene una adecuada casilla en el cine americano de la época, su envoltura se presenta tributaria de un género, el cine negro de los 50, y el subjetivismo nihilista americano. Dentro de este film de clásica hondura hay una bomba de relojería, un mecanismo de alta precisión que dinamita sus propuestas aparentes. Es cine negro pero lleva dentro sus propias señas de identidad, expone ciertos aspectos del sueño americano para prodigarse luego en su reverso y su degradación.

Rossen comentaba: “Mis mejores películas, son aquellas en que he podido controlarlo todo”. A la luz de este comentario, tan simple como evidente, la primera virtud de “El buscavidas” es su independencia de producción, para narrar una dura y cruel historia poblada de perdedores y avispados cínicos sin escrúpulos que se aprovechan de los débiles. Rodada en Scope con una extraordinaria fotografía en blanco y negro, en un siniestro Nueva York, en lúgubres tugurios, hoteles cochambrosos, salas oscuras de billar o estaciones de autobuses como refugio de miserias, todo ello bañado con alcohol y humo.

Un film denso como éste necesita de un actor con un sobrio trabajo gestual, de la elocuencia directa, ajena a fáciles manierismos, nadie como Paul Newman podía construir la esencia de Eddie Felson, para mostrar el pesimismo, la soledad y la derrota. Sarah (espléndida, Piper Laurie) es otro ser vulnerable y derrotado que se aferra a su última oportunidad. Luego está el gordo de Minnessota (estupendo, Jackie Gleason) enfático y contemporizador. Sin olvidar el villano nauseabundo: Bert Gordon, (George C. Scott), apoderado ventajista y chantajista, pues ya comenzaba a despuntar como gran talento. Rodada con un presupuesto y un equipo reducido y realizada con la sensibilidad que preside toda convicción profunda, cuando aún había espacio para dar cabida a películas adultas, “El buscavidas” es el resultado de una gran película, con el paso del tiempo se ha colocado por derecho propio en ese espacio de los films de culto, sobre el que se ha edificado nuestra memoria del cine. 25 años después volvería a reaparecer un Eddie Felson con (El color del dinero), más cínico y desencantado de la mano de Scorsese, “Marty” para sus devotos incondicionales, obra amena que de la mano de su discípulo (Tom Cruise) pretendía transmitirle sus experiencias.
Antonio Morales
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21 de julio de 2009
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La historia de un perdedor, no hay duda, para mí no hay debate alguno, ese personaje de Newman no va a hacer otra cosa en su vida que perder. Durante estas dos horas y pico no vemos más que una muestra. Ganar una partida, ganar miles de dólares finalmente, qué más da, es un perdedor y el personaje de George C. Scott lo sabe muy bien, es un perdedor porque él le va a sacar todo el dinero que pueda, como usurero hace a la perfección su trabajo, desde luego. Es perdedor porque nace con esa cruz de amargura y desdicha absoluta, es un perdedor porque no domina su carácter, porque la vida va a ser para él una incomodidad siempre, haga lo que haga su total incompetencia vital le va a llevar siempre por el camino de la desgracia y la desdicha. También su incapacidad confesa por amar, quizás equívoca visto lo visto (spoiler), pero lo importante es ese estigma con el que se arrastra, un buscavidas perdedor.

Desde aquí compadezco ese drama vital, corriente por otro lado en este siglo que nos toca vivir. La realización es notable, aunque los argumentos técnicos los dejo para otros. Yo lo que he percibido es la esencia, su mensaje, y buena parte de culpa la tendrá Robert Rossen, digo yo. Las espectaculares interpretaciones de los actores suma, por supuesto, tanto ese gordo de Minnesota como el mencionado George C. Scott. ¿Y qué decir de Newman? sencillamente un diez.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Luisito
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24 de septiembre de 2010
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Horrible traducción para titular una gran película. Mucho más correcto hubiese sido ‘El ventajista’. La obra de Rossen nos ofrece uno de los mejores papeles de Newman –tal vez el mejor- en su máximo apogeo, físico e interpretativo. La opresiva y a menudo deprimente atmósfera en la que se mueven los personajes arrastra al espectador a momentos de auténtico desasosiego, rayanos en el aburrimiento. Pero en esta especie de neorrealismo a la americana todo está perfectamente engranado. El director nos regala un espléndido montaje mientras que Newman, Gleason, Scott y Laurie nos sumergen en un arduo viaje al fondo del alma de unos personajes al límite, viviendo cada uno su mentira. El universo del juego marginal, aunque muy lucrativo, se entrelaza con una historia de amor construida en torno a una botella, de JTS Brown, o de lo que sea. Al fin y al cabo, los habitantes del film no dejan de ser simples bolas en una gran mesa de billar, a los que a veces sonríen las carambolas. Pero en ocasiones no son tan afortunados.
Shinboneniná
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