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La guerra de Dios

Drama Un joven sacerdote es destinado a una pobre parroquia minera. Allí intentará por todos los medios poner fin, por medio del Evangelio, al justificado rencor de los mineros, que viven en una sangrante situación de miseria e injusticia social. (FILMAFFINITY)
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
4 de diciembre de 2011
33 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es la película más galardonada de uno de los cineastas españoles más importantes de la época, Rafael Gil ( 1913-1986 ) y ganadora además en el Festival de San Sebastián. La película se rodó en lugares como Rivas, Torre del Bierzo y el seminario de Salamanca, para la banda sonora se contrata nade menos que a Joaquín Rodrigo, el gran compositor, autor del célebre Concierto de Aranjuez, lo que da idea de la ambición, el cuidado y el alto nivel artístico que se procuró para la obra .

Rafael Gil se adentra en el mundo interior y en la vida pastoral de un sacerdote que ha de ejercer su ministerio en un pueblo minero, donde muchos hombres se han apartado de la fe. El cura de “La guerra de Dios “ es un hombre joven, ambicioso, lleno de ímpetu e ilusión que ha de enfrentarse a una realidad complicada que sobrepasa con creces lo que le fue enseñado en el seminario . Su fe se pone a prueba, pero es sólida, resiste, soporta el sacrificio, perdona las ofensas, y sobre todo se pone al servicio de los pobres .

La descripción de la mina es dura y sombría y se inspira en dos grandes clásicos como "La Ciudadela" de King Vidor y "Qué verde era mi valle", de John Ford. Los tonos oscuros, la aspereza de los comportamientos, el odio y el recelo de las gentes, todo se expresa de forma admirable, resultando aún más dramático cuando, en las escasas escenas luminosas de la película, se enfrentan a la belleza tranquila de un paisaje ajeno a los odios humanos .

El personaje del sacerdote es clave en la película y Gil no dudó en contratar a Claude Laydu, actor francés que acababa de interpretar un personaje similar de cura atormentado, solitario y místico en la famosa “Diario de un cura de rural “, de Robert Bresson. Claude Laydu borda su personaje aportando en todo momento la pureza, la voluntad y la inspiración necesarias. Junto a Laydu destaca Fernando Sancho, actor de carácter que llegó a trabajar en casi doscientas películas y que se convertiría en habitual en los repartos del director. Un joven Franciso Rabal y unos ajustados José Marco Davó, Gerard Tichy, Alberto Romea y Julia Caba Alba completan el elenco.

En definitiva, una estupenda película que se contempla hoy con el mismo interés que en su época y que nos demuestra que en aquellos años también se hacían buenas películas en España.
Juan Marey
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23 de septiembre de 2014
21 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Magnífica película dirigida de manera impecable por Rafael Gil. Como no pertenece al "Trío de la B" (Buñuel, Bardem, Berlanga) el espectador de hoy no tendrá ni puñetera idea de quién es. Además, ya se encargarán los críticos 'de verdad' de ningunearlo y de tildar su cine -con sonrisa estúpida y compasiva- de religioso y patriótico. Por favor, hágame caso mi querido espectador, maténgase firme y vea sin prejuicios esta estupenda película.
Rafael Gil da una lección de cine digna de los más grandes directores americanos de los 30, 40 y 50 (los mejores, por si alguien no lo sabe) manejando con habilidad y, seguramente con muchísimo trabajo, los sutiles engranajes que pueden hacer del cine, no el séptimo arte, sino incluso el primero. Estos son: un buen guión que potencia con bellísimas imágenes, una puesta en escena y ambientación absolutamente admirables, una fotografía en blanco y negro que ensamblada con la banda sonora nos golpea en la retina por su sordidez y desesperación y, por si esto fuera poco, una espléndida dirección de actores culminada con otra lección magistral en la dirección de los niños.
Por si esto no fuera suficiente Gil nos presenta a Andrés, el cura, como un Don Quijote enfrentado a caciques y mineros, aparentemente débil y al que todos desprecian. Gracias a esto y a la suave y contenida interpretación de Claude Laydu, ya empezamos a quererlo. Es Andrés lo que un hombre debería ser: valiente con los déspotas y los violentos, y tierno con los débiles e indefensos. Expone su vida tantas veces haga falta y su fe es inquebrantable (atrapado en la mina contesta con naturalidad "No, no todo se termina aquí abajo") Y verlo correr de vuelta al pueblo, igual que un niño corre para abrazar a su padre y a su madre, es toda una delicia. "Caray" pensamos "ese es un gran tipo".
Como curiosidad señalar que Claude Laydu había interpretado tres años antes a otro sacerdote rural en la aclamadísima "Diario de un cura de campo". Película ésta que es un tostón de mucho cuidado. Pero como la dirigió un francés de nombre Robert Bresson, los críticos 'de verdad' dicen que es una obra maestra. Pues véanla y comparen. Si tienen arrestos claro.
el chulucu
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22 de septiembre de 2015
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
A pesar de que habrá quien la repudie, por no tener pedigrí cultural, por ser antigua, religiosa, en blanco y negro, además de española y no ser intelectualmente atrevida, en cambio tiene el don de la emoción sin manipular los sentimientos. Recomiendo a los jóvenes a acercarse a este tipo de cine sin complejos ni prejuicios, Rafael Gil filma una película admirable y grandiosa, por su modernidad para esa época en la sociedad española. Premiada y reconocida en su momento, presenta una iglesia comprometida y alejada de la retórica hipócrita que tantas veces ha cosechado el catolicismo, que está con los desheredados. Un emocionante drama humano en la que un idealista clérigo, debe ganarse el respeto de sus feligreses, un joven pastor de la iglesia al que las circunstancias pondrán a prueba su fe. Una historia con reminiscencias de dramas mineros y humanistas como “La ciudadela” de King Vidor o “Qué verde era mi valle” de John Ford. Una comunidad con demasiado odio y tensión, donde es difícil llegar al corazón de sus moradores, rencorosos de tantos abusos e injusticias.

Heredera de una puesta en escena clásica y naturalista, la cámara de Alfredo Fraile está siempre en el sitio adecuado. Andrés (Claude Laydu) acaba de ordenarse sacerdote y le espera un futuro prometedor, tiene unas teorías un tanto atrevidas que causan recelo entre sus superiores. Las altas expectativas que su madre tiene depositadas en él, se truncan para ella cuando el obispo envía a Andrés a un pueblo minero, donde se necesita un ministro de Dios. Al llegar a su destino, el nuevo párroco se encuentra con una tensa situación marcada por la lucha de clases, acusado de traer la discordia en un pueblo divido por la mina. Con mucha voluntad, lleva a la práctica la doctrina social de la Iglesia, aplicando el Evangelio como medio para combatir las injusticias y buscar la conciliación frente al odio.

Allí conocerá al cabecilla del descontento minero encarnado por Paco Rabal, que se resiste a creer el consejo del padre Andrés, que donde reina la injusticia, la violencia sólo conlleva a perder la razón. El cineasta, gracias a un buen argumento y la buena música del maestro Rodrigo, nos presenta con unos excelentes recursos expresivos el drama de la mina, los de arriba y los de abajo, explotadores y explotados ¡En la España de Franco!, y luego están los niños inocentes que también sufren esa hostilidad, ese clima malsano de desconfianza y rencor. Estupendo trabajo de los actores infantiles, un retrato moderno y progresista de la iglesia que está donde es su sitio, como no cesa de repetirlo el Papa Francisco… con los que sufren.
Antonio Morales
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22 de marzo de 2018
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Grandísimo éxito popular y crítico en su día, obtuvo los más célebres galardones, destacando nada menos (y sí que sorprende por lo excesivo, aunque eran otros tiempos...) el de mejor película en el Festival de Venecia del año 1953.
Pero es verdad que está bien llevada, posee una magnífica fotografía en blanco y negro y la dirección artística es de recibo.
Por lo demás, vuelve a loarse a la Iglesia Católica, y hay cierto tufillo reaccionario en la descripción de algún personaje.
Pero, en un primer vistazo, parece una película positiva, al abogar por la unión entre los hombres, sean del credo y condición social que sean.
El gran Paco Rabal ganó por su estupendo trabajo en esta cinta los prestigiosos premios de mejor actor protagonista otorgado por el Círculo de Escritores de Cine de España en el año 1953 y al siguiente año el mismo premio otorgado por la Revista Fotogramas ("Fotogramas de Plata" pues).

https://filmsencajatonta.blogspot.com.es
Constancio
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15 de noviembre de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las mejores películas del olvidado Rafael Gil, que en 1953 ya había dirigido la magnífica "La calle sin sol" o las más que notables "Mare Nostrum" y "Una Mujer cualquiera", junto a Maria Félix, por citar algunos hitos de su dilatada y a veces injustamente menospreciada filmografia.

Aunque "La Guerra de Dios" tenga algunos defectos atesora una gran virtud propia de las buenas peliculas: emociona y si eres sensible puede llegar a hacerte llorar como poco consiguen otras cintas. Además, está cargada de intenciones tan buenas como efectivas y presenta una visión de la religión tan socialmente militante y devota como alejada del "cine de estampita" propio de aquélla epoca.

Y vista hoy sorprende un tanto, y desmonta más de un prejuicio, que en España pudiese hacerse en los años 50, y antes del Concilio Vaticano II, una peli de estas características, en la que "un cura obrero" toma partido por los trabajadores de una mina frente a los patrones con el evangelio en la mano.

Y es claro que su mensaje es tributario de la llamada "ideología social" del régimen franquista, pudiéndosele achacar cierta "ingenuidad frankcapriana" y un exceso de sentimentalismo. En este sentido, debe subrayarse el protagonismo de los niños en aras del entendimiento entre los mayores, haciéndoles depositarios de la esperanza en un futuro de consenso y armonía social como contrapartida a la lucha de clases. Y es asimismo muy significativo el que la acción se ubique en 1930 (!), justamente poco antes del advenimiento de a Segunda República.

Pero todas estas reflexiones contextualizadoras, inevitables si se quiere entender mejor la película y hasta disfrutar más de ella, no le restan un ápice de valor y emoción a una cinta que en ocasiones no sólo le hace pensar a uno en Frank Capra (Escrivá sabia muy bien cómo conmover), sino en el neorrealismo italiano y hasta en John Ford en algún rato (la referencia a "Qué verde era mi valle" es inevitable).

Y es que por algo se llevó la Concha de Oro en San Sebastián y otro premio en Venecia. La direccion de Gil es habílisima y, como en sus mejores pelis de esa época, la puesta en escena, la ambientación (decorados de Alarcón) y la fotografía en escenarios naturales de Alfredo Fraile es tan bella como eficaz. La caracterización, dirección e interpetacion de los actores también es estupenda y hay algún secundario como José Marco Davó a quien uno nunca había visto saliéndose y llenando pantalla como en las secuencias que aquí tiene. Por no hablar de lo que mola volver a ver revelándose como actor-nño a Jaime Blanch y lo bien que ya entonces se desenvolvía frente a la cámara. Justo aquel año hizo también "Jeromín", bajo la dirección de Luis Lucía.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Echanove
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