Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho?

Comedia Francesa que siguiendo la misma fórmula que la primera entrega consigue mas o menos los mismos resultados aunque pierde un poco la frescura de la novedad que supuso la primera.

Repite el mismo director y también el mismo reparto que en la anterior al completo mas alguna nueva incorporación. Y viendo lo bien que funciono en la primera es de agradecer volverlos a ver a todos de nuevo.

El argumento aunque muchos de sus gags son similares a la primera entrega funciona y al mismo tiempo consigue volver a sacar la sonrisa al espectador ante lo disparatado de algunas escenas. Esta vez gira en torno a las hijas y sus maridos del matrimonio protagonista que deciden irse a vivir fuera de Francia para intentar mejorar sus niveles de vida y claro Claude y Marie Verneuil harán todo lo posible para hacerles ver que en Francia no se vive tan mal y esto desembocara en situaciones de lo mas graciosas y disparatadas.

Los actores vuelven a estar todos ellos geniales y se nota la química que tienen entre ellos.

En definitiva, si os gusta la primera entrega esta segunda entrega también os gustara aunque pierda un poco la novedad respecto a la primera.

Mi nota final es de un 7 sobre 10.

Continuación de la primera, en esta ocasión no hay tanta alusión a los chistes y gags de la anterior.
Uno va a ver esta película y sabe lo que espera: diferencias sociales, chistes contra inmigrantes, sentimiento de superioridad de algunos personajes, etc.
El argumento es más potente de lo que puede parecer. Todo lo que están dispuestos a hacer unos padres por sus hijas. Ese progresivo convencimiento a los yernos se aprecia, unido a que los yernos tienen una química que sostiene gran parte de la película. Esa idea de familia por encima de todo.
Sigue el personaje francés racista y todo eso, pero se trata de una cinta que si uno va al cine con idea de relajarse un rato funciona. Evidentemente será rechazada por críticos y mega cinéfilos snobs, pero su función es la de hacer reír con diálogos y situaciones graciosas, hasta surrealistas en algún momento.

Nuevo ejemplar de lo que la cinematografía francesa ha transformado en un género en sí mismo como es “la comedia francesa”, esta “Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho… ahora?” sigue con la fórmula de utilizar problemas globales vistos desde un prisma local para, en el fondo, hacer un retrato bastante aproximado de las sociedades de hoy en día. Philippe de Chauveron, que había dado en la diana años atrás con la precuela, no se esfuerza en disimular que la mayor motivación de su nueva película es estirar el chicle de su predecesora, exitosa en recaudación en todo el mundo. Y es que no debemos olvidar que el cine, ante todo, sigue siendo un negocio. Y aunque no puede evitar su condición de cara B, de contener todos aquellos chistes que no cupieron en la película anterior, no es menos cierto que pese a ello, la película de Chauveron contiene suficientes elementos para el disfrute y el regocijo. Esto es, una crítica reflexiva sobre el mundo actual oculta bajo capas de humor blanco, una manga ancha para la incorrección política, y, sobre todo, esa pareja de consuegros formada por Claude y André, dinamita cómica pura, cuyas apariciones conjuntas acaban sabiendo a poco. Lástima que el buenísmo se acabe imponiendo en el tramo final, y la mala leche se convierta en solo un apunte. De todas maneras, Chauveron se las arregla para sacar adelante un alegato en favor de los lazos familiares, dejando siempre claro que al final, todos compartimos el mismo tipo de prejuicios sea cual sea el color de nuestra piel.

Lo mejor: cuando Clavier y N’Zonzi comparten plano.

Lo peor: su condición indisimulada de continuación prescindible.

Enfrentarse a una continuación (obscenamente mercantil) de uno de los éxitos del cine francés tiene varios peligros, el primero que no esté a la altura de su precedesora, hecho que, en este caso, es una evidencia. Otro inconveniente es que se pierdan personajes por el camino, aunque en este caso, han tenido la decencia de repetir con todos los personajes/actores. Una noticia buena y una mala. ¿Y el balance? Pues ni tan mala como parece ni tan buena como su predecesora. Seamos claros: esto es una película hecha para reventar taquillas, especialmente en nuestro país vecino. Y eso se nota. Por momentos, "Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho... ahora?" tiene una reflexión localista que podría alejar a todo aquel que no coma Camembert y beba Borgoña. Pero toda mala noticia tiene otra buena: los gags funcionan más allá de sus fronteras.

El principal problema de "Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho... ahora?" es que nunca encuentra su rumbo. O, por decirlo de otra forma, el espectador nunca tiene claro que historia le están contando. Mientras su predecesora iba de A a B sin desviarse, esta secuela va dando bandazos mientras llena su metraje de escenas más o menos afortunadas. En su primera mitad, la película apenas despierta interés, en su segunda mitad levanta un poco el vuelo aunque no es suficiente para decir que "Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho... ahora?" es una buena película.

Una película solo para fans de la primera parte y seguidores de ese monstruo del humor que es Christian Clavier.

La primera, sin ser nada del otro mundo, resultó simpática y fácil de ver por público de cualquier país pero esta no deja de ser una francesada en el peor sentido. Alargar una historia pequeña que ha dado todo su jugo es un poco absurdo cuando la fórmula no da más de sí. El trailer, la verdad, avisaba de que iba a ser una comedia sin gracia como así ha sido.
La misma familia con los mismos chistes que, probablemente, en Francia tengan mucha gracia pero aquí, esta vez, pasan con mucha más pena que gloria.
No se puede decir nada favorable salvo que no es demasiado larga.