Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho?

Secuela de la exitosa comedia francesa que ya consta de tres partes y que sigue más o menos la línea de la anterior. Lo que ocurre es que la mayoría de los chistes ya los conocimos 5 años antes y que el guión flojea aún más si cabe que el primero, por lo que la película sigue siendo entretenida pero es más floja que la original. Como en la otra, el personaje de Christian Clavier y sus interacciones con su consuegro André copan las escenas más divertidas de la historia.

Si bien la primera parte de esta que amenaza ya con ser una saga (vamos por la tercera, recién estrenada) tuvo la frescura y la gracia propias de contar una historia repleta de tópicos pero desde un punto de vista amable y al tiempo un tanto sarcástico en la que se trata de retratar a la multicultural, multirracial y multiétnica sociedad francesa actual (y por ende, europea), en esta segunda película, en la que participan idénticos personajes, la broma ya no da para tanto.

Las situaciones se repiten, los chistes de judíos, musulmanes, chinos, negros y franceses de toda la vida se suceden pero son ya reiterativos y no aportan nada a la trama.

Si fuera una película española, estoy seguro de que la destrozarían tanto público como crítica, eso sí, también estoy seguro de que tendría una taquilla aceptable, en la línea de las películas que ahora llaman familiares de Santiago Segura, Leo Harlem y compañía, pero con ese aroma francés que imprimen Christian Clavier o Chantal Lauby, la cosa parece tomarse con algo más de perspectiva. Pero qué catetos somos aquí, la verdad.

Una película de videoclub o para ver en la tele, amable y con un par de chistes y otro para de situaciones cómicas, nada más.

Continuación adecuada de un gran éxito en taquilla de la comedia francesa, que también triunfó en España.
La idea aunque pierde en originalidad, sigue siendo divertida y resultona. Chistes políticos, religiosos y sociales sin ofender necesariamente a nadie.
Entretener sin ofender, buena premisa para cualquier reunión familiar, sea de la nacionalidad que sea

Sigue la línea argumentativa de la primera entrega (basada en la comedia xenófoba blandengue) pero resulta tremendamente excesiva en la forma de contar un chiste malo tras otro. No respira, no da tiempo a digerir cada escena. La película se hace pesada con su inmensa filtración de bromas forzadas y tópicos que- como muchísimo- arrancan una leve sonrisilla. La verdad, no se necesitaba una segunda parte.

Más que del racismo o la xenofobia, trata sobre el virus de los prejuicios que, en mayor o menor medida, llevamos toda la vida inoculando la mayoría de las personas contra los que provienen de una cultura diferente, pero sin tener muy claro cuales son los límites o las diferencias entre lo normal y lo patológico y lesivo para todos (racismo), especialmente para las minorías. Y quizá justo por eso intenta ser cauta y comprensiva, procurando que las criticas se repartan por doquier y aderezándolas con algo de comprensión, incluso de cariño. Pero de alguna manera la película se vuelve deficitaria por su propia inseguridad y todo lo acaba empanando con clichés y chistes demasiado trillados, sin crear situaciones interesantes o propicias para algo más.

Al final tira por el camino más francés posible, por su socorrido y sempiterno chauvinismo. Su resumen final sería algo así como: " con toda esta historia de lo políticamente correcto, no podemos ser ni franceses de pro, hasta del orgullo de pertenecer a este maravilloso país quieren despojarnos; así que allá vamos, a redescubrir y proclamar nuestra grandeza toca, que eso es justo lo que necesitamos". Ni le doy ni le quito razón a ese mensaje, sólo me parece que sobra, éste y cualquiera, que tendría que haberle sacado más partido a los personajes y a las situaciones, sin más.

Poca chicha, la verdad, sobre todo porque es menos novedosa y graciosa que la primera parte, demasiado ramplona y timorata en casi todos los sentidos. Es animosa y poco más. Bien interpretada y con algo más de viveza en las secuencias que reúnen a los 4 cuñados.