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La mujer crucificada

Drama Yukiko es una estudiante de música que, después de un intento de suicidio, vuelve con su madre, Hatsuko, una viuda que regenta una casa de geishas. El joven doctor Matoba, que mantiene un affaire con Hatsuko, se siente atraído por Yukiko. Ella, al principio, lo rechaza, pero sus sentimientos van cambiando y llega incluso a enfrentarse con su madre. (FILMAFFINITY)
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
13 de marzo de 2008
25 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las pocas críticas que tiene esta película son bastante negativas y creo que "La mujer crucificada" no merece ese trato.

No se está valorando la complejidad ni la modernidad del guión ni la forma sincera e inquisitiva con la que se tratan temas como el cambio generacional, el machismo, la prostitución, el amor, etc. Considero que quien sólo vea en la obra un planteamiento teatral se ha quedado en la superficie. Cuando por esa época más o menos Wilder metía personajes oscuros y complejos como los del médico o la madre era un genio (y lo era) y ahora resulta que Mizoguchi sólo es teatral. Además de los mencionados, el personaje de la joven: moderna, pasional, atormentada pero viva, también me parece muy bien construido.

Más allá del guión, la banda sonora acompaña bien y, visualmente la película, como es habitual en el autor, es una gozada.

Y no me escudaré con eso de que el cine oriental tiene otro ritmo y demás argumentos similares, creo que la película es lo bastante buena como para que no sea necesario.
Dr Strangelove
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25 de abril de 2011
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pues yo también voy a romper una lanza a favor de “La mujer crucificada”. Sin entrar siquiera a valorar su rica complejidad moral, que gira en torno a la madre que no se cuestiona lo que hace y a la hija que, por cuestionarlo, se hunde en un abrasivo dilema ético, la película de Mizoguchi no sólo es una de las películas que con mayor interés y sutileza aborda el tema de la prostitución sino además una historia redonda y certera. En sus escasos ochenta minutos nos da una soberana lección cinematográfica sobre como hacer evolucionar psicológicamente a un personaje. Y que no me vengan con el cuento chino de que es lenta quienes seguramente no pondrán ese reparo a otras películas del director japonés o a Bergman, ni teatral quienes no censurarían eso mismo en, por ejemplo, Kazan (“Un tranvía llamado deseo”), Lumet (“Doce hombres sin piedad”) o Polanski (“La muerte y la doncella”), por no repetirme con Bergman… Simplemente se mantiene fiel al estilo de su autor, radical y consecuentemente fiel a su estilo, a sus manías… Benditas manías.
Y por cierto que la sinopsis de FilmAffinity es bastante desacertada. No le hace justicia al argumento.
Ziryab
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12 de agosto de 2011
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante una película en blanco y negro que puede calificarse como notable.

Cuenta la historia de una mujer próxima a los 50 años que regenta un prostíbulo japonés. Su hija ha estudiado gracias a las ganancias de ese negocio de sexo, pero el estar entre estudiantes la ha convertido en una señorita "repipi" que al volver junto a su madre desprecia ese tipo vida y de negocio que es la prostitución. Como se trata de una historia triangular, la tercera persona es el médico que atiende a las prostitutas, un joven que mantiene un noviazgo con la "madam". El problema surge cuando conoce a la hija de su novia y como es natural se queda prendado de ella porque es joven de más o menos su edad y está muchísimo más buena que la madre.

El filme contiene enorme mojones éticos o máximas para aprendizaje de humanismo:

+La suerte sólo aparece si se obra con decisión.

+Lo mejor es no darse por vencido aunque te azote la desdicha.

+En cierto modo, vivir significa padecer sufrimientos. Pero un mundo que te obliga a encajar tales golpes (al menos a la joven protagonista Yukiko) le repele.
Martin
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19 de junio de 2020
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La hija vuelve al negocio familiar, que le causa repulsión. La madre lo regenta, el negocio del vicio, el comercio de la carne humana y de la corrupción del espíritu, y Mizoguchi presente para encerrarnos entre las paredes del lupanar y captando con su cámara la realidad desnuda y las tragedias, que nunca acaban...

En la época del milagro económico y de la recuperación de los viejos demonios por medio de la pretensión de reestablecer la autoridad del emperador, el cine japonés está en su punto álgido y el público internacional realmente sorprendido. Llegado 1.954, Honda hace historia con "Japón bajo el Terror del Monstruo" e Inagaki sigue la tendencia de la temática feudal con la gran "Samurái". En Venecia "El Intendente Sansho" compartirá el León de Plata con "Los Siete Samuráis", dos de las obras más poderosas de sus directores y del cine universal.
Antes de eso Mizoguchi, mudado a Daiei, ya es considerado un auténtico maestro, creador de una serie de joyas que han sido aplaudidas en todo el Mundo. Pero incluso en esta etapa de perfección absoluta, de elevar a lo más alto su potencial como artista, su técnica visual y su visión de la Humanidad, no descarta la opción de regresar de cuando en cuando a los temas que realmente le obsesionan; así, "Los Músicos de Gion", revisión de su homólogo de 1.936, sucede a "Cuentos de la Luna Pálida", y tras "El Intendente Sansho" retorna a la época contemporánea con otra historia centrada en el mundo de la prostitución, que escriben sus guionistas Yoda y Narusawa: "La Mujer Crucificada".

Para no dejar nunca el escenario primordial donde se ubicará la trama, atrapándonos ya en él, Mizoguchi abre la película en la misma calle donde está el prostíbulo, con un coche llegando a su puerta y una señorita vestida elegantemente, a la moda americana, que entra en él. Su nombre es Yukiko, y es la hija de la dueña, Hatsuko, pues en esta ocasión la imagen del padre, del patrón, está ausente, y es la madre quien lo reemplaza, la jefa de las chicas y por tanto una esclavista moderna. El conflicto se sucede desde el principio, ya que la recién llegada no oculta en su mirada la tremenda repulsión hacia el lugar y hacia aquellas que ejercen el oficio.
Y más aún cuando ese oficio, al que su madre lleva toda la vida dedicándose, ha sido el culpable del abandono de su prometido y de un fallido intento de suicidio; así, nada más empezar, el director no tarda en volver a señalar al hombre como responsable de la tristeza y la desgracia de la mujer. Yukiko está herida y molesta por hallarse en el lugar que ejemplifica la razón de su acto repugnante, cobarde y egoísta (en el cual no se hace mucho hincapié...), y su odio contra el género masculino es inevitable. Por su parte Hatsuko mantiene una aventura con Kenji, un amable y considerado médico, aunque esto se mantiene en secreto debido a la gran diferencia de edad de ambos.

Yoda y Narusawa centran el drama en este triángulo amoroso donde la figura masculina resulta ser un resorte de los fatales acontecimientos, un disparador de la sospecha, siempre presente para el espectador, una amenaza constante para dañar aún más la relación entre la hija y la madre, que inocentemente le pide al médico pasar más tiempo con Yukiko para cuidar de ella; rápidamente el melodrama de corte trágico se instala en este cuadro amoroso. El prostíbulo es el escenario del drama, donde Mizoguchi presenta los hechos y los personajes casi como en una obra teatral, aunque no prestará toda la atención a las jóvenes que comercian con su cuerpo.
Dentro observamos los diferentes comportamientos, de las sufridas "geishas", melancólicas cuando piensan en sus familias, vivarachas cuando atienden a los clientes, tipos patéticos, borrachos, infieles, cobardes, mentirosos y violentos; la historia se desarrolla así con un discurso cuya idea unilateral de Mizoguchi ya cae en lo tedioso: la maldad masculina, a la cual no se le permite ningún tipo de concesión. Por esto Kenji, al principio agradable, se torna repelente, egoísta y vil en sus actos, mientras que Yukiko, primero irritante y soberbia, se gana nuestra simpatía al ayudar a las chicas, presagiándose de algún modo un reemplazo en la dirección de burdel.

Otra sustitución sucede al ser hospitalizada una de las "geishas", Usugumu, y llegar pidiendo trabajo su joven hermana (la comedia del sexo y el dinero, que nunca acaba), aunque Yukiko defenderá el derecho (y la obligación) de la mujer a sobrevivir sin tener que caer en las garras de la prostitución, oficio denigrante donde los haya. Entre medias, el director rueda con esmero algunas obras noh que se entrelazan con el argumento y reflejan la situación y emociones de los personajes. Esta técnica llega a su cenit al verse Hatsuko en la pobre anciana de la comedia.
Sin duda lo más conmovedor que logra Mizoguchi es retratar las vicisitudes de una mujer madura al caer presa del amor, como si la oportunidad de experimentar de nuevo el cariño y la afección le fuera arrancada por su edad (curiosamente ella rechaza a su socio). Kinuyo Tanaka, que ha pasado a la dirección siendo una de las primeras cineastas japonesas, está de nuevo maravillosa en su última colaboración con Mizoguchi (de quien se dice que cortará su relación por hacerse ella directora); la acompañan un detestable Tomoemon Otani y los correctos Yoshiko Kuga, Eitaro Shindo, Kan Ueda y Kimiko Tachibana, a quien se debería prestar más atención.

La película, gracias a su técnica y cuidado aspecto visual, se aleja de la brutal violencia de "Mujeres de la Noche" (que se situaba en la calle) y esboza el camino para llegar a "La Calle de la Vergüenza" (cuyo protagonismo pertenecerá sólo a las chicas), actuando de puente entre éstas.
Mizoguchi ha convertido el escenario del burdel en el espejo de lo que constituye la realidad de la sociedad y la condición femenina, pero "La Mujer Crucificada", su penúltima obra sobre el tema, es un logro menor en ese aspecto.
Chris Jiménez
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26 de septiembre de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede que sea muy teatral, puede que contenga situaciones que ya hayamos visto antes de alguna forma, dentro de su filmografía y fuera de ella, puede que sea una más. Sí, será eso, es una más, puede que no la mejor de su director pero tampoco es ningún desastre. Ya quisieran los directores actuales tener una pizca de la capacidad sensitiva que tenía Mizoguchi para tocar temas tan delicados, para enseñarnos situaciones que acercaban de forma continua a sus personajes al melodrama.

Para ese año 1954 el director japonés dejaba atrás una larga filmografía, ya tenía un estilo, unas formas y, lo que nos interesa, unos temas con los que sabía que llegaba al público. Tal vez no le interesaba personalmente tanto como creemos el tema de la prostitución, tal vez se veía empujado por las productoras, que de algo se tenía que comer, pero el caso es que sus películas, "La mujer crucificada" incluida, funcionaban y funcionan más de medio siglo después. Hablar de geishas ahora es anacrónico, llevar un negocio de señoritas de compañía suena fatal, pero hablamos de cultura japonesa, hablamos del cine de Mizoguchi y en concreto de una película que no aporta nada que sepamos y que sin embargo funciona porque usa una fórmula que no falla.

Mizoguchi y la prostitución, por supuesto al límite del melodrama, cerca de la tragedia, con personajes sometidos a mucha presión y muchas emociones comprimidas. Son menos de noventa minutos, poco más de ochenta. Sólo por eso se merece nuestro elogio. Imposible encontrar algo semejante en el actual siglo.
Luisito
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