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Los puentes de Madison

Romance. Drama La apacible pero anodina vida de Francesca Johnson (Meryl Streep), un ama de casa que vive en una granja con su familia, se ve alterada con la llegada de Robert Kincaid (Clint Eastwood), un veterano fotógrafo de la revista National Geographic, que visita el condado de Madison (Iowa) para fotografiar sus viejos puentes. Cuando Francesca invita a Robert a cenar, un amor verdadero y una pasión desconocida nacerá entre ellos. (FILMAFFINITY)
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Críticas 280
Críticas ordenadas por utilidad
5 de octubre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es difícil, vivir sin ser visto.
Descubrir como, por primera vez, estás experimentando algo único, y tener que guardártelo. Porque no procede, porque no es justo, porque ahora no.

Hay un "ahora no" particular, y es el que tiene que ver con otra persona.
Parece algo sencillo: salir, conocerse, ver cómo esa chispa entre los dos acaba evolucionando en algo más... millones de personas realizan esa conexión, de manera más o menos afortunada, en todas partes, a todas horas.
Pero no es lo mismo cuando ese ritual surge de tus entrañas, y arrasa todo a su paso. Cuándo, por primera vez, algo sacude los cimientos de tu persona, y te ves obligado a guardarlo muy dentro de ti, a riesgo de que nadie pueda entenderlo (quizá, porque ni tú mismo lo acabas de entender del todo).

Clint Eastwood sabe exactamente de lo que está hablando.
De un encuentro fortuito que sobrevivirá al tiempo, y que, en el Gran Esquema de las Cosas, significa mucho más que cualquier otra trivialidad que nos ocupa el día a día.
Es casi banal hablar de amor, porque darle un nombre así sería relativizarlo, ponerlo al nivel de la cantidad de relaciones por conveniencia, estrato social o puro aburrimiento que se han unido y se seguirán uniendo. No, lo que hay entre Francesca y Robert es otra cosa, mucho más que eso.

Está esa embriagadora sensación de haber encontrado a alguien con quién te quedarías mucho tiempo. Y conocer a esa persona, y saber que os afectais de la misma manera.
No se narra con palabras, Robert y Francesca podrían estar hablando del tiempo (de hecho, hablan del tiempo) y el resultado sería el mismo: lo que está pasando se cuenta a través de sus miradas, de sus gestos, o de algún roce incómodo que esconde deseo.
De vez en cuando, se desliza entre esas palabras vanas un atisbo de realidad, de encontrar algo puro y verdadero, y se refleja una relación muy humana: temor, increíble e irracional, a que la persona que tenemos delante sea capaz de comprendernos absolutamente. Temor, mezclado con emoción, y con excitación.

Pero no es esta una historia de deseo tampoco (aunque este presente, arrebatador, oscuro y soterrado, en breves momentos, los suficientes).
Es de redescubrimiento, quizás. Se cuenta más de la soledad de Robert cuando ofrece asiento cercano a la mujer objeto de habladurías que todo lo que dice a Francesca. Y se cuenta mucho, muchísimo más, con Francesca refrescando su cuerpo desnudo en la noche tras el primer encuentro con Robert, volviendo a descubrir su feminidad, que en todas las comidas que puedan compartir juntos.
Dos soñadores de antiguos sueños nunca realizados por fin tienen la oportunidad de darse su oportunidad, por fin encuentran el hueco que su vida de náufragos sociales les ha quitado. Y eso no es algo que pueda pasarle a todo el mundo.

Por eso, maldigo este mundo. Por eso todos maldecimos este mundo.
Porque vivimos esta vida las más de las veces carente de atractivo, y cuando por fin es el libro que no podemos parar de leer debe acabarse.
Somos nosotros, Robert en la lluvia queriendo movernos y solo pudiendo articular una sonrisa de conocimiento. Somos nosotros, Francesca en el coche queriendo levantar agresivamente la manivela y salir corriendo.
No dejamos de ser nosotros, solo nosotros, los culpables de que nos falte el valor para apostar por nosotros mismos, siempre. Porque el corazón no entiende de razones, pero nuestra racionalidad no entiende de emociones tampoco.

Dejaremos este mundo, y todas las cosas que hicimos no significarán nada. Querremos y amaremos, deberemos abandonar otras veces, mantener una sonrisa casi siempre.
Pero el verano de Madison County no volverá a ver otro momento como ese, y probablemente sea mejor así. Un recuerdo, incorruptible y puro, guardado en lo más hondo, en donde crecen las esperanzas, para dejar claro que existen las ilusiones.
Porque quiero creer que hay más Roberts o Francescas, en su propio Madison County.
Charles
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6 de julio de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos defectos le he encontrado a esta romántica cinta de Eastwood, los referiré en el spoiler para no juntarlos con las virtudes, que son unas cuantas, y que enumero seguidamente:

1º Podría parecerle lenta y aburrida a algunos, pero si empatizas con el personaje de Meryl, no caerás en eso. Y es que si nos imaginamos enamorados de alguien, el estar con esa persona hace que el tiempo se detenga y todo resulta mágico. Y esta película, si la dejamos, consigue conectar con esa vivencia.

2º "Los puentes..." es sentimiento y emoción a flor de piel. Si alguna vez hemos estado enamorados-as podremos reconocer esas sensaciones. Desde la sutilidad y la sencillez, Eastwood crea un escenario en el que la atracción que sienten dos seres humanos traspasa la pantalla.

3º Valoro sobre todo que la película no es rotunda en el mensaje, te deja todo en el aire, es pura sugerencia para que tú encuentres las respuestas en tu interior.

4º Los temas que se tocan son variados: La naturaleza del enamoramiento, la rutina en la vida cotidiana, los sueños no cumplidos, las fantasías reprimidas de nuestro eros, el adulterio en la vida matrimonial, la vida como aventura o la vida como planteo de seguridad, la ruptura de la unión matrimonial, la responsabilidad de los padres respecto a los hijos, el dar o no rienda suelta a nuestros deseos más fuertes, el sentido de la culpa, la responsabilidad de uno mismo respecto a cualquier decisión, el orden moral de nuestras sociedades, la nocividad que el modo de vida moderno (tan individualista, tan separatista, tan prohibicionista) acarrea en nuestro cuerpo-mente... puedes centrarte en alguno o dejarte acunar por todos ellos. Me pareció que lo más rico era esto último, y entonces te quedarás con lo esencial: La potencialidad que hay en cada una de nuestras vidas.

5º La belleza de Meryl está en su sencillez. Una mujer que es transparente, la vida le trae a casa esa vivencia, y como ella es emocionalidad pura, no puede resistirse. Podemos comprenderla. Nuestras vidas acomodadas, repetitivas, rutinarias, tan ordenadas, tan reglamentadas, ahogan todos nuestros impulsos de vida. ¡ Y aún hoy hay gente que suspira porque se extremen las leyes y se extiendan las prohibiciones!... tal es el mundo del ciudadano moderno de hoy.

6º Un roce, un cigarrillo, una mirada, una flor, una sonrisa... la seducción en cualquier gesto, el erotismo en cualquier detalle... el erotismo como modo de relación, desde la sutilidad, entre hombre y mujer... hoy parece que va en desuso... en la película podemos ver la belleza de ello, de su belleza intrínseca.

7º El ser humano es complejo, en un segundo se puede transformar toda su vida en otra cosa. Puedes hundir tu vida en una decisión momentánea. La película nos permite comprender que, si la intención es buena, si el proceder es respetuoso y sensible, posiblemente todo sea perdonable.

8º Clint Eastwood hace magia: Son más de dos horas y el tiempo se te pasa volando, aunque ocurren pocas cosas, aunque los diálogos (aún siendo buenos) no dejan de ser cotidianos, aunque la cotidianeidad te las acciones hace que el marco no se rompa nunca, la película se puede vivir intensamente.

9º Si observamos, los momentos en que aparece la música en escena (salvo el jazz en directo) o la televisión suelen ser momentos en que la alienación hace su aparición. Sutil pero real. No estoy hablando de la banda sonora de la cinta.

He llegado a leer en algún libro que el enamoramiento es algo así como un estado enajenado de la mente, que no tiene que ver con los estados de conciencia del interior. Muy probablemente sea así. Pero no deja de ser un recurso humano, probablemente aparezca cuando uno necesita despertar. Un 8.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tombol
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24 de diciembre de 2022
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vi esta película hace tiempo, y la verdad es que me gustó, me gustó mucho, pero necesitaba volver a verla, para ver si había sido el mood del momento, o es que la peli es buena de verdad. Normalmente, ésa es la mejor prueba, la del paso del tiempo. Hay películas que se ven cuando se estrenan, o más tarde, en televisión, vídeo, vete a saber, y dejan un buen sabor de boca. Pero luego las revisas, y te llevas un chasco, porque no aguantan ese tiempo transcurrido. Pero, si una peli es buena-buena, no sólo tiene que aguantar un visionado, dos, sino muchos, muchos más. Ahí demuestra que es un clásico, o una obra maestra.

Volví a ver anoche esta cinta de Clint Eastwood, de 1995, han pasado veintisiete años, no es tanto -- pero es mucho, según se mire. A lo mejor es que la otra vez no la vi con suficiente atención, a lo mejor es que me dormí en algunos pasajes, pero la cosa es que me pareció como si la viera por vez primera. Y se produce, ya desde el mismo comienzo, esa sensación inequívoca que estamos ante cine con mayúsculas. Esto se sabe, pero es difícil de explicar en qué consiste, qué elementos tienen que intervenir para que la sensación nazca ante los ojos. O a lo mejor no es cuestión visual, sino de algo más profundo, y atañe al corazón. Puede ser. La historia comienza, y todo respira autenticidad. Es como si estuviésemos ahí mismo, dentro de esa casa, junto a los hijos de esta mujer, la protagonista. Todo lo que ocurre, lo que se nos cuenta, nos atañe, porque es real. La novela en que se basa, de Robert James Waller (que no he leído), se basa a su vez en un hecho real. Eastwood, gracias a su excelente guionista (Richard LaGravenese), nos presenta esta historia, que es como un trozo de vida, ahí delante de nuestros ojos. Todo transcurre lenta, dulcemente. Para cuando empieza a contarse la historia propiamente dicha, ya estamos dentro de la pantalla, y la emoción irá a más. Es como si fuésemos un hijo más, y viésemos con estupor, dicha, alborozo, simpatía y éxtasis la historia de nuestra madre, desplegada en toda su intensidad.

No abundan las historias de amor crepuscular. Robert Kincaid y Francesca Johnson no son viejos, pero tampoco jóvenes, tienen mucho más de cincuenta (él, tal vez más de sesenta). El cine, que desde la década de 1970 mira sobre todo hacia la juventud, no ha tenido muy en cuenta estos amores, cuando en realidad son los mejores, los más auténticos. Es a partir de los cincuenta que uno sabe de verdad de qué va todo esto, la vida y sus alrededores. El encuentro entre un aventurero y una ama de casa, ahí en la América profunda, no podía por menos que hacer saltar chispas. Pero es una historia que empieza de la forma más natural, y se desarrolla como tiene que ser, siguiendo el dictado del corazón, no de la razón o los intereses. Precisamente por esto, porque es amor del bueno (como se suele decir), es que nos llega tan profundo. Esos diálogos, en que se deja de decir más que lo que se cuenta. Esas miradas y gestos, esa música de jazz, o de blues, esa forma de fumar, y de beber, y de bailar..., todo eso hace mucho. Eastwood retrata todo esto con fina precisión, amor por el detalle, romanticismo como no se ha visto nunca en una pantalla. ¿Por qué es tan bueno? porque es auténtico, pura vida, no tonterías inventadas.

Con los años, uno descubre que la verdadera magia está en la realidad, en lo cotidiano. Es lo que van descubriendo poco a poco Carolyn y Michael, según van conociendo el Diario de su madre. ¿Cuatro días bastan para ser feliz? Sí. ¿Y todo lo demás, qué es? Morralla. Por eso, si la historia no puede seguir, por lo que sea (ella no puede, es una mujer envuelta en la niebla, tiene ya su vida, está establecida, su marido es un hombre bueno, cómo podría salir huyendo), queda el recuerdo, la intensidad de esos días. Pero es que, eso que le pasa a ella, le pasa también a él. Aunque la historia está contada desde su punto de vista, la historia, los sentimientos de Robert duelen incluso más. Ella, a fin de cuentas, ha construido su vida, tiene todo lo que necesita. Él, en cambio, un lobo solitario, necesita a alguien que lo ame, amar intensamente a una persona concreta, no a cualquier mujer por el camino. Para él es mucho más duro, pienso, y eso está muy bien mostrado en un filme genial.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Lukas
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31 de enero de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay tanta belleza y pasión en "Los puentes de Madison" que nunca me cansaré de verla. Siempre me emociono y termino a moco tendido con la historia de amor entre Francesca (Meryl Streep) y Robert Kincaid (Clint Eastwood), un ama de casa algo aburrida con su vida y un fotógrafo rico en aventuras, que dan voz a uno de los más bellos romances de todos los tiempos.
Considerada como una obra mítica del cine norteamericano, (valoración que comparto) me quedo embelesada con la interpretación de Meryl Streep e hipnotizada con la brillante banda sonora del compositor Lennie Niehaus, asiduo colaborador en la filmografía de Eastwood. Recuerda, "Los puentes de Madison" es un clásico que no debes pasar por alto.
carmen
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30 de abril de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Meryl Streep y Clint Eastwood son espectaculares en este largometraje. No solo ellos, las actuaciones, los gestos, el amor y la química que comparten a lo largo del metraje son estupendas. Te hace ponerte en su piel, te hace sentir la misma pasión que viven, el intenso amor, TODO.

A parte, es una increíble adaptación que calca el libro de cabeza a pies. Los diálogos y las situaciones son tal cual la historia escrita.

En mi opinión es una experiencia inolvidable y una de las historias de amor más emocionantes y que más he sentido en el mundo cinematográfico
Enol
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