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España España · Málaga
Críticas de Lukas
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Críticas 135
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
8 de abril de 2024
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Vi esta película cuando se estrenó en 2001, y la vi por dos veces: la primera vez solo, y la segunda vez acompañado por una amiga-amante, fue ella la que me propuso de verla, y aunque la tenía muy reciente, me gustó el puro morbo de ver un cuento erótico en compañía de mi amante de entonces. Que ya no estaba yo para esas tonterías de adolescentes, veinteañeros mejor dicho, pero aún era joven, y caí en la tentación. Entonces me gustó mucho, y dejé que reposara lentamente en mi mente. Luego, con los años, salió en DVD, pero no conseguí verla, no sé qué problema tenía yo con mi reproductor de DVD, que no conseguía ponerla bien, creo que la puse en 5.1, y yo no tenía ese sistema de audio. Han pasado 23 años, mucho tiempo si lo pensamos bien, y quería verla de nuevo, para comprobar cómo ha envejecido (que yo haya envejecido, es algo sin duda alguna).

Rodada en vídeo digital, ya desde los mismos créditos se nota que estamos ante un filme diferente. Había visto los anteriores largometrajes de Medem, y me habían gustado mucho, desde su debut con Vacas. Este tipo era una voz nueva en el panorama español, con ideas nuevas, con universo propio. Y es en esta cinta donde precisamente todo ese universo turbio desemboca de una forma fatal. Hay que tener en cuenta que Medem tenía una hermana que se mató en un accidente, y de lo cual hizo una cinta, muy olvidada hoy, Caótica Ana, que no he visto.

“Además, Caótica Ana se convirtió en la vía de escape de Medem para superar su depresión tras la muerte de su hermana Ana, fallecida en el 28 de abril de 2001 en un accidente de tráfico cuando acudía a la inauguración de su propia exposición en Cariñena (Zaragoza), y que dejó como herencia "sus cuadros pintados a cera, llenos de alegría y color". El coche lo conducía su hermano Álvaro. En su recuerdo, Julio tiene una hija con el mismo nombre.” (Wikipedia, Caóotica Ana).

Pero volvamos al año 2000, año de crisis y de locuras también, de caos poco controlado. Medem nos presenta la historia a su manera, jugando con los tiempos y los espacios, yendo de Madrid a Formentera y de nuevo Madrid; jugando con la cámara, la narrativa y construyendo su historia de una manera totalmente simbólica, más aún que en sus anteriores trabajos. Es loable cómo desde el principio nos mete en la mente de una camarera, la Lucía del título, y todo el tiempo trata de mostrar lo que pasa por su atormentada cabeza, en el momento crítico que vive con su novio Lorenzo (Tristán Ulloa). Esta parte dura poco, porque enseguida viene “y el sexo”, que es la parte fundamental de la historia. Aquí, seis años antes, se nos cuenta cómo se ha llegado a ese final, y se nos cuenta ya metiéndonos en la mente del escritor, que interpreta como puede TU, tal vez en un papel que le supera. La construcción de la historia erótica, no de amor, entre Lucía y Lorenzo, se entrelaza con la propia narrativa de la novela que está escribiendo Lorenzo, y que se vuelve cada vez más turbia. El presente luminoso se mezcla con ese pasado turbulento hasta conseguir que el nivel de oscuridad sea mayor que el de luz, y ahí está la clave de todo. La presencia de esa niñera que interpreta Elena Anaya (Belén), que cuida a la hija de Elena (Najwa Nimri) no hace más que complicar las cosas, y el sexo picante de la pareja se convierte en pornografía pura y dura. Hay un momento en que ficción y realidad se confunden de tal manera, que todo apesta. Impactante secuencia, ésa. Medem nos muestra el lado más oscuro del amor, del sexo desnudo, inconsciente.

Para recuperar la cordura, una isla. La posibilidad de una isla. Una isla que está hueca, una isla llena de agujeros. Para vivir de otra manera, mediterráneamente. Najwa Nimri, pese a las críticas, está muy bien en su papel de amante, madre despechada, acogedora de huéspedes en su casita al borde del mar, todo blanco y azul. Lo que puede hacer la luna, y un amor extraño, con un desconocido. Es la isla que todos necesitamos, tal vez, para recuperar la paz, una cierta tranquilidad de espíritu. Eran los tiempos del chat, de los encuentros virtuales, de los amores digitales. Ese blanco cegador, por favor. Y el sexo, como un espejismo, no es real, es en otra vida. La secuencia de la niña que tira del padre, mientras por el otro lado Belén la hija de la actriz porno tira de él para el otro lado, y el perro negro-demonio, es realmente algo. Hay muchas más secuencias brillantes, junto con otras realmente tontas, como el striptis de ambos, en la primera mitad. Hay muchos desnudos, pero ninguno es gratuito. Para llegar al alma, primero hay que pasar por el sexo, y el sexo tiene mandanga. Menos mal que la maravillosa música de Alberto Iglesias lo dulcifica todo. A destacar también la fotografía de Kiko de la Rica y el montaje de Iván Aledo. Estamos ante una obra maestra de nuestro cine, que no muchos entenderán.
Lukas
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Kurt Cobain: Montage of Heck
Documental
Estados Unidos2015
7,0
4.146
Documental, Intervenciones de: Nirvana, Kurt Cobain, Courtney Love, Dave Grohl ...
8
6 de abril de 2024
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Tenía el DVD de esta cinta por ahí, no sé si con subtítulos en español o solo en inglés, la cosa es que —como tantos y tantos DVDs que guardo— nunca llegué a verlo, y ahí se quedó, guardando polvo. Así que ahora aproveché que la daban en Documentales por Movistar + para verlo por fin. Ante todo, hay que decir que es una cinta larga, de dos horas y cuarto de duración. Se presenta con varios audios: en general, está doblado, pero hay partes que están en el inglés original, y se han añadido los subtítulos en español. Esto es así en las animaciones y en otras partes, como cuando se presentan los numerosos cuadernos llenos de anotaciones y dibujos y garabatos de Cobain. Cuando se trata de entrevistas, se recurre al doblaje, y punto. Aquí no se trata de escuchar las voces originales, eso es lo de menos, sino de sumergirse en la mente del líder de Nirvana, su torturado líder, aquí queda más que claro. Leo que el director, Brett Morgen, empezó a preparar este documental en 2007, cuando contactó con la viuda, Courtney Love. Empezó a recopilar el material, que es el que da enjundia a esta obra, de veras exhaustiva. Al final del visionado, uno queda exhausto, como nunca. No sólo por la implacable y caústica música, sino por el exceso de información. Algunos materiales no son muy pertinentes, como esos dos largos vídeos caseros de la pareja, que aparecen un poco patéticos, pues no añaden nada al personaje, es sólo cotilleo del peor. Pero, en general, estamos ante una obra maestra del documental musical.

Aunque estructurada de forma un tanto caótica, como la mente que explora, la cinta nos lleva por orden cronológico, más o menos, desde el nacimiento de Kurt (antes, presentación del escenario, los padres, su breve relación, todo muy American Way of Life de los años 60) hasta su inevitable final. Aquí aparecen muchos vídeos caseros, y es el comienzo del peregrinar por este mundo de un niño hiperactivo, que con el tiempo se convertiría en el líder de una banda grunge, etc. Como digo, el material es abundante, de todo tipo: esos vídeos, diarios, dibujos, anotaciones de todo tipo, grabaciones musicales caseras, videos de conciertos, publicaciones de revistas, entrevistas con familiares y conocidos, etc. La cinta pasa de un formato a otro de manera inesperada, y es cuando aparecen las animaciones que la cosa alza el vuelo de una forma inusitada. Para ello, se animan dibujos del propio Cobain, con una técnica que creo que es la del rotoscopio, obra de Stefan Nadelman e Hisko Hulsing. Como corresponde a una mente agitada, el director hace de las suyas y, valiéndose de un montaje epiléptico casi, introduce una amalgama de imágenes del imaginario pop (monstruos, intestinos, imágenes de películas, de series de TV, dibujos y alucinaciones de una mente enferma, pura cultura pop que revienta de repente). Y vuelta a las entrevistas: los padres de KC dan paso a una novia que tuvo, a sus 19-20 años, y también aparece Krist Novoselic (quién te ha visto y quién te ve, chaval), y luego ya en la última parte la fatal Courtney Love, ya entrada en años y en carnes. La cinta avanza, como digo, hacia el final inevitable, el que todos sabemos, que no se muestra, por cierto. Los morbosos, a otra parte. Aquí también di alguna que otra cabezada, inevitable.

Ah, y algo que no he mencionado, pero que es parte importante de la historia-montaje. Aunque no se analizan las canciones (la parte meramente musical de la banda y del músico que fue KC) ni se habla del surgimiento del estilo grunge de Seattle, la película es estrictamente musical, aparte de ofrecernos un retrato muy completo del hombre llamado Kurt Cobain, un chico que llevaba mal camino desde muy joven. Digo esto, porque todo el tiempo, desde que empieza la fase de creación de la banda y primeros años, y años de gloria, luego, el director juega con los sonidos, más que con las canciones en sí. Es realmente un placer comprobar cómo, incluso en las animaciones, se juega con las melodías y estructura de algunas canciones que luego saldrían de su mente podrida. Y se recrean también canciones enteras, que son presentadas de manera distorsionada. Así, Brett Morgen lo que hace es un viaje alucinante al fondo de una mente atormentada, que dio voz a una generación de adolescentes y jóvenes sin muchos referentes, que no fueran la mediocre cultura pop. Para ellos, Kurt Cobain creó una banda sonora de sonidos sucios y repulsivos, llenos con los fantasmas de su propia existencia. Los dolores estomacales que sufría de manera crónica se convirtieron en espasmos en el escenario. La drogas, sobre todo el maldito caballo, hicieron el resto.

Como coda, decir que Nirvana era Kurt Cobain, básicamente. Muerto Kurt, se acabó lo que se daba. Esa nueva banda que se inventaron los dos supervivientes (Dave Grohl no sale) ya no era gran cosa, nunca la seguí. Aquel 5 de abril de 1994 Cobain se quitó la vida, y todo desapareció de golpe. Gustavo, ¿o fue otro? nos anunció la noticia, la fatal noticia, y nos fuimos a “celebrarlo” a la playa, a beber y comer chorizos de barbacoa y a lamentarnos, porque nuestro ídolo había muerto, y estábamos muy tristes, maldita sea. Y ahora qué. Yo me alejé de la música pop definitivamente, lo que vino después ya no me interesaba. En el fondo, me repateaba esa asociación música y drogas, con todas las consecuencias que traía. Y eso es lo que me pasa ahora, viendo la segunda parte del documental, que en realidad me da mucho asco, todo ese mundillo podrido de los fans, las críticas, el éxito, las camisetas y tanta tontería.
Lukas
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6
4 de abril de 2024
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No fui a verla en el cine, cuando se estrenó. Hace tiempo quise verla en televisión, pero me quedé dormido, creo. Así que anoche lo volví a intentar, porque siempre me ha interesado el cine de Moretti, sobre todo gracias a su obra maestra, La habitación del hijo, una película que pude ver en pantalla grande, y que me dejó huella. En fin, aquí estamos ante algo muy diferente, una especie de ensayo cinematográfico, como se estilaba en los años 60, pero que nada tiene que ver con el cine ya rancio y vanguardista a rabiar de Godard y compañía. El ensayo esta vez consiste en un diario con imágenes, un diario en donde, en vez de la pluma o el boli, se usa la cámara de cine. La película es de 1993, un año importante en mi vida. Para Moretti, parece que es un año más, un verano en que se queda solo en Roma, y se dedica a pasear con su Vespa, mientras piensa en su próxima película. Este primer episodio es solamente eso, un viaje. ¡Pero qué viaje! Un viaje por una Roma alejada de las postales típicas, una Roma de los suburbios, de esos barrios que no salen en las guías turísticas, pero que NM parece conocer muy bien. En cierto momento dice que le gustaría hacer, o ver en pantalla, una cinta sólo de edificios, y empieza a mostrarnos fachadas de bloques, de casas de viviendas, de distintas décadas del siglo pasado, que para él es aún el siglo XX. Es un Roma extraña, incluso fea, pero que la cámara retrata con mucho encanto. Este episodio, bastante surrealista (el encuentro con Jennifer Beals, la actriz de Flashdance, es un golpe de ingenio, estilo Woody Allen), está conducido por la música, en realidad. Todas las canciones que suenan son maravillosas, pero hay que destacar ese largo momento en que viaja hasta la playa en donde fue asesinado Pasolini, y suena The Köln Concert de Keith Jarrett, un momento mágico.

Por desgracia, los otros dos episodios no están a la altura. En el segundo, “Islas”, viaja junto a un amigo por distintas islas, cuyos nombres van apareciendo poco a poco. Es otra manera de viajar, esta vez en ferry. Se supone que se van de sus casas para encontrar una cierta paz para escribir, pero al final, por alguna circunstancia, no pueden. Este episodio, no obstante, es el más cómico, pues aquí se burla de manías y costumbres de la sociedad contemporánea: esa forma de educar a los niños; la invasión de la televisión, el tedio cotidiano, en verano… Es gracioso el cambio que experimenta el amigo, Gerardo creo que se llama, que al principio dice que lleva treinta años sin ver la televisión, y luego aparece enganchado a Belleza y poder (la secuencia en el monte-volcán Stromboli es realmente graciosa).

En el tercer episodio ya sucumbí al sueño, me perdí el final. ”Médicos” es un peregrinar por distintos médicos y especialistas, a partir de un problema que le ha surgido, un prurito fastidioso (me acordé entonces de mi propio prurito, que me visita todos os veranos, con el calor). Esta parte, que tendría que ser graciosa, me aburrió bastante, y tal vez por eso me pasé al otro lado…

Le pondría mejor nota, pero hay un detalle que no me gusta nada, y tengo que reseñarlo, antes de terminar. No le perdono, al engreído Moretti, que se burle de ciertas películas, en especial de Henry. Retrato de un asesino, de John McNaughton. Cómo se atreve. Estamos ante una obra maestra del cine de las últimas décadas, y él la despacha como un bodrio (já, la ve en versión doblada, que ya es un horror). Qué sabrá él de las verdaderas historias, que dejan huella, cuando casi todas sus películas aburren a los muertos (salvo la ya mencionada). Y lo que viene después, de burlarse de los críticos, y citando otras pelis de Hollywood o Estados Unidos, es sólo envidia cochina (Jonathan Demme, David Lynch, qué sabrá él del verdadero cine).
Lukas
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6
1 de abril de 2024
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No leí la famosa novela de Sara Mesa, ni fui al cine para ver esta película, pero cuando he visto que la daban en el canal Indie de Movistar +, no dudé en verla, a ver qué tal. Y, la verdad, la película no está mal, se pasa un buen rato, en ese pueblaco de la España vacía, adonde ha huido la protagonista…, pero hacia la mitad del metraje, uno se empieza a mosquear, el sueño viene como un mal visitante, y ya todo se pone cuesta abajo.

Como dice alguien en otra reseña, me hago la pregunta que le hace Píter (Hugo Silva) a Nat (Laia Costa): ¿qué hace alguien como tú en este sitio? Que es lo mismo que decir: ¿de qué vienes huyendo, de qué coño has escapado, para acabar en este pueblo de mierda? Es cierto que yo mismo he soñado a veces con la vida en el campo, y que como la protagonista, he vislumbrado una vida llena de idilio bucólico, lejos del mundanal ruido. Pero claro, como bien sentencia el casero, cada vez que aparece (excelente Luis Bermejo), la vida en el campo no es así, eso son fantasías de señorita pija de ciudad. Ella se cree que está en una casita rural, todo encanto y comodidades soñadas, pero la realidad es bien diferente: goteras, suciedad, abandono, ladridos de perros y vecinos meteretas que no te dejarán en paz. A esa realidad se tiene que enfrentar la protagonista, una traductora en horas bajas, la típica pija que quiere cambiar de vida. Pero entre el hosco casero, que suelta verdades como puños, y los otros vecinos, lleva todas las de perder. Se pilla un perro, que le endosa el casero, “Sieso”, un extraño perro hermafrodita, lo cual apesta a feminismo por los cuatro costados. Y los vecinos aparecen, dándole una extraña compañía. Píter, que es un “artista” muy solapón; la pareja de pijos, que no podía falta: Carlos (Francesco Carril) y Lara (Ingrid García-Jonsson), con dos niñas que parecen las de El resplandor; y la pareja de viejos, ella con demencia senil, y él más falso que dos pesetas. El remate será la aparición de Andreas (excelente Hoviv Keuchkerian), un vecino que le hace una proposición indecente, y que es lo más inverosímil de todo.

Como la película se monta alrededor de esta premisa, y esta propuesta es descabellada, como poco, la peli empieza a hacer aguas, como la misma casa. No hay pareja más extraña que ésta, en donde una chica frágil ha de vérselas, en la intimidad, con un gañán de cuidado. Ya vemos por qué: esta es una peli feminista cien por cien, hecha por mujeres, y tal vez pensada para un público femenino. Por eso el perro es hermafrodita; por eso los hombres son todos tan malos, idiotas o directamente gilipollas. El casero amenazador; el “artista” que se la quiere follar, en el fondo; los pijos, con sus prejuicios y su vigilancia encubierta (“no vengas con Andreas”); y ya el remate, Andreas, la bestia parda, el hombre-para-todo, que trata a las mujeres como un objeto sexual. Y nuestra heroína cae en la trampa, como un triste pajarito. Por cierto, que Laia Costa mejora bastante sus recursos expresivos, con respecto a la anterior “Cinco lobitos”, película que la dio a conocer.

Al final, va a ser que “Un amor” es el amor perruno, nada más. Por eso, tal vez, la Coixet y su equipo nos llevan por esos senderos de traición, hasta un final que te echa para atrás, y que como otros han dicho, recuerda bastante al de “Otra ronda”, de Thomas Vinterberg. Es un buen adiós, no obstante, a ese pueblaco que se ha convertido en la mayor de las pesadillas para una triste mujer de ciudad, y que ahora por fin deja atrás, con todas sus falsas ilusiones de paz. ¿No será que uno no puede huir de sí mismo, por lejos que se vaya? ¿No será que un día sin música es un día perdido?
Lukas
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10
25 de marzo de 2024
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Gracias a MUBI, siempre al tanto del mejor cine experimental e independiente, pude ver esta cinta de von Trotta, destacada cineasta del llamado Nuevo Cine Alemán. Creo que no he visto nada suyo antes. En Por Qué Verla se nos dice que era una de las once favoritas de Bergman. El maestro sueco tenía razón en elegirla. Aunque tuve que verla en VO con subtítulos en inglés, la verdad es que su visionado no sólo merece la pena, sino que resulta ser una cinta de gran capacidad emocional, que te deja para el arrastre.

Ello se debe, entre otras cosas, al excelente trabajo interpretativo de las dos actrices principales, sobre todo una Jutta Lampe que lleva buena parte del peso de la historia; pero también de Barbara Sukowa, que cada vez que aparece incendia la pantalla. Ya la había visto en alguna que otra cinta, de Wenders por ejemplo, pero aquí está que se sale. También destaca una fotografía en tonos pálidos muy realistas, de Franz Rath, y una música realmente adecuada a la historia, que crea ambiente ideal, de Nicolas Economou. La edición, de Dagmar Hirtz, consigue entrelazar de forma sutil ( imbricar, mejor dicho) el pasado y el presente de las hermanas, Julianne más rebelde, que acabó estabilizándose, y Marianne, so long Marianne, con su violonchelo a cuestas, que acabará abrazando la lucha armada. La película avanza, von Trotta imprime a la narración un brío casi beethoveniano, y en ese tramo final, en el cara a cara ( nunca mejor dicho) de las hermanas en la cárcel, alcanza una cumbre inigualable. Hay momentos de un hondo pesar, de una emotividad que te deja pegado al sofá, como encogido. Estamos ante una verdadera obra maestra, que arrasa nuestro corazón, y nuestra mente.
Lukas
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