Hache (Serie de TV)

Serie muy entretenida donde los papeles de Adriana Ugarte y Javier Rey lucen en todo su esplendor (no así el de Noriega, pero éste en cualquier caso, le pongas lo que le pongas, da poco de sí). La serie tiene la "osadía" de tener una temporada autocontenida, cosa que es de agradecer frente a los tropecientos mil capítulos de las series de campanillas (donde se estiran hasta la saciedad y hasta que te descerebras por completo). Quizá le falte algo más de profundidad en el desarrollo de personajes (pasan muchos y muy interesantes pero muy superficialmente) y un desenlace excesivamente rápido. Pero como entretenimiento cumple con notable (música, ambientación, realización, son muy buenos). Quizá la ventaja de este "poco desarrollo" de personajes pueda generar una oportunidad para continuar la serie .... porque a todos nos ha quedado esa pregunta sin responder: ¿Qué pasó con Hache finalmente y con el tráfico de heroina en el puerto de Barcelona?

Serie española que se desarrolla en la Barcelona de la posguerra, en medio de la miseria, el contrabando y el franquismo. Bien interpretada y con un guión interesante, describe la vida de una mujer que hará lo que sea para comer en un mundo despiadado.
Recomendable en ese mundo de mediocridad que son muchas de las series de Netflix.

Un noir clásico de tintes realistas que, situado en la Barcelona de 1960, nos presenta una historia llena de mafiosos de medio pelo, corrupción en los puertos, tesón policial y emociones a flor de piel. Así acabamos el primer capítulo. A partir de aquí, la ficción comienza a traicionarse a sí misma para derivar, en base a giros inverosímiles de guion, caracterizaciones exageradas y evidentes anacronismos, en un final absurdo y precipitado. Hasta llegar a él, con incrédulo estupor vemos cómo los personajes van cayendo en un desequilibrio emocional de tal calibre que los acaba convirtiendo, simplemente, en hiperbólicas caricaturas de sus respectivos clichés. Algo que, para más inri, al ponerlos en la disposición que el guion los pone, acaba derivando, a partir del tercer episodio, en una insufrible orgía de absurda inverosimilitud (más insufible por absurda que por inverosímil).

Además, las tramas del guion son bastantes más de las que el límite presupuestario de su producción permitía sostener. De forma que, al llevarlas tan al límite, fuerzan de tal forma las licencias creativas y el "pacto ficcional", que acaban descarrilando en su desarrollo. Hay locales que nadie pensaría, ni en un millón de años, ni que tienen mucha gente ni que son el símbolo mayor de la moda de la época. Prisiones límpias que no parecen un lugar de tormento. Casas de familias pobres, alejadas por completo de la miseria esperada (más aún, en aquella época). Y así podríamos seguir. Solo el extraordinario vestuario aporta algo de cordura a este entuerto.

La segunda temporada, desde un nuevo punto de partida tan injustificado e injustificable como el final de la primera, es, con todo, bastante más disfrutable. Lo es porque los personajes se asientan en bases emocionales más estables y sólidas, las dosis de realismo son mayores y (con ellas) la credibilidad aumenta, además de tener un tono más pausado y "racional" que su antecesora, y unos rasgos de noir más clásicos y apegados al canon. Con todo, el viaje hasta esta segunda temporada es un tormento que no aconsejaría pasar ni siquiera a mi peor enemigo salvándose de él, unicamente, las actuaciones de Javier Rey, Eduardo Noriega e Íngrid Rubio; todo lo demás es, simplemente, un despropósito.

Atrapante ficción sobre los inicios del tráfico de heroína en el Raval a principios de los `60. Como en "El tiempo entre costuras" mezcla personajes históricos reales como Lucky Luciano por entonces exiliado en Sicilia o Frank Caruso con personajes inventados como Malpica o la propia Hache en un combo convincente y atractivo. Con un sólido elenco y buen ritmo, aunque la historia no sea demasiado original, es muy agradable de ver y Netflix ya confirmó una segunda temporada. Lo que no termina de convencer es la ambientación ya que tanto la ropa que lucen los personajes como incluso la música que se escucha es más de los `50 que de los `60 en que ocurrieron los hechos reales en que se basa. Otro punto en contra, más allá de la correcta interpretación de Eduardo Noriega es tener que creer que el bien esté representado por la policía franquista que ya sabemos cómo las gastaba. Incluso no se oculta que acostumbraban a obtener sus confesiones a ostias. Pero salvo esas objeciones es una buena elección de entretenimiento.