The City of the Dead

Horror Hotel, delicioso cuento gótico sobre brujería y pactos satánicos, es fruto del encuentro de dos talentos hoy casi olvidados: el del director argentino John Llewellyn Moxey, fogueado a lo largo de su carrera en célebres series del calibre de Misión: Imposible, El Santo o Se ha escrito un crimen, y el del guionista George Baxt, uno de los más sabios cultivadores del cine de terror que prestó sus servicios a profesionales del género como Terence Fisher, Sidney Hayers o John Gilling. De ello surge un film subyugante y equilibrado, perfecto ejemplo de elegancia narrativa al más puro estilo Tourneur que logra estremecer al respetable sin necesidad de buscar el impacto fácil e inmediato, simplemente volcando su atención en una puesta en escena refinada que funciona a la suma perfección (me encanta la artificiosidad de la niebla).

Dentro de las muchas series B que aportó el género en aquellos años, Horror Hotel destaca sobre las demás porque sigue manteniendo intacta su capacidad de dar miedo. Mucha de la culpa proviene del soberbio guión de Baxt, clásico cuando tiene que serlo, pero sin excesos y yendo al grano en el momento justo, demostrando ser todo un prodigio de tensión narrativa y control dramático (y sin necesidad de mostrar ni una gota de sangre). Christopher Lee sale (menos de lo esperado) y perturba, mientras el resto del desconocido reparto cumple correctamente su cometido e incluso va un paso más allá (la soberbia Patricia Jessel). Todo ello, más algunos detalles que a mí me siguen fascinando (las apariciones de Valentine Dyall, los encapuchados), hacen del film de Moxey una de las joyas más reivindicables (y cultas, que habla con propiedad) de todas las de su estilo y temática.

Lo mejor: la sutileza de Moxey.
Lo peor: algunas reiteraciones innecesarias.

Vaya sorpresa de película que acabo de ver. Totalmente escondida entre las páginas del tiempo y del olvido. Qué gran actor es Christopher Lee, y qué desaprovechado a sido. Aquí aparece al principio y al final, con una actuación perturbadora. Magnífico el estar rodada en blanco y negro, con una fotografía sublime. Es un cuento de brujas clásico. Todo perfecto. Ay madre, que ya no se hacen cosas así.

Arranca en Whithewood, un pueblo de Massachusetts (Nueva Inglaterra) un 3 de marzo de 1692, mostrándonos a una encendida multitud contemplando primero las acusaciones leídas contra Elizabeth Selwyn, (Patricia Jessel) en las que se la acusa de brujería y se la condena a morir en la hoguera y luego acercando la antorcha al haz de leña, momento en el cual la acción salta a nuestros días, a la clase del profesor Alan Driscoll (Christopher Lee) dando una lección de historia a sus alumnos en la que el tema era la caza de brujas del siglo XVII y las imágenes que veíamos una recreación de lo que estaba contando.
Nan Barlow (Venetia Stevenson), una de sus alumnas le hace saber al profesor que se muestra sumamente interesada en el tema y que quisiera hacer una tesis sobre ello, por lo que el profesor le recomienda Whithewood, el pequeño y recondito pueblo a que se estaba refiriendo durante la clase, como un buen lugar para documentarse e impregnarse del tema y que al llegar busque la posada, pregunte por la señora Newless (palíndromo fonético del apellido Selwyn de la bruja a punto de arder que vimos al comienzo, recurso también recurrente en Dracula/Alucard) y que la diga que va de su parte.
Dicho y hecho, a pesar de la fuerte oposición de novio y hermano, tenemos a Nan en una noche nebulosa preguntando a un gasolinero por Whithewood y siendo indicada por este no sin antes haber mostrado su sorpresa y temor al oír el nombre del pueblo e intentar advertirla de la mala idea que era seguir viaje hacia ese destino (esta escena aunque típica/topica y hasta incluso necesaria en este tipo de tramas, según mi modesta opinión y experiencia suele ser un buen indicador de lo que la calidad de lo que vas a ver después).
Todo esto a modo de canoníca y bien filmada presentación en la que ya se nos sumerge en la atmósfera de la buena historia de terror con la que vamos a disfrutar durante la siguiente hora de metraje (de los 75 minutos que dura el film), hecho al que contribuye de firma brillante lo siniestro se ese pueblo permanente envuelto en niebla, lo inquietante y demoniaco del aspecto de sus calles, cementerio y habitantes y la maldad con la que dotan a sus personajes tanto Christopher Lee como Patricia Jessel en contraposición con la candidez e inocencia de las 2 sacrificables, la ya reseñada Venecia Stevenson y Betta St. John en el papel de Patricia, la hija del párroco ciego que vive encerrado en una iglesia sin feligreses.
En resumen, aunque modesta, magnífica película de terror de esas que se disfrutan mas solo y con la luz apagada, dirigida con oficio por el televisivo John Llewellyn Moxey y producida por “Vulcan Production” (antes de pasar a llamarse “Amicus” y plantar cara a la Hammer en el género de terror) y que desde ya y en lo que a mí concierne (goloso degustador de todo lo que huela a sectas satánicas y lugareños inquietantes) queda marcada como referencia en cuanto a buena y conseguida atmosfera.

Lo mejor de la película es su ambientación y su presentación visual: pueblo aislado con calles cubiertas de niebla, un siniestro hotel con pasadizos secretos, misteriosos pueblerinos que intimidan a cualquier turista que pase por el lugar, escenografías lúgubres, densa atmósfera gótica, e inquietante partitura musical que combina coros e instrumentos por igual.

Es un producto serie B bastante sobrio en su relato, el cual nos cuenta una historia sobre brujas, pactos satánicos, personajes malignos y perversos secretos que vencen el paso del tiempo. En medio de todo ello, un grupo de estudiantes de historia terminarán peligrosamente involucrados dentro de un plan diabólico y deberán encontrar la verdad que les permita sobrevivir ante tanta locura humana y amenazante presencia demoníaca.

Siendo sinceros hay que reconocer que no es un filme que cause miedo, pero sí es una película estimulante desde los apartados técnicos ya mencionados anteriormente.

El elenco cumple correctamente con sus interpretaciones. Vale mencionar que Christopher Lee sale muy poco en pantalla, algo importante para aquellos fanáticos del actor que piensen que tiene mucha participación con su personaje.

En fin, es un interesante producto de terror gótico sobre demonología y brujerías, el cual no es para nada explícito ni propenso a mostrar sangre. A mi gusto me parece que está mejor presentado desde lo visual que desde lo narrativo (en la actualidad su historia no mete miedo, encima de que termina en forma muy apresurada y licenciosa).

La brujería y todo lo que rodea al mundo de las brujas es una temática bastante utilizada a lo largo de la historia del cine aunque lamentablemente con pésimos resultados en la mayoría de ocasiones (ya veremos que nos depara Alex de la Iglesia en Las Brujas de Zugarramurdi). Cosa extraña, porque ese mundo oscuro, esotérico, ritual y macabro de la brujería a priori parece un caldo de cultivo estupendo para la “magia” del celuloide.

El Hotel Del Terror (cuyo título original es The City Of The Dead, aunque en EE.UU. se comercializó como Horror Hotel) es una modesta producción británica de 1960 dirigida por John Llewellyn Moxey cuya historia se enmarca dentro de los parámetros de la brujería y las sectas satánicas.

La cinta se abre con un prólogo en una pequeña localidad de Nueva Inglaterra, Whitewood, en el siglo XVII, cuando los puritanos (comunidad protestante radical que habitaba en la zona) quema en la hoguera a Elizabeth Selwyn (interpretada por Patricia Jessel) por actos de brujería (este arranque recuerda enormemente al de la película de Mario Bava, también de 1960, La Máscara del Diablo). A continuación saltamos en el tiempo hasta nuestros días donde Alan Driscoll, un profesor universitario (Christopher Lee), le relata a sus alumnos las leyendas que han perdurado a través del tiempo de los aquelarres y las ejecuciones de las brujas. Una de sus mejores alumnas, Nan Barlow (una guapa Venetia Stevenson), interesada en estos temas y alentada por el propio Driscoll, decide adentrarse hasta Whitewood para buscar cualquier archivo o documento que aún se conserve en él y ponga de manifiesto lo verdaderamente acontecido durante aquellos años de fanático oscurantismo.

Algunos aspectos del film son bastante interesantes, como por ejemplo: la atmósfera gótica y fantasmagórica que transmite el pueblo de Whitewood muy del estilo pulp de Creepy (gracias a una correcta ambientación pese a lo sobrio y minimalista del atrezzo); una estupenda fotografía en blanco y negro (sin duda lo mejor de toda la película y obra de Desmond Dickinson); el mal rollo que desprenden los enigmáticos personajes interpretados por Christopher Lee, Patricia Jessel (en un doble papel) y Valentine Dyall y la hipnótica partitura compuesta por Douglas Gamley. Entonces, ¿por qué no funciona? La respuesta de siempre, el guión. Pero vayamos por partes (y en este caso las hay y bien diferenciadas).

El film arranca de forma brillante, con un prólogo que es la escenificación de una de las leyendas que narra el profesor Driscoll. Continúa aumentando las expectativas que tenemos con la llegada de la joven Nan a un Whitewood contemporáneo rodeado por una espesa niebla y poblado por seres enigmáticos que ocultan terribles secretos. Nos frotamos las manos cuando la joven descubre que la posada donde se hospeda alberga pasadizos secretos que pueden estar siendo utilizados por sectas satánicas que siguen practicando la brujería. Y llegados a este punto sin retorno, a los 40 minutos de metraje, todo gira bruscamente, convirtiéndose a partir de este preciso instante en un carrusel de despropósitos, situaciones absurdas, incoherencias y mala resolución tanto argumental como narrativa de lo que va aconteciendo. Resultando graciosa de lo grotesco, ridículo y cutre que presenciamos (algo terrible para una supuesta cinta de terror). Una verdadera lástima porque hasta entonces estaba siendo muy estimulante.

No obstante, los más fanáticos del género es posible que encuentren atractivo su visionado, por tratarse de un producto no excesivamente conocido que combina brujería, sectas y pactos con el diablo, sin caer en la truculencia (la película huye constantemente de mostrar sangre) y decantarse por las atmósferas opresivas y llenas de suspense. Lástima que la falta de medios convierta el guión en una sucesión de torpezas y “cutreces” que enervan al más paciente (las actuaciones de Dennis Lotis, Tom Naylor o Norman Macowan cuyos personajes cobran mayor relevancia en la segunda parte son deplorables, y algunas situaciones dignas de las parodias de El Informal). Pese a todo, sus escasos 80 minutos pasan volando (lo cual se agradece).

La continuación de la crítica contiene spoilers.