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Un holograma para el rey

Drama. Comedia Huyendo de la recesión, Alan Clay (Tom Hanks), un empresario estadounidense, se traslada a Arabia Saudí, donde la economía se encuentra en pleno auge. Su objetivo es evitar la ruina y mantener unida a su familia. (FILMAFFINITY)
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Críticas 42
Críticas ordenadas por utilidad
16 de julio de 2016
34 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que durante buena parte del metraje prometía imaginación, libertad y retruécano, un juguete posmoderno bien humorado y engrasado, finalmente quedó en nada, rendido a un amor y lujo de ansias exóticas y orientalistas, como postal marina muy blanda y trucada.
Hanks como protagonista total de esta entretenida pero fallida historia. Es norteamericano y quiere vender. Los sauditas tienen el dinero por castigo y allá que va dejando a hija abandonada a su suerte que me parte el corazón en dos y arpía como mujer divorciada.
Lo que se cuenta es la espera de un rey godotiano que nunca, lógicamente, acaba de llegar. Lo que importa es el mientras tanto; las buenas mandangas que se coge y el cachondeíto con el que le torea todo el mundo. Soren Kierkegaard acosado por la danesa siempre deseante (es lo que tiene el Tom, un sex appeal que a todas las mujeres derrite).
También se echa a las carnes un Sancho Panza de toma pan y moja como conductor y amante bandido que le llevará a conocer esa parte del desierto tan tremenda.
Se trata de querer construir el cielo en medio de la nada. Y se habla de negocios, con los chinos como nuevos y ominosos rivales, las injusticias laborales norteamericanas y la explotación cruda en Arabia (no tienen sindicalistas, sino filipinos).
Lo dicho, bonita y chispeante, un buen matarratos que se acaba entregando a una frivolidad bastante tonta y cargante, ligera pero boba.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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29 de julio de 2016
32 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película ambiciosa y ligeramente fallida en su ambición. Quiere abarcar mucho y aprieta poco.

Por un lado es una comedia romántica al más puro estilo de "Lost in traslation" trasladado el romance a Arabia Saudí.
En otros momentos parece una simple comedia, sobretodo cuando aparece en escena el chófer y nos muestra el choque cultural y el estilo de vida diferente entre Occidente y el mundo Árabe.
También tiene un toque de drama, innecesario para mí y que sólo está de excusa para introducir a la médico árabe, cuando el protagonista va a mirarse el posible cáncer de la espalda.
En otros momentos la película es una denuncia social, cuando nos habla de un mundo globalizado y crítica la deslocalización de empresas para abaratar costes.
Y finalmente también parece un simple retrato de Arabia saudí, del contraste entre el lujo derrochado, la misera de los obreros procedentes del Tercer Mundo, y el ambiente clandestino donde los occidentales que allí trabajan, dan rienda suelta a la diversión. Alcohol, drogas, música, todo lo que el Islam tiene prohibido.

Los actores están bien, sin estridencias. Tom Hanks es difícil que actúe mal. Aunque aquí está lejos de sus mejores papeles. Su enamorada árabe es la actris Sarita Choudhury a quien puede que pongas cara por haber sido la esposa de Saúl en "Homeland"
Rufus T Firefly
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11 de junio de 2016
29 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después del experimento que significó ‘Cloud Atlas’, dirigida junto a las ahora hermanas Wachowski, el realizador alemán Tom Tykwer (Corre Lola corre) se distancia del cine realizado hasta ahora, adaptando una novela de David Eggers, y con Tom Hanks como protagonista.

Hanks interpreta a Alan Clay, un hombre que tras su fracaso matrimonial y el colapso financiero de 2008, debe viajar a Arabia Saudita para intentar venderle al rey un sistema de teleconferencias mediante hologramas tridimensionales.

Sin embargo, igual que su vida, su estancia en el desierto es un caos, no consigue entrevistarse con el rey que pasa el tiempo viajando, las condiciones de trabajo de su equipo no son dignas y por si fuera poco, una protuberancia en su espalda con amenaza cancerígena empieza a preocuparle.

Lejos de la fanfarronería de sus últimos trabajos, incluyendo la serie Sense8, Tykwer presenta un relato simple y directo, donde al igual que el personaje que interpreta Hanks, parece debe caer a lo más bajo para reinventarse.

Para ello vuelve a dirigir a Tom Hanks, quien con su inigualable carisma logra llevar a este personaje común a volverlo creíble, rodeado de personajes secundarios que lo potencian y soportan, tal como el chofer del auto, que funciona como perfecto contrapunto de su personaje, y sacando provecho a cuanta diferencia cultural aparece, así como al exotismo de un sitio tan lejos como Arabia Saudita

Tykwer se despoja de esa pretenciosidad que envolvía sus películas y logra, a pesar de cierto traspié en cuanto al ritmo, una comedia sencilla pero efectiva, de segundas oportunidades, que se sigue con interés y que no defrauda.


http://tantocine.com/un-holograma-para-el-rey-de-tom-tykwer/
Quique Mex
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11 de agosto de 2016
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
A 4 días de verla todavía no sé si me gustó o no. En principio no tuve problemas en verla hasta el final y me parecía interesante. Posiblemente iba esperando algo de la película que al final nunca llegó. La historia en sí no es nada original, no se entiende bien para que hacerla en un país árabe. Los clisés sobre el mundo musulmán están todos. Quiere profundizar sobre las realciones humanas pasados los 50 años, con una vida en la espalda. Creo que eso lo logra, pero tampoco es que descubre una cosa nunca antes vista. Ahora que veo todo eso en conjunto, no. La verdad que no la recomendaría si me preguntaran que película pueden ver. Tampoco la destrozaría. Si tienen otra cosa para ver, no se pierden nada. Si no tienen otra cosa, y bue... tampoco la van a pasar mal.
Nahuel
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27 de julio de 2016
18 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Érase una vez un oficinista en el desierto.
Le habían criado para disfrutar del dinero, de su casa, de su mujer, de las cosas sencillas pero banales con las que solemos construirnos algo parecido a una identidad, o un sitio al que llamar "hogar" de vez en cuando, al que volvemos y en el que nos hemos escapado del mundo exterior.
Pero, a veces, estamos tan ocupados construyendo esa identidad tan parecida a la del vecino, que demasiado tarde nos damos cuenta de que no nos satisface.

Por eso viajó a un país lejano, por eso y porque no tenía otra opción, en un mundo cambiante y globalizado en el que cada vez las distancias culturales se vuelven más cortas, mientras que las personales no paran de aumentar.
Allí le dijeron que tendría que esperar a un rey, él, un extraño en camisa y corbata, como si en vez de eso fuera un príncipe de tierras lejanas que viene a ofrecer sus tesoros a un poderoso soberano.
Y es que las fronteras entre realidad y fantasía son muy difíciles de bosquejar cuando en medio del desierto abundan los edificios vacíos y monolíticos, llenos de silencio y oropeles, como templos esperando a creyentes que los habiten.

La maldición de (despertarse a) las 9:30 le hacía faltar a sus labores, pero no importaba: el Rey vendrá mañana, otro día preparándose para algo que nadie sabe si existe.
Y mañana, y mañana, y mañana. El sol no dejaba de salir e igualmente la vida no dejaba de pasar por la ausencia de su majestad, mientras el conductor siempre iba a buscar al oficinista a su hotel, su oasis de intimidad, para llevarle de nuevo al desierto entre melodías añejas.
Cada día era la promesa de una llegada, y cada noche la promesa de una añoranza: la familia del oficinista, agradablemente y desgraciadamente lejana, no dejaba de recordarle un mundo que él mismo destruyó mientras montaba en una montaña rusa sin freno posible. Una hija, un padre, una esposa, todos con su huella en el oficinista y en la pequeña joroba de su espalda, que permanecía allí como una especie de mochila de sueños incumplidos. La intimidad se evapora rápido si nadie la comparte contigo.

No sería porque el oficinista no intentaba compartirla: fracasada la esperanza de una llegada soberana, los días pasaban raudos y veloces entre aventuras insospechadas, las más de las veces hasta desafortunadas.
Las fiestas en la embajada guardaban un encanto de contacto impersonal, quizá demasiado impersonal para lo que el oficinista quería, y las invitaciones a suntuosas habitaciones en medio de la nada se revelaban desalentadoras, cuando revelaban vacías promesas hechas al aire. Eran las víctimas de la globalización sin sentido, atrapadas en la burocracia infinita que les dicta sus destinos, deseosas de buscar a alguien que comprenda entre tanto idioma sin traducción.
El espectro de la modernidad parece colocarnos al azar en donde se supone que se nos necesita, y volcarnos una avalancha de deberes que tape la pregunta esencial: ¿por qué?

La suerte del oficinista fue que el Rey, sin saberlo, le concedió tiempo de meditación.
El oficinista empezó a levantarse cuando se despertaba, sin ninguna maldición pesando sobre él. Empezó a ir a donde quería, sin ningún horario que le atara en cuántos minutos debería comer. Hasta se permitió sonreír porque le apetecía, y no alejarse del lugar donde quería ir.
Todas las obligaciones de su armadura de camisa y corbata se desvanecieron en el momento en que se reconoció a si mismo en otra persona, salvando la distancia personal en un país lejano, algo que para él no parecía tan fácil como cubrir cualquier distancia en avión. Y supo, en su momento de intimidad compartido, que había encontrado lo que había buscado sin apenas intentarlo, quizás porque dejó de preocuparse por ello: un por qué.

Valga este sencillo cuento para recordar, que no debemos esperar a nadie para disfrutar, igual que nadie nos tiene que dar su permiso para triunfar.
El oficinista en el desierto entendió esto, y fue entonces cuando empezó a vivir.
Charles
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