La niña de los fósforos (C)

Una de mis películas preferidas de Disney (y de animación en general) es "Fantasía" (1940), una brillante fusión de música clásica y secuencias para el recuerdo que, a pesar de contener algún segmento alejado de la excelencia, en global se erige como una de las más bellas produccioens del género de todos los tiempos. Me sería muy difícil quedarme sólo con un segmento de aquella obra, pues todos los buenos me parecen muy buenos (E"l aprendiz de brujo", "Night on Bald Mountain", "The Rite of Spring"). La película tuvo éxito y generó producciones similares, aunque mucho peores, como "Música, maestro" (1946) y "Tiempo de melodía" (1948). Un año antes del fin del milenio, Disney decidió recordar aquella obra estrenada hacía casi 60 años y lanzó "Fantasía 2000", una secuela/homenaje que recuperaba el mismo concepto y que, a pesar de ser inferior, al menos era bastante digna.

Tampoco le fue mal, pero en una época en la que los animales parlanchines o los ogros verdes en 3D poseen total dominio de las taquillas, arriesgar o apostar por el arte es complicado para una gran compañía. El proyecto "Fantasía 2006" fue cancelado y, de ahí, surge esta producción de Roger Allers que adapta el tristísimo cuento de Hans Christian Andersen, sobre una niña que deberá vender unas cerillas para poder seguir adelante en una noche invernal. Producida por Don Hahn, responsable de las cuatro películas que formaron la segunda Edad Dorada de la Disney (La sirenita, La bella y la bestia, Aladdin, El rey león), dirigida por el citado Allers (supervisor de las historias de las cuatro cintas anteriormente citadas y co-director de El rey león), "La cerillera" es una bella puesta al día del cuento, que no por ser de Disney lima las aristas dramáticas de una historia que de ninguna forma puede acabar bien.

Madurez y valentía, adjetivos que quizá es raro aplicar a una producción de Disney de los '00, pero que aquí, afortunadamente, van como anillo al dedo. "La cerillera", a través de una soberbia interpretación del tercer acto de la "Nocturne from String Quartet No. 2 en D mayor" llevado a cabo por Alexander Borodin, entristece y emociona. Si todos los segmentos de la hipotética Fantasía 2006 hubiesen sido así de buenos podríamos hablar a día de hoy de un nuevo clásico de la animación. Como no es el caso, "sólo" podemos estar contentos por disfrutar de este fantástico trabajo de apenas siete minutos. Recomendada para quien crea que la Disney sólo sabe hacer producciones azucaradas.

No puedo decir mucho más salvo que pocas veces en mi vida he llorado tanto en tan poco tiempo con una película de cine y mucho menos con un cortometraje y además animado y de Disney, que siempre suele terminar con finales felices pero esta historia es la que es. Perfectamente animada de forma impecable y mezclada con esa banda sonora de música clásica tan soberbia, dulce y triste al mismo tiempo, te llena de emoción y nostalgia durante toda la cinta hasta los segundos finales donde lo que crees que es la realidad es sólo un golpe cruel del mundo de los sueños... Ojalá Disney hiciera más cortometrajes tan mágicos como éste... PERFECTA.

La factoría Disney siempre se esforzó en edulcorar los cuentos clásicos, limar sus aristas, acolchar sus espinas y almibarar sus finales. En cambio, en este, como excepción a la línea, se respeta la crudeza de la historia original de Andersen de principio a fin, aunque no hayan sido capaces de realizar con ella un producto dirigido a un público más amplio. Además de no seguir la regla de evitar la muerte de los personajes más simpáticos (aunque se contemple como el reencuentro con los seres queridos, igual que en el original de Andersen), el corto, de apenas seis minutos, es un prodigio de concisión y efectividad, bajo la música de violonchelo de Borodin, capaz de sacar la lágrima del espectador menos dispuesto a ello incluso en el planteamiento de la situación, cuando se nos muestra el inocente e inútil afán de la chiquilla protagonista por vender cerillas entre la masa desinteresada, o en la mirada con que la vemos observar a los niños afortunados que van bien abrigados y en coche, cargados de compras, a celebrar la Navidad. El desenlace, pleno de un patetismo bien medido pero inmenso, resulta aún más irresistible y al mismo tiempo completamente fiel al original. Demasiado fuerte para los niños; al menos, los más pequeños.