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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
7
10 de julio de 2016
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
El comisario Letellier, carece del atractivo de James Bond, su inteligencia está muy lejos de la de Sherlock Holmes y su profesión lo trae muy inconforme desde que fue sacado de la brigada anti-robo y trasladado a la brigada criminal (¿no será anti-crimen?), por un 'error' cometido durante el último asalto del que se ocupó. Y mientras él mantiene entre ceja y ceja la imagen de Marcucci el asaltante que lo puso en jaque… un nuevo caso de asesino psicópata va a ponerse en sus manos, con un personaje “intelectual” que se sentirá Minos como si se hubiera escapado de “La Divina Comedia”.

“PÁNICO EN LA CIUDAD”, significó uno de los más sonados éxitos comerciales del actor Jean-Paul Belmondo, quien, por aquellos años, era el actor francés más popular internacionalmente. Esta era la sexta vez que se ponía en las manos del director Henri Verneuil, con quien ya había cosechado títulos tan meritorios como “Un mono en invierno”, “Cien mil dólares al sol” o “Fin de semana en Dunkerke”.

Haciendo ahora las veces del policía vulgar, pero implacable, Belmondo terminaría abusando de un personaje que explotaría hasta el cansancio en sus siguientes filmes. Contra todo, resulta muy simpático ese personaje que, sin posar de héroe ni de galán, demuestra un compromiso casi suicida con su obsesión por hacer justicia… y para satisfacción de sus fans, él mismo asumía casi todas las escenas de riesgo.

En “PÁNICO EN LA CIUDAD”, la escena de la persecución de Minos en los tejados, es de esa suerte de momentos que nos aceleran el corazón y Belmondo se luce con ese particular carisma que, en aquel entonces, sólo podía equiparase al que poseía el estadounidense Steve McQueen. Estamos ante un filme de acción pensado de principio a fin de cara a las taquillas, más se le abona a Verneuil que trata de explicar psicológicamente algunas causales que pueden conducir a la conducta psicópata. Curiosamente, esta escena fue cortada casi completamente durante el estreno del filme, y ahora se incluye, pero sin subtítulos ni doblaje.

El filme cuenta con una eficaz edición y fotografía, y sobresale de nuevo, la banda sonora del italiano, Ennio Morricone, quien, con instrumentos de cuerda, percusión, y sus celebradas armónicas y silbidos, logra melodías de sensible impacto.

La escena metafórica en el cuarto de los desnudos maniquíes femeninos, hace remembranza de la muy afortunada que ya hiciera, Joseph Losey, para su remake de “M”, y en cierta forma, las dos historias se asemejan al mostrar la suerte de impulsos que producen las grandes carencias.

Letellier se sintió incapaz de leer “La Divina Comedia”. ¿Será, entonces, que se puede hacer justicia sin haber accedido a una gran formación intelectual? y ¿será que un alto nivel intelectual, puede, en ciertos casos, motivar grandes infamias contra la humanidad? En esta película, creo que se deja sentada alguna suerte de respuesta.

Título para Latinoamérica: “PERSECUCIÓN IMPLACABLE”
Luis Guillermo Cardona
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9
19 de marzo de 2015
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En sus años de adolescencia, quizás sea Julia (nombre que de seguro cambió al momento de escribir “Pentimento”, en el año 1974) la persona que más influyó en la vida de la escritora estadounidense Lillian Hellman. Su amistad desde los 18 años, fue profunda, sincera, solidaria, y mucho tuvo que ver Julia -como luego su compañero de luchas y de alcoba por 30 años, el memorable escritor Dashiell Hammett- en la posición antifascista que animó siempre a la autora de “The children’s hour”, “The little foxes” y “Watch of the Rhine”, obras que ya han asegurado su nombre para la posteridad.

En el tercer capítulo de “Pentimento”, tras haberse referido a la prima Bethe y a su tío Willy, Hellman recuerda a su amiga Julia, en momentos (1937) en que planea viajar a Moscú donde fue invitada al Festival de Teatro. Ya había escrito sobre este viaje, pero ahora se ha animado a contarnos lo que hizo en favor de la resistencia antifascista, cuando al emprender el viaje desde París, lo hizo pasando por Berlín, en vez de Viena, como había planeado en principio.

Da tanto gusto leer esta historia, como ver la estupenda adaptación que, con guión de Alvin Sargent, realizara el director Fred Zinnemann. Para empezar, “JULIA” ha contado con dos actrices comprometidas que complacían plenamente a la autora: Jane Fonda y Vanessa Redgrave, dos de las valientes estrellas que contribuyeron a dignificar la imagen de la mujer en el cine, además de ser dos profesionales de primera línea que enaltecieron el arte y dieron gloria a la actuación.

Jane Fonda es Lillian Hellman, y su caracterización es magnífica al dar cuenta de un ser humano con vacíos y debilidades, con profundos temores y ansiedades, a quien solo la amistad y el deseo de servir a una buena causa, la impelen a asumir el reto que se le presenta. Su personaje es contenido, amoroso y, para satisfacción de la justicia del mundo, adorablemente consecuente. En un rol más pequeño, pero de gran significado, Vanessa Redgrave, como Julia, es la hija de una familia muy rica de la que repugna, y radicada en Viena, donde se hizo alumna de Sigmund Freud, está ahora en las filas de la resistencia contra el nazismo que comienza a tomar fuerza en Europa. Su rol es equilibrado, sereno y cauteloso, y ella lo adorna con su singular belleza y con ese aire de mujer segura y de fuerte carácter que la caracterizó siempre.

Con ellas, tendrá lugar un canto a la amistad, una cálida remembranza de los lindos tiempos vividos, y una elegía al sacrificio que a veces representa el compromiso social. Todo esto, lo borda Zinnemann con imágenes impecables, con una edición tan cuidada que es casi imperceptible y con un fuerte aire romántico y de añoranza, que se complementará en la secuencia del viaje, con un clima de suspenso excelentemente manejado.

Necesario mencionar la presencia de Jason Robards como Dashiell Hammett, celebrado autor de “El halcón maltés” y “El hombre delgado” que, en la vida real -como en el filme-, fue para Lillian Hellman apoyo moral, intelectual y afectivo, hasta que la vida le permitió el último respiro. Grato ver también a Maximilian Schell en su breve aparición como Johan el mensajero. Y también tendremos a la pronto gran actriz, Meryl Streep, haciendo aquí su debut cinematográfico.

“El amor hace a la gente valiente”, escribió Lillian Hellman en algún párrafo de “Pentimento”. Y fue lo que ocurrió con ella, siendo la manera como pudo eternizar la sólida y maravillosa relación que mantuvo con su amiga Julia y con su pareja Hammett.

Creo que puedo decirlo: Conocer la obra de Lillian Hellman te hará pasar momentos inolvidables… y es bien probable que, como persona, te haga un poco mejor.
Luis Guillermo Cardona
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7
5 de diciembre de 2014
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Moonraker” (1955), la tercera novela que, Ian Fleming, dedicara a su exitoso personaje James Bond, ya había sido tomada como base para el filme homónimo que, en 1979, realizara Lewis Gilbert, y que, protagonizado por Roger Moore, se convertiría en el más taquillero de la serie realizado hasta esa fecha. Sin embargo, fue tan poco lo que, en realidad, se usó de la novela, que ésta quedó prácticamente virgen. Así que, a la hora de necesitar nuevo material y exprimida la ya casi totalidad de lo que dejara escrito el autor inglés (12 novelas y dos libros de cuentos), es evidente que -sin contárselo a nadie- se pensó de nuevo en este “Moonraker”, se le cambió el nombre a la nave por “Goldeneye”, se puso la historia en tierra con otras cosillas de la novela -como lo reclaman los más fervientes seguidores (¡sí, los hay!) del señor Fleming-, y se eligió a un nuevo intérprete del agente 007, habiendo recaído la suerte en el irlandés, Pierce Brosnan (un actor de fuerte carisma proveniente de la serie televisiva “Remington Steele”), quien se convertía en el quinto agraciado en representar al personaje, desde que, Eon Productions, se hiciera con los derechos de las obras.

Con Martin Campbell en la dirección y con el personaje de M asignado ahora a una mujer ¡y nada menos que Judi Dench!, la Eon Productions luce, en este repunte -tras la quiebra de la MGM-, dispuesta a asumir un gran riesgo, pero los resultados fueron más que satisfactorios: “GOLDENEYE”, se convertiría en la más taquillera película de la serie, superando incluso a la propia “Moonraker”.

Las dos chicas que acompañan a Bond son de primera línea: La holandesa Famke Janssen, una “mantis” en celo dispuesta a arrancarle la cabeza a cualquier amante luego de calentarlo; y la polaca, Izabella Scorupco, la suerte de chica que –a Bond y quizás a cualquier hombre- les recuerda enseguida que su corazón aún sigue palpitando.

Campbell logra un atractivo divertimento, con complicadas y muy efectivas escenas de acción (¡espectacular la de Bond persiguiendo en un tanque de guerra a Ourumov!); dosifica la historia con agradables diálogos y certeros toques de comedia… Y como La Guerra Fría ya había tocado a su fin -pues ahora era un hecho la disolución de la Unión Soviética-, a los rusos tocó dividirlos en buenos y malos, de tal manera que la aventura no resultara tan tendenciosa como en pasadas ocasiones.

De nuevo, veremos a nuestro estimado, Sean Bean, en situaciones complejas que nos harán preguntarnos desde la primera escena ¿será que va a tener aquí otro de sus muchos trágicos finales? Y queda decir que, la canción central, “Goldeneye” -compuesta por Bono y The Edge- que se puso en la voz de Tina Turner, es –para nuestro gusto- la más atinada y vigorosa de toda la serie.

Y también nos ha quedado un mensaje: Si lo que ya se hizo crees que puedes hacerlo mejor o novedoso, ¡hazlo, Si puedes!, porque, lo que ya gustó, es probable que guste dos veces.
Luis Guillermo Cardona
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6
25 de septiembre de 2014
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante el largo tiempo que pasó en Europa, el escritor americano, Henry James (New York, 1843), tuvo muchas ocasiones de apreciar, comparativamente, las costumbres y particularidades de una y otra cultura, habiendo sido, éste, el tema central de varios de sus cuentos y novelas, en donde un personaje americano (hombre o mujer) viaja a algún país del viejo continente... y allí tiene una intensa -y por lo demás, notable y/o conmovedora- aventura.

Sobre dicho eje narrativo, donde la inocencia, las ansias de vivir o la buena voluntad, chocan con el arribismo, los prejuicios extremos o la traición, se han desarrollado títulos tan sobresalientes como, “El Americano”, “Daisy Miller”, “Las alas de la paloma”… y por supuesto, “Retrato de una dama” (1881), otra de las trascendentales novelas que hicieron de, James, una de las figuras claves en la literatura de los últimos siglos.

Con grandes conocimientos sobre la psicología humana -de seguro influido por su hermano mayor, el renombrado psicólogo, William James-, en <<RETRATO DE UNA DAMA>>, también se logra ahondar en el carácter de una americana, Isabel Archer, quien al recibir una jugosa herencia y convertirse en una mujer bella, rica e inteligente, la pone en la mira de Serena Merle, quien se convence de que, es ella la suerte de mujer que debería conquistar… su propio amante, el inglés Gilbert Osmond. Así, se abre la puerta para el drama de una muchacha muy apetecida que esperaba encontrar por fin la felicidad… y de pronto, se ve metida en un infierno de ambiciones y malos tratos del que parece bien difícil que pueda sobrevivir.

En manos de la directora neozelandesa, Jane Campion, quedó la realización de ésta película que se sostiene por la brillante historia que nos ofrece James; una atractiva fotografía que deja ver el esplendor de los paisajes europeos en verano y en invierno; una banda sonora que refuerza con efectividad las imágenes; y por unas muy buenas actuaciones de, Nicole Kidman, cuyo rostro ilumina cada plano en el que aparece; John Malkovich, el hombre dispuesto a lo que sea necesario para aumentar sus caudales; y entre otros, Barbara Hershey, con una madurez muy bien llevada y cuyo personaje es una suerte de perverso titiritero tras la cortina. Pero, el excesivo metraje, alargado mediante desplazamientos innecesarios y una que otra situación de ninguneada relevancia -con el claro propósito de convertir el filme en un fuerte y extenso drama de época (oscarizable)-, más el enclaustramiento en ambientes de poca complementación narrativa y la gelidez de muchos encuentros, terminan por generar un demérito notable, en un filme que lo tenía todo para ser una obra bien importante.

Merecido reconocimiento a la española (¿Quién es?) que dobló a Nicole Kidman, cuya voz ya he oído en otras películas y me resulta fascinante... y para reflexionar, una frase de, Mark Touchett, muy atinada: “Una persona es rica cuando consigue satisfacer los deseos de su imaginación”.
Luis Guillermo Cardona
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10
8 de mayo de 2014
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Solo quien ha vivido directamente una situación particular de la vida, está habilitado para comprenderla y visionarla de la manera más objetiva. Se necesita haber sentido en cuerpo y alma los vicios, la hipocresía, la discriminación y la estrechez moral de la clase alta, para poder describirla con la precisión que lo ha hecho Edith Wharton (1862-1937) en sus novelas “La casa de la alegría”, “La edad de la inocencia”… y “La solterona”. Y cuando uno se entera de las difíciles situaciones por las que tuvo que pasar esta escritora y diseñadora newyorkina por su carácter bisexual (complejos matrimonios, rechazo, injurias directas e indirectas, agresiones personales…) entonces comprende la ironía y la inconformidad que se hacen manifiestas en sus recreaciones literarias.

Escrita en 1921, “LA SOLTERONA” sería brillantemente convertida a guión cinematográfico por Casey Robinson, partiendo de la novela y de la adaptación teatral que hiciera Zoe Akins, y sería el director Edmund Goulding, quien de nuevo dirigiría a la gran Bette Davis en la que podemos asumir como otra de las grandes interpretaciones de su carrera. Carácter para mantenerse presente, invisible pero perceptible; espíritu de sacrificio para darlo todo por la felicidad de su hija y en recuerdo del hombre amado; y una gran fortaleza para soportar las detracciones que origina el desconocimiento, son algunas de las cualidades que brillan esplendorosamente, en un personaje singular que inspira admiración y compasión a partes iguales.

Con un perfecto estudio de caracteres, en el que los matices psicológicos lucen profundos y matemáticamente delineados, Goulding logra una historia de fuerte impacto donde el amor alcanza cuotas sumamente altas, dejándonos ver las formas tan diversas y complejas como consigue manifestarse entre los seres humanos. La manera como se desenvuelven Charlotte y Delia, las dos hermanas que parecieran rivalizar por el amor perdido y eterno de Clement Spender, nos da una edificante prueba de que las apariencias engañan y de que puede haber mucho amor entre lo que, a primera vista, luce como simple rivalidad.

De nuevo, exaltar la brillantez de la puesta en escena (cuidada hasta el último detalle para que no haya lugar a excesos u ostentaciones) y esa precisa composición de planos donde todo está hecho para decir, para significar. Obsérvese, a manera de ejemplo, la escena en que Tina a punto de casarse, le dice a “su madre” Delia: “Sé cuánto te debo. Te lo debo todo, ¡todo!”… y cuando esto ocurre, en primer plano entra Charlotte (con luto en el alma y en el cuerpo, recreado en su traje oscuro) a quien vemos ante una mesa con unas velas apagadas (metáfora de su corazón), mientras oye a su hija decir a su prima: “¡Prefiero que seas tú mi madre antes que nadie en el mundo!”. ¡Esto es arte puro, arte por excelencia! ¡¿Cómo pudo ser que tantísimos historiadores hayan dejado de lado a un director como Edmund Goulding?!

Si quieren saber más acerca de las relaciones interpersonales, “LA SOLTERONA” será una ocasión muy, pero muy especial.
Luis Guillermo Cardona
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