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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
7
26 de agosto de 2019
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante los años que vivió en el sur de California, Harv Zimmel hizo numerosos viajes a las montañas del sur y al centro de la Sierra Nevada. En grupo, portando mochila y con alguna suerte de guía, el encuentro con la naturaleza daba significado a su vida… y fue de estas experiencias que surgió, “Shoot to Kill”, la historia de un policía afroamericano que, obsesionado con un despiadado asesino y ladrón de diamantes, decide seguirlo hasta las altas montañas, donde va a sentirse como una jirafa tratando de entrar en un auto… pero, para su suerte, tendrá la compañía del “hostil”, Jonathan Knox, cuya novia es la guía del grupo que va adelante con el delincuente, el cual aspira a llegar hasta la frontera con Canadá.

El proyecto llegó a manos del gran actor, Sidney Poitier -quien, por problemas de salud llevaba 10 años alejado de los sets de filmación- y al notar la semejanza que, la historia Zimmel, guardaba con la de la película, “The Defiant Ones”, que él protagonizara tres décadas atrás junto a Tony Curtis, de inmediato lo acogió y se puso en manos de, Roger Spottiswoode, quien hizo las veces de director. Tom Berenger, fue esta vez su afortunado compañero de aventuras, y lo que vamos a ver es otra atractiva aventura policial vestida de thriller y de secuencias al borde del abismo (cliffhanger); con algo de comedia y de drama… y con asesino despiadado a bordo. Pero, lo mejor de todo, es ese efluvio humano que va escapando lentamente entre dos seres que, por hacer parte de una de las culturas más involucionadas del planeta, todavía se guardan prejuicios por el simple color de la piel.

Ha pasado más de un siglo desde que, América "entera", reconociera la gran infamia de discriminar y esclavizar a los hombres en razón de su origen y del color de su piel, y todavía la sociedad sigue en las mismas jugando al clasismo, al racismo y al sexismo más abominables… ¡Seguimos siendo el Más Grande Atraso en la evolución del universo!

A la película se le ha objetado la falta de “lógicas” policiales que, valga decir, son cosa de cada día considerando el enorme incremento que mantiene la delincuencia en los EE.UU.; y si, por otra parte, presentimos que cuando el policía, Warren Stantin, hace lo que hace, solo está - ¡por fuerza del destino! – creando las circunstancias que permitan ese reencuentro con el Sí mismo y con el otro, que es lo que aquí de verdad importa… vistas así las cosas, lo que parece necio bien puede ser un paso hacia la sabiduría.

Si se logra llevar la mente un poco más adentro de la superficie, es posible sentir que, <<DISPARA A MATAR>>, es una valiosa película.

Título para Latinoamérica: <<PERSECUCIÓN MORTAL>>
Luis Guillermo Cardona
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7
17 de agosto de 2019
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Delirio de Grandeza, es una enfermedad que comienza como un afán de superación, en principio normal, sobre todo si la persona tiene cierto tipo de complejos: inconformidad con su aspecto físico (escasos atractivos, baja estatura, color de la piel…) o sensación frustrante de vacío y/o discriminación… pero, a medida que la persona siente que, el conocimiento que adquiere y la práctica favorable, elevan su estatus y su respetabilidad, esta sensación de posicionamiento se puede convertir en delirio cuando la persona comienza a creer que, ahora, vale mucho más que aquellos que antes lo superaban y quiere aprovecharse de esto para humillarlos o para atacarlos. De paso, seguirá sirviéndose de la información, del conocimiento, y de los poderes que va adquiriendo, para seguir reafirmándose en esa posición que cada vez será más ambiciosa y, en este nivel de su proceso, el individuo puede caer fácilmente en acciones ilegales (o incluso criminales), pues, se siente ya tan superior, que está seguro de que ¡cualquier cosa puede hacerla de manera totalmente impune! Para su desgracia, sus adeptos -aquellos a quienes él favorece pensando, únicamente, en que le sirvan- se encargarán de endiosarlo con sus adulaciones -pensando, únicamente, en conservar su puesto-, y lo repetirán tanto… que, el amo, terminará creyéndolo y esto aumentará, día a día, sus salidas improcedentes alentadas por la prepotencia. Desde entonces, el nuevo ídolo se siente ya un DIOSECITO… y muchos de sus borregos también lo creerán y estarán dispuestos a defenderlo con su vida.

Pero, “Dios, el Señor, formó al hombre de la tierra misma y sopló en su nariz y le dio vida. Así el hombre comenzó a vivir” (Génesis, 2,7), y aunque el diosecito lo haya olvidado, su estructura es de barro, y ha de llegar el día en que habrá de resquebrajarse. Y si lo que ha hecho a la humanidad lo desaprueba Dios… su final estará manchado de deshonor, de vergüenza y de desgracia. Amén.

<<EL SEXTO DÍA>>, también nos da cuenta de otro diosecito, surgido, éste, del polémico cuento de la clonación, el cual quiere arrogarse el derecho de ser, él, el que decida quién vive y quién muere. Se parte de un bien documentado guion de, Cormac y Marianne Wibberley, pero, el director Roger Spottiswoode, saca un valioso espacio para los apuntes jocosos y las aventuras más inverosímiles, pues, antes que nada, pretende que el filme divierta y que, de ñapa, por ahí funcione el alegato contra la prepotencia. Por esta razón, al filme hay que verlo un poco más allá de su superficie… y pienso que tiene más tela para cortar que ciertos títulos que posan de intelectuales.

Arnold Schwarzenegger, “tan buen actor” como John Wayne, consigue -favor de los guionistas-, resultar encantador cuando juega al buenazo, y ahora creo, definitivamente, que su vis cómica es más atractiva que cuando decide ostentar sus exorbitantes músculos. Tony Goldwyn -con un cierto aire a alguien que conozco-, luce muy bien, y mejor como actor, haciendo de Michael Drucker, el nuevo diosecito que recicla humanos como fabricando jamones… y por ahí anda, Robert Duvall, representando a otro de esos científicos que pasaron muchos años en la universidad ¡para servirle luego al diablo!

Sí, con todo y sus clisés, <<EL SEXTO DÍA>>, es una película interesante… ¡y muy entretenida!
Luis Guillermo Cardona
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9
9 de julio de 2019
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Algún tipo de poderoso resentimiento atormenta el alma del estadounidense, Tom Ripley, porque, ante cualquier tipo de situación en la que se sienta irrespetado, surge en él, de inmediato, un deseo incontenible de castigar a aquel que ha propiciado el improcedente hecho… y lo mismo se le puede ocurrir asesinarlo, que meterlo en una trampa donde el resultado pretende que sea el mismo: ¡borrarlo de la lista de los vivos!

Ripley, un hombre culto, amante del arte, los lujos y las mujeres guapas… ¡aunque su físico no le ayude lo suficiente!, se mueve en el mundo de los sucios negocios y trafica con arte de los más grandes artistas. Su más reciente caso lo pone ante un amigo, Jonathan Trevanny, un enmarcador que se burla de él… y de inmediato, Ripley se lo propone a su socio, Reeves, para que lo tiente y lo ponga en el caso de asesinar a un miembro de la mafia rusa que ha entrado en sus terrenos. Trevanny sufre de Leucemia… sus días están contados… y la oferta que van a hacerle, podría dejar a su familia en condiciones mucho más holgadas… y a Ripley libre de él.

Dentro de la serie de cinco novelas tituladas, ‘Ripliad’, que escribiera Patricia Highsmith, las cuales tienen como protagonista a ese brillante e impulsivo delincuente llamado Tom Ripley, “Ripley’s Game” (El Juego de Ripley, 1974), es la tercera publicación, y ya había sido llevada al cine por Wim Wenders con el título, “Der Amerikanische Freund” (1977).

Veinticinco años después, es la directora italiana Liliana Cavani, quien se atreve a rehacer esta sugerente y atractiva historia que, contiene todos los elementos de una sólida trama criminal, finamente aderezada con valores humanos que quizás nos remuevan unas cuantas fibras. Se cuecen aquí, esa suerte de imbricados hilos que llevan a ciertos hombres a situaciones extremas de las que pareciera no haber forma de zafarse, y a la vez, se nos pone ante el hecho admirable de que, la esencia divina de cada ser humano sigue bien adentro por más que, éste, se desvíe del camino.

John Malkovich (Ripley), resulta impecable jugando a la dulce venganza, pero a punto, quizás, de caer él mismo en la dulce trampa de la amistad. También aquí, el universo se juega sus cartas y una relación muy especial es la que vamos a presenciar entre dos hombres que ahora lucen tan cerca de la muerte como de la vida. Por su parte, Dougray Scott (Trevanny), es el hombre al que, el amor por su esposa y por su hijo, lo anima a dar el tentador paso en falso, pues, siente que ya no tiene mucho que perder y, sí, muchas co$a$ por ganar.

La Cavani (¡como recuerdo “La Pelle”!), logra con, <<EL JUEGO DE RIPLEY>>, otro brillante ejercicio donde mantiene la dinámica narrativa con excelente pulso y logrando que la historia se crezca con cada nueva escena que transcurre. Los diálogos son concisos y de muy cuidada efectividad; y los excelentes matices de los protagonistas, dan fuerza a una trama que no tiene pierde. La puesta en escena denota buen gusto y un preciso contraste… y la partitura de Ennio Morricone, bien complementada con algunas llamativas canciones de otros intérpretes y compositores, resulta una buena adición al magnífico ejercicio de suspenso y thriller que presenciaremos durante 110 minutos.

Lástima que, siete años antes -el 4 de febrero de 1995-, se hubiese marchado de este mundo, Patricia Highsmith, porque creo que se hubiese sentido muy a gusto de que, otra mujer, hubiese hecho, por fin, de su novela, una impecable película.
Luis Guillermo Cardona
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6
26 de diciembre de 2018
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se me ocurre que, esta película puede verse de dos maneras y según el punto de mira que predomine en nosotros al apreciarla, hará que se disfrute o que la abominemos. En primer lugar, la perspectiva histórica: Colonia británica desde el siglo XIX, Birmania (actualmente Unión de Myanmar), fue invadida en 1942 (II Guerra Mundial) por los japoneses y tailandeses quienes expulsaron a los ingleses del territorio. Pero, dos años después, no conformes con haber perdido su colonia, con el apoyo aéreo de The Flying Tigers estadounidenses, los ingleses y australianos iniciaron la retoma del norte de Birmania y, en 1945, conseguirían expulsar del país hasta al último comando japonés que sobrevivió a sus ataques.

Para ambas naciones (Inglaterra y Japón), Birmania era de gran importancia por ser la vía de comunicación más directa con la República de China y el expansionismo nipón venía generando serias preocupaciones a los aliados, así que, con los Estados Unidos de Norteamérica, China e India, se aunaron esfuerzos para el ataque definitivo que terminaría con la temporal reconquista de Birmania, país que, en 1948, alcanzaría por fin su independencia definitiva, debida a la sublevación de las organizaciones comunistas las cuales comenzarían a llamar al país, Unión de Myanmar, esperando borrar así los deplorables recuerdos de la colonia.

La película que dirige, Raoul Walsh, decide mostrar a los EE. UU. como Únicos protagonistas de la retoma de Birmania, y apenas con un ligero aviso incluido al final, se hace reconocimiento a la participación de los aliados. Esto molestaría tanto a los ingleses (convencidos de que ellos y los australianos hicieron la labor más significativa) que, una semana luego del estreno, la película fue retirada de las carteleras y se prohibió su exhibición en territorio británico hasta 1952.

Ignoramos, cuánto del guion que escribieran Ranald MacDougall y Lester Cole, basados en una historia de Alvah Bessie, fue conservado por Walsh al momento de rodar, pero, la mejor parte es, sin duda, la que permite ver la historia desde su perspectiva humana, aunque, también hay que decirlo, se hizo lugar a la xenofobia con esa frase aniquiladora del periodista Williams, que no vamos a repetirla, pero, que tira por la borda todo lo hasta entonces logrado por el simpático personaje… y la manera como se caracteriza todo el tiempo a los japoneses, apunta decididamente a deshumanizarlos.

Así las cosas, lo que salva al filme es la camaradería, el sentido del humor, la perseverancia y demás valores que abundan entre los protagonistas… e incluso, el atreverse a ilustrar los temores, los altibajos emocionales y las numerosas bajas que sufren en su aventura, hace 'creíble' la historia y uno consigue simpatizar con unos cuantos soldados estadounidenses.

También queda una suerte de sensación de que la guerra es abominable y la narrativa de Walsh consigue ciertos momentos de verdadero impacto. Por su parte, Errol Flynn, George Tobias, Warner Anderson y Henry Hull, resultan muy eficaces en sus respectivos roles.

“OBJETIVO: BIRMANIA”, es puro y decidido cine de propaganda, y como con el restante cine de guerra made in Hollywood, es bueno ilustrarse un poco antes de digerirlo porque, lo que no se mastica se traga entero y la indigestión es la más segura consecuencia.

Título para Latinoamérica: AVENTURAS EN BIRMANIA
Luis Guillermo Cardona
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9
18 de octubre de 2018
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la segunda década del siglo XX, las autoridades de Massachusetts, EE.UU., vieron pintada la ocasión para darle “una buena lección” (léase intimidar, aplastar, disuadir…) a los anarquistas que se venían consolidando en un país donde, el trato dado a los inmigrantes, a los sindicatos y a todo lo que oliera a izquierda era bastante abusivo, agresivo y represivo, mientras que la moral de las élites y de la clase política seguía rigiéndose por un solo principio: “¡Vamos a la guerra, el oro nos lo demanda!”

Entre quienes sirvieron como conejillos de indias a la policía y a los gobernantes, hubo dos inmigrantes italianos: Nicola Sacco, obrero de una fábrica de calzado y, Bartolomeo Vanzetti, de profesión pescadero… pues, ante la incapacidad de capturar a los hombres que asaltaron a la Slater-Morrill Show Company y asesinaron al cajero y al vigilante, se decidió detener a Sacco y Vanzetti en una redada, para inculparlos de éstos delitos por la particular (y para ellos oportuna) razón de haber sido identificados como anarquistas.

A lo que vamos a asistir, es a uno de esos juicios (muy comunes en algunos países por estos años, donde se consiguen falsos testimonios, extravío de expedientes, eliminación de testigos claves…) y donde, quizás, se pueda comprobar que, la “justicia” de ciertos Estados se parece muchísimo a la injusticia y a la infamia, porque en sus tribunales no prima el Derecho sino el interés político o particular.

¿De qué servirían los reclamos de justicia de grandes personalidades como Albert Einstein, Upton Sinclair, Isadora Duncan, Anatole France y otras, o las grandes manifestaciones que, pidiendo la libertad de Sacco y Vanzetti, se llevaron a cabo en Moscú, Melbourne, Buenos Aires, Belgrado, La Habana…?

El director, Giuliano Montaldo, nos ofrece con, <<SACCO Y VANZETTI>>, una de esas historias que hierven la sangre y remueven las entrañas, porque se deja, fielmente plasmadas, la suerte de retorcidas maquinaciones que suelen darse en los tribunales entre los llamados a ejercer la justicia… y es cuando surge la inevitable pregunta: ¿De dónde -sino de la hipocresía- surge el osado lema de, El País de la Libertad?

El guion, escrito por el director con la colaboración de Fabrizio Onofri, se ajusta con rigor a los hechos reales, y en una combinación de color y B/N, va ilustrando los hechos ocurridos entre la detención de los anarquistas y ese sombrío desenlace que, como suele ocurrir paradójicamente, también sirvió para convertir en mito a dos hombres buenos… y para dejar sentada otra de las grandes infamias que empañarán, por siempre, al sistema judicial estadounidense.

Para, Nicola Sacco (1891-1927) y Bartolomeo Vanzetti (1888-1927), anarquía significaba: Libertad para todos los hombres sin distingos de raza, nacionalidad, afiliación política o religión. Abolición de clases para que no haya unos que lo tienen todo, mientras que muchos otros no tienen nada. Objeción de conciencia, para que haya el derecho de no ir a la guerra a quien respeta la vida… Ellos nunca mataron a nadie, jamás robaron en parte alguna, ¡tan sólo luchaban por un país justo! ¡¿Eran, éstas, razones para querer eliminarlos?!

Muy buenas actuaciones de, Gian Maria Volonte’, Ricardo Cucciola, Cyril Cusack y Milo O’Shea, y una sensible banda sonora de, Ennio Morricone, la cual incluye la canción, “The Ballad of Sacco and Vanzetti”, muy bien escrita y magníficamente cantada por Joan Baez.
Luis Guillermo Cardona
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