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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
8
15 de enero de 2014
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras conducía un taxi por las calles de New York para ayudarse económicamente, Jonathan Harr escribía cuentos en sus ratos libres, pero su mayor anhelo era convertirse en novelista. Se vinculó luego como periodista, trabajó en una revista… y alcanzada ya alguna notoriedad, conoció el caso de demanda que instauraron ocho familias de Woburn, Massachusetts, contra una fábrica de curtiembres que, según decían, estaba envenenando las aguas de su zona y había causado la muerte por leucemia de 12 niños en un período de 15 años.

El caso llevaba ya casi un lustro en los estrados… y Harr vio aquí su gran oportunidad, con la suerte de que consiguió un contrato con Random House para realizar la novela investigativa. Tras ocho años de arduas labores, con una gran inversión en tiempo y dinero, por fin salió a la luz, “A Civil Action” (1995) … y en poco tiempo, se había convertido en un bestseller, recibió el premio del NBCCA, y no tardó el actor y director, Robert Redford, en adquirir los derechos de la novela (por ¡1,25 millones de dólares!) para su adaptación cinematográfica. Como el abogado de la historia, Harr estuvo a punto de declararse en quiebra, pero el esfuerzo y los sacrificios al final valieron la pena.

Adaptada por el renombrado escritor, y también director, Steven Zaillian (“Awakenings”, “In Search of Bobby Fischer”, “The Schindler’s List”…), <<ACCIÓN CIVIL>>, se convierte por mérito propio en un filme altamente calificado, donde no solo pesa la ejemplar fortaleza y compromiso de un abogado acostumbrado al éxito, que ahora se enfrenta a un caso extenuante y de altísimo costo económico, sino que, Zaillian, la ha realizado en un estilo bastante innovador, haciendo una interesantísima y pedagógica didaxis sobre los intríngulis que suelen ocurrir alrededor de una demanda de este estilo, jugando, en la narrativa, con unas muy atinadas e innovadoras escenas alternas, donde alguien explica o advierte lo que, en otra escena, alguien viene diciendo o quizás diga a continuación; e incluso, se ha animado a resolver el drama sin triunfalismos y con un cierre tan original que, en lo personal, me resulta perfecto.

Combinando un equilibrado drama con investigación, asuntos internos, demostración de que en el sistema judicial estadounidense lo esencial es el dinero, duelo de semidioses donde pareciera pesar más el ánimo de vencer que las víctimas puestas en medio… y con unas bordadas actuaciones de, John Travolta y Robert Duvall, como el par de abogados que, con gran tacto, combinan la amistad con la lid en los estrados; y la siempre linda, Kathleen Quinlan, como la demandante principal que ha perdido un hijo, <<ACCIÓN CIVIL>>, constituye otra estupenda pieza de esa clase de cine, donde un hombre o una mujer, dan ejemplo de compromiso a ultranza con la causa que se han echado al hombro… y esto me merece los mayores aplausos.

Otro interesantísimo caso sobre la contaminación de aguas vendría luego con la película, “Erin Brokovich”.
Luis Guillermo Cardona
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10
14 de diciembre de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí, intacto, en su plenitud y en su sublime esencia romántica, a ese director al cual había empezado a tener en alta estima cuando vi sus filmes: “Breve encuentro”, “Grandes ilusiones” y “Oliver Twist”. David Lean está aquí en lo suyo, proverbial en su manera de recrear a la gente del común con sus contradicciones y falencias, pero capaz de extraer la grandeza y la sensibilidad que se oculta en cada uno. Basta ver esos breves pero eternos momentos, de Michael en el bote cuando ha recuperado, él solo, un montón de armas olvidadas; ese gesto de la tempestuosa Maureen Cassidy cuando recibe el beso del revolucionario que se siente feliz con su compromiso; o ese sacerdote apresurado por la playa en busca del profesor para llevarle su ropa… y ahí resplandece, entre cosas muy simples, la gran valía de nuestra esencia humana. Y Lean demuestra que sabe muy bien de todo esto, porque “LA HIJA DE RYAN” está tan colmada de preciosos detalles, que más que con los ojos, nos reclama verla con el alma plena.

¡Cómo no compenetrarse con los sentimientos de Rose cuando en la playa camina sobre las huellas del profesor! ¡Cómo no dolerse con el zapateo seguro del tonto del pueblo cuando el mayor Doryan se atormenta por su pierna amputada! ¡Cómo no condolerse con el profesor cuando visiona el recorrido de su esposa siguiendo las huellas de la playa! y ¡Cómo no compenetrarse con el sentimiento de Rose cuando ve a su padre atribulado mientras a ella se la acusa de lo que, él sabe, que no hizo!... De esta manera, cada personaje se hace nuestro. Podemos sentirlos y entenderlos, podemos saber lo que los demás no saben, y sentir lo que quienes están con ellos no sienten porque no comprenden.

De esta manera, lo que ha logrado Robert Bolt con su magnífico guión y David Lean con su brillante dirección, es concedernos la oportunidad de sentirnos como si fuéramos Dios, cuando al ver lo que se alberga dentro de cada espíritu, nos damos cuenta que se torna imposible juzgar o condenar a alguien. Nos queda aquí, claramente explicado, porqué es el Creador el único que no ve mal en ninguno de nosotros.

Ese magnífico cura, Hugo Collins, hace lo suyo con una sabiduría y con un compromiso por la causa del pueblo, que nos trae nostalgia por esa institución tan venida a menos. Y esa vigorosa escena del pueblo unido, en medio de la borrasca, para recuperar los recursos que les traerán la libertad, nos demuestra lo fácil que es unir a la gente cuando la causa es justa.

Estupendas, magníficas, adorables, resultaron las actuaciones de Sarah Miles, la joven que ansía experimentar la sensación de vuelo que produce el amor… y que con el profesor no alcanza; Trevor Howard, el sacerdote de alma comprometida; Leo McKern, el padre bueno y generoso, ideológicamente extraviado por los sobornos y las adulaciones; y muy especialmente, John Mills, quien se llevó un Oscar y un Globo de oro más que merecidos, con esa singular caracterización del hazmerreír del pueblo que también tiene su corazoncito. Y es imposible no exaltar las relucientes y pictóricas tomas exteriores, logradas por ese gran artista en que se había convertido el cinematografista Freddie Young.

“LA HIJA DE RYAN” me merece el más alto reconocimiento.
Luis Guillermo Cardona
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10
29 de noviembre de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Valdría hacerse unas cuantas preguntas: ¿Por qué a la gente le agrada tanto saber de las cosas malas o erradas que otros hacen? ¿Por qué, cuando alguien es condenado por algún delito, se siente complacencia? ¿Por qué esa tendencia a condenar sin siquiera dar cabida a la posibilidad de que el acusado sea inocente?

La explicación a preguntas como éstas podría justificar un libro, pero osaremos simplificarla: Cuando se sabe que los otros actúan mal, la gente se siente de igual a igual, y eso aligera el peso de su conciencia. Cuando a alguien lo condenan por un gran delito, se siente que se ha traído un poco de justicia a este enrevesado mundo, y eso produce una ligera pero perceptible sensación de paz. Y se condena con prejuicio, porque por nada del mundo se quiere permitir que el sindicado pueda demostrar que, en realidad, es inocente.

Se necesita bondad de corazón, una conciencia tranquila, y unas venas por las que fluya tolerancia y amor, para poder sentir consideración y respeto por cualquier ser humano que sea condenado… y precisamente esto, no es de lo que abunde en nuestro mal tratado planeta.

El reverendo T. Lawrence Shannon (un irascible Richard Burton), luego de ser expulsado de su iglesia por haberse levantado “contra Dios” y contra el malintencionado cotilleo y las ligeras condenas de sus feligreses, se ha convertido en guía de una agencia de viajes y ahora lleva a un grupo de mujeres ya mayorcitas, en un paseo turístico hacia Puerto Vallarta, México. Entre las mujeres hay una provocativa jovencita, Charlotte Goodell (Sue Lyon), quien se siente atraída por el hombre “prohibido”, y comenzará con él un juego de seducción que pondrá en alerta, en tensión, y a punto de sacar sus garras, a la señora Fellows (Grayson Hall) su profesora de canto.

Cuando llegan al hostal de Maxine Faulk (la exuberante Ava Gardner), en un cambio forzado del que era su destino, tras el grupo aparecerá una pareja –nieta pintora y abuelo poeta- y con ellos llegará un cúmulo de sabiduría que despertará conciencias y transformará algunos corazones.

“LA NOCHE DE LA IGUANA” parte de un cuento y luego obra teatral (estrenada en Broadway en 1961), que escribiera el notabilísimo dramaturgo Tennessee Williams; y de la adaptación para el cine, se encargaron John Huston y Anthony Veiller, con la colaboración de Williams quien agregó un par de escenas. El resultado, es una valiente, profunda e inolvidable historia, con unos diálogos bien poderosos dignos de masticar muy, pero muy lentamente, porque contienen ebullición del alma, entendimiento humano y sensibilidad a borbotones.

Williams está aquí en su plenitud, y el director John Huston –otro ser de enaltecido espíritu- logra con él una perfecta simbiosis que se conjuga en la creación de unos personajes a los que fácilmente podemos amar… o cuando menos comprender. Yo me enamoré de Hannah (magnífica Deborah Kerr) y de su abuelo (Cyril Delevanti); me sentí solidario con el reverendo acosado por la tentación y por el afán de condena; entendí las ansias de la bella Charlotte; me conmoví con el ser oculto de la señora Fellows… y pude captar lo que bullía dentro de Maxine, con aquellos cambios temperamentales cual mar sereno e impetuoso.

Con “LA NOCHE DE LA IGUANA” se hace factible ahondar un poco más en la vida.
Luis Guillermo Cardona
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9
16 de julio de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La joven nicaragüense, Carla Delgado, ha decidido quedarse en Glasgow, Escocia, luego de que, con su grupo de bailarines viajara hasta allí en busca de dinero para la causa sandinista, pues, su país, en ese año 1987, todavía sigue en una cruenta guerra ya que, Estados Unidos de Norteamérica, no se muestra dispuesto a permitir que un gobierno socialista se les asiente en América Central. Por largos años, los estadounidenses sostuvieron y protegieron a la brutal dictadura de Anastasio Somoza, y ahora, la CIA financia y organiza la guerra sucia de los Contra, para que derroquen del poder al gobierno sandinista que está en manos del presidente, Daniel Ortega.

En Glasgow, Carla conocerá a George Lennox, un conductor de autobús que se obsesiona con la intención de ayudarla, y será él quien, al verla traumatizada y con fuertes impulsos suicidas, termine animándola a que vayan juntos a Nicaragua para que ella pueda enfrentar la realidad y quizás logre reencontrarse con aquellos seres a quienes tanto ama.

<<LA CANCIÓN DE CARLA>>, es otro plausible título en la filmografía del director, Ken Loach. Como historia, es importante por su eficiente recuento de uno de los episodios más deplorables del pasado latinoamericano; recrea un sensible drama donde la solidaridad y el compromiso brotan de seres sencillos sin más poder que su espíritu de unión, su buena voluntad y su corazón enorme; y nos da cuenta de cómo el imperialismo se sostiene con la fórmula del arrasamiento y patrocinando la infamia y la crueldad contra la gente del pueblo.

Comienza, aquí, una nueva y notable sinergia. Esta vez, entre el director, Ken Loach, y el guionista escocés, Paul Laverty, quien se convertirá en la fuente literaria de casi todos sus filmes posteriores.
Abogado y comprometido defensor de los derechos humanos (tres años en Nicaragua, y otros más en El Salvador y Guatemala), Laverty será “representado” en la película con el personaje de Bradley que se le encargó a Scott Glenn, pero, quedé con la impresión de que su rostro se asemeja más al de Robert Carlyle, quien lleva el mayor peso del filme con impagable carisma, como el conductor rebelde dispuesto a dejarlo todo atrás para salvar la vida de la sufrida muchacha de la que se ha enamorado.

A, Carla, la representa, Oyanka Cabezas, una legítima hija de Nicaragua, diseñadora de vestuario que tiene aquí su primer y único filme como protagonista, y cuyo rol logra conmovernos con su traumática existencia, dejando bien presente el inconmensurable sufrimiento que causan a la humanidad los usurpadores del poder.

<<LA CANCIÓN DE CARLA>>, reafirma a, Ken Loach, como un director comprometido con la historia y con la causa de los oprimidos. Es cine testimonial de primera línea.
Luis Guillermo Cardona
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9
11 de abril de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cada día suceden en el mundo, hechos y situaciones que resultan imposibles de explicar en forma racional. Muchos los callan por temor a ser tildados de locos o especuladores, y la ciencia luce agotada con sus “lógicas” explicaciones y se queda profundamente corta tratando de materializar éstos hechos que les ocurren a innumerables personas. Por alguna razón –relacionable sin duda con la arrogancia, el escepticismo, la visión materialista y por supuesto los paradigmas-, a la mayoría de los científicos se les deniegan las experiencias extrasensoriales y ésto les da más motivos para mofarse de todo aquello que, para ellos, son solo alucinaciones, sueños o delirios.

En 1945, y quizás por primera vez en Inglaterra, cuatro notables directores realizan una muy seria película financiada por los renombrados estudios Ealing, en la cual recrean hechos sobrenaturales que son vistos, no sólo con el mayor respeto, sino que, dentro de la historia, son confrontados por un psiquiatra al que habremos de ver en apuros tratando de reducirlos a situaciones de fácil explicación. Son cinco episodios, contados dentro de un sexto que hace las veces de historia central, respaldados por escritores tan importantes como, H.G. Wells, John Baines, E. F. Benson y Angus MacPhail.

La dirección se distribuyó así: “Narración central” y “El cochero de la carroza fúnebre”: Basil Dearden. “La fiesta de navidad” y “El dummy del ventrílocuo”: Alberto Cavalcanti. “La historia del golf”: Charles Crichton; y “El espejo embrujado”: Robert Hamer. Entre ellos, el brasilero Cavalcanti y Hamer resultan los más efectivos, y sin duda, el episodio del ventrílocuo es el más logrado por la brillantez de su historia, la excelente actuación de, Michael Redgrave, y su impactante realización.

La historia comienza con un arquitecto, Walter Craig, quien llega hasta la granja Pilgrim para realizar un trabajo de reconstrucción, y al ver a sus cinco habitantes no sale del asombro… pues son las mismas personas que él ve en un sueño que ha tenido reiteradas veces. Pero él ve en sus sueños a seis personas. “La sexta –dice Craig- es una mujer que llega luego solicitando dinero”. ¿Llegará?… y así comienza esta intrigante y significativa historia que, muy merecidamente, hace ya parte de los grandes clásicos del cine.

<<AL MORIR LA NOCHE>>, abrirá un importante camino a otros realizadores que luego se atreverían a hablar de lo sobrenatural sin reticencia alguna… y pronto, lo esotérico tiene ya su merecido espacio dentro de un arte que no podía ser ajeno a la trascendencia lograda por el pensamiento humano.

Comparto estas palabras consignadas en el magnífico libro: “Un Curso de Milagros”:
“Mientras limites tu conciencia a tus insignificantes sentidos, no podrás ver la grandeza que te rodea”.
“El mundo que tú ves no existe, porque el lugar desde el que lo percibes no es real”.
Luis Guillermo Cardona
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