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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
7
12 de diciembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas cosas resultan tan dolorosas como tener idealizada a una persona y llegar, en cualquier momento repentino, a comprender que, dentro de él, hay un alma turbia, quizás demasiado turbia. Esto puede acabar con nuestra fe en el mundo, puede tirar por la borda nuestra confianza y llevarnos a sentir que no hay nadie digno en esta sociedad que, entonces, vemos amarga y negra. Se necesita que haya alguien muy sólido a nuestro lado para que nos devuelva la esperanza y nos permita comprender que siempre hay una salida, que queda mucha gente en la que se puede confiar, y que, en definitiva, el común de los seres humanos, tiene muchas más cosas positivas que aspectos reprochables.

Charlie (así la bautizó su madre en recuerdo de su adorado hermano), siente por su tío Charles, una admiración y un cariño parecido al que siente por él su propia hermana. Y ahora que ha anunciado que vendrá a pasar con ellos unos días, la familia entera parece haber despertado de lo que, para Charlie, era solo rutina y aburrimiento.

Pero, un fajo de billetes desparramado en el piso de su cuarto en Nueva York… un par de hombres que, sospechosamente, indagan por él… y la manera como Charles Spencer escapa de esa habitación que ahora ocupa… nos lleva a pensar que no anda en buenos pasos, y así lo comprenderá su suspicaz sobrina, cuando el tío, recién llegado, recorta una parte del periódico que no deja ver a nadie. Así comienza ese duro proceso en el que, una chica con nuevas esperanzas, se verá en la terrible situación de tener, acaso, que enfrentarse al derribamiento del pedestal en que ha tenido al hombre que más admira en la vida.

Alfred Hitchcock, se encontró una historia de tan solo nueve páginas que le enseñara la esposa de su autor, Gordon McDonell, y se sintió tan atraído por ella, que de inmediato llamó al escritor, Thornton Wilder, y le pidió que se ocupara de transformarla en un buen guión, el cual sería luego retocado por Sally Benson y por la esposa del director, Alma Reville. Y así, surge una notable película en la que, sus aspectos humanos y emocionales, se imponen a esa trama de suspenso que envuelve el propósito general.

Un sólido reparto, encabezado por Joseph Cotten y Teresa Wright, con el fuerte respaldo de Patricia Collinge, McDonald Carey y Hume Cronyn entre otros, va decantando una trama llena de magníficos detalles, en la que un ser que aparece lleno de luz y de esperanza, paso a paso se va convirtiendo en una pesadilla de la que se hace necesario despertar.

Rodada en Santa Rosa, California, en un escenario citadino sin mayores modificaciones, “LA SOMBRA DE UNA DUDA” sirvió a Hitchcock para trabajar, quizás por primera vez, con algunos actores naturales extraídos entre los habitantes de aquel pueblo. Edna May Wonacott, la niña que hizo de Ann, la hermanita de Charlie, y algunos otros actores incidentales, fueron contratados luego de algunas pruebas.

Solo tres fallas me hacen sentir que, este filme, no ha resultado plenamente satisfactorio: La primera, el personaje del tío Charles es muy débilmente explicado en su trastorno emocional. Dos: ¡¿Qué tal como quedan los detectives después de haberle pisado, todo el tiempo, los talones a su sospechoso?! Y tres, los planos con los que Hitchcock resuelve el clímax, resultan… bastante livianos.

En cualquier caso, “LA SOMBRA DE UNA DUDA”, es un filme que motiva valiosas reflexiones.
Luis Guillermo Cardona
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8
3 de diciembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cualquier ser humano sensible y de mente abierta, que haya conocido el largo, tormentoso y comprometido proceso por el que tuvo que pasar el político y filántropo sudafricano, Nelson Mandela, hasta alcanzar la presidencia de su país, es imposible que no sienta admiración y cariño (o cuando menos respeto) por este hombre que fue capaz de sobreponerse a los que, muchísima gente, consideraría “justos deseos de venganza”.

Anticolonialista y acérrimo luchador contra el apartheid que, para él y para su pueblo, significaba aislacionismo, discriminación, subvaloración y negación del derecho al voto entre otras deplorables cosas, Mandela -quien había adoptado como método de lucha ‘la resistencia no violenta’ aprendida del Mahatma Gandhi- sufrió frecuentes maltratos, torturas, persecución y estadías en prisión con toda suerte de humillaciones y trabajos forzados, hasta llegar a pasar, un tercio de su vida, entre las rejas.

Contra todo este pasado, al que sumó el inmenso sufrimiento de su familia, y los eternos vejámenes infringidos a su pueblo, para cualquier otra persona bien pudo significar odio y resentimiento irreprimibles… pero, para Madiba (nombre proveniente del clan Thembu al que perteneció y que sus seguidores usan en el honroso y afectuoso sentido de líder, maestro o padre) lo único que podría traer paz a su patria, era el perdón y la reconciliación. Y el presidente Mandela así lo entendía, no como juego político, sino en el más pleno sentido pragmático, es decir: solo es verdadero aquello que, en el “mundo real objetivo” funciona concretamente.

Cuando hacía un capítulo de la serie Frontline de la PBS de los EEUU, que él mismo tituló “El largo camino de Nelson Mandela”, el reportero John Carlin llegó a saber tanto del líder sudafricano que, desde entonces, buena parte de su obra se centró en su labor como presidente entre 1994 y 1999, fecha en que falleció. Esta labor le permitió convertirse en amigo del gobernante, y muy de cerca, pudo apreciar como se relacionaba con la gente y como se comprometía en sacar adelante las reivindicaciones sociales.

Así surge el libro, Playing the enemy: Nelson Mandela and the game that made a nation (2008), que, con guión de Anthony Peckham, fue llevado al cine por el ahora sobresaliente director Clint Eastwood. La historia toma, como punto de partida, la salida de prisión de Mandela en el mes de Febrero de 1990, su llegada a la presidencia, y desde entonces, su dedicado compromiso con el Campeonato Mundial de Rugby de 1995, en el que nadie daba un peso por las posibilidades del equipo –casi todos jugadores blancos- de su país, pero en el que, él, depositaría su confianza y empeño... y quizás, más que un triunfo, pueda lograr otra suerte de conquista como las que tanto reclama su país.

Eastwood, no solo se propone dejar bien plasmado el carácter rudo, brutal y primitivo del tal “deporte” que nos legaran los ingleses desde el siglo XIX, sino que consigue mostrar el carácter y la dignidad de un presidente, como hay muy pocos en este bonito pero empañado mundo, y aunque por momentos, pareciera rendir excesivo culto a la personalidad de Mandela, necesario es reconocer que también lo muestra en su amplia debilidad por el grotesco rugby, en su fascinación con las mujeres voluptuosas… y hasta en su atrevimiento de impugnar una decisión que se había tomado ya democráticamente.

Imposible negar que, en “INVICTUS”, se consiguen momentos que son arte puro, en los que se logra que, nuestras fibras más íntimas, vibren incontenibles con las experiencias y con las, en ocasiones, sorprendentes y sabias decisiones del presidente, pues son los suyos gestos de humanidad que sorprenden al más curtido.

De esta manera, Eastwood suma a su carrera otra película ejemplar. Morgan Freeman acierta de nuevo con un personaje cálido y potente, como los que nos ha dado en otras ocasiones… y surge aquí la suerte de historia que deberían ver todos los gobernantes del mundo porque, sin duda, hay aquí cosas que muchos deberían tomar en cuenta.

Y claro que vale la pena recordarlo: “Soy amo de mi destino, capitán de mi alma”.
Luis Guillermo Cardona
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7
25 de noviembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por circunstancias muy diversas, un hombre puede haber caminado a tientas durante muchos años; puede haber aceptado proposiciones que no eran lo que esperaba de la vida... y hasta puede que haya hecho cosas que no aplaude el universo ni han quedado guardadas con beneplácito en su conciencia. Esto, de seguro, dejará cicatrices en su alma difíciles de borrar… Pero, cuando ese mismo hombre comienza a comprender el sentido de la existencia y una visión generosa, tolerante y reconciliadora, empieza a abrirse paso en su conciencia, todo lo de atrás quedará bien guardado en el baúl de los recuerdos (ese que no provoca volver a abrirlo), pues ahora comprenderá que, esa, fue tan solo la escuela por la que debió trasegar, necesariamente, para poder llegar a esta nueva escala de su evolución personal.

Donde entra la luz, la oscuridad se disuelve. No la agrede, no la maltrata, ni la condena, simplemente la disuelve como lo hace el Amor, porque esto es lo único que, en el mundo, puede llamarse JUSTICIA. A cualquier otra cosa, tan solo se le puede dar el nombre de venganza.

En su vida, Clint Eastwood ha trasegado por este proceso. Habiendo nacido en tiempos de la Depresión (1930), de chico no pudo llevar un estudio aplicado porque, su padre, bombeador de gas donde le llamaran, se veía abocado a cambiar de residencia en cualquier momento, así que, el pequeño Clinton, nunca pudo tener una escuela estable. Después, para poder sobrevivir, le tocó asumir empleos de tercera categoría (cajero en una tienda, asistente en los altos hornos de una fábrica de acero y también bombeador de gas). Cumpliría luego con sus obligaciones -por fortuna, ligeras-, en el ejército… y de pronto, gracias a unas fotos que envió a los Estudios Universal, se vería asentado en Hollywood y haciendo papelitos en películas serie B de Jack Arnold, Arthur Lubin y otros. Vendrían luego nuevas experiencias, incluida la serie televisiva “Rawhide”, hasta que, un viaje a Italia, lo pone al lado de Sergio Leone, con quien hará tres spaghetti western en los que, como protagonista, representará a un mercenario que mata sin sentimiento alguno. Esto lo prepara para un personaje aún peor que, con su propia productora, financiaría… pero ya todo eso son empedrados caminos que han quedado atrás, porque, habiendo logrado realizar su sueño de ponerse tras las cámaras como director y consolidada su productora Malpaso (nombre muy acertado en principio, pero que podría ya ser llamada ¡Gran-paso!), Eastwood hace ahora prácticamente lo que quiere. Y con la plena complacencia de tener más claro como es que debe asumirse el juego de la vida, comienza a prodigarse en títulos tan relevantes como “Mystic River”, “Million dollar baby”, “Banderas de nuestros padres”, “Cartas desde Iwo Jima”… hasta este “GRAN TORINO”, donde todo lleva a presentir que su personaje, Walter Kowalski, es un reflejo de su propia vida con el que, cinematográficamente, hace un ejercicio de oportuna redención, cuando ya la edad y el entendimiento, le permiten alcanzarlo.

Thao (el camino) y Sue (el fuego), serán los jóvenes, instrumentos del universo, con los que Kowalski-Eastwood, podrá resarcirse de su grisáceo pasado. Y lo hará siguiendo el proceso de ese veterano de la guerra contra Corea que, aún siendo viejo, todavía guarda resentimiento con los “amarillos”; que se amarga por tenerlos ahora como vecinos; y que ni siquiera consiente que pisen su acera porque siente que la empañan. Pero, sabiendo la vida que, Kowalski, aún guarda un gran amor que ni siquiera a sus hijos ha podido dar, va a darle ocasión de apreciar si, su generalizado y despectivo concepto de los jóvenes, en realidad es preciso… y comenzará así, a abrirse ese camino que pronto sabremos si le permitirá alcanzar el triunfo espiritual: Ver lo que siempre ha estado ahí, pero que nunca has visto.

Salvo pequeñas objeciones (su relación con la iglesia católica y el uso de cierto lenguaje que, en algunos momentos, se torna latoso), el filme, además de divertido, resulta muy aleccionador y digno de un gran aprecio.

¡Clint Eastwood es, ahora, un gran tipo!
Luis Guillermo Cardona
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7
14 de noviembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si nos atenemos al concepto del escritor y político francés, Régis Messac, cuya tesis para su doctorado en Letras fue precisamente sobre la literatura policíaca: “La novela policial –y por ende el cine de este género- es un relato centrado principalmente, en el esclarecimiento metódico y gradual, con recursos racionales y exactas demostraciones, de un hecho misterioso”. Siendo así las cosas, entonces “LA NOVIA SECRETA” es un filme policíaco, porque se trata en principio de develar si la muerte de un empleado público –a quien el actual gobernador, Walter H. Vincent, había indultado de un cargo por malversación de fondos-, obedeció, como se ha afirmado, a un suicidio… o si pudo haber sido un asesinato con connotaciones políticas.

En este nuevo cauce de los hechos, estamos también ante un filme que, de manera crítica y escueta, recrea la suerte de juego sucio que suele ser bastante común en los sectores políticos donde, en aras del poder, “debe hacerse lo que sea necesario”. Y para fortuna del director William Dieterle, su película estuvo a tiempo justo de sobrepasar la rígida censura que estaba a punto de tener su pretencioso asiento en la industria hollywoodense. Sin embargo, esto puede ser lo que explique su escasa difusión y que apenas ahora salga de nuevo a la luz, en unas condiciones culturales que llevarán a que, de seguro, interese a muy poca gente. Porque casi todo el mundo se siente atraído por lo actual, pero muy pocos comprenden que la historia del arte ha preservado - para el disfrute de las nuevas generaciones- los más grandes, calificados y aleccionadores tesoros que se han realizado a lo largo de los siglos.

“LA NOVIA SECRETA”, no tiene la suerte de caber precisamente en este último concepto, pero es un filme que refleja bien una situación social palpable, y que además resulta de suficiente interés y de valioso significado, porque sirve para corroborar que, la clase política, sigue siendo la misma porquería en estos últimos veintiún siglos.

Con razón, alguien que fuera mi jefe, le decía cierto día a un empleado de la oficina: “Mi estimado, Carlos Mario, tú te duermes en las asambleas, llegas tarde a todos los compromisos, estás siempre dispuesto a venderte al mejor postor y es muy poco lo que te interesa la realidad de esta empresa. Así que voy a despedirte para ser justo contigo: ¡tú mereces estar en el Congreso de la república!”

Warren William es, en “LA NOVIA SECRETA”, el fiscal general que encabezará la investigación por la muerte de John F. Holdstock, pero está en aprietos por estar recientemente casado (y en secreto) con Ruth Vincent -la hija del principal sospechoso- a quien representa, muy gratamente, la siempre encantadora Barbara Stanwyck. Y el director Dieterle, nos asegura, como es frecuente en su extensa filmografía, una factura bastante satisfactoria.
Luis Guillermo Cardona
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8
5 de noviembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Caroline Frost es una chica encantadora, alegre, pícara, confiada… y con una voz de alondra que pareciera emanada del cielo. Hija de un quisquilloso senador que –con razón- no quiere ver a su linda hija casada con cualquier pelafustán, Caroline se siente muy atraída por el teniente Robert Latham, el cual no gusta a su padre por razones que éste resume refiriéndose a él como “un sinvergüenza inútil”… pero que quizás se avengan con su profesión en la que, celos y encierro, son “regalo” común para esta suerte de esposas. Y para Martin Frost, su hija es una promisoria soprano con un futuro en los escenarios que nadie debe parar.

El condescendiente fatum entrará entonces en escena, y tras proponerse Caroline escapar de su padre para seguir a Latham quien, con su ejército, ha partido hacia el fuerte Bridger, en su camino se tropezará con un especial y “non sancto” jugador llamado Johnny, y con él algunas cosas van a cambiar… y un montón de regocijantes aventuras vamos a presenciar cuando se sumen a aquella caravana que viaja esperanzada tras el oro de California.

“FELIZ Y ENAMORADA” fue el primero y único technicolor que consiguió hacer la estupenda actriz y cantante Deanna Durbin, quien se apunta aquí otro de esos gratos filmes que consiguió darnos a lo largo de su carrera. Es éste un western semi-musical con canciones de Jerome Kern e E. Y. Harburg, que además de estar magníficamente ambientado, consigue unos toques de comedia bastante entretenidos, sobre todo cuando entran en escena dos truhanes que juegan a ser nobles rusos, empeñados ahora en hacerse con el prometedor baúl de la señorita, y cuando aparece el viejo estafador a quien la vida sonríe en cada timo que emprende.

Esta es la suerte de filme que veíamos en aquellas tardes de domingo de nuestra adolescencia y de los cuales salíamos encantados porque sentíamos haber estado en otro mundo colmado de luz, color y gratas aventuras, lo que resultaba un verdadero solaz para nuestra cotidianidad en la que, las carencias económicas y un cierto aire de rutina, eran bastante comunes.

Frank Ryan, quien ya había dirigido a Deanna Durbin en “Hers to hold” (1943), vuelve a contar con ella en un filme que supera notablemente al anterior y donde la actriz luce esplendorosa en una suerte de aventura que debió repetirse en otras tantas ocasiones. Y un estupendo reparto, con figuras como Robert Paige, Akim Tamiroff, Ray Collins y Leonid Kinskey, entre otros, consigue colmar de simpatía un festivo western-musical que nos asegura un rato bastante divertido.

¡Bienvenidos a la caravana!
Luis Guillermo Cardona
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