Es difícil ver "Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto" y no acordarse de algunos films de Tarantino o de los hermanos Coen.
Para empezar, he de decir que estamos ante una de esas películas que pasan de largo inmerecidamente por las carteleras, tal vez porque coincidió en su estreno con la época en la que se fueron estrenando films como "Sospechosos habituales", "Casino" o "Fargo".
La muerte es algo que siempre intuimos lejano. No nos importa que pueda ser otro camino que continúa después de la vida, lo vemos siempre como un final, porque sea como sea, lo cierto es que de la muerte nadie ha vuelto.
Si desaprovechamos el tiempo es por varias cosas; primero, porque creemos que tenemos de sobra; también porque la sociedad nos impulsa a vivir de un cierto modo, acatando unas determinadas reglas que hacen que muchas veces lo urgente no deje tiempo a lo importante. Entonces ocurre que, aunque en teoría estamos vivos, no estamos sintiendo la fuerza de la vida. Nunca exprimimos hasta el último segundo, no hacemos todo eso que queremos hacer, vivimos generalmente con el freno de mano puesto.
¿Pero qué pasaría si alguien nos dice que la arena del reloj se agota?. Pues es el planteamiento sobre el que Gary Felder basa este excelente film que te atrapa desde el principio.
Si a esto añadimos que Andy García borda uno de los mejores papeles de su vida, regalándonos ese puntito de flema y de seducción que tan carismático lo hacen dentro de la pantalla y las actuaciones de Christopher Walken, Christopher Lloyd, Steve Buscemi, Bill Nunn o Jack Warden, sensacional galería de secundarios cuyo trabajo hay que valorarar en su justa medida, tenemos ante nosotros un cóctel delicioso del que paladearemos hasta la última gota con placer.
Copas de yate con aroma a Tarantino.