Ya uno se va mal acostumbrando al cine negro coreano moderno y su miseria y falta de escrúpulos al límite de la humanidad, trajes caros y delitos del poder, una fórmula quizás repetida pero siempre demasiado apetecible, el contraste de personajes fríos con extravagantes, humor e identidad, luego la corrupción empieza a hacer rodar cabezas en un proceso de sucesión en el que todo, absolutamente todo, se encuentra en el punto de mira, el duelo de la vacante juega con las vidas y tiene su carga sentimental, un complejo entramado de ratas, avisos y más ratas que hay que tomar en serio, algo que resulta fácil en el espectador desde que se engancha descomunalmente.

El acoso agobia y la traición enfuerece, no hay mucho sobre los negocios habituales sino más bien se centra en diálogos que intimidan, tampoco se vuelca en la acción, los litros de sangre están dosificados, pero no tiene que ponerse ningún disfraz porque maneja el tono y el volumen en un triángulo que lleva a tocar fondo entre tanta mentira, pocas opciones y una elección, todo pone a prueba cuánto está de involucrado el protagonista, y al tiempo el espectador, una historia de supervivencia dónde todo se convierte en comprensible por su aplastante moralidad y su inspirada confianza como elementos imprescindibles.