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Un tiempo para los caballos borrachos

Drama En las montañas del kurdistán iraní, un grupo de niños lucha cada día por sobrevivir. Convertido en el cabeza de familia, Ayoub, de 12 años, se une a un grupo de contrabandistas para poder pagar la operación de su hermano, que está muy enfermo. (FILMAFFINITY)
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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
30 de enero de 2010
55 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando una niña visita con su hermano deforme la tumba de su padre, mira al cielo e implora por el bien de aquellos a quien quiere… el silencio de Dios nos parte el alma.

La tumba es una piedra que apenas sobresale de la nieve. Los habitantes de ese mundo de frontera transitan en la muerte de igual forma que en la vida: el mismo viento, la misma tierra yerma, el mismo frío elemental. El ciclo de las estaciones no conoce otro lenguaje que el invierno.

Mulas ebrias para soportar el trayecto hacia ninguna parte. Mulas de carga, no caballos. Nunca vi llorar de esa manera.

La cinta es sobria, aterradora. Sin más efecto que la sensación de realidad. Quisiera pensar que ese cariño que se muestran los hermanos redime el sufrimiento.

Ayer me fui hasta El Escorial a ver la peli. Hoy he tenido una ponencia. Qué duro trabajar un sábado. Qué mes de enero más gravoso. Qué mal pagada la docencia. Al acabar la sesión, una compañera me da las gracias por avenirme a que me exploten. Trabajar un sábado, uf. Con el dinero de una hora viviría una familia en el confín de Persia, por tiempo indefinido. Después de mediodía he vuelto a casa. He visto ‘El hombre mosca’ con mis hijos –de seis y ocho años–. Allí estarían en edad de trabajar.

Hacía tiempo que no me sentía tan afortunado. Ni tan triste.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Servadac
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30 de enero de 2010
39 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
Abrumadora carga de patetismo. Simplemente, la posición central del chaval tullido. No hace falta más. A continuación, relato diáfano.

Escalón tremendo de la existencia humana. Se puede llamar círculo infernal.
Muerto el padre guerrillero, el niño preadolescente es cabeza de familia. Lleva el pan a casa.
Y en Occidente hay niños de cuarenta años, dependientes, flojos.

Contrabando en la frontera. Rudimentario, con mulas y cargando a la espalda cajas, fardos, ruedas de tractor. Por altos de montaña escarpados, expuestos a emboscadas.
Mulas drogadas con alcohol, para aguantar.

Hermanos unidos, afectuosos, para sobrevivir.
Los cuidados, sacrificios, cariños para el desvalido, el hermano deforme, en un mundo inhumano.
O antropológico, demasiado humano.

Al volver del trabajo los niños cantan: “La vida me está envejeciendo. Acorta mi juventud y me acerca a la muerte”.

Se podría mostrar una existencia más dura, pero volvería insoportable la pantalla.

Pequeños espacios: casas, bar, escuela, diminutos.
Viviendas de barro, escalonadas en la pendiente ladera.
La nieve en todas partes, hasta la rodilla.
Árboles pelados, como garras, en los grandes lienzos blancos. Sin hojas, sin verdes.
Con hacha reducir a leña un tronco seco diez veces la estatura, echárselo a la espalda.

¿Vida? Jugársela trabajando como mula para pagar la operación con que prolongar unos meses la vida del hermano.

Nada que no sea inmisericorde en esa región del globo.
Kurdistán, pueblo sin estado.

Contado sobrio, transparente, sin aparente mediación; sin huellas subjetivas, irreprochable.

Un desgarro se opera en el espectador despacio y sin pausa. Al final, el alma partida en dos.


******

[A Héctor, a todos los que nunca damos al NO]
Archilupo
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12 de abril de 2009
31 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es Bahman Ghobadi, para mí, el único director del Medio Oriente actualmente capacitado para hacer de sus películas obras de arte. Es un músico frustrado que se inició en la fotografía antes de dedicarse al cine, que tuvo una infancia marcada por una etapa nómada en la que muchas familias kurdas trataban de huir de los continuos bombardeos iraquíes y por el posterior abandono de un padre autoritario. Esas semillas han hecho de él un director atípico, sin una cultura cinéfila destacable, con un dominio sobresaliente del sonido y de la imagen, cuyo plan de trabajo suele consistir en escribir en un folio la línea argumental principal e integrar en ella las anécdotas más adecuadas de las que le van contando los habitantes del lugar, que decidió desde su primer corto que dejaría el cine si éste no le permitía contar las vivencias de su pueblo con la misma fuerza con que las transmitía la palabra hablada.

Y he aquí su primer largo: tierras yermas, comercio clandestino, minas por los senderos, emboscadas en la frontera… Y, entre todo esto, nuestros protagonistas, unos hermanos que han quedado huérfanos, que tienen en Ayoub a un cabeza de familia demasiado joven y en Madi a un lastre demasiado pesado. La historia empieza y acaba en dos puntos cualesquiera de sus vidas, se construye a base de retazos, y su dramatismo es reforzado con un montaje brusco y seco, un reguero de sonidos atronadores y la hipnótica mirada de esos críos, unos actores escogidos de entre los vecinos del pueblo. ¿Cómo es posible, entonces, que sus lágrimas parezcan tan sinceras? ¿Acaso estamos viendo escenas reales que acontecieron durante este rodaje "improvisado"? Me temo que sólo el director podría aclarárnoslo. Pero, fuera cual fuera su respuesta, una cosa es segura: lágrimas así sólo pueden derramarse si se ha experimentado ese dolor.

A estas alturas, podríais preguntarme qué es para mí el infierno, y yo os contestaría que ni fuegos crepitantes ni calderas hirviendo, sino el insoportable llanto de un niño minusválido que tiembla desamparado en los helados páramos kurdos.
jastarloa
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18 de abril de 2011
16 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cuestión del cine de denuncia me parece un tema espinoso. Supongo que si la denuncia causa efecto, si logra un resultado social positivo, la película cumple su función. El cine adquiere "utilidad". Sin embargo, yo tengo preferencia por su "inutilidad", esto es, el mayor o menor grado de emoción que me provoca una película.

Por supuesto, respeto que el cine pretenda cambiar la realidad, y hasta me parece loable, pero considero que el arte resulta una vía bastante limitada para ese fin. Esto no quiere decir que todo cine de denuncia me resulte desechable, pero su verdadero valor para mí no estará en la terrible realidad que presente, sino en la emoción que consiga con ella. En el cómo y no en el qué.

En este caso, Ghobadi propone un alambre de espino en forma de película, y, a priori, pocas cosas me invitan a cruzarlo.

Me doy de bruces contra lo esperable en una película de realismo social: una factura un tanto ramplona (ignoro si por falta de presupuesto o por vocación de "realismo"), una planificación correcta, pero muy pocas veces brillante, unos actores y personajes verosímiles y convincentes, pero un tanto planos, con poca profundidad emocional, algo que resulta extensible a todo el ambiente que se nos propone. La única virtud que agradezco de verdad es el tono seco que permite a la película no subrayar lo que ya está subrayado de sobra en el guion. Algo necesario en este tipo de cine.

Estaríamos hablando de una película correcta y perfectamente prescindible dentro de este fatigoso género, y no del buen cine que es "Un tiempo...", de no ser porque, de repente, aparecen dos estocadas que rematan la faena y al espectador.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
GVD
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27 de diciembre de 2007
14 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Cómo se narraría esta historia en Hollywood, por ejemplo? Imposible hacerlo sin hacer llorar al espectador.

La desolación de esta familia no tiene cabida en un film proyectado para venderse. Esta es la historia de un mundo real, un mundo del que nos separan tantas cosas.... un mundo de sentimientos, cariño, esfuerzo, etc.

Es otra historia sobre la desgracia del pueblo kurdo, esta vez a través de unos hermanos que necesitan dinero para operar en Irak a uno de sus hermanos, enfermo terminal. Dejando aparcado el sentimentalismo y haciendo del dramatismo una cualidad para contar las penurias de una comunidad. Sin alardes, yendo a lo básico y necesario, con imágenes directas de niños que se han visto obligados a madurar, a trabajar para salir adelante, a ser sus propios padres y a superarse día a día, tras cada engaño, y cada promesa incumplida.

Los esfuerzos, no son suficientes en ocasiones, y cuando no tienes nada que perder te puedes atrever a todo. La madurez que demuestra Ayoub, sólo puede darse en personas que han sufrido y vivido tanto, que necesitan una dosis de infancia para escapar de la cruda realidad. Y sin embargo, Ghobadi, no juega con el sentimentalismo y la tristeza para contagiar al espectador, juega con las imágenes, con los gestos y los esfuerzos.

Si os gustó "Las Tortugas también vuelan", os gustará "Un tiempo para los caballos borrachos", y si no la habéis visto probad a hacerlo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
BaKuLaLU
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