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Trabajo clandestino

Comedia. Drama Inglaterra, diciembre de 1981. Cuatro obreros polacos llegan a Inglaterra con un visado turístico de un mes para realizar un trabajo de dos meses de duración. El jefe del grupo, el único que habla inglés, se entera por la televisión del establecimiento del estado de excepción en Polonia, pero decide no contárselo a sus compañeros. (FILMAFFINITY)
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
31 de octubre de 2011
31 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué jodido es ser polaco. Troceada y repartida a su antojo por sus poderosos vecinos, Polonia fue, durante siglos, una nación fantasma que sólo existía en la voluntad de sus habitantes. No es extraño, por ello, que los polacos sean gente triste y desaborida y que les cueste mucho, todavía hoy, tomarse a broma ciertas cosas. Tampoco resulta raro que algunos los tachen de susceptibles y les recomienden, incluso, que se lo hagan mirar cuando se les ocurre dedicarles algún gracioso chascarrillo a cuenta de sus pesares que otros pueblos, como el portugués, celebrarían sin duda con unas risotadas y una ronda de carajillos. Qué le vamos a hacer, así son de raritos y cabezones. Son y serán gente polaca tanto si se quiere como si no.

“Trabajo clandestino” toma como punto de partida una de tantas situaciones traumáticas vividas por Polonia en su historia reciente. En diciembre de 1981, un grupo de cuatro obreros polacos llegan a Londres con un visado turista para trabajar clandestinamente en las tareas de reforma del apartamento de su jefe, que se ha quedado en Varsovia. Cuando descubre que el general Jaruzelski acaba de imponer la ley marcial en Polonia, el capataz del grupo, único de los obreros que habla inglés, decide ocultarles la verdad al resto de sus compañeros. El paradójico resultado de sus maniobras acabará siendo una reproducción a pequeña escala del régimen dictatorial recién instaurado en su país.

El armazón narrativo de la película descansa sobre las reflexiones de Nowak, el capataz, un superlativo Jeremy Irons en una de las mejores interpretaciones de su carrera. Atrapado en un país extranjero y apartado tanto de sus compañeros como de los desdeñosos británicos, Nowak es a la vez víctima y ejecutor de una ley marcial en la cual los obreros son mantenidos en la ignorancia mientras él, también exiliado e incomunicado, se ve obligado a todo tipo de triquiñuelas para controlar todos los detalles de su vida, expuestas desde una soterrada y sardónica perspectiva humorística, lindante con frecuencia con el absurdo.

“Trabajo clandestino” es, además, un ejemplo perfecto de cine low-cost no reñido con la calidad: los tres compañeros de reparto de Irons eran tres auténticos obreros polacos empleados por Skolimowski en la reforma de su pìso londinense, donde se rodó de hecho la película. Su guión, escrito por el propio Skolimowski en un par de días, consiguió, por otro lado, el premio al mejor guión en el festival de Cannes de 1982, el mismo año, por cierto, en que la estupenda selección polaca de Boniek y compañía lograba el tercer puesto en el Mundial de fútbol de España, tierra ésta, como sabéis, fraternalmente unida a la polaca, famosa por la habilidad de sus habitantes de permanecer quietos como estatuas mientras otros botan como mandriles a su alrededor, en cuyo honor se entonan aquí dulces cánticos de respeto y amistad que, o mucho me equivoco, o pronto, muy pronto, volverán a sonar de nuevo y con más fuerza que nunca.
Normelvis Bates
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16 de febrero de 2013
14 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera película que veo de este director polaco, pareciéndome un muy original acercamiento crítico y humorístico a la opresiva condición de los ciudadanos polacos durante el período comunista. Desde luego, podría pensarse que este argumento de fondo no es muy original, en tanto en cuanto otras películas han incidido en él, pero lo que debe ponerse en valor es la manera en la que el director, aprovechando una historia aparentemente trivial -la reforma de una casa por parte unos obreros polacos irregularmente introducidos en Reino Unido-, reconduce hábilmente la narración para contar lo que a él realmente le interesa.

Toda esta metáfora se plasma a través de las impresiones del único personaje que el guión desarrolla, ese interesante y complejo capataz que tan fantásticamente interpreta Jeremy Irons y cuya voz en off -además de algunos diálogos sueltos de menor importancia- se convierte en nuestra única fuente de información. Hasta en esa decisión se aprecian segundas intenciones; al igual que en los países del socialismo real no había más verdad que la oficialmente establecida, en este caso no hay más realidad que la que el capataz construye para sus obreros -que no tienen ni idea de inglés- y también para nosotros, los espectadores, que asistimos de su mano (y solo de su mano) a un tenaz, ridículo y puntilloso ejercicio de control. Así, mientras el capataz censura informaciones vitales a sus obreros (ocultándoles las noticias, impidiéndoles llamar por teléfono o directamente quemando cartas), el guión también los censura directamente, limitando sus diálogos a pequeñas intervenciones en polaco. El capataz, como buen alter ego de un estado tan represor como paternalista, centra sus restantes esfuerzos en procurar el alimento y los medios de producción; sus crecientes apuros económicos para proporcionar una comida aceptable (a base de latas de conservas) al tiempo que alguna distracción o premio para los obreros (ya sea la televisión o los relojes) es también una sátira de los estados comunistas y sus carencias y estrecheces.

Formalmente modesta, ello no implica, como bien ha comentado mi predecesor, pobreza en los resultados; de hecho, el fragmento inicial de la película, ambientado en el aeropuerto, resulta fantástico por lo bien que se sugiere en él la inquietud e incluso el suspense de la situación (la introducción de los obreros clandestinos en Reino Unido) a través de los planos de los funcionarios de aduanas y del capataz, cuyo nerviosismo se convertirá en una constante a lo largo del filme. Su paranoia, que él extiende a su vida personal (sus dudas sobre la relación entre su jefe y su mujer así lo sugieren), es el reflejo más fiel del paranoide afán de control del estado polaco, y la respuesta de los obreros, hartos de la desinformación y de su encierro (otra clara alusión a la limitada posibilidad de viajar) llegará a su lógica conclusión cuando finalmente se percaten de la magnitud de la mentira y de la ocultación.

Por todo ello una película muy recomendable, cuya denuncia indirecta de una realidad opresora encuentra cierto parecido de familia con la filmografía de algunos de nuestros mejores directores, caso de Berlanga, cuyas principales obras de los sesenta son también muy ricas en metáforas, alusiones humorísticas y críticas veladas, partiendo también en muchos casos de aparentes anécdotas, a la postre falsamente triviales.
Quatermain80
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4 de octubre de 2022
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una cinta que nos muestra la llegada de cuatro trabajadores llegados de Polonia para hacer una obra ilegal en Londres. Ellos no tienen permiso de trabajo, y deben realizar el trabajo de varios meses en solo uno, pero a cambio recibirán el equivalente al sueldo de un año en su país de origen, y el dueño de la casa, consigue su chollo.

El capataz del grupo de obreros es Jeremy Irons, y este será nuestra única fuente de información, en parte por ser el único que habla el idioma por todos y en parte porque sirve como metáfora de un estado dictatorial y sometido, de como se controla la información, de la paranoia que puede alcanzar el lider, y otros paralelismos significativos.

Por mi parte no consigo entender porque le dan el calificativo de comedia, ya que en cierto punto de la película, las situaciones se van volviendo más absurdas por necesidad, el hecho de no contar con dinero y tener que cumplir con determinadas cosas, el hecho de seguir sin descanso alguno y no poder dormir, y las situaciones pueden parecer grotescas o patéticas, pero en todo momento he visto un drama con contenido metafórico y jamas una comedia, a no ser que la gente se ría de las desgracias de estos desdichados personajes claro está.

Por lo demás, parece ser que el piso era el del propio director, y que los otros tres obreros eran obreros en realidad, y se trata de una obra sencilla y con poco presupuesto, con lo que tiene mérito, sin embargo, en cuanto a dirección y guion es demasiado simple, aporta poco, y más allá del comienzo en el aeropuerto, carece de tensión, abusa de la suerte en demasía, la película es apuntalada casi por completo por el trabajo de Jeremy Irons, y aunque la mantiene con dignidad, no creo que baste para lograr una buena película.
mi_mo_ca
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22 de noviembre de 2020
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Tiene un nosequé Skolimowski que hace que sus personajes tengan vida, y no como en la mayoría de las películas de hoy que parecen todos de cartón piedra. Y eso ya es un plus para adentrarte en cualquier trabajo de este director.
Para quien no se haya enterado, el control de la información, aunque sea a pequeña escala, es manipulación total. Como se aprecia en "Trabajo clandestino". Irons, el capataz de un grupo de trabajadores polacos que van a Londres a "arreglarle" un piso al jefe del primero, oculta a aquellos que en Polonia se ha decretado la ley marcial, pues en lo único que piensa nuestro protagonista es en lo suyo y en su beneficio. Y como está en su mano ocultar lo que haga falta, y manipular a sus obreros también en lo que haga falta, lo hace. Y aunque en algún momento del filme está a punto de decirles la verdad, lo cierto es que le puede su interés. Y es cierto que a tal punto ha llegado nuestro egotismo y nuestra ausencia de valores, no sólo en la Polonia de Walesa, no, también en todos los países de nuestro querido Occidente, también en España claro. No nos engañemos pensando que esto sólo viene "de allá", já.
Esta película va de eso. Ocultar la información es la forma de manipular a las sociedades. O mentir en la información, es lo mismo. Es lo que ocurre hoy día con los "medios de desinformación": un mensaje único, una realidad única, un pensamiento único, una sola forma de ver la realidad. Tal cual hoy día.
Interesante argumento, buenas actuaciones, buena dirección. Un 7,2.
Tombol
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13 de abril de 2023
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Los esbirros son aquellos que consiguen que los sistemas injustos se mantengan, se reproduzcan, sean dictaduras manifiestas, o encubiertas (como esta dictadura económica corporativa que vivimos). En septiembre de 1981, en Polonia, el primer congreso nacional de la unión sindical de trabajadores Solidaridad eligió a Lech Walesa como presidente, y aprobó un programa republicano, La republica del autogobierno. Un par de meses después el gobierno estableció la ley marcial, e instauró, durante años, un régimen de represión. En Trabajo clandestino (Moonlighting, 1982), de Jerzy Skolimowski, cuatro trabajadores polacos viajan por un mes a Londres para realizar el trabajo de restauración de un piso, por el que cobrarán (por el cambio de moneda) lo que ganarían en un año, como el dueño, polaco, se ahorra una gran cantidad de dinero al no tener que contratar obreros ingleses. Las arteras maniobras del capitalismo (aunque esté disfrazado de comunismo): economizar es la clave.

Sólo el capataz, Nowak (Jeremy Irons), sabe inglés, con lo cual es el único que dispone de la herramienta de relación con el entorno. Es el transmisor o gestor del que dependen los otros tres trabajadores (los actores que los interpretan, por aquel entonces, exiliados, vivían en Londres, en casa del director). Su vida gira alrededor o dentro de ese piso en el que trabajan incluso los días festivos (para tortura de sus vecinos), como los domingos o el día de Navidad. Nada puede interrumpir ni interferir ni trastornar la concentración del trabajo para cumplir los plazos previstos. NI siquiera que hayan instaurado la ley marcial en su país natal. Nowak evitará por todos los medios que los otros tres se enteren de ese hecho. La comedia de absurdo se tizna con la sombra de lo siniestro. Nowak se convierte en una máscara que manipula y oculta, del mismo modo que realiza la escenificación en el supermercado de volver a por sus guantes para, de ese modo, salir con la réplica de la compra realizada (usando el recibo de esta), y disponer de dos por una. Nowak aplica su particular ley marcial, escamotea información, manipula, en suma, establece un control, por acción u omisión, que es tanto represión como imposición (en un momento dado, comenta cómo les eligió porque eran fácilmente controlables).

Al mismo tiempo, como eficaz esbirro incapaz de enfrentarse a sus superiores, al poder instituido, se reconcome con la posibilidad de que su esposa pueda mantener o establecer una relación amorosa con su jefe. La añoranza se convierte en una pantalla que le desgarra (la imagen de la fotografía de su esposa se superpone sobre la pantalla del televisor, animándose, hasta que Nowak la rompe con la botella de vodka incapaz de resistir lo que es un cuerpo en la distancia, y una posibilidad que le abruma, aunque no modifique su aplicada condición de esbirro). Su voz en off puntúa la narración episódica, una voz interior que acentúa la escisión entre el yo y las circunstancias, y que remarca la tensión por manejar una realidad. Una narración que se va transformando en un relato a la deriva, que si no se precipita en la asfixia es porque se contrapuntea con el absurdo: Nowak corre por la calle, y un peatón le sortea, y al de unos segundos echa a correr tras él (al fin y al cabo, como él en su mente, con sus decisiones en conflicto); en otro momento, tras él, se aprecia en segundo término, a través de una ventana a la altura de calle, a una mujer desnudándose, y segundos después se cruza con un hombre que porta un gigante peluche de oso panda. Es como si la reflejara, como distorsión, reflejara sus miedos, las sombras de su intento de control de realidad, su absurdo consustancial.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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