Monster's Ball

Jamás he estado en un corredor de la muerte. No sé si olerá a orines, a vómitos o a sudor. No sé si sus habitantes vivirán en una continua congoja llena de arrepentimiento, de odio o de incomprensión. Tal vez rían, tal vez la impotencia se torne incongruente redención. Tal vez lloren, o maldigan esa desafortunada circunstancia que les conduce a la silla eléctrica. Eso sí sé: muchos querrían saber qué sienten, pocos son los que pueden contarlo. Menos aún los que quieren contarlo.

No sé si soy racista. No sé si podría renegar de una tradición familiar sureña, renunciar a mis vínculos sociales, aceptar que mi casa se devalúe porque tengo nuevo vecino, negro. La corrección política me llena de prejuicios, me impide conocerme y me obliga a firmar todos los manifiestos ensalzados por la mayoría, experimentados por minorías. Me pregunto si eso tiene que ver con el sentido común.

“Monster’s Ball” arranca con la preparación de la ejecución de un preso negro. Se dan cita mujer e hijo, celadores y dibujos realizados por el condenado que cargan de humanidad un desconocido crimen y una reprochable vida, que debe cesar por prescripción judicial. Los carceleros preparan los últimos minutos del convicto. Recogen sus pertenencias, le afeitan, verifican los letales electrodos... se aseguran de que sean de verdad sus últimos minutos. Su día a día se mezcla con la irreversible ruptura de la rutina de los ajusticiados. Víctimas y verdugos, crimen y castigo, negro y blanco.

En una provocativa ironía del destino, la mujer y el ejecutor del reo se encuentran, se gustan, se necesitan y se aman. Como si fueran ellos los condenados, de un largo trago, como wisky apurado para evitar, para alargar sus lágrimas. Como si no fuera a existir futuro y quisieran borrar el pasado...

La historia parece ser el fallido intento de dos aspirantes a actores por conseguir su primer papel, Will Rokos y Milo Addica, que tuvieron que conformarse viendo como grandes del cine se disputaban el guión que habían escrito. A ellos se une la espectacular Halle Berry, oscarizada por esta misma interpretación, que deja la sofisticada elegancia exhibida en Operación Swordfish para calzarse una sensualísima naturalidad de madre rural al borde del abismo. Billy, el gran Billy Bob Thorton, que parecía moverse de forma discreta, casi acentuando sus papeles de maniático personajillo (“Un Plan Sencillo” o en la reciente “Bandits”), cambia a un registro de alta temperatura.

Violencia y sexo, ¿está claro? No, aún no, en esta rareza hay efectos que le proporcionan una atmósfera especial: tiempos muertos, silencios... Peligroso. Podría ser perjudicial. Uno podría hacer cualquier cosa. Incluso pensar.

¿Qué le falta? Olor. Olor a tabaco y a café, a Jack Daniels y a vómitos, a carne quemada y a sexo. O tal vez no, más bien dentro de unos años, cuando al fin instauren TechniOlor diremos “ésta que no la oloreen, resulta más auténtica sin olor”.

Como muy bien ha dicho algún crítico, "Monster´s ball" implica el hecho nada desdeñable, que creíamos perdido, de que en Hollywood todavía queda algo de vida inteligente.
Película de intimista, pausada modorra, está lograda desde la base de su atmósfera entre triste y esperanzadora, fundamentada en el buen manejo de la cámara por Forster y en la relación que se establece entre dos seres antagónicos unidos en su pérdida y soledad. Están mejor perfilados los personajes que interpretados (para mí mejor Bob Thorton), quiero decir que aún cuando hay notables trabajos no se alcanzan cotas memorables (eso sí me alegro sobremanera por la estupenda y bellísima Halle Berry y su reivindicativo Oscar femenino de color).
"Monster´s ball" es una película conscientemente amarga, surcada por estos dos seres heridos, casi hundidos, agarrados al asa de los sentimientos, día a día, en el presente, intentando no recordar su demoledor pasado.

Es bonita la idea de reinventarse, de volver a empezar, pero existe una cierta edad, la cincuentena, en la que es mucho más difícil hacerlo.
Son muchas las cicatrices que tienes cuando has cumplido ya los cincuenta. Estás más cansado y escéptico y así es más difícil encontrar la ilusión y la energía para reinventarte.
Lo más grande, desde mi punto de vista, de este precioso film de Marc Foster es que su protagonista, Hank Grotowski (un soberbio Billy Bob Thornton), ha llegado ya a esa edad y decide seguir adelante en el momento más crítico. Saca fuerzas de flaqueza y continúa, no se rinde.
Tampoco se quiere rendir la esposa del reo recién ejecutado por Hank, Sonny (la también soberbia Halle Berry), pero, aunque es más joven, tiene menos fuerza para reinventarse.
A partir de aquí, el brillante y sorprendente Foster plantea un film distinto, que retrata como pocos esa rara atmósfera existente en los estados sureños que tanto juego ha dado en la literatura y en el cine contemporáneo norteamericano.
Foster plantea un film sobre las segundas oportunidades y la expiación de la culpa, ese sentimiento de culpa que a veces nos paraliza pero que si consigues apaciguar te concede la posibilidad de volver a disfrutar de la vida, te permite el derecho a equivocarte y te permite, en definitiva, la posibilidad real de redimirte de todos aquellos errores que un día cometiste y que ya no podrás rectificar.
Película imprescindible para todos aquellos a los que les guste la idea de poder abandonar las ataduras y la comodidad de lo ya conocido para adentrarse en el terreno de la apasionante aventura personal que supone reinventarse, volver a empezar...

Una mujer negra de belleza francamente espectacular y un hombre blanco sumiso a un orden establecido por herencia: al borde de lo inverosímil surge la poesía y el drama con insólita fuerza.

Al borde de lo inverosímil, la sucesión de necesidades de los personajes hacen posible que se viva al borde del precipicio, se caiga en él y se resucite con ánimo, ideas y moral muy diferentes.

Al borde de lo inverosímil, Billy Bob Thornton desarrolla una serie de emociones que ignoraba que tenía, y el pasar de la indiferencia y la brutalidad a la generosidad y la entrega... consolida una película con muchos baches... La consolida a partir de una de las escenas de encuentro sexual más hermosas del cine: filmada casi a escondidas, entre objetos, atravesando la natural belleza de cuerpos que se necesitan para expulsar sus numerosos demonios...

El trabajo de los actores es encomiable en un guión que deposita en sus silencios la carga fundamental de su denuncia y su meditada declaración de amor a la necesidad de amar y ser amado... con los rudimentarios elementos con que se cuente: un cartel con tu nombre, una sesión en la que sólo disfrutes tú, un helado compartido...

Al borde de lo inverosímil crece con talento una historia que parte de las raíces profundas del racismo contaminante de una vida cotidiana irracional.

Lo peor: la sucesión de convencionales desgracias en la primera parte. Y que Halle Berry no haya vuelto a tener un personaje tan rico como este.
Lo mejor: la utilización de esas convenciones para avanzar hacia la creación de una obra mayor.
Lo mejor plus: el encuentro apasionado entre el blanco y la negra, algo que rara vez se ha brindado en el cine norteamericano, pues la mayoría de las veces se queda bloqueado o se sugiere, pero todo un hallazgo esto de explicitar intensidad sexual con tan minuciosos orgasmos al servicio de un encuentro absolutamente insólito pero extraordinariamente limpio, sin fisuras ni estridencias, el sexo como liberación espiritual además de fisiológica.

Y dentro de lo mejor: notable composición de Heath Ledger en un retrato de chico desolado, con especial acierto en la terrible escena con su prostituta habitual. También está muy bien Peter Boyle, un hombre de cine que interpretó su primer protagonista en un papel muy similar a éste en lo ideológico y lo psicológico: Joe, ciudadano americano, de Avildsen, 1970.

Película típicamente norteamericana, en el buen sentido del término, ya que sigo considerando a este país como el puntero en cuanto a producciones de calidad se refiere, que retrata como pocas esa rara atmósfera existente en los estados sureños de esa nación.
Película que habla sobre la necesidad de la expiación, de la conveniencia de expulsar los demonios que atormentan al ser humano y que se configuran genéricamente con el término comúnmente aceptado por todos: la culpa.
Hablando y disertando sobre la misma consigue atrapar al espectador desde el primer fotograma con un ritmo pausado, pero que nunca llega a trasmitir sensación de pesadez.
Película que, rayando en sus formas con el cine independiente, despacha con el espectador de tú a tú, implicándolo activamente en la reflexión de temas tan candentes como lo son el racismo, la pena de muerte, etc.
Película que discursando y reflexionando sobre las segundas oportunidades, y concediendo a los protagonistas la posibilidad de disfrutar de ellas, permite a los mismos la opción de equivocarse, sin melifluas moralinas que conculcarían la idea central que subyace en este film, la posibilidad real de redimirse de todos aquellos errores que un día cometimos.
Con todo, lo mejor de este estupendo film es su final, confluyendo en él, quedamente, todo el torrente de emociones que a lo largo de la película soportan los dos protagonistas, con una escena final, con cielo abierto y estrellado ( como el previsible futuro de éstos) como telón de fondo, que es todo un homenaje a los buenos sentimientos, que afloran desde los primeros compases del film, y que dejan cierto poso de empatía hacia los actuantes.
Película imprescindible para todos aquellos que les guste abandonar las ataduras de lo políticamente correcto, sin caer en absurdas simplezas ni en burdas rebeldías premeditadamente diseñadas por los inquisidores de la fe y la moral pura.